Adán Augusto: ‘sin querer queriendo’

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Signos

“Si hubiese sospechado, inmediatamente lo separamos del cargo”, declara Adán Augusto López sobre Hernán Bermúdez, su Secretario de Seguridad y dirigente del crimen organizado cuando era Gobernador de Tabasco.

Y sí: exactamente como Calderón. Este otro inocente tampoco ‘ni se las olía’. Y cuando se las olió, el dinosaurio de la verdad escandalizaba en la cristalería de la opinión pública. Como Adán Augusto, su mayor jefe policiaco, Genaro García Luna -aunque en descargo suyo no eran tan su amigo como Bermúdez del exGobernador morenista, socios de andanzas desde la adolescencia-, cayó en manos de la Justicia.

Igual que Adán Augusto que nunca supo, como tampoco Andrés Manuel, que la Inteligencia militar sí sabía en lo que andaba Bermúdez cuando controlaba la Seguridad tabasqueña, si Calderón hubiera sabido en lo que andaban sus jefes policiales y sus agentes ministeriales acaso los habría separado de sus cargos con la misma decisión de Adán Augusto si lo de Bermúdez lo hubiese sospechado desde un principio.

Ni se olía que la DEA quiso llevarse a casi todos los jefes policiales y agentes ministeriales de la entonces SIEDO (la Subsecretaría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada), una treintena que trabajaban para el ‘narco’; primero para el cártel conjunto del Chapo, el Mayo y los Arellano Félix antes que los capos sinaloenses se dividieran; antes de que el jefe antidrogas de Calderón, José Luis Santiago Vasconcelos, quien luego se mató en un avionazo con el Secretario de Gobernación calderonista, Juan Camilo Mouriño, traicionara a los Arellano en favor del Chapo; tiempos en que todas las grandes bandas se escindían y multiplicaban al son en que la democracia pluralizaba políticamente al país, tras el 2000, luego de la alternancia panista de Vicente Fox en la Presidencia de la República, cuando el ‘narco’ se fragmentó en tantos frentes como la atomizada pertenencia partidista de gobernantes y grupos regionales de poder de todos los niveles del Estado mexicano a los cuales controlar o con los cuales asociarse, y cuando los agentes policiales y ministeriales quedaron más expuestos que nunca ante la DEA (porque el Gobierno panista de Calderón quiso salvarse de toda acusación de nexos con el crimen organizado poniendo en las calles a la tropa a combatirlo y abriendo de par en par las puertas a la intervención de Washington), en tanto la agencia antidrogas, más que con las Policías y los agentes de investigación de la Procuraduría, coludidos todos con el ‘narco’, como bien sabía y por lo que los tenía en la mira, trabajaba sólo con las Fuerzas Especiales y la Inteligencia de la Armada de México, cuyos elementos de élite se capacitaban con la Fuerzas Especiales y la Inteligencia de la Armada estadounidense. (Eran los tiempos de la bipolaridad: los militares y la DEA causaban estragos entre una criminalidad que las fuerzas civiles de la Seguridad defendían.) Y cuando la DEA quiso llevarse a Estados Unidos a los mayores delincuentes de la SIEDO, el jefe de todos ellos y entonces Procurador General de la República, el panista Eduardo Medina Mora, se inventó, para impedirlo (y para salvarse con ellos y a su jefe presidencial), la muy turbia y precipitada ‘Operación limpieza’, y los encarceló en el penal federal de Nayarit, sólo que con un expediente tan mal integrado que, su sustituto, Jesús Murillo Karam, ‘no tuvo más remedio’ que declararlos inocentes y liberarlos a todos, ya en la Presidencia del priista Enrique Peña Nieto, el mismo que, para colmo de todas las complicidades y desvergüenzas, hizo Ministro de la Corte nada menos que al tal Medina Mora, el jefe calderonista de toda esa criminalidad institucionalizada, y en cuya trayectoria ministerial (tras haber sido premiado como Embajador en Londres y en Washington) sólo había consignaciones como esa y la del llamado ‘Michoacanazo’, donde encarceló a una decena de opositores perredistas michoacanos enemigos del régimen federal, con presunciones tan falsas y tan absurdas que más tardaron en ser culpados que en salir libres.

¿Nada sabían Calderón y Peña que, más allá del aparato militar, el ‘narco’ controlaba la Seguridad de sus Gobiernos? ¿Ni Adán Augusto que también controlaba la del suyo? ¿No contaron con la astucia de los poderosos ‘malandros’?

Cómplices o pendejos, les dice el diputado morenista y exPresidente del PAN, Manuel Espino, que bien sabe lo que dice.

Y claro que se parte y que se resquebraja el morenismo. Y que la fervorosa consigna de la regeneración moral es la de la pregonera exhibición de la cloaca tabasqueña que no tiene manera de no apestar a los cuatro vientos y en todas las latitudes y las Entidades donde el crimen organizado hace negocios y donde no puede hacerlos sino con la venia de las autoridades. Porque, como ha quedado claro y como lo asegura a ciencia cierta nada menos que un exdirigente nacional panista y ahora diputado morenista, o los representantes de la autoridad son pendejos o son cómplices.

Y si el claudismo presidencial quiere salvarse de tales pendejismos y complicidades, o de la quiebra del morenismo, y quiere aprovecharlos en su favor, no tiene más remedio que dejar que Harfuch siga escalando en la persecución de criminales y ascienda los peldaños del poder político hasta donde tope.

No podría, la Presidenta, renunciar al bono obradorista, popular, político y electoral del Bienestar, claro está, ni a los beneficios de las filias masivas de ese tipo de guadalupanismo macuspánico negado a la creencia de toda maldad y de todo contagio criminal de Andrés Manuel. No podría, a menos que no quedara más remedio y no hubiera modo de salvar la inocencia de esa fuente fundamental de energía del claudismo contra la evidencia inequívoca o ministerial de contaminación dolosa de las cada vez más señaladas e identificadas malas compañías, ni se pueda escurrir el bulto ni evadirse con el argumento augustista del pendejo engañado que señala el morenista y excalderonista y expanista Espino, en la línea esa, tan propia del Chapulín Colorado, de “que si lo hubiese sospechado…” (aunque no fuese desde un principio) no me hubiera incriminado.

Claudia no tiene más remedio que emprender una purga integral en el obradorismo apartándose de la prédica y de los predicadores más estridentes de la regeneración moral. Tendría que alejarse de la peste de los traidores y los fariseos. Y cuidarse de los tantos simuladores que más habrían de invocar el manantial inmaculado del patriarca del pueblo bueno y de sus fieles creyentes y electores; de los que se asumirían como mártires y perseguidos y leales discípulos de su pastor, si no les quedara más remedio que rendir cuentas en los tribunales.

Tendría que advertir eso. Y ganar, cerca de Trump, la guerra por la seguridad.

Porque si se atreve a enfrentar a la delincuencia política, la guerra de Harfuch y su exitoso aparato de Seguridad civil y militar contra el crimen organizado librada hasta ahora, sería pírrica contra la que vendría. El poder de los grupos dominantes en los Estados y sus ‘Barredoras’ de todas las bandas armadas, ministeriales y judiciales podrían empezar a abrir fuego tras las primeras figuras importantes bajadas del poder y llevadas a los tribunales.

De decidirse, tendrían que cuidarse bien todos los flancos, empezando por el de la relación binacional, y siguiendo con el de la operación política en las filas del oficialismo y en los graderíos masivos e incondicionales del obradorismo, al tiempo en que se afina el discurso de la cero impunidad y la cero tolerancia a la corrupción política de la militancia y la ideología que diga profesarse, y se asegura el vigor probatorio de pesquisas y consignaciones penales.

Porque la guerra dentro del obradorismo ya está en curso. De la persecución formal o no de la Presidenta contra los delincuentes del obradorismo y del primer caso que estalle dependerá todo lo demás.

SM

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