El bestiario
“El negocio de los medios ha pasado por un cataclismo cada cierto tiempo”, arranca Hearst en una larga conversación con el periódico español El País en un hotel de Santa Mónica, California: “Es parte de la vida de este negocio”. Hearst es heredero de la fortuna familiar y aún se sienta en el consejo de lo que hoy es Hearst Communications. La empresa posee alrededor de una veintena de periódicos, entre ellos los diarios de bandera de dos de las ciudades más importantes del país, el San Francisco Chronicle y el Houston Chronicle. Además tiene alrededor de 300 revistas, entre ellas Cosmopolitan, Elle y Men’s Health.
Santiago J. Santamaría Gurtubay
La leyenda de William Randolph Hearst lo pinta como el inventor de las exageraciones y los dramas en los periódicos. Ahora, Estados Unidos asiste atónito a lo mismo, pero desde el Gobierno, que a su vez acusa a los medios de propagar noticias falsas. “Lo odio. Es deplorable. Creo que noticia y falsa son términos contradictorios. Una noticia, por definición, es verdad. El mayor creador de información falsa siempre es el Gobierno”. Hearst no oculta su preocupación por el personaje que ocupaba la Casa Blanca, Donald Trump, quien insiste en seguir en la política, a pesar de lo ocurrido el pasado 6 de enero, con la ‘toma’ de El Capitolio… “Esto es Mussolini. Veo la pomposidad de Il Duce, la realidad alternativa… esto es muy loco”.
Hearst tiene una versión matizada de lo que hizo su abuelo con la prensa. Para los españoles, fue el legendario editor que incendió a la opinión pública de Nueva York con historias exageradas sobre la rebelión en Cuba contra España hasta que la guerra de 1898 se hizo inevitable (“yo le mandaré la guerra”, le dijo supuestamente a un reportero que se quería volver de Cuba porque allí no pasaba nada). “En 1989 celebramos el centenario del San Francisco Examiner, que fue su primer periódico”, recuerda Hearst. “Fuimos a mirar los archivos. En aquellos periódicos había un aire heroico, un intento de darle drama y grandiosidad a la vida. El exceso y la exageración estaban al servicio de la historia. Hoy los periódicos ya no hacen eso. Pero hay que recordar que aquel era un ambiente muy político. En el cambio de siglo, solo en San Francisco había veinte periódicos de todas las tendencias y en varios idiomas. Eran periódicos de una época en la que solo gente muy educada consumía información. La idea original de Hearst fueron los periódicos populares, la idea de que podías hacer el lenguaje más accesible y las historias más dramáticas y meter a más gente en el consumo de noticias”. En otro momento dice: “Yo veo a mi abuelo como a Walt Disney, una persona creativa que supo montar un show”.
‘Citizen Kane’ no la vio hasta que fue a la universidad. Le encanta, le parece un acertado retrato del negocio de los medios. Menos Xanadú…
No se puede dejar que William Randolph Hearst III se levante de una entrevista sin preguntarle por ‘Ciudadano Kane’. Aunque el personaje del magnate Charles Foster Kane estaba inspirado en varias personas, el abuelo Hearst se dio por aludido y quedó para siempre la leyenda de que Orson Welles había hecho una amarga biografía de él. Hearst murió cuando Hearst III tenía dos años. En su casa no se hablaba de la película, afirma. “Era un tema prohibido”. No la vio hasta que fue a la universidad. Le encanta, le parece un acertado retrato del negocio de los medios. Menos una cosa. “Lo que no me pareció bien fue el tratamiento de San Simeón”, el inmenso castillo que Hearst se construyó en la costa de California (a 360 kilómetros al norte de Los Ángeles) y que hoy es un atractivo turístico. “Yo pasé veranos en San Simeón. Era increíble, precioso, era como estar en La Alhambra, con jardines, fuentes y flores. Fue en un periodo tras la muerte de mi abuelo, en 1951, en que la casa estaba abandonada pero mi padre (William Randolph Hearst Jr.) la abría para pasar vacaciones con la familia, usar la piscina o celebrar las navidades. Para mí, San Simeón era un lugar muy feliz. En la película, Xanadú es un lugar oscuro y triste. Esa parte no está bien”.
