
Signos
Cuando se polariza tanto el interés político, hasta los pasajes históricos y sus personajes más conocidos lo terminan pagando. Porque se les usa al modo más conveniente. Se les edita para que contribuyan mejor a la propaganda de cada flanco en disputa. Se les revive y se les recupera del mito vestidos para la ocasión. Y son de izquierda o de derecha desde el balcón del tiempo presente en que se les mire.
Izquierda o derecha, denominaciones vacías de contenido. Sirven para descalificar bandos o grupos de opinión desde la superficialidad de sensaciones o conveniencias personales que esos sectores asocian al destino de la nación: la derecha es enemiga del pueblo o la izquierda es ‘populismo’ que destruye las oportunidades económicas y democráticas del país. Y el pueblo, claro, es esa abstracción de cada cual donde todo él está del lado de los que piensan de un modo o de su contrario respecto de quienes controlan las decisiones del Estado. Es el pueblo el que llega al poder, según ambos bandos. Pero en un caso, son usurpadores, según los de izquierda y, en el otro, son traidores al pueblo que lo usan para montar, en su nombre, una dictadura.
Ni siquiera se trata de nociones ideológicas encontradas. No hay ideologías ni credos ni doctrinas ni convicciones ni dogmas ni causas históricas. Hay presunciones y posiciones desde perspectivas de defensa de las conveniencias de cada cual, en torno de liderazgos que, al cabo y a medida que la efervescencia confrontacionista crece como espectáculo de opinión pública, congregan apasionamientos y conflagraciones retóricas y demagogas que se radicalizan en la nadería crítica y en la gritería sin concepto y cada día más cercana al primitivismo de los dinosaurios.
No hay debate ni neutralidad relativa, sino afrentas tan letradas como los niveles de los atacantes agrupados de manera unidimensional: todos coinciden entre sí de un lado del mismo modo que en el otro. Y se apedrean y exhiben una verdad atroz: El máximo nivel intelectual descubre una generación caduca y panfletaria cuyo reemplazo empeora y ejemplifica el deterioro progresivo de la academia y de la formación escolar. Las ideas se desvanecen en la crispación de una guerra sucia de banalidades que no tienen intenciones de ilustrar y construir y se reducen a eso, a lombardas vacías contra el enemigo destinadas a convencer a la militancia propia: una fanaticada ya convencida de las mismas simplicidades interpretativas de la realidad, donde ‘el pueblo’ y ‘la oligarquía’ se baten a través de ellas en una orgía interminable y circular de satanizaciones, contraria a toda posibilidad de unidad crítica y civilizada para discernir el mejor destino de nación entre sus élites pensantes; posibilidad que se reduce a una mísera quimera.
Porque el sector de la defensa popular está plagado de tránsfugas del sector de la defensa de la oligarquía y hay una frontera moral muy porosa donde las causas reales y palabreras de unos y otros se confunden. Y en esos territorios abominables de la contienda se reconstruyen, en favor de los discursos de pacotilla de los intelectuales, algunos de los perfiles históricos más útiles al debate ‘ideológico’ de hoy día. Los peores se tornan en los mejores y los mejores en los peores. Porque no puede haber alternativas ni eclecticismos. El posicionamiento de los pensadores no puede dejar lugar a dudas pedagógicas. O eran tan puros y tan indispensables unos que han sido denostados por la historia oficial más conveniente, o tan malsanos y malolientes otros que, asimismo, han sido ponderados por la grandilocuencia de su valor y su heroico servicio a la nación.
Y así, los intelectuales de la ‘derecha’ redimen la figura de Porfirio Díaz como el constructor de la modernidad de México y apalean la de Pancho Villa como el ejemplo de la vileza machista, de la vulgaridad y de la violencia analfabeta que no hizo sino ensangrentar las buenas causas de la Revolución Mexicana (cuyos regímenes privatizadores más extremos de la era del neoliberalismo, por cierto, fueron la fuente abundante de riqueza de esos, también empresarios editoriales, que ahora limpian de sus miserias históricas a Díaz y colman de basura a Villa).
Porque en medio de la contienda ideológica a patadas e insultos que advierte de la degeneración educativa y cultural del país, no puede haber consideraciones objetivas, intermedias. No puede haber un Díaz indígena y defensor del liberalismo juarista heroico y anticolonialista, y otro, complementario, igualmente genial pero anciano y codicioso y conservador y enemigo de sus ideales juveniles, convertido en dictador proimperialista y represivo y también integrador visionario de una nación dispersa en cacicazgos ingobernables y al cabo deslindada en sus fronteras internacionales y comunicada durante su régimen por las conquistas tecnológicas del ferrocarril y el telégrafo. Y tampoco puede haber, porque hay que descontextualizar la historia para que sirva como arma de propaganda, un luchador agrarista semianalfabeto emergido de las injusticias del porfiriato, que fue fundamental, como genio militar, para derrocar a la tiranía y hacer triunfar un régimen revolucionario de Estado cuyos caudillos dirigentes y corruptos terminarían por emboscarlo y asesinarlo, y cuyos documentadores de la verdad oficialista intentarían desconocer sus ejemplares dotes de humanidad -dentro de los valores y los prejuicios de su tiempo- y sus causas y consignas en contra del analfabetismo generalizado y en favor de la educación como principio de la evolución de México, y que también serían traicionadas por el Estado moderno que, sin él, no habría optado por las conquistas sociales que, aunque como concesión obligada al agrarismo propiciatorio del movimiento armado, debió incluir en sus propósitos políticos y en sus postulados constitucionales.
Incivilidad política e intelectual irredimible. Propia de un país traicionado desde todos los flancos, donde todos ellos usan la Historia a conveniencia aprovechando la ignorancia perpetua de la que Villa muy bien dijo: si la Revolución no la desterraba, todos sus muertos habrían sido en vano. Y fueron millones. Y el país sigue iletrado y boicoteado por sus perniciosos bandos de izquierda y de derecha.
SM