El Bestiario
Siempre me he preguntado qué tragedia de las que traumatizaron a mis abuelos Eloy, Leandra, Juan Cruz y Tomasa, en Eibar, en Gipuzkoa, y en Garai, Durango, en Bizkaia, ambos, en el País Vasco, Euskadi, en el norte de España, en la actual Unión Europea, vería yo, décadas después, en el pleno siglo XXI. ¿Una guerra civil, una conflagración mundial, una gripe española como la de 1918? Nunca aposté por una gran epidemia. La medicina ha avanzado tanto que parecía inconcebible una plaga que volviera a matar a 50 millones de personas. No estamos ahí. Pero los virus son seres prodigiosos. En unos pocos días pueden modificar su código genético más que la especie humana en millones de años, como advierte la prestigiosa revista The New England Journal of Medicine. El biólogo ganador del Nobel Joshua Lederberg dejó claro los términos de esta contienda: “Es nuestro ingenio contra sus genes”. Una severa pandemia es un escenario posible. Sin embargo, el debate público gira más sobre cómo frenar la supuesta histeria colectiva que sobre los recorridos potenciales de la Covid-19 que barajan los expertos. Usamos expresiones incorrectas, “esto es como la gripe”, o casi inmorales, “solo mata a gente mayor o con patologías previas”. ¿Acaso son estos ciudadanos de segunda y, por tanto, prescindibles? Supongo que es una mezcla de impotencia y arrogancia: los intelectuales no pueden hacer mucho y su contribución consiste en criticar, desde un pedestal, a quienes expresan un miedo natural.
El coronavirus es un Cisne Negro. Es decir, un fenómeno raro y de consecuencias imprevistas, como la crisis financiera. En otros problemas, de cómo construir un puente a cómo enfrentar la gripe común, conocemos bien los riesgos porque tenemos muchos datos históricos. Con la Covid-19, los expertos van más a tientas. Y, si los datos técnicos les hacen dudar entre dos medidas —por ejemplo, permitir aglomeraciones ciudadanas en un determinado lugar o no; o mantener cuarentenas de más o menos días—, tiene sentido que elijan la más cautelosa. Porque un rasgo esencial de los cisnes negros es que son asimétricos: las pérdidas son mucho mayores que las ganancias. Recordemos la Gran Recesión. Y, en lo que llevamos de epidemia, hemos ignorado también otra característica clave de los cisnes negros: que la ausencia de evidencia no implica evidencia de ausencia. Por ejemplo, como no había pruebas de que se pudiera contagiar sin síntomas, dedujimos que era no contagioso sin síntomas. Confiemos más que nunca en los expertos precisamente porque trabajan, como nunca, en la incertidumbre.
La teoría del Cisne Negro es una metáfora que, en el ámbito económico, describe aquellos sucesos que ocurren por sorpresa, que ningún analista había previsto ni tenido en cuenta porque, a priori, eran improbables y que, para bien o, generalmente, para mal, terminan teniendo un gran impacto y repercusiones trascendentales. El creador de esta teoría es el economista Nassim Nicholas Taleb, que la bautizó así porque, hasta la llegada de los primeros exploradores a Australia en el siglo XVII, en Europa se pensaba que todos los cines eran blancos. El descubrimiento de este tipo de aves con plumas negras fue un hecho que se consideraba altamente improbable, pero que sucedió y que cambió la percepción que había hasta ese momento. De esta manera, Taleb trata de cuestionar los análisis económicos que se hacen para predecir el futuro mediante una extrapolación de lo que ha ocurrido en el pasado, predicciones que, tarde o temprano, se verán confrontadas por la aparición imprevista de un Cisne Negro.
Santiago J. Santamaría Gurtubay
Así, para que un acontecimiento pueda denominarse Cisne Negro tiene que tener las siguientes propiedades: Que sea inesperado. Se trata de un hecho a priori improbable, para el que no hay ninguna evidencia de que vaya a suceder y que, por tanto, es una sorpresa para los analistas y para el mercado. En el caso de que hubiera alguna probabilidad de que ocurriese, los agentes financieros se protegerían frente al mismo, con lo que no agarraría por sorpresa al mercado. Tienen un gran impacto. Son acontecimientos que afectan de forma importante a la economía o a la política mundial. Se caracterizan por tener predictibilidad retrospectiva. Es decir, una vez que han sucedido, y solo entonces, se dan evidencias de que dicho hecho se podía haber evitado y se crean teorías que explican por qué se llegó a producir. En este sentido, las consecuencias derivadas de uno de estos Cisnes Negros son uno de los riegos a los que se tiene que hacer frente cuando se opera en los mercados financieros. Por ello, aunque se trata de sucesos con baja probabilidad de que ocurran, sería un grave error ignorarlos. Y aunque es difícil protegerse de un Cisne Negro en su totalidad (porque no se pueden prever), es importante contar con una cartera diversificada y estructurada con distintas clases de activos para que puedan actuar como contrapesos en el caso de tener que responder a diferentes circunstancias económicas o financieras.
Y es que, aunque la historia parezca una concatenación de eventos inevitables, está llena de eventos Cisnes Negros, que han cambiado el rumbo de la misma. La Primera Guerra Mundial, el Crack de 1987, la caída de Lehman Brothers, el Brexit o la victoria de Donald Trump en las últimas elecciones en Estados Unidos, son ejemplos de este tipo de terremotos, que no se pudieron prever y que tuvieron importantes consecuencias. Es decir, Cisnes Negros, cuya presencia conforme el mundo se ha hecho más complejo y global es más común y a los que los inversores comienzan a acostumbrarse. China alerta de los Cisnes Negros que podrían perjudicar las reformas del país y la economía mundial. “Debemos mantener un alto grado de vigilancia. Debemos estar alerta sobre cualquier Cisne Negro y también tomar medidas para prevenir cualquier rinoceronte gris”, señaló a principios de este año Xi Jinping, el actual presidente chino y líder histórico equiparable a las figuras de Mao Zedong y Deng Xiaoping, en un discurso en la Escuela del Partido Comunista (PCCh) difundido por la agencia oficial Xinhua.
La victoria comunista provocó la huida de Chiang Kai-shek a Taiwán y convirtió a Mao en el líder de China hasta su muerte en 1976
Mao Zedong (Shaoshan, Hunan, 26 de diciembre de 1893-Pekín, 9 de septiembre de 1976) fue un político y dictador chino. Bajo su liderazgo, el Partido Comunista se hizo con el poder en la China continental en 1949, cuando se proclamó la nueva República Popular, tras la victoria en la Revolución china contra las fuerzas de la República de China. La victoria comunista provocó la huida de Chiang Kai-shek y sus seguidores del Kuomintang a Taiwán y convirtió a Mao en el líder máximo de China hasta su muerte en 1976. En el plano ideológico, Mao asumió los planteamientos del marxismo-leninismo pero con matices propios basados en las características de la sociedad china, muy diferente de la europea. En particular, el comunismo de Mao otorga un papel central a la clase campesina como motor de la revolución, planteamiento que difiere de la visión tradicional marxista-leninista de la Unión Soviética, que veía a los campesinos como una clase con escasa capacidad de movilización y adjudicaba a los trabajadores urbanos el papel central en la lucha de clases. La etapa de Gobierno de Mao estuvo caracterizada por intensas campañas de reafirmación ideológica, que provocarían grandes conmociones sociales y políticas en China, como el Gran Salto Adelante y especialmente la Revolución Cultural, momento en el que su poder alcanzó las cotas máximas al desarrollarse un intenso culto a la personalidad en torno a su figura. Aún hoy en día, el papel histórico de Mao está rodeado de una gran controversia. Años después de su muerte, en 1981, el Partido Comunista de China publicó un análisis oficial sobre la responsabilidad de Mao en los problemas sociales y económicos derivados de sus políticas, en el que se le achacaban errores graves, aun cuando se reconocía su papel como gran líder revolucionario y artífice de la subida al poder del Partido Comunista. Desde entonces, el PC de China ha mantenido esta valoración histórica de Mao como un gran líder, fuente de legitimidad del propio partido, que sin embargo habría errado gravemente, no lejana a la corrupción política. Eso hoy se paga con la pena de muerte.
Deng Xiaoping (Guang’an, Sichuan, 22 de agosto de 1904 – Pekín, 19 de febrero de 1997) fue un político chino, máximo líder de la República Popular China desde 1978 hasta los últimos años de su vida. Bajo su liderazgo, el país emprendió las reformas económicas de liberalización de la economía socialista que permitieron a este país alcanzar unas impresionantes cuotas de crecimiento económico. Frente a estos éxitos en la economía, Deng ejerció un poder de marcado carácter autoritario, y su papel fue decisivo en la represión violenta de las protestas de la Plaza de Tiananmén en 1989, que consistieron en una serie de manifestaciones lideradas por estudiantes que creían que el Gobierno era demasiado represivo y corrupto. Densg Xiaoping declaró la ley marcial y envió los tanques y la infantería del ejército. Las estimaciones de las muertes civiles varían: 400-800 (CIA), 2,600 (según fuentes no identificadas de la Cruz Roja China). El número de heridos se estima entre 100,000 y un millón. En uno de los últimos días de estas protestas fue tomada la foto ganadora del World Press Photo de 1990, del reportero gráfico estadounidense Charlie Cole, en la cual se muestra a un joven opositor enfrentándose a una columna de tanques, apodado el hombre del tanque.
China “seguirá inquebrantable en el camino del socialismo, nadie está en posición de dictarnos lo que se debe hacer”, advirtió Xi Jinping
Desde sus años de estudio en Francia y en la Unión Soviética, Deng Xiaoping se convertiría en uno de los dirigentes más importantes del Partido Comunista durante la época de Mao Zedong. Sin embargo, su cercanía ideológica al entonces presidente de la República Popular Liu Shaoqi, lo convirtió en uno de los blancos de la Revolución Cultural, campaña de reafirmación ideológica impulsada por Mao, presidente del partido, para mantener el poder frente a los reformistas como Deng y Liu, quienes fueron acusados de derechistas y contrarrevolucionarios. Apartado de la cúpula del poder durante esos años de conmoción ideológica, Deng acabaría volviendo a un primer plano de la actividad política tras la muerte de Mao, imponiéndose finalmente al sucesor de este, Hua Guofeng, en la lucha por el poder. A diferencia de su antecesor, sus apariciones públicas fueron escasas. Durante los últimos años de su vida, Deng no ocupaba ya ningún cargo político y, aquejado de la enfermedad de Parkinson, apenas podía seguir los asuntos de estado. Con todo, se le siguió considerando el líder supremo de China hasta su muerte, acaecida el 19 de febrero de 1997.
Un cisne negro se refiere a un suceso imprevisto que normalmente tiene consecuencias extremas, mientras que un rinoceronte gris es una amenaza obvia pero ignorada. El actual líder, Xi Jinping, ha pedido a los altos funcionarios del PCCh que “fortalezcan su capacidad” para “prevenir y desactivar” dichos riesgos a fin de “garantizar un desarrollo económico sostenible y saludable”, así como la estabilidad social. Xi ha instado al PCCh a “reconocer plenamente” la “intensidad y la gravedad” de peligros potenciales como la “falta de unidad, la incompetencia, el distanciamiento de la gente, la inacción y la corrupción”. “Hay acontecimientos impredecibles y un entorno externo complicado y sensible. Nuestra tarea es mantener la estabilidad a medida que continuamos con nuestras reformas”, ha subrayado el presidente quien advirtió que China “seguirá inquebrantable en el camino del socialismo con características chinas”. “Nadie está en posición de dictar al pueblo chino lo que debe hacer”, advirtió Xi Jinping en un discurso fuertemente marcado por las crecientes presiones para que el país acelere sus reformas y mejore el acceso a las empresas extranjeras en medio de las negociaciones comerciales con Estados Unidos, del Cisne Negro, Donald Trump, recientemente destituído.
Deng Xiaoping viajaba hacia Pekín con una comitiva de automóviles europeos Mercedes, una vaca dormía plácidamente en la carretera
Recuerdo una anécdota protagonizada por Deng Xiaoping, el artífice de la consigna ‘Un país, dos sistemas’. Se acepta que dentro de ese Estado chino unificado coexistan sistemas económicos y políticos diferentes en determinadas zonas, inclusive manteniendo el capitalismo en ciertas regiones del país en paralelo con el sistema socialista. Utópica ‘cohabitación’, hoy hecha realidad. Deng Xiaoping viajaba hacia Pekín con una comitiva de automóviles europeos Mercedes, con sus ministros de Interior y Fuerzas Armadas. Una vaca dormía plácidamente en la carretera. Los coches se vieron obligados a pararse. El camarada líder de Interior, mediante u altavoz, conminó a la vaca a desalojar. Esta levantó la cabeza mirando al ministro. No le hizo ni caso y siguió con su siesta. Otro tanto le ocurrió al jefe de las milicias armadas. La vaca no se movió ni un ápice. Deng Xiaoping, ante las negociaciones fallidas de sus ministros -ambos fueron purgados, meses después- salió de su Mercedes blindado y se acercó valiente y diligentemente hasta la vaca. Le descargó un minidiscurso. De repente, ante el asombro de los compañeros periodistas, la vaca se levantó y echo a correr, hacia los campos, sin atreverse a mirar para Deng Xiaoping. “¿Qué le ha comentado camarada? Le preguntaron los periodistas. “Sencillamente le dio un minuto para que nos dejara pasar. No le amenacé con otro Tiananmén. Le dije que si no salía de la autopista le iba a nombrar secretario general del Partido Comunista Chino en nuestra capital…”. Un genial cuento chino en tiempos de alarmas y emergencias.
Cisnes Negros vuelan por toda la tierra, no solo en Australia. En la ciudad china de Wuhan, los murciélagos aletean libremente al salir de noche de sus cuevas, al igual que otros animales silvestres, y domésticos como perros y gatos. La veda les aleja de una ‘gastronómica’ ejecución, al menos por ahora. El coronavirus avanza imparable y no solo en Estados Unidos de Donald Trump o España de Pedro Sánchez, en México, ya se recomienda suspender actividades de concentración. El Gobierno mexicano, presidido por Andrés Manuel López Obrador, pedía a las entidades públicas y privadas que anularan servicios no esenciales como “seminarios, clases, foros”. La situación en nuestro país respecto al coronavirus, Covid-19, dio un giro drástico en apenas veinticuatro horas. De la calma que se pedía se pasó a reconocer que la fase segunda de la epidemia era inminente y que había señales que ya recomiendan actuar de otra manera. La Teoría del Cisne Negro o Teoría de los Sucesos del Cisne Negro es una metáfora que describe un suceso sorpresivo (para el observador), de gran impacto y que, una vez pasado el hecho, se racionaliza por retrospección (haciendo que parezca predecible o explicable, y dando impresión de que se esperaba que ocurriera). El Covid-19, otro Cisne Negro del siglo XXI, ‘vuela’ sobre Cancún, Playa del Carmen, Chetumal y el Volcán de los Murciélagos de Calakmul, en el Quintana Roo del Gobernador Carlos Joaquín. También, ‘planea’ la solidaridad en el Caribe Mexicano, un buen antídoto.
Siempre he querido comenzar un artículo hablando de ornitorrincos. La película Dogma, del director Kevin Smith, fue duramente criticada cuando se estrenó en los cines en el año 1999 por, supuestamente, ofender gravemente a los católicos. Cuando proyectaron la película en el Festival de Cannes, Miramax, la productora de la película, se vio obligada a contratar un equipo de guardaespaldas y miembros de seguridad tras recibir más de trescientas mil cartas de odio y hasta tres amenazas de muerte: Una de ellas decía: Publicidad. Judíos, más os vale invertir el dinero que nos estáis robando en chalecos antibalas porque vamos a ir a por vosotros con escopetas. Lo que no deja de ser paradójico es que el propio Kevin Smith sea católico. Y Jesús de Nazaret, judío. Ante semejante tesitura, Kevin Smith se vio obligado a introducir en Dogma un disclaimer al inicio de la película en el que se avisaba a los espectadores de que no se tomaran su comedia demasiado en serio: “Por favor. Antes de herir a alguien por esta nimiedad de película, recuerden: incluso Dios tiene sentido del humor. No hay más que ver a los ornitorrincos”.
Canguros, wombats, equindnas, dingos, koalas u ornitorrincos… parecen experimentos de un doctor Moreau exiliado en las antípodas
Nos disculpamos ante todos los entusiastas de los ornitorrincos ofendidos por este comentario gratuito. Nosotros tenemos en gran estima a tan noble animal y nunca fue nuestra intención despreciar a esta estúpida criatura. Siempre me ha fascinado el hecho de que en Australia existan animales tan raros, extraños y únicos. Canguros, wombats, equindnas, dingos, koalas u ornitorrincos. Con nombres de rimbombante sonoridad y aspecto inverosímil, parecen los experimentos de un doctor Moreau exiliado en las antípodas. Uno ve a un ornitorrinco y, como Kevin Smith, no puede evitar pensar que es un boceto que salió mal a Dios y que decidió apartar de su vista. Y que me perdone el colectivo ‘Amigos del Ornitorrinco’. Un día tomando un café, me fijé en una de esas curiosidades o ‘píldoras de conocimiento’ con las que las empresas empaquetedoras de sobrecitos de azúcar intentan amenizar tu café. Resulta que el nombre de ‘cangur’ tiene su origen en una divertida confusión: un colono británico se acercó a un aborigen y le preguntó por el nombre de esa extraña y majestuosa criatura marsupial que se movía ante ellos mediante acrobáticos brincos. El aborigen le contestó: ‘Kang-a-roo’, que en el dialecto del aborigen significaba: ‘No te entiendo’. Y aquel animal se quedó con kangaroo. Me parece una historia tan fabulosa que nunca me he preocupado en contrastar su veracidad. Prefiero aferrarme a aquel sobrecito de azúcar como si fuera la Enciclopedia Británica. Pero de todos los animales extraños que pululan por Australia, mi favorito siempre fue, es y será el cisne negro.
Antiguamente se creía que solo existían cisnes blancos. De hecho, la expresión “Antes verás un cisne negro que [introducir aquí cualquier fenómeno altamente improbable]” era una frase recurrente en la Edad Media para expresar algo muy raro. Una especie de precursora del famoso “Antes veréis un cerdo volando sobre el Bernabeú que a mí dimitiendo” con el que nos deleitó hace años el por entonces entrenador del Real Madrid John Benjamin Toshack (frase, por cierto, que a los pocos días le costaría el puesto). Nunca se había visto un ejemplar de cisne negro, luego se podía deducir que no existían. Era un animal mitológico. Como el cerdo volador del Bernabéu. Hasta que en el siglo XVII, concretamente en 1697, un capitán de barco holandés llamado Willem Hesselsz de Vlamingh avista el primer ejemplar de cisne negro. ¿Dónde? Sí, en Australia. Oh. Un bicho raro en Australia. Qué sorpresa. La aparición del cisne negro en el ahora conocido como río Swan, en Australia, causó verdadera impresión en la época. Cuando uno da por sentado que el sol va a salir al día siguiente y luego no lo hace, todo lo que cree saber con certeza se tambalea. De ahí que más tarde el filósofo Hume escribiera: “Ningún número de observaciones de cisnes blancos nos permite inferir que todos los cisnes son blancos, pero la observación de un único cisne negro basta para refutar dicha conclusión”.
‘El cisne negro: El impacto de lo altamente improbable’, en el que desarrollaba su ya célebre teoría el libanés Nassin Nicholas Taleb
Nassim Nicholas Taleb (NNT) es un ensayista de origen libanés. Tras abandonar su Líbano natal al estallar la guerra civil, estudió matemáticas en Francia y se especializó en finanzas en Estados Unidos. Al salir de la universidad, estuvo trabajando varios años como trader bursátil, acumulando una gran riqueza operando con derivados. En 2007, ya retirado del mundo financiero, publicó un libro llamado ‘El cisne negro: El impacto de lo altamente improbable, en el que desarrollaba su ya célebre teoría del cisne negro. Su libro se convirtió rápidamente en un best seller. Desde entonces Taleb es uno de esos autores que cuando dice algo, los demás escuchan. Harry Potter, Google, el 11S, YouTube, el atentado que desencadenó la I Guerra Mundial o la crisis subprime, tienen todos algo en común. Todos son, según la teoría de Taleb, cisnes negros. Hechos fortuitos que han ido marcando el rumbo de nuestra existencia. ¿Y qué es un cisne negro? Según Taleb, todo cisne negro tiene las siguientes tres características: Es un suceso raro o altamente improbable; Su impacto es tremendo; Pese a su condición de rareza, la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho o lo que yo he denominado el fenómeno “Cómo-no-se-me-ocurrió-a-mí-Facebook-antes).
La teoría del cisne negro parte de la idea de Hume: el hecho de que hayamos observado muchos cisnes blancos no debería hacernos descartar la existencia de un cisne negro. Y es la repentina irrupción de alguno de estos cisnes negros lo que realmente hace de palanca en el mundo. Porque aquello que conocemos no puede afectarnos. Lo que desconocemos, sí. Y en gran medida. ¿Cómo luchar contra lo que no conocemos? ¿Cómo predecir el éxito de lo que aún no sabemos? ¿Cómo saber que se cierne sobre nosotros un atentado como el 11S? ¿Cómo estar preparado para la irrupción de Google? ¿Pero quién está detrás de esta teoría del cisne negro? ¿Quién es realmente Nassim Nicholas Taleb?
Los periodistas temen a Nassim Nicholas Taleb por sus enfurecidos ataques por algún perfil suyo que considera inexacto o inapropiado
NNT es un tipo curioso. Tras preguntar por él a cuarenta y siete personas distintas que han estudiado en profundidad su obra, todos me han respondido invariablemente lo mismo: Es un genio; Es un cretino; Ambas. NNT es conflictivo, irreverente, políticamente incorrecto y muy vehemente en su forma de expresarse. Es un tipo temido en los debates de televisión (o, por lo menos, en los que aún se atreven a contar con él en su plató) pues no tiene el menor problema en despedazar y ridiculizar a cualquier oponente delante de millones de telespectadores si considera que su exposición es impropia de un debate de cierta enjundia intelectual. Muchos le califican como un ser arrogante que tiende a menospreciar a todos los que no piensan como él. Los periodistas le temen por sus enfurecidos ataques cuando lee publicado algún perfil suyo que considera inexacto o inapropiado. De hecho, Malcom Gladwell, ensayista y sociólogo canadiense, autor de libros célebres como ‘The Tipping Point o Outliers’, y colaborador estrella del New Yorker, escribió un perfil sobre NNT que molestó profundamente a Taleb por no considerarlo fiel a la realidad. También ha tenido roces con Steve Pinker, uno de los pensadores mejor considerados en la actualidad, al que no dudó en calificar de falaz, charlatán y pseudocientífico por su incorrecto uso de los modelos estadísticos en sus publicaciones (el rigor en la aplicación de los modelos matemáticos y estadísticos es uno de los caballos de batalla del autor del cisne negro). Taleb siempre va sin corbata, lleva perilla y puede levantar el peso de un búfalo en press de banca. Él mismo se vanagloria de ser un “intelectual con pinta de guardaespaldas”.
Hay dos ejemplos ilustrativos que pueden arrojar algo de luz sobre la difusa personalidad de NNT: En una ocasión le rompieron la nariz (apostaría que por algún comentario impertinente) y preguntó al doctor que le estaba aplicando una bolsa de hielo si realmente tenía “alguna evidencia estadística demostrable de los beneficios de aplicar una bolsa de hielo en una nariz rota”; Cuando publicó su libro, unos jóvenes bodegueros, impresionados con la obra, le hicieron llegar unas cajas de un vino que bautizaron como Black Swan en su honor. En todas sus ponencias y posteriores ediciones del libro, NNT no tenía reparo alguno en calificar este vino como “imbebible”. NNT es esa clase de persona. A Taleb le gustan muy pocas cosas: el vino, estudiar lo improbable y Ron Paul. Y odia muchas otras. Odia las reuniones, el Financial Times, los modelos financieros y la burocracia. Odia a los economistas, a los editores de libros, a los banqueros de Wall Street, a los periodistas, a los académicos, a escuelas de negocio como Harvard, a Bush, a Obama, a Bernanke, a todos y cada uno de los miembros de la Reserva Federal, a Goldman Sachs y, sobre todo y por encima de todo lo demás, odia las corbatas.
Me cae bien porque dice que no sabemos nada y nuestro objetivo más ambicioso al final del día es evitar ser unos imbéciles
Realmente las odia. Cuando era joven y trabajaba como trader, por las mañanas acostumbraba a dar como propina un billete de cien dólares al taxista que le hubiera acercado. No por caridad, sino por su obsesión por estudiar la reacción que produce en las personas el impacto de lo improbable. Improbable como ser un taxista hindú y recibir cien dólares como propina de buena mañana de manos de un jovenzuelo airado y algo impertinente. No ocultaré, sin embargo, que Taleb me cae bien. Por alguna razón misteriosa siempre he sentido mucho más simpatía por las personas que se esfuerzan en caer mal que por aquellos que lo hacen en caer bien. Pero hay algo más detrás. No son sus formas por lo que me cae bien o mal. Desde mi punto de vista, eso no deja de ser una pose. Admito que, de vez en cuando, veo algún vídeo suyo en YouTube y me descoyunto de risa en mi silla viendo sus impertinencias o sus reacciones iracundas por cualquier nimiedad. Pero hay algo más. Me cae bien porque, tras esa fachada de enfant terrible que busca epatar a la burguesía intelectual y a los yuppies de Wall Street, como un niño que se baja los pantalones delante del colegio, yacen ciertas ideas muy potentes que transmite de forma cruda, sin paños calientes y sin aplicarle ese almibarado barniz de falsa intelectualidad. Me cae bien porque dice algo tan sencillo y obvio como que, realmente, no sabemos nada. Que hay muchas más cosas que desconocemos de las que conocemos. Y que realmente nuestro objetivo más ambicioso al final del día es evitar ser unos imbéciles.
Es un Sócrates contemporáneo. Como escribía Salvador Paniker de Camilo José Cela: “Lo que se trae entre manos es, entre otras cosas, la desolada convicción de que nadie sabe lo que se trae entre manos, y de que, ante tamaña incertidumbre, toda cautela es poca: solo cabe que cada cual se ponga a hacer lo que se sepa, si sabe”. No tiene reparos en proclamar que el rey está desnudo y en señalar que, si somos tan listos, ¿cómo es posible, entonces, que haya una diferencia de casi seis mil años entre la invención de la rueda y la de la maleta con ruedas? No. Yo tampoco tengo una respuesta.
Me encantan y me horrorizan los cisnes negros al mismo tiempo. Creo firmemente que no conocemos todo. O, mejor aún, que no sabemos nada, y que la vida no se rige por un guion preestablecido. Admiro a esa hormiga que se sale de la fila y toma decisiones que marcan el rumbo del mundo. Me gustan las ideas disruptivas, los avances y las revoluciones-revelaciones. No creo en gurús ni en falsos profetas que aseguran saber qué va a ocurrir en los próximos siglos, años, días u horas. Me interesan mucho más los escépticos que los crédulos. Y, a la vez, me da pavor la impredecibilidad de lo que no conocemos. Me inquieta pensar que algo, en cualquier momento, va a golpearnos con fuerza y que desconocemos tanto su magnitud como su efecto. Me incomoda no pisar sobre suelo firme. Me mata la incertidumbre. Me entristece ver cómo los periódicos languidecen por no haber sido capaces de adaptarse al impacto de internet. Adoro y, al mismo tiempo, temo, como a un dios desconocido, no saber qué es lo que nos está esperando a la vuelta de la esquina. Nadie podía predecir, ni siquiera Kevin Smith, Miramax o los Amigos del Ornitorrinco, que la película Dogma iba a levantar semejante polvareda y ser objeto de una virulenta campaña incluyendo amenazas de muerte. Máxime cuando realmente aún nadie había visto la película. Y esto es algo tan fascinante como inquietante. Empezar un artículo hablando de ornitorrincos está bien. Pero acabarlo con cisnes negros está mejor.
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