La historia de Kane habla de la pérdida de la juventud y la energía, de la decadencia trágica de un hombre que, en el momento de la muerte, se acuerda de una pieza en apariencia intrascendente de su infancia: Rosebud. Los periódicos parecen estar en un momento en el que buscan su propio Rosebud, esa clave que les recuerde lo que fueron. “En cierta manera, Rosebud, la juventud perdida de los periódicos, es la pérdida del poder y la influencia. Antes, si eras un editor de periódicos eras una de las personas más importantes de tu ciudad. Eso ya no es así. Hoy estás en el negocio de los periódicos porque lo amas, porque crees en él”.
El ataque contra España lo ordenó, como ocurre siempre, un presidente, William McKinley, peligraban los dólares invertidos por EE UU en Cuba
‘La otra cara del ciudadano Kane’ de David Nasaw. Este libro de obligada lectura la ha escrito el biógrafo e historiador estadounidense que se especializa en la historia cultural y social de principios del siglo XX en Estados Unidos. Nasaw está en la facultad del Graduate Center de la City University de Nueva York. El magnate W. R. Hearst no se pareció al personaje de Welles. Su biografía de ‘La otra cara del ciudadano Kane’ muestra un político frustrado, pese a su poder mediático, y a un empresario visionario no bien valorado. William Randolph Hearst pasa por ser el millonario que creó la prensa amarilla y los conglomerados mediáticos, el hombre que promovió la guerra de Cuba para vender más periódicos y que utilizó sin freno su imperio para hundir a sus enemigos y promover su propia carrera política. La verdad es que Hearst no logró nunca ser candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, lo que era su auténtico sueño, ni tan siquiera ser elegido alcalde de Nueva York o gobernador del Estado, y que perdió infinidad de batallas políticas, incluso de cuarta fila, directamente o por candidato interpuesto. Si algo demuestra su biografía es, precisamente, que no basta con poseer un imperio mediático para dictar la política de un país. Ningún periodista ni ningún periódico del mundo han sido capaces (hasta ahora) de declarar una guerra y Hearst no fue una excepción. “Que haya sido hecho responsable de la guerra de Cuba”, afirma David Nasaw en esta prolija y extensa nueva biografía, “es un tributo a su talento para la autopromoción”.
Porque en eso, autopromoción, fue un genio. Fue él mismo quien llamó a la guerra de Cuba la guerra del New York Journal y quien convenció al resto del país de que, sin su liderazgo, el conflicto no se habría producido. Incluso llegó a fabricar un exitoso juego de naipes llamado Guerra contra España (el gusto por las cartas con intención bélica se ha prolongado hasta hoy, véase la baraja de Irak) y a desplazarse él mismo a Cuba, en un yate, para coordinar las crónicas de sus distintos corresponsales. Invirtió más dinero y más periodistas que nadie para contar la guerra de forma más amplia y rápida que sus competidores y logró darles una auténtica paliza. Pero la verdad es que el ataque contra España lo ordenó, como ocurre siempre, un presidente, William McKinley, al darse cuenta de que la metrópoli estaba perdiendo el control de Cuba y de que peligraban los millones de dólares invertidos por Estados Unidos en la isla.
Hearst no fue nunca el ciudadano Kane que rodó Orson Welles. Ni tan siquiera murió solitario y aislado en una dramática y oscura Xanadú, sino, a los 89 años, rodeado de hijos y nietos y acompañado por su devota amante, en su soleado rancho de California. Fue, eso sí, un coleccionista compulsivo y un hombre muy contradictorio; tanto que quizás algunos pudieron confundirlo con un cierto halo de misterio.
Un verdadero adelantado con muy pocos escrúpulos, pero quizá no haya merecido pasar a la historia de este negocio como el monstruo de Kane
Nasaw lo dibuja como un hombre corpulento de voz casi imperceptible; un tímido que se sentía bien entre multitudes; un halcón en Cuba y México y un pacifista en Europa; un esposo devoto (se casó a los 40, contra la opinión de todo el mundo, con una corista de 20 que resultó una cónyuge tradicional y ejemplar) pero que vivió más de 30 años con su feliz amante, la actriz Marion Davis; un californiano que pasó toda su vida en Nueva York. Un hombre ferozmente independiente que tuvo que aceptar hasta los 56 años que fuera su madre quien le controlara el dinero. Un multimillonario que luchaba con toda sinceridad contra los monopolios y que defendía a capa y espada a los cientos de miles, millones de inmigrantes que llegaban al país. Un desclasado, esnob y extravagante, partidario de los demócratas hasta la médula, inseguro en muchas cosas, pero segurísimo a la hora de mandar en sus negocios, se equivocara o no.
David Nasaw, aunque tiene una cierta tendencia a reivindicar al personaje, dedica un capítulo entero a las relaciones de Hearst con Adolfo Hitler, a quien invitó a escribir en sus periódicos cuando los nazis todavía no controlaban el poder en Alemania y a quien visitó en 1934. Luego, cuando Hitler pasó a ser el jefe de Estado y exigió cobrar tanto como Mussolini, le escribió a su corresponsal en Berlín: “Hitler no escribe bien, no respeta los plazos de entrega y promete exclusivas que luego no da. No le necesitamos”. En su lugar, le pareció bien contratar a Goering, de quien también prescindió pronto cuando se dio cuenta de que los nazis no iban a traer un siglo de paz a Europa, como al parecer había creído. La verdad es que la gran aportación de Hearst a la historia del periodismo no fue su clarividencia, ni sus artículos (escribió en sus periódicos hasta el final), ni el amarillismo: en aquella época no se practicaba todavía el culto a la objetividad, ni mucho menos, y antes de que heredara su primer periódico, San Francisco Examiner, ya se publicaban toda clase de panfletos “en los que no era fácil distinguir entre hechos reales, opiniones y literatura”.
Existe la cadena Fox y periodistas como Bill O’Reilly, ‘Desinformador del Año’, o Rush Limbaugh, ‘El mayor fenómeno de la radio en EE UU’
Lo que W. R. Hearst aportó realmente al mundo de la información fue la creación del primer gran conglomerado mediático del mundo. Nadie como él hasta ese momento fue capaz de movilizar sinergias, sindicar servicios, compartir firmas, inversiones y ejecutivos. Nadie como él para darse cuenta del gran éxito que supondría unir medios de comunicación escritos con noticiarios de cine, películas y todo tipo de productos audiovisuales. Sus diarios llegaron a tener 20 millones de lectores, una cifra espectacular, pero todavía más norteamericanos vieron sus noticiarios cinematográficos. Fue un verdadero adelantado y tuvo muy pocos escrúpulos, pero quizá no haya merecido pasar a la historia de este negocio como el monstruo de Kane. Sobre todo porque ahora existe la cadena Fox y periodistas como Bill O’Reilly, elegido Desinformador del Año, o Rush Limbaugh, el mayor fenómeno de la radio norteamericana, objeto en su día de todo un libro editado por la FAIR, asociación norteamericana dedicada a vigilar la limpieza y exactitud de las informaciones. El libro se llama ‘The Way Things Aren’t: Rush Limbaugh’s Reign of Error’.
‘Hacia un mundo de trols y duendes’, las guerras se desarrollarán cada vez menos sobre el terreno y más en el espacio virtual
Olivia Muñoz-Rojas es doctora en Sociología por la London School of Economics e investigadora independiente. Nacida en Madrid, de madre sueca y padre español, siente fascinación por las grandes ciudades -ha tenido la oportunidad de vivir en Ciudad de México, Barcelona y actualmente París (además de Nueva York y Londres)-, pero ama la naturaleza y el campo. Recuerda en una columna titulada ‘Hacia un mundo de trols y duendes’, que hacia finales de 2014, un grupo de ciudadanos lituanos comenzó a coordinarse para contrarrestar la propaganda del Kremlin en las redes, orientada en aquel país a desacreditar al Gobierno y promover un cambio de régimen por medios democráticos o con la ayuda de un ejército vecino amigo, explica el periodista Michael Weiss. “Frente al ejército de ‘trols’ que presuntamente contaminaba la opinión pública lituana, surgió este autodenominado colectivo de ‘elfos’ que fue creciendo hasta alcanzar cientos de ciudadanos. Su eficacia terminó por captar la atención de las Fuerzas Armadas lituanas, que definieron a estos activistas virtuales como una nueva estirpe de guerrilleros, y, posteriormente, de la OTAN. ‘Elfos bálticos batallan contra trols rusos’, resume uno de los titulares que recogen este fenómeno del que se han hecho eco los medios en los últimos años”.
No estamos inmersos en Mundo de Warcraft u otro videojuego en línea, pero pocos discuten ya que las guerras -ya sea entre países o en su seno- se desarrollarán cada vez menos sobre el terreno y más en el espacio virtual. Los nuevos ejércitos, compuestos de ‘trols’, apoyados por ‘bots’ (‘trols’ automatizados), tienen el cometido de inundar las redes con información tóxica destinada a formar ciertos patrones de comportamiento afectivo y cognitivo en la población que la lleven a actuar de una manera determinada. Para lograr que la población se movilice a favor de los objetivos deseados es necesario saber “comunicar con éxito lo que es correcto como incorrecto y lo que es incorrecto como correcto”, explica el exmilitar y analista estadounidense Stefan J. Banach. Hay que ser capaz, continúa, de “generar desequilibrio a nivel individual y social… cegar las mentes del adversario a través de la propagación de elementos de ambigüedad que atacan, engañan y confunden a las personas y producen distracciones masivas de manera tanto física como no física”. El objetivo de la guerra virtual no es otro que el control social, “someter al enemigo sin darle batalla”, resume Banach, evocando la milenaria cita de Sun Tzu en ‘El arte de la guerra’.
Los nuevos ejércitos, de ‘trols’, apoyados por ‘bots’, tienen el cometido de inundar las redes con información tóxica
Los ‘trols’ financiados por Gobiernos o actores no estatales reciben inestimable ayuda de los odiadores o ‘haters’ espontáneos de la Red que, además de difundir información tóxica, acosan a periodistas, políticos y otras personas con presencia pública y mediática. A diferencia de los trols mercenarios, sus motivaciones pueden ser diversas, pero el fin último de sus amenazas, se entiende, es impedir que sus víctimas desarrollen su actividad con libertad. Delatar a los ‘trols’ u odiadores que están detrás de incidentes sistemáticos de acoso en Internet es el objetivo del programa de televisión sueco ‘Trolljägarna’ (‘Los cazadores de trols’), emitido en 2014 y 2015 y con una nueva entrega en 2018. El veterano periodista Robert Aschberg se reúne en cada episodio con varias personas -desde periodistas hasta ciudadanos anónimos- que han sido víctimas de ‘trols’ y sale después a la caza de los individuos que están detrás de las identidades virtuales acosadoras. Una vez localizados los ‘trols’ físicamente, los confronta para que expliquen por qué han acosado a su víctima y, en su caso, les anuncia la repercusión legal de su acción.
