El titiritero detrás del trono

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La cosa pública

Por José Hugo Trejo Figueroa

Suele decirse que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Pero en la política mexicana, sobre todo en sus expresiones más burdas, detrás de ciertos gobernantes no hay ideales, ni convicciones, ni figuras inspiradoras… sino operadores de la simulación. En el municipio de Tulum, detrás de la imagen de “buen gobernante” que intenta proyectar el presidente municipal Diego Castañón Trejo, no hay una mujer ni un equipo institucional sólido, sino un hábil tejedor de figuras públicas, un conocedor profundo de la naturaleza humana, de sus miedos, ambiciones y debilidades ante el poder y el dinero.

Ese personaje —invisible para la mayoría, pero influyente en cada decisión importante— es quien verdaderamente mueve los hilos del poder municipal. Sin él, Castañón no estaría donde está, ni habría logrado sostener una narrativa que choca todos los días con la realidad: un Tulum inseguro, desordenado, infiltrado por el crimen, colapsado urbanísticamente y gobernado, más que por instituciones, por intereses ocultos.

Este constructor de imagen, este titiritero político, no necesita reflectores: opera desde las sombras, con absoluto pragmatismo. Entiende cómo fabricar lealtades, cómo utilizar la estructura mediática local para imponer una percepción y cómo administrar cuotas de poder para sostener equilibrios frágiles. Su talento no está en la gestión pública, sino en la manipulación de la política como espectáculo.

La figura de Diego Castañón se ha beneficiado de esa maquinaria. Su discurso, su ascenso, su aparente control del municipio, no responden tanto a liderazgo propio, como a una estrategia bien trazada por quienes saben que el poder no necesita lucirse, sólo ejercer influencia con eficiencia.

Pero el problema con estas construcciones políticas es que, tarde o temprano, la realidad termina por filtrarse. El crimen no se esconde, las extorsiones no se maquillan, el desorden urbano no se disfraza. Tulum se les sale de las manos, mientras se concentran en sostener una imagen que ya no alcanza para contener la crítica ni el descontento.

La pregunta no es ya quién gobierna formalmente Tulum, sino quién decide en realidad, quién reparte las cuotas, quién se beneficia del caos. Porque detrás del discurso de “progreso y seguridad”, lo que se oculta es un aparato que opera con frialdad y sin escrúpulos, más interesado en conservar el poder que en transformar el municipio.

La ciudadanía merece saberlo. Y también merece gobernantes reales, no productos de mercadotecnia con vocación de escaparate y obediencia ciega a quien les dictó el guion.

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