Signos
En el 62, el Gobierno de México no defendió a la Revolución Cubana cuando todos los representantes de los Estados nacionales miembros de la Organización de Estados Americanos, salvo el mexicano, votaron por expulsar a Cuba de dicha institución multilateral americana.
México defendió el derecho de pertenencia igualitaria de todos los países miembros y el respeto a su autodeterminación.
México no sólo no defendió los intereses geoestratégicos de la entonces URSS en Cuba sino que condenó todos los intervencionismos extranjeros, como el que promovía la expulsión de Cuba en aquella reunión de la OEA.
El vecindario geográfico con la superpotencia global siempre ha condicionado las relaciones desde la posición de fuerza de ese, el más poderoso imperialismo de la humanidad, sobre lo que ha considerado como su más inmediata y natural colonia.
Y así como a México, también identificaba a Cuba -antes de que el castrismo incurriese en la ofensa de integrar a su país al bloque comunista cuya fuerza hacía el violento equilibrio planetario de la Guerra Fría- como un territorio a su merced.
Pero cuando se derrumbó la URSS y con ella la subsidiariedad con que el castrismo sostenía el reto antiyanqui, la política del embargo estadounidense se ensañó y cobró venganza contra la isla como con ningún otro de los enemigos de Washington en la historia.
Fidel tampoco quiso renunciar ni un ápice a su modelo de Estado y por el contrario reforzó la épica de su guerra -ahora más ardua y cuesta arriba- a costa del deterioro de la calidad de vida de su pueblo y de sus propias y reales conquistas revolucionarias.
En la historia de México, las relaciones con el imperialismo han estado definidas por la gradualidad entre la sumisión absoluta, la demagogia soberanista absoluta, y la diplomacia pragmática y realista del equilibrio de las posibilidades, donde la defensa de las causas similares ajenas del derecho internacional fortalezca asimismo las posiciones propias.
El multilateralismo ha sido el mejor recurso de esa defensa propia en las negociaciones bilaterales. Y ha sido la juarista, en medio de las mayores debilidades y los peores atentados invasores, la doctrina que ha legado acaso, en el mundo, la mayor enseñanza y el mejor y más sabio e ilustrado de los usos de la política exterior como defensa de los intereses propios.
La pedagogía juarista se fue perfeccionando en el curso de los tiempos y llegó a ser una escuela y una cultura internacionalistas de trascendencia tan universal, que aun en las peores y más reprobables gestiones mexicanas de Estado ha sido reconocida en el mundo entero.
(El presidente Luis Echeverría, por ejemplo, quiso escalar a la ONU montado en la defensa del Tercer Mundo y su sucesor hizo uno de los mayores aportes a la pacificación de El Salvador acordando con el presidente de Francia el reconocimiento internacional de un “Estado de Beligerancia” en esa nación centroamericana que permitió sentar por primera vez en la mesa de negociaciones a los dirigentes guerrilleros del FMLN, que más tarde harían un Gobierno legitimado en las urnas.
Porque, claro: han sobrado los que en el discurso de la defensa de los pueblos vulnerables han pretendido encubrir sus excesos contra el propio, aunque nadie alcanzara la dimensión de las barbaridades del presidente panista Vicente Fox, quien exhibiera en su persona una ‘diplomacia’ iletrada y silvestre que, sin embargo y a pesar de las vergüenzas que le causó a su personal de carrera, no dañó en mayor medida la estructura institucional y de principios del servicio exterior mexicano.
Y justo contra las tradiciones defendidas en Punta del Este cuando ocurrió la expulsión de Cuba de la OEA -cuando México defendía el derecho soberano de la isla en contra de las potencias que se la disputaban-, en la Cumbre Iberoamericana de Monterrey, Nuevo León, Fox dio una de las notas más grotescas y humillantes de la diplomacia mexicana echando de la peor manera del país al jefe del Estado cubano sólo para que el estadounidense que llegaba advirtiera el servilismo del que él, el jefe del Estado mexicano, era capaz.