Al otro lado del Báltico, el fundador del Grupo de Elfos Lituanos insiste en que, en la lucha contra los ejércitos de ‘trols’ no se trata de contrarrestar propaganda con propaganda alternativa, sino con información lo más completa, fehaciente y matizada posible y también rastrear la identidad de los trols. El reto es respetar escrupulosamente los principios y valores democráticos -desde la libertad de expresión hasta el derecho a la privacidad de los usuarios de las redes- a la par que lograr neutralizar eficazmente los efectos tóxicos de la desinformación y el odio virtual. Un equilibrio difícil de mantener, tal y como demuestran las críticas que recibió Aschberg a su programa cuando uno de los odiadores a los que expuso (y cuya identidad era pública) comenzó, a su vez, a ser objeto de acoso en la Red. Aschberg responde que ello no hace sino demostrar la envergadura del problema y la necesidad de abordarlo. Odiadores que son a su vez odiados, ‘trols’ que se convierten en duendes, y a la inversa…
No es difícil argumentar que la Red es tan líquida, lúdica y perversa a la vez -tan ambivalente, en suma- que escapa a la lógica de la predictibilidad institucional que ordena nuestras instituciones democráticas en la actualidad. Pero también, sostienen algunos críticos, puede que se esté dando un uso excesivamente laxo del concepto trolear. De ser una identidad subcultural a principios y mediados de los 2000, explican Gabriella Coleman y otros autores, en la última década, “el término se ha aplicado a tantos tipos de comportamiento en tantos contextos diferentes que lo grande y lo pequeño, lo dañino y lo inofensivo, lo progresista y lo reaccionario acaban aplanados en una categoría resbaladiza que sugiere vagamente algo que perturba. Reenviar opiniones odiosas y acusar al presidente [de Estados Unidos] de hipocresía. Exponer la solidaridad feminista y exponer la misoginia violenta. Todo, de algún modo, se vuelve lo mismo”. Coleman ejemplifica esta laxitud conceptual con el caso de Anonymous.
Jean Baudrillard autor de ‘La guerra del Golfo no tuvo lugar’ mantuvo en 1991 que el conflicto había sido vivido como un simulacro
El movimiento, en su origen, se caracterizaba por hacer gamberradas en la Red sin otra intención que reírse alto y fuerte (laugh out loud, LOL). Seguidamente, pasó a desempeñar un papel clave en reivindicaciones democráticas y de justicia social como las primaveras árabes y Occupy Wall Street. En los últimos años, páginas web anónimas muy frecuentadas como 4chan, que usa también Anonymous, han servido de altavoz para la derecha alternativa (alt-right), generando la impresión de que los Anons siempre actuaron desde ese lado del espectro político. Ciertamente, en el término ‘trol’ se confunden dos acepciones, como explicó Álex Grijelmo en este diario: la escandinava, en la que ‘troll’ hace referencia a un ser maligno que habita los bosques; y el verbo inglés ‘to troll’, que designa una técnica de pesca consistente en arrastrar lentamente varias líneas con cebos coloridos. La potencia de los ‘trols’ virtuales se basa, pues, en que lanzan vistosos cebos en los que los internautas pican.
“Estamos en los albores de la guerra virtual que, en teoría, no es otra cosa que la política por otros medios cuando esta se agota. Pero es posible que esta nueva forma de guerra se esté convirtiendo en la política a secas…”, recalca Olivia Muñoz-Rojas. Sería interesante saber qué pensaría hoy Jean Baudrillard sobre el fenómeno. El autor de ‘La guerra del Golfo no tuvo lugar’ mantuvo en 1991 que la guerra del Golfo había sido vivida como un simulacro de conflicto por parte de la población occidental que en sus pantallas solo veía estilizadas tomas aéreas de los bombardeos estadounidenses y no los muertos y la destrucción causados por las bombas. Intuía ya Baudrillard que el simulacro o la realidad virtual podía terminar convirtiéndose en la realidad dominante.
Aunque los medios tecnológicos hayan evolucionado exponencialmente, incluso el conocimiento neurocientífico, es bueno recordar que la manipulación y la propaganda son tan viejas como la humanidad. Los rumores siempre sirvieron para condicionar, humillar y destruir a individuos y colectivos. Quizá el mejor antídoto contra la información tóxica y el odio, además de una educación crítica y amplia de miras, es desconectarse de la Red y, mientras sea posible, observar la realidad con nuestros propios ojos.
El académico Oswaldo Zavala presentó en México, ‘Los Cárteles No Existen’, libro que dinamita el discurso oficial sobre la criminalidad
¿De qué hablamos cuando hablamos del narco en México? ¿Qué significa que los cárteles ponen en jaque al Estado, que la guerra arrecia en Guerrero, Tamaulipas, Jalisco o Michoacán? ¿Qué es un sicario, una plaza, un halcón, qué es esta matazón que desangra al país desde hace años? Son palabras, expresiones, que aparecen en informes oficiales, en la prensa, las revistas, las novelas, las series de televisión… Y sin embargo, ¿qué significan? ¿Hacemos bien al usarlos, al decir ‘guerra del narco’, al asegurar que ‘El Chapo’, Los Zetas o Jalisco Nueva Generación ‘controlan una plaza’? Oswaldo Zavala (Ciudad Juárez, 1975) dice que no. Un rotundo no. ‘Los Cárteles No Existen’ (Malpaso, 2018), su último ensayo, cuestiona la narrativa oficial construida en torno a la violencia en el país. Porque no hay guerra entre cárteles, dice Zavala, porque la guerra entre cárteles es una explicación entendible, digerible, de las decenas de miles de muertos y desaparecidos que deja el conflicto, carnaza de tuit. Por eso dice supuesta: supuesta guerra, supuestos cárteles, supuestos líderes criminales. Supuesto todo: “Mi interés es mostrar que hay un discurso que construye un enemigo que está por todas partes y que es el principal actor de la violencia. Y luego comprender qué hay detrás de él, un sistema político que echa mano del lenguaje para avanzar en estrategias que de otro modo resultarían inaceptables”.
Y si lo cárteles no existen entonces, ¿qué existe?
“Los carteles no existen pero la violencia de estado sí. Tenemos que comprender que estos tiempos violentos tienen relación con la historia del sistema político. El sistema político es la mayor condición de posibilidad de violencia en el país. A partir de la historia del estado podemos comprender qué es eso que llamamos narcotráfico. La idea de cartel es una idea recibida, creada por el discurso securitario de Estados Unidos en los 80, para hablar de los traficantes colombianos. Y que en México se volvió útil a la par de otra narrativa, que permite muy rápidamente, muy simplemente, darnos una idea concisa sobre la violencia. Y que permite justificar estrategias estatales”.
“La verdadera colombianización no es ‘e Chapo’, o los narcos atacando a la sociedad civil, sino la respuesta del Estado”
Distingue tres fases en las relaciones entre los grupos delictivos y el Estado. Una primera, primitiva, que corresponde al México previo al poderoso despliegue de la Dirección Federal de Seguridad -el temible órgano contrainsurgente del estado priista-. La segunda que nace con la ‘Operación Cóndor’ en los 70 y la organización de los traficantes sinaloenses en Guadalajara y luego el desmantelamiento de la DFS y la pérdida de poder del PRI ¿Y ahora qué?
“Yo empezaría con la ‘Operación Cóndor’. En el 75 es la primera acción militarizada concertada entre EE UU y México para atacar el triángulo dorado -una región de cultivos de amapola y marihuana entre Sinaloa, Chihuahua y Durango-. 10,000 efectivos llegan al triángulo dorado, quemando, despoblando. Hay un éxodo masivo de campesinos a Culiacán, Sinaloa… Eso no se vuelve a repetir hasta el Gobierno de Felipe Calderón. Al menos con esa gravedad. A partir de ahí, el sistema político concibe una estrategia nacional de gestión del tráfico. Marginan a los traficantes del poder político y producen la Federación, disciplinada por la DFS y el Ejército. La segunda etapa inicia cuando se agota la amenaza comunista global y EE UU se queda sin enemigo securitario. Se cae la Unión Soviética y el presidente Reagan recodifica los objetivos securitarios para pensar ahora en el narcotráfico como la nueva agenda de seguridad nacional. Y se hace de un día para otro. Hasta entonces el narco era una cuestión policiaca (…) Aunque la agenda securitaria empieza en 1989 con CISEN -el servicio secreto, que sustituye a la DFS-, es con Felipe Calderón que se colombianiza México. Es decir, la verdadera colombianización no es ‘El Chapo’, o los narcos atacando a la sociedad civil, sino la respuesta del Estado”.
¿Cómo casan sus argumentos con situaciones como las vividas en Jalisco estos meses, la desaparición de los estudiantes de cine y su asesinato; el atentado contra el exfiscal en pleno centro de Guadalajara? Si los cárteles no existen, entonces, ¿qué es todo eso?
“Parte del problema es este. Queremos respuestas rápidas a lo que necesita trabajo periodístico. Estamos acostumbrados a recibir una explicación que nos tranquilice, que nos haga entender la lógica de la violencia. Y eso es parte de la manera en la que el discurso oficial se ha instalado en la esfera pública con tanto poder. Hay un tiroteo, la gente sale muerta e inmediatamente se significa para nosotros por medio de voceros oficiales: ‘Es que está el Cartel Jalisco, que además tumbó un helicóptero y hay un operativo para detenerlos’. Y entonces todos los periodistas anotan todo, fue el cartel y se acabó. En un país con un índice de impunidad extraordinario, me sorprende la facilidad con que aceptamos el relato oficial”.
“Estamos acostumbrados a recibir una explicación que nos tranquilice, que nos haga entender la lógica de la violencia”
Supongo entonces que ‘e Chapo’ y su historia le parecen la mayor de las ficciones…
“Totalmente, cuando lo detienen en Sinaloa en el departamento (en febrero de 2014), está solo con su mujer. Y un reportero de The New York Times, azorado, dice, ‘¡qué loco, no hay túneles, soldados, no está su ejército y lo capturan ahí como si nada, increíble!’… ¡No, posiblemente es su realidad! Lo increíble es que creas que tiene 300 soldados. ¿Quién los ha visto? Nadie”.
Sí. ‘El Chapo’ es el actor principal de esta comedia que usted llama guerra del narco, supongo que la fuga del túnel es su historia favorita -en julio de 2015, las autoridades informaron de la fuga de El Chapo de una cárcel de máxima seguridad a través de un túnel-.
“No solo es inverosímil, sino que presenta un reto periodístico. ¿Quién produjo ese túnel? A mí me fascinó que todo el mundo se esmeró en describir el túnel, cómo estaba ventilado, pero nadie cuestionó que si lo había hecho o no la gente de ‘El Chapo’. Sí, se dijo que le ayudó gente de la prisión, que él corrompió. Pero fue de él la idea y gracias a sobornos lo logró. Es decir, nunca nada fuera de la narrativa oficial. Se sigue creyendo que él es factor de origen de estos eventos. Y me parece increíble que se obvie que hay intereses políticos en su fuga”.
Entonces, ¿esta construcción teórica que usted denuncia sirve para tapar casos de corrupción? ¿O cuál es la intención? ¿Hay una, varias?
“Hay una enorme discontinuidad en cómo se utilizan esas narrativas del narco. A veces hay recursos naturales de por medio, a veces una disputas entre grupos de poder. Tomemos el caso de Chihuahua. Allí son grupos de poder poderosísimos aliados con empresarios que están dilapidando la sierra, hay enorme extractivismo en la sierra, cosa que reporteó Miroslava Breach (asesinada hace poco más de un año). Esto que llamamos narcopoder en realidad son estos grupos de rapiña que están en la tala de árboles, haciendo chingadera y media y que se alían con empresarios y políticos, priistas en el caso de Chihuahua, que en la transición -el PAN alcanzó la gubernatura poco antes del asesinato de Miroslavas- estaban siendo amenazados. ¿Qué mejor idea que desestabilizar de entrada el estado, crear una nueva guerra y desviar la atención?”.
La Unión Europea, políticos, medios y ciudadanos reivindican la paz en Verdún, Cancún extraña la ‘Paz Romana’ de Borge y González Canto
Una Europa unida conmemora este fin de semana uno de sus momentos más terribles, la Primera Guerra Mundial. Una catástrofe colectiva que costó 21 millones de muertos, cambió el mapa del continente y cuya pésima resolución, a través del Tratado de Versalles, se convirtió en el origen remoto de otro conflicto mucho peor. Las celebraciones del armisticio del 11 de noviembre de 1918 están sacando a la luz, entre las tumbas de los campos de Flandes y del Somme, en los cementerios infinitos en los que reposa toda una generación de jóvenes europeos, los mejores valores que ha sido capaz de construir este continente en las últimas décadas. Esta conmemoración ha demostrado la unión de sus políticos, pero sobre todo, de sus ciudadanos, en torno a los principios que siempre deberían estar en el horizonte de Europa. El logro más importante es el más obvio y, a la vez, el más relevante: la paz. Los antiguos campos de batalla son un recordatorio de su fragilidad y también de la persistencia de la guerra en la historia de Europa. No se debería olvidar que dos miembros de la UE, Eslovenia y Croacia, sufrieron un conflicto en los años noventa y que un país europeo, Ucrania, es todavía el escenario de combates en una parte de su territorio. Rememorar lo que ocurrió en lugares como Verdún -una de las batallas más largas y sangrientas del conflicto- debería servir para cimentar todavía más lo construido en Europa y para huir de cualquier discurso que llame a la división y al enfrentamiento.
Estas conmemoraciones están teniendo, además, una consecuencia muy paradójica, dado el papel central de Reino Unido en ellas. El presidente alemán tiene previsto viajar a Londres, mientras que Theresa May visitará varios monumentos funerarios en el continente. La primera ministra ha declarado que “los campos de la muerte de Francia y Bélgica están salpicados por los horrores de la guerra, pero muestran también la fuerza y la cercanía de nuestra relación actual y son un testimonio del viaje que nuestras naciones han realizado juntas”. Nada más cierto: tanto la miseria que desató el conflicto como la profunda unión del Reino Unido con el resto de Europa, imposible de romper sea cual sea la resolución final del Brexit. Las conmemoraciones de este fin de semana serán un recuerdo de los muertos, como las amapolas que los británicos lucen en las solapas cada noviembre. Pero representan sobre todo una mirada al futuro de Europa que pasa por la reivindicación de su unión por encima de su pasado de divisiones.
Los aires de solidaridad y paz que azotan a estas horas el Viejo Continente ojalá lleguen hasta nuestras calles de Cancún, Playa del Carmen, Chetumal… y otros Municipios de Quintana Roo y todos los rincones de México y América, al igual que el resto de continentes. Los periódicos y los nuevos medios comunicación, junto con los ciudadanos del mundo debemos luchar para que no tengamos nunca más otros Verdún. Es importante que nuestras autoridades municipales, estatales y federales, no jueguen a ser ‘Ciudadano Kane’ y nos sepamos los ciudadanos si creernos más las ‘fake news’, puestas de moda por el equipo de asesores de Donald Trump, y los ‘boletines’ que emiten nuestros Ayuntamientos y Gobierno de Quintana Roo. Los ciudadanos no somos idiotas. Todavía estamos pendientes de que nos aclaren Alicia Ricalde y Haydé Serrano sobre la avería técnica habida en ‘Barcos Caribe’, pues al final, se demostró que había sido colocada una bomba. ¿Quién la colocó? ¿Hubo más bombas en otros navíos de la compañía? ¿Se practicó alguna detención?, ¿El FBI participó en las investigaciones, al haber entre los pasajeros alguno de nacionalidad norteamericana?, ¿Se ha cerrado el caso?… Estas preguntas siguen sin respuesta meses. La opinión pública está a la espera. Esperamos y deseamos que el ‘silencio administrativo’ no sea el paradigma comunicacional de nuestras autoridades. No es importante entrar en debates bizantinos sobre la naturaleza del hecho. Lo que queremos, en primer lugar, es saber si se les atendió debidamente a las víctimas contra la población civil, y en segundo lugar dar con el autor o los autores del delito y aplicar la ley, para romper con la inercia de impunidad que invade Quintana Roo. Hay muchos vecinos que echan de menos la ‘Pax Romana’ vivida durante los mandatos de Roberto Borge Angulo y Félix González Canto.
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