El Bestiario
Hay un ensayo que me encanta y sobre el que ya he escrito alguna vez: ‘En el poder y en la enfermedad’ (2010), del neurólogo británico David Owen, más conocido como político, porque fue dos veces ministro, de Sanidad y de Exteriores, con los laboristas. Su libro, documentadísimo y deliciosamente escrito, trata de la enfermedad en los políticos. De cómo la ocultan, sobre todo. Y entre otras cosas dice que, según un estudio, el 29% de todos los presidentes de Estados Unidos sufrieron dolencias psíquicas mientras ejercían el cargo, y que el 49% presentaron rasgos que indicaban trastorno mental en algún momento de sus vidas. Unas cifras aterradoras por lo elevadas, sobre todo si tenemos en cuenta que, según la OMS (Organización Mundial de la Salud), la prevalencia de la población general estaría en torno al 22%. Leí el libro de Owen cuando fue publicado en España, hace casi 10 años, tras hacer referencia del mismo la escritora Rosa Montero en una columna periodística, pero al releerlo ahora sus palabras me han parecido espeluznantemente actuales. Sí, claro, sé que me entienden: estoy hablando del inaudito Donald Trump. Aunque, bien mirado, creo que el trastorno psíquico es una realidad demasiado seria y no justificaría lo que este señor es. Yo diría más bien que debe de tener una de esas personalidades que no son consideradas enfermedad mental en los tribunales, un carácter psicopático, narcisista y ególatra.
Santiago J. Santamaría Gurtubay
El Congreso del Estado de Quintana Roo es el órgano depositario del Poder Legislativo. Está integrado por un total de 25 diputados. Están representados los grupos: Morena (9); PAN (4); PVEM (3); PT (3); PRI (2); PRD (2); MC (1) y MAS (1). Son 15 electos por mayoría relativa en cada uno de los 15 distritos electorales uninominales en los que se divide el Estado, y 10 son electos por el principio de representación proporcional mediante un sistema de listas registradas por los partidos políticos. Nuestra Cámara se originó con la creación del Estado el 8 de octubre de 1974, siendo el primer Congreso electo el 10 de noviembre de 1974 con carácter de constituyente y entrando en funciones el día 25 del mismo año, posteriormente fue electa la I Legislatura; actualmente se encuentra en ejercicio la XVI Legislatura. Las últimas elecciones se celebraron el pasado 2 de junio del 2019 y las próximas, el 5 de junio del 2022. ‘Empujones entre diputados del PRI y PT en Quintana Roo’ es el titular que leíamos hace varios meses en el periódico nacional La Jornada. La crónica política era de Patricia Vázquez. En otros medios, tanto impresos como onlines, en sus portadas se hacía referencia directamente a golpes y patadas… “Diputados de Quintana Roo se pelearon a golpes por diferencias en cuanto a un punto de acuerdo que pretendían someter al pleno. Los legisladores del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Carlos Hernández Blanco, y del Partido del Trabajo (PT), Hernán Villatoro Barrios, intercambiaron patadas cuando participaban en su segunda semana de actividades. El priísta Hernández Blanco dijo que el problema se suscitó por la distribución de las comisiones entre diputados y fracciones legislativas sin la suficiente representatividad. Detalló que el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) tenía la presidencia de cuatro o cinco comisiones sin ser el instituto político mayoritario en la Legislatura, haciendo alianza con el PT para controlar el Congreso. El legislador explicó que durante la sesión hizo una propuesta para redistribuir las comisiones, en donde cada uno de los 25 diputados presidiera una de las 25 comisiones y contará con tres vocalías. A pesar de que la propuesta fue respaldada por 16 legisladores, el presidente de la Junta de Coordinación Política, Gustavo Miranda García, rechazó la propuesta y se negó a integrarla a la orden del día para someterla a votación, con el argumento que él manda en el Congreso, e intentó continuar con la primera de dos sesiones que estaban programadas para el 17 de septiembre de 2019. El diputado por Movimiento Ciudadano, José Luis Toledo, subió a tribuna para exigir a Gustavo Miranda que incluyera la propuesta del PRI para someterla a votación. De inmediato también subió el petista Hernán Villatoro para exigir al primero que bajara del estrado, porque no le pertenecía el lugar, a lo cual se sumó el priísta Carlos Hernández exigiendo la inclusión del punto de acuerdo. En ese momento, Villatoro Barrios le tiró una patada a Hernández Blanco, quien respondió de la misma manera. Entre gritos, varios diputados subieron a la tribuna para separar a los legisladores. El percance provocó que fuera dictado un receso. Ante el escándalo, el gobernador Carlos Joaquín canceló una visita al Congreso, donde el diputado federal Luis Alegre presentaría la Constitución Política del Estado de Quintana Roo traducida a la lengua maya. Los diputados estuvieron en espera de reiniciar la sesión para votar la propuesta de redistribución de las comisiones.
La política se está comportando con una irracionalidad mucho más difícil de calibrar que cualquier depresión atmosférica”, describe Manuel Vicent en su columna de El País, ‘Siete machos’, al referirse a las broncas protagonizadas por los líderes políticos en España incapaces de ponerse de acuerdo para elegir nuevo presidente. Los ciudadanos han sido convocados de nuevo a las urnas… El bipartidismo entre el PSOE (socialdemócratas) y el PP (liberales) ha presidido la política española en su Transición Democrática tras la dictadura de Francisco Franco. Hace unos años atrás aparecieron en escena dos nuevas formaciones, Podemos (extrema izquierda) y Ciudadanos (centristas), ilusionando al personal por un previsible innovador escenario político transversal. Al final del bipartidismo pasamos al ‘bibloquismo’: PSOE más Podemos (izquierda) y PP más Ciudadanos (derecha). El socarrón Josep Pla, escritor y periodista español en lenguas catalana y castellana, le decía a un joven anarquista: “La naturaleza está llena de catástrofes, de incendios, inundaciones, terremotos y encima de tantos cataclismos, ¿quiere usted además hacer la revolución?”. Ahora mismo el ciudadano de este país está sumido en una doble confusión. Si mira a la naturaleza ve sus fuerzas desatadas en nuestro Mediterráneo con una depresión atmosférica, que ha reventado todos los cauces de ríos, torrentes y barrancos hasta dejar bajo las aguas campos, pueblos y ciudades, a nuestros Atlánticos y Pacíficos, con mil y u huracanes como el Dorian, que arraso Las Bahamas… Si mira a la política ve la misma convulsión en unos líderes enredados en sus propias pasiones, que han dejado el futuro en un callejón sin salida. Se trata de una tormenta perfecta, de una doble catástrofe superpuesta.
La previsión meteorológica nos advirtió con todo rigor científico cómo se iba a comportar la borrasca, dónde y cuándo caería una determinada cantidad de lluvia y las precauciones que había que tomar. Por su parte, las operaciones de salvamento estaban preparadas para actuar en situaciones de emergencia. Ya se sabe que la naturaleza cada cierto tiempo acude a la notaría y reclama el territorio de su propiedad, que le ha sido usurpado. Este capricho es lo único imprevisible. En cambio, la política se está comportando con una irracionalidad mucho más difícil de calibrar que cualquier depresión atmosférica, puesto que sus líderes actúan como venados en celo que se debaten y se enredan con las cuernas para ver cuál de ellos será el dominante. Pese a todo, dentro de un tiempo las aguas desbordadas volverán a su cauce, los daños serán reparados y la tragedia al final será olvidada hasta que la naturaleza vuelva a la notaría a reclamar sus derechos. En cambio, no es previsible ni evaluable el daño que nuestros siete machos de la política están causando a este país –no solo a España, sino a México, y a nuestro Quintana Roo de Cancún, Solidaridad, Chetumal…- y la humillación a la que someten a sus ciudadanos.
Durante la visita de Andrés Manuel López Obrador a Playa del Carmen, a finales de junio de 2019, trascendió que el presidente le pidió al gobernador Carlos Joaquín González y a la alcaldesa Laura Beristain que trabajen juntos para que no haya problemas. “Trabajemos juntos, que haya cordialidad, que no haya problemas entre nosotros”, habría dicho AMLO en un momento en que coincidió con Carlos Joaquín y la alcaldesa de Solidaridad Laura Beristain junto con la senadora Marybel Villegas, según adelantó Noticaribe. En los últimos meses, Laura Beristain, alcaldesa por Morena, se confrontó con el gobernador por el tema del ‘Mando Único’. No aceptaba aplicar esta fórmula en Solidaridad. Finalmente Carlos Joaquín impuso por decreto ante los crecientes índices de homicidios en Playa del Carmen y Riviera Maya. Marybel Villegas también se ha enfrentado con el Gobierno de Quintana Roo por temas como Aguakán. El presidente López Obrador hizo un amplio reconocimiento al gobernador Carlos Joaquín por no involucrarse en los recientes comicios en los que se eligió a los diputados que integran el Congreso de Quintana Roo y pidió que trabajaran todos juntos…
Marybel Villegas Canché no oyó o no entendió bien el mensaje del presidente de México. En septiembre de 2019 titula La Jornada: “Irrumpe Marybel Villegas en el Congreso con grupo de personas”. La senadora gritaba: “Abran todo, es la casa del pueblo”. Previo al inicio de la sesión de instalación de la XVI Legislatura, la senadora Villegas llegó con unas 30 personas a la sede del Congreso. “Es la casa del pueblo”, vociferaba la política de la transversalidad quintanarroense del siglo XXI, como si estuviera en Eibar, la primera ciudad española donde se proclamaba la República en 1934, cuando triunfó el Frente Popular, de socialistas y comunistas, cuyas sedes eran denominadas ‘Casas del Pueblo’. Rodeada de varias personas empujaba las puertas de acceso al Congreso y a la sala del pleno en donde el acceso era controlado. Marybel presidía ‘un grupo de asalto’, donde estaba también el secretario del Ayuntamiento de Othón P. Blanco, Luis Gamero…
Si Julio César podía perder la cabeza con el poder, imaginen lo que la hybris puede hacer con un tipo como Donald Trump
En su formidable libro, Owen desarrolla una teoría propia sobre la borrachera de poder en la que caen demasiados políticos. El bautiza esta enfermedad con el nombre griego de hybris. Esquilo decía que los dioses envidiaban el éxito de los humanos y que, para vengarse, enviaban la maldición de la hybris a quien estuviera en lo más alto, volviéndole loco. La hybris, pues, es un estado de soberbia tan absoluto que te deja sordo y ciego, haciéndote perder todo sentido de la realidad. A los poderosos les es sumamente fácil caer en esta dolencia: lo sabían bien los romanos, que por eso tenían al esclavo que iba susurrando el famoso “recuerda que eres mortal” al oído de los generales victoriosos. Ahora bien: si incluso Julio César podía perder la cabeza con el poder, imaginen lo que la hybris puede hacer con un tipo exhibicionista y mercurial como Trump. Aunque no hace falta imaginarlo: lo estamos viendo. Ya saben que, por cuestiones de impresión, este artículo se escribe unos días antes de su publicación. Tal como están las cosas, no descarto que el señor Trump haya lanzado al mundo otras dos o tres peligrosas bravuconadas. Está muy subido, muy crecido, hybrido total, que diría el sabio Owen. Porque además no creo que haya nadie en su entorno que aventure una crítica. Vamos, para mí Donald Trump tiene toda la pinta de mandar a la horca a quien le contradiga. Y esto es lo que los psicólogos llaman “pensamiento de grupo” (también viene en el libro), un fenómeno habitual en los poderosos, y que consiste en la creación de un pequeño grupo cerrado que se jalea a sí mismo apasionadamente, demoniza las opiniones ajenas y niega cualquier dato objetivo que contradiga sus creencias. Como es evidente, unir la hybris y el calentón del pensamiento de grupo trae consecuencias catastróficas.
Sí, Trump está muy crecido. Tiene la desfachatez de querer comprar Groenlandia, porque el deshielo del calentamiento climático ha hecho que su riqueza en tierras raras sea más fácilmente explotable (junto con su epígono Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, parece dispuesto a expoliar la Tierra, a saquearla), y cuando los daneses le dicen que no está en venta, anula su viaje presidencial a ese país con alucinante pataleta, un gesto zafio y feroz semejante al empellón que el matón de la escuela da a un niño en el patio. Acto seguido, ordena a los empresarios norteamericanos que se vayan de China, cosa que me ha dejado turulata: pero ¿no era Donald Trump el adalid del liberalismo? ¿No se oponía con todas sus fuerzas a que el poder público y los políticos se inmiscuyeran en la sacrosanta libertad de mercado? La hybris parece estar haciendo tales estragos en él que incluso actúa como un tirano contra sus propias ideas. Yo diría que tiene grandes planes megalomaniacos y una cabeza demasiado pequeña para albergarlos. Me temo que esto sólo puede empeorar.
No me fiaría ni un pelo si estuviera nuestra actriz y exdiputada priista, Carmen Salinas, presionada para decidir bombardear un país
Yo ya sabía que los artistas mostraban una tendencia mayor al desequilibrio psíquico, pero ignoraba que compartieran esa peculiaridad con los políticos, lo cual a decir verdad resulta harto inquietante, porque yo no me fiaría ni un pelo si estuviera nuestra actriz y exdiputada priista, Carmen Salinas, sometida a la tremenda presión de tener que decidir bombardear un país, pongamos por caso. Aunque los datos sólo hacen referencia a los presidentes norteamericanos, es de suponer que se pueden extrapolar a los demás países, o eso se deduce de la lectura del libro de Owen, que estudia la influencia de las enfermedades físicas y psíquicas en las decisiones de los dirigentes mundiales del siglo XX, aplicables a nuestros ‘Héroes sin gloria’, del siglo XXI, utilizando el título de uno de los films de Quentin Tarantino de mi preferencia. El director estadounidense vuelve a lo grande a las salas de Cinepolis en Cancún con ‘Once Upon a Time in… Hollywood’ (2019). Una historia de crimen y misterio. La historia, tiene lugar en Los Angeles de 1969, en el mejor momento de la contracultura hippie. Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), y su doble de acción Cliff Booth (Brad Pitt), luchan por triunfar en un Hollywood que ya no reconocen, a la vez que los asesinatos de Charles Manson (Damon Herriman) y su secta se llevan a cabo, y donde Rick tiene una vecina muy famosa… Sharon Tate (Margot Robbie).
David Owen también es autor de una decena de libros y hay que reconocer que escribe bien, con esa elegancia a la vez ligera y rigurosa de los intelectuales ingleses. Esta obra, ‘En el poder y en la enfermedad’, es un fascinante viaje por el cuerpo, por esa cosa tan íntima que es la salud, un asunto sin duda privado que, sin embargo, cuando atañe a los dirigentes de un país, puede acabar teniendo graves consecuencias públicas. Esa es la primera cuestión que intenta dilucidar el autor: hasta qué punto determinadas dolencias pudieron inhabilitar al político en momentos graves. El texto, documentadísimo, nos muestra las profundas depresiones de Abraham Lincoln o de Charles De Gaulle (ambos con ideas suicidas), el probable trastorno bipolar de Theodore Roosevelt, de Lyndon Johnson y de Winston Churchill, la hipomanía (un bipolar más leve) de Nikita Jruschov, el alcoholismo de Richard Nixon y de Borís Yeltsin…
Por no hablar de los diversos cánceres y otras enfermedades terribles que muchas veces los dirigentes sobrellevaron en primera línea de visibilidad y actividad sin que nadie sospechara nada. Porque, a juzgar por este libro, los políticos mienten como bellacos para ocultar sus enfermedades. Incluso aquellos que han prometido públicamente una total transparencia sobre su salud, como François Mitterrand, se entregan con la mayor desfachatez a la ocultación y disimulo: de hecho, nada más acceder a la jefatura del Estado en 1981, a Mitterrand le descubrieron un cáncer de próstata avanzado, y toda su carrera como presidente, hasta su muerte en 1996, la hizo enfermo y mintiendo. El sah de Persia también ocultó su cáncer durante años, y el presidente norteamericano Franklin Roosevelt, que tuvo polio a los 39 años y quedó paralítico, intentó ocultar su minusvalía e incluso ideó un método para ponerse de pie y dar unos pocos pasos para hacer creer que podía caminar. De las 35,000 fotografías que se conservan en el archivo de Roosevelt, sólo dos lo muestran en su silla de ruedas.
El disparate de la invasión de Bahía Cochinos tuvo mucho que ver con el terrible estado de salud del presidente John Fitzgerald Kennedy
Pero el caso más alucinante es el de John Kennedy, que, bajo su aspecto estudiadamente deportivo y saludable, estaba tan hecho polvo que parece increíble que pudiera seguir vivo. Kennedy tenía la enfermedad de Addison, que es una insuficiencia crónica de ciertas hormonas esenciales. Eso provocó que le atiborraran durante toda su vida de cortisona, un fármaco que le hinchó el rostro y le deshizo huesos y cartílagos con una osteoporosis galopante. Tenía las vértebras aplastadas y sujetas con placas y tornillos, sufría inflamación crónica de intestino, colon irritable, dolores constantes de cabeza y de estómago, infecciones respiratorias y del tracto urinario, malaria y unos padecimientos de espalda tan fuertes que hubo épocas en las que le inyectaban procaína en los nervios tres y cuatro veces al día, un tratamiento dolorosísimo pero que proporcionaba un pasajero alivio. Tomaba tantas medicaciones que a veces iba zombi, y de hecho Owen considera que el disparate de la invasión de Bahía Cochinos tuvo mucho que ver con el terrible estado de salud del presidente. Para peor, durante cierto tiempo estuvo enganchado a las anfetaminas, porque otra de las revelaciones que aporta este libro es la de la falta de honestidad profesional de buena parte de los médicos personales de los políticos, que se prestan a engañar a la ciudadanía y a drogar irresponsablemente a sus pacientes con la mayor alegría.
Además Owen desarrolla una teoría propia sobre la borrachera de poder que padecen algunos dirigentes y bautiza esa dolencia como hybris, siguiendo la voz griega. Según Esquilo, los dioses envidiaban el éxito de los humanos y mandaban la maldición de la hybris a quien estaba en la cumbre, volviéndolo loco. La hybris es desmesura, soberbia absoluta, pérdida del sentido de la realidad. Unida a un fenómeno bien estudiado por los psicólogos y denominado “pensamiento de grupo” (según el cual un pequeño grupo se cierra sobre sí mismo, jalea enfervorecidamente las opiniones propias, demoniza cualquier opinión ajena y desdeña todo dato objetivo que contradiga sus prejuicios), las consecuencias pueden ser catastróficas. Owen ofrece varios ejemplos de hybris, aunque el más logrado es el retrato de la chifladura a dúo de Blair y Bush con la guerra de Irak. Pero por debajo de todo esto, de las álgidas peripecias políticas, de las manipulaciones, las mentiras y los secretos, lo que emerge de la lectura de este libro es un fresco asombroso de la titánica lucha del ser humano contra el dolor y la enfermedad, contra este cuerpo nuestro que nos humilla y nos mata. Es un recuento de batallas inevitablemente perdidas, pero, aun así, de alguna manera alentadoras. Porque a Mitterrand le dieron tres años de vida y aguantó quince en plena actividad; porque a Kennedy le dijeron en 1947 que moriría antes de un año y tuvo que matarle un asesino en 1962… El ser humano es capaz de las más increíbles gestas de superación.
La pareja de gemelos del pelo blanco calabaza, Donald y Boris, han puesto la democracia angloestadounidense en “mentes desordenadas”
Por qué estamos tan insatisfechos ante un mundo que, con todas sus imperfecciones y desigualdades, multiplica las posibilidades de progreso y bienestar? Nos atenaza una difusa sensación de desasosiego, miedo incluso, ante los acontecimientos que nos sobrepasan. Es paralizante. También en este estío del 2019 en lo que se refiere al desorden del orden internacional, desquiciado, fuera de sus ejes clásicos. Como todos los veranos: los sueños y expectativas que nosotros mismos desatamos al comienzo del periodo vacacional, por excesivas, una año más no se han colmado. Las acciones de la pareja de gemelos del pelo blanco calabaza, Donald y Boris, han puesto de manifiesto que la democracia angloestadounidense está en manos de “mentes desordenadas” (Ian Hughes, físico y psicólogo irlandés). Ambos han perdido el oremus. Johnson, el charlatán y excéntrico británico, que en su demente itinerario radical populista se cree Churchill, ha desatado el monstruo del Brexit a las bravas, que amenaza con colapsar al Reino Unido, dañar gravemente a la democracia parlamentaria británica, y provocar una fuerte vía de agua a la Unión Europea. Epítome de las decadentes élites políticas británicas, educadas a la sombra de Eton y Oxford.
Por su parte, su mentor Trump, se ha empeñado en ganar rápido y gratis una guerra comercial y tecnológica con China, bajo la falacia de que los aranceles que impone los pagan solo los chinos. De momento su cruzada para implosionar las relaciones comerciales globales, que sin embargo no está del todo falta de razón en lo se refiere a China, ya ralentiza el crecimiento mundial. 2019, el verano de la imprevisibilidad o cuando los adultos enloquecieron. Si es que queda algún adulto al frente de Estados Unidos: en la Casa Blanca, ya no. Los pocos que hubo fueron despedidos sin contemplaciones por el presidente que desoyó cualquier consejo profesional de los que sabían. Y Trump camina solitario sin saber que no sabe. Gobernando vía impetuosos tuits. Símbolo digital de una época desdichada para la democracia americana. Se busca alguien detrás del escenario occidental, un grupo de personas sensatas que evite que la economía mundial encalle de nuevo y sepa apagar la estéril polarización política y rebatir las recetas mágicas de los populismos. Mientras tanto, no olvidemos la historia no tan lejana. Aun hoy nos preguntamos cómo en 1933 fue posible que un demagogo criminal pudo ser elegido democráticamente canciller del Reich alemán, y como el culto pueblo alemán siguió a Hitler ciegamente en la locura nazi.
Cabe preguntarse también como una mayoría de la ciudadanía británica se prestó al engaño del Brexit, camelada por una inepta dirigencia política. Y no menor asombro causa la elección del presidente Trump y la probabilidad de que pueda repetir mandato. Detrás del telón, la enorme fragilidad de la democracia que si no resuelve los problemas de los ciudadanos, si no es eficaz, no lo está siendo, pierde el sustento popular. No sabemos todavía cómo acabará la farsa del Brexit pero la lápida quizás rece: Reino Unido. Descansa en paz, Gran Bretaña dio paso a la Pequeña Bretaña.
Como reza el famoso proverbio griego antiguo, “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco, con la hybris”
En síntesis, hybris es un castigo lanzado por los dioses. Prometeo trae el fuego a los hombres, transgrediendo los límites impuestos por los dioses a los seres humanos. La hybris es un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’. No hace referencia a un impulso irracional y desequilibrado, sino a un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres mortales y terrenales. En la Antigua Grecia aludía a un desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno unido a la falta de control sobre los propios impulsos, siendo un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas, consideradas enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado, y más concretamente por Ate (la furia o el orgullo). Como reza el famoso proverbio antiguo, “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco.
La religión griega ignoraba el concepto de pecado tal como lo concibe el cristianismo, lo que no es óbice para que en esta civilización la hybris pareciera la principal falta. Se relaciona con el concepto de moira, que en griego significa ‘destino’, ‘parte’, ‘lote’ y ‘porción’ simultáneamente. El destino es el lote, la parte de felicidad o desgracia, de fortuna o infortunio, de vida o muerte, que corresponde a cada uno en función de su posición social y de su relación con los dioses y los hombres. Ahora bien, la persona que comete hybris es culpable de querer más que la parte que le fue asignada en la división del destino. La desmesura designa el hecho de desear más que la justa medida que el destino asigna. El castigo a la hybris es la némesis, el castigo de los dioses que tiene como efecto devolver al individuo dentro de los límites que cruzó
Heródoto de Halicarnaso fue un historiador y geógrafo griego que vivió entre el 484 y el 425 antes de Cristo. Tradicionalmente considerado como el padre de la Historia en el mundo occidental, fue el primero en componer un relato razonado y estructurado de las acciones humanas. Hace referencia en varias ocasiones al hybris: “Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía. La concepción de la hybris como falta determina la moral griega como una moral de la mesura, la moderación y la sobriedad, obedeciendo al proverbio pan metron, que significa literalmente ‘la medida en todas las cosas’, o mejor aún ‘nunca demasiado’ o ‘siempre bastante’. El hombre debe seguir siendo consciente de su lugar en el universo, es decir, a la vez de su posición social en una sociedad jerarquizada y de su mortalidad ante los inmortales dioses…”.
La hybris es un tema común en la mitología, las tragedias griegas y el pensamiento presocrático, cuyas historias incluían a menudo a protagonistas que sufrían de hybris y terminaban por ello siendo castigados por los dioses. Personajes mitológicos griegos y romanos castigados por sus hybris: Agamenón, Aquiles, Edipo, Héctor, Ícaro, Narciso, Orestes, Pandora, Prometeo, Sísifo… En la Biblia también aparece el tema del castigo por arrogancia: Adán y Eva fueron tentados a ser como Dios y por ello expulsados del Jardín del Edén. La Torre de Babel fue erigida para llegar al cielo, pero Dios la destruyó.
El historiador británico Arnold J. Toynbee utiliza el concepto de hybris para explicar una posible causa del colapso de las civilizaciones
Las consecuencias negativas modernas de las acciones provocadas por la hybris parecen estar asociadas a una falta de conocimiento, interés y estudio de la historia, combinada con un exceso de confianza y una carencia de humildad. El historiador británico Arnold J. Toynbee (1889-1975), en su voluminoso ‘Estudio de la Historia’ (1933-1961), utiliza el concepto de hybris para explicar una posible causa del colapso de las civilizaciones, como variante activa de la némesis de la creatividad. Cáncer, depresiones, alcoholismo, deficiencias cardiacas y sobre todo delirios de grandeza o hybris han afectado a grandes líderes mundiales. ¿Para bien o para mal? Ambas cosas. El político y ex ministro británico David Owen ausculta la enfermedad instalada en el poder.
Quién sabe si la tensión vivida en la crisis de los misiles cubanos por John Fitzgerald Kennedy hubiese sido menor si este no la afrontara atiborrado de calmantes. Puede que el devenir de Francia en las últimas décadas habría resultado distinto si Mitterrand no hubiese ocultado su cáncer de próstata, o la irritabilidad de Hitler menor si no se pusiera fino de cocaína al final de la guerra. ¿Y del presente? ¿Estaríamos todos involucrados a nivel global en Irak o Afganistán si George Bush o Tony Blair no sufrieran claros síntomas de hybris o desmesura, un mal psicológico muy común en los dirigentes?
Son cuestiones para las que un político como David Owen tiene varias respuestas. Dilemas y diagnósticos que esparce en su libro ‘En el poder y en la enfermedad’. A la de diputado, líder del Partido Socialdemócrata y ministro de varios gabinetes británicos, Owen une su vocación médica. Ambas ciencias, la de la política y la de la medicina, le han hecho ofrecer servicios extras en política. Como fijarse si Leonid Bréznev mostraba síntomas de cáncer de garganta al reunirse con él. Pero también le han proporcionado los suficientes elementos de análisis como para ofrecer una más que curiosa y original perspectiva en su visión del poder: “Si los estadounidenses hubieran sabido que Kennedy sufría la enfermedad de Addison, habría ganado Nixon”, “Los problemas cardiacos de Tony Blair influyeron notablemente en su decisión de abandonar el poder”…
“Me impulsa una misión de Dios”, un lenguaje de Bush que no ha empleado ningún otro comandante en jefe en la historia de América
Owen se limita a los últimos 100 años de historia y realiza revelaciones sustanciosas en su ensayo. Desde la polio de Franklin Delano Roosevelt y el alcoholismo de Winston Churchill, hasta las depresiones de Charles De Gaulle, la paranoia de José Stalin y el párkinson de Adolf Hitler o las recientes borracheras de poder -léase hybris- de George Bush y Tony Blair. La enfermedad es al tiempo un acicate y un freno entre los dirigentes. Tanto la dolencia en sí -física o psicológica- como las reacciones que generalmente produce. La primera de ellas es la ocultación, y eso tiene sus consecuencias. Los casos de Kennedy o Mitterrand son paradigmáticos. Pero sorprende mucho más, por novedoso, el de Blair. Según Owen, el ex primer ministro británico no forzó su salida por cuestiones meramente políticas. Sus problemas cardiacos influyeron mucho en la decisión: “Ahora no está obligado a dar cuenta de ello, ya que se ha retirado de sus responsabilidades. Pero mientras estuvo en ejercicio, como primer ministro elegido, debió hacerlo”, asegura Owen.
El análisis y las conclusiones del político británico con el dirigente laborista sobre su posición ante la guerra de Irak son demoledoras. De las casi cien páginas que dedica al asunto, no realiza ni una sola mención a José María Aznar, presidente de España, otro de los miembros de la alianza, a quien, a juzgar por el número de menciones, no atribuye ningún calado político. Tampoco cree que Aznar padeciera el mismo síndrome de hybris que los dos políticos anglosajones. No podría determinar si lo sufrió o no. Pero el hecho de que renunciara a ser reelegido parece indicar que no fue así”, asegura Owen. Uno de los problemas que genera la hybris es creerse señalado por el destino e imprescindible en la historia. Cuando a eso se une un fuerte sentimiento religioso, como en Tony Blair y en George W.Bush, se puede acentuar. “Blair todavía da muestras de padecer el mal aunque haya dejado el cargo. Su frenética búsqueda de un papel internacional lo denota. Quiere erigirse en negociador principal para el conflicto de Oriente Próximo cuando esa responsabilidad la sustentan más los estadounidenses”.
En el caso de Bush, su fanatismo iluminado ha resultado preocupante. Owen cuenta una anécdota en el libro que lo demuestra: “En cierta ocasión le dijo a un ministro de Exteriores palestino: ‘Me impulsa una misión de Dios. Él me dijo: George, ve a atrapar a esos terroristas en Afganistán. Y lo hice. Luego me dijo: ve a acabar con la tiranía en Irak. Y lo hice…”. Para Geoffrey Perret, biógrafo de varios presidentes norteamericanos, “es un lenguaje que no ha empleado ningún otro comandante en jefe en la historia de América”. No fue el ejemplo de Roosevelt -que también padeció hybris, aunque la atenuaba con sentido del humor- o Kennedy. Ni siquiera Richard Nixon o Ronald Reagan, por citar dos republicanos con ansias también guerreras. Al primero también le afectó la hybris, esa enfermedad que Bertrand Russell definía como “la intoxicación de poder”, pero casi más la depresión. Y el segundo pudo verse tocado por las primeras nubes del alzhéimer en los últimos años de su mandato, según Owen. Su actitud y sus declaraciones en el caso ‘Irán Contra’ dan pistas acerca de ello. Bertrand Russell, filósofo, matemático, lógico y escritor británico ganó en 1950 del Premio Nobel de Literatura. Ha sido conocido por su influencia en la filosofía analítica, sus trabajos matemáticos y su activismo social.
“La ONU pudo haber aprobado un plan para enviar 6.000 soldados que impidieran el genocidio en Ruanda, Miterrand no presionó
Kennedy es un caso paradigmático por su rareza. Irrumpió en la escena internacional como un joven decidido y vigoroso. A los 43 años estaba lleno de lo que los kennedianos llamaban vigah: una mezcla explosiva de vitalidad, encanto y sentido del humor. Enfrente, los líderes mundiales, desde Nikita Jruschov en la URSS, con 66 años, hasta el papa Juan XXIII, con 79; De Gaulle, con 70, o el alemán Conrad Adenauer, con 84, le sacaban unas décadas. Pero, según Owen, “todos gozaban de mejor salud que él”. Es más. Si los americanos hubieran sabido que Kennedy padecía la enfermedad de Addison cuando concurrió, probablemente habría ganado Nixon. Pero ocultó la insuficiencia que afecta de manera total o parcial a las glándulas suprarrenales. Y con ello, el hecho de que dependía de una terapia sustitutiva de hormonas. Aparte de una espiral de afición gratuita a los calmantes para sus dolores de espalda. Pequeños detalles que exigían tratamientos y medicación. Fue algo que pudo influir en su, según Owen, “inepta gestión del asunto Bahía de Cochinos”.
Aun así, cuanto más se sabe de los problemas de salud de Kennedy, más se admira su fortaleza física, sostiene el autor. Los datos van apareciendo poco a poco. Abriéndose camino entre la maraña de secretismo que esparcieron él y otros tantos. Un asunto sobre el que Owen se extiende en el libro. Porque la deliberada ocultación de problemas de salud ha determinado el curso de muchas carreras políticas. ¿Habría seguido siendo Mitterrand presidente de Francia si no se hubiera empeñado en ocultar su cáncer de próstata? ¿Habría adoptado mejores decisiones en torno al conflicto de los Balcanes si el tratamiento no le hubiera afectado? Queda como incógnita si hubiera presionado con más fuerza para hacer cumplir el plan de Atenas, rechazado por los serbobosnios en Pale. También Ruanda pudo pagar esas consecuencias, según Owen. De haber actuado con más determinación, “la ONU pudo haber aprobado un plan para enviar 6.000 soldados que impidieran el genocidio. Una postura más comprometida”.
La cocaína que consumía Adolf Hitler le condujo a mayor irritabilidad y decisiones compulsivas, su derrumbe es de sobra conocido
La Europa de la II Guerra Mundial también padeció las enfermedades de sus líderes y sus tiranos. Churchill fue el caso menos conocido. La cordura aliada frente al nazismo siempre ha hecho a sus líderes inmunes a ninguna sombra de mal. Pero lo cierto es que el primer ministro británico sufrió varias amenazas a su salud. Poco después de convencer al presidente Franklin D. Roosevelt de que entrara en guerra, padeció un leve ataque al corazón. Fue precisamente en la Casa Blanca. Pero más recurrente fue su tendencia a la depresión. El ‘perro negro’, como él llamaba a sus ataques de melancolía, le acechaba de manera constante. La rama paterna era propensa, y esa herencia apenas quedaba mitigada por su afición a la buena mesa, los puros y el alcohol. Aun así, Churchill fue clave en la aniquilación del fascismo. Los enemigos exteriores no lograron doblegarle. Pero los interiores, tampoco.
El presidente estadounidense Roosevelt fue, según Owen, “el líder más influyente en la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, en el siglo XX”. Y eso que todo su mandato lo pasó en silla de ruedas. La polio que lo atacó con 39 años le dejó paralítico. Pero se resistía a mostrarse como un discapacitado. De las 35,000 fotografías que se conservan en la Roosevelt Presidencial Library, solo dos lo muestran en su silla. Su muerte fue objeto de controversia. Algunos mantenían que falleció de cáncer de estómago; otros, a causa de un melanoma maligno. Pero para el autor, hoy no hay duda de que falleció a causa de un derrame o un accidente cardiovascular por insuficiencia cardiaca.
Entre los sátrapas han preponderado los males psicológicos. Stalin padecía una indiscutible paranoia. Era de tal calibre que, como relata Owen en el libro, “ordenó que dispararan a un guardia personal después de que este, sin darse cuenta, hiciera que le arreglaran unas botas para que no crujieran”. El líder soviético se alarmó al comprobar que se acercaba sin que él pudiera oírlo y se empeñó en matarle. Lo paradójico, según el autor, es que en algún caso su obsesiva paranoia “le permitió sobrevivir”. Úlcera gastroduodenal fue el mayor problema físico de Mussolini. Pero lo peor fue su pérdida de contacto con la realidad y su trastorno bipolar. Algo que Hitler no sufrió. El Führer fue siempre consciente de sus decisiones. Era difícil diagnosticarle enfermedades mentales. Las apariencias engañan. El hecho de verle enfurecido en sus discursos no significa que sufriera males que le convirtieran en inútil. Era propaganda. Una mera estratagema para recavar y conectar con el odio creciente de una nación humillada. Fue hábil y sagaz. No hay duda de que sufrió hybris. Psicoverborrea, también. Unos estudios le definen como psicópata neurótico; otros, como obsesivo por el miedo al contagio por vía de sangre, y ha sido probado que durante toda su vida le afectó la monorquidia, el hecho de tener solo un testículo. Lo bueno de eso fue el remedio. Su médico personal le prescribió inyecciones de testículo de toro con azúcar de uva. Aunque para su hipocondría y su insomnio se incrementaron las recetas. La aparición del Párkinson con temblores en la mano izquierda pudo afectarle en decisiones clave. