La diplomacia, la civilidad y la educación, de mal en peor

Signos

Por Salvador Montenegro

El Presidente hizo saber que su carrera académica no le da para escribir no sólo con formas de estadista, sino con una narrativa correcta y que apruebe el lector promedio, si no en sus ideas -que en eso ‘cada cabeza es un mundo’-, sí en la forma de sus contenidos; es decir: lo mismo destinatarios más o menos letrados del mensaje, lo mismo las élites que los sectores populares, y lo mismo en el país que en el mundo entero, puesto que se trata del mayor representante y líder de una nación.

Por eso los textos de Estado requieren escrituras particulares, tan legibles y de comprensión general en sus formas, como definitorias de sus tesis y planteamientos que, cuanto más enfáticos y radicales, más respetuosos y moderados deben ser en su elaboración, por cuanto se requiere, sobre todo, dejar bien identificada la sobriedad y el valor ético del remitente, y la virtud consecuente de su pronunciamiento.

El Parlamento Europeo, claro está, en sus acusaciones contra la dirigencia del Estado mexicano acusándolo de represor y culpable del asesinato de periodistas incurre en toda suerte de despropósitos y de injuriosos vandalismos verbales y políticos, y en vulgaridades contrarias a la mínima lógica de la decencia y la dignidad diplomáticas, y más propios de una facción de gamberros internacionales nostálgicos de sus fueros de superioridad colonialista. En efecto.

La posición beligerante de Europa contra Putin, por ejemplo; sus calificaciones del dirigente ruso como el terrorista más sádico y genocida de la historia, y su contrastante servilismo a las órdenes de Washington -que a su vez vende su alma al diablo para que otro tirano, Maduro, al que califican como tal, se asocie de nueva cuenta con Estados Unidos y le venda petróleo mientras sanciona a Putin, amigo, a su vez, de Maduro-, no pueden sino evidenciar la andrajosa calidad de sus ejemplos morales y democráticos.

Pero la respuesta mexicana contra las acusaciones europeas, de puño y letra del jefe de Estado, por razonables que pudieran ser en sus verdades, refieren pobreza intelectual y degradación internacionalista, cuando la política exterior de México, con todo y sus debilidades y crisis -más que nada de los tiempos de Fox-, ha sido tan reconocida e influyente desde los tiempos mismos de Juárez, hace siglo y medio.

Es cierto: a los europeos había que ajustarles las cuentas de sus majaderías injerencistas y provocadoras, y ahora más que nunca, cuando hay tambores de guerra. Pero había que decirles sus verdades no como cualquier hijo de vecino endiablado -que los líderes deben saber domesticar sus emociones y encauzarlas con criterios de utilidad cuando la justicia les asiste-, sino como el representante de un Estado nacional con una de las mejores y más influyentes y sólidas tradiciones de defensa del derecho internacional.

No se le ha hecho justicia a la diplomacia juarista. (No ahora, es cierto, aunque la postura mexicana frente a la crisis ucraniana ha sido ejemplar.) Y se ha puesto en el aparador que la cultura y la civilidad del país, empezando por el Presidente, van de mal en peor.

SM



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