Y lo ponía en el aparador mundial como la nueva modalidad de la democracia con que llegaba al poder la alternancia contra el autoritarismo legado por la Revolución Mexicana).
Hoy día Cuba padece una situación más vulnerable que la del 62.
Se debate entre la crisis terminal de su modelo revolucionario y la oportunidad de reformarlo, superarlo y trascenderlo hacia una nueva etapa.
Pero carga asimismo con el bloqueo de la venganza y las lecciones contra el viejo castrismo antiimperialista.
Porque el bloqueo es una rémora totalitaria e intervencionista, más allá o más acá de los procesos propios del modelo cubano de Estado.
¿Qué tan recomendables o no son los del modelo mexicano?
Pues acaso el mundo civilizado tendría que reprobar el bloqueo o el embargo o algún otro castigo que le impusiera a México cualquier potencia económica o militar, en nombre y en defensa del ‘mundo libre’ o de sus intereses geoestratégicos defendidos como los de la democracia de todos.
Y eso es lo que México, como en el 62 (del pasado siglo, o del antepasado, cuando resistía la ocupación de los franceses de Luis Bonaparte y negociaba con Lincoln para impedirlo y contener también el expansionismo que amenazaba al otro lado del Bravo), debe defender ahora, como propios, a partir de la defensa de Cuba contra el bloqueo imperial de entonces y que hoy día, más que entonces y que nunca, violenta los derechos humanos de las mayorías del pueblo de Cuba.
¿Viola el actual régimen cubano los derechos humanos en su país?
Pues habría que preguntarse si la violencia y la inseguridad que padece México debieran resarcirse del mismo modo: desde fuera y desde la imposición de correctivos democráticos y restricciones comerciales contra la tolerancia y la impunidad que han obrado los Gobiernos mexicanos en beneficio del narcoterror.
Cuba está en curso de reformas de su estructura de Estado. Y requeriría bastante menos que las traumáticas que padecieron las exrepúblicas soviéticas -y sobre todo Rusia- o China, que ahora se modernizan y compiten en el escenario global con los Estados Unidos, pero sin asumir en el mundo la potestad imperialista defensora del ‘mundo libre’ y la democracia universal.
Rusia requirió de un liderazgo forjado en los antiguos moldes del Estado comunista, como el de Vladimir Putin, y China -antes- otro similar, como el de Deng Xiaoping, ambos herederos de pesadas estructuras de poder dentro de las que reconocieron la obsolescencia que había que combatir y remontar, y la riqueza real y potencial que había que depurar, aprovechar y proyectar hacia el futuro con nuevas ópticas de conquista y evolución.
La Revolución Cubana padece también muchos estorbos y lastres burocráticos, ideológicos y costumbristas, pero también un legado caudaloso de valores espirituales, bienes intelectuales y recursos humanos para convertirse en un modelo superior de sociedad.
¿Puede ser el actual presidente Miguel Díaz-Canel, forjado en el proceso revolucionario, el conductor de la alternativa cubana?
Acaso sí, o no.
Lo cierto es que el bloqueo imperialista no puede ser la opción para la vía cubana hacia el porvenir, como los golpes de Estado promovidos desde la Casa Blanca y sus genocidios democratizadores y sus bombardeos en Vietnam y sus ocupaciones terroríficas contra el terrorismo islamista en Irak o en Afganistán no han sido agradecidos en los pueblos asaltados por ese liderazgo imperialista del ‘mundo libre’.
Y ahora la OEA, que no destinta como el ministerio de colonias de Washington cual se le ha conocido desde su nacimiento, da sobrados ejemplos cotidianos de su defensa de los derechos de los pueblos americanos en la misma línea tradicional de hace seis décadas.
Y el Estado mexicano debe dar el mismo ejemplo de defensa internacionalista contra la OEA y en favor de Cuba como entonces.
Y que la intolerancia, el sectarismo y el intervencionismo fascista de la oligarquía recalcitrante y de los analfabetos funcionales como Fox, sigan ladrando como los polkos de la prehistoria colonialista vencida por la causa universal de Juárez, Cárdenas y los juaristas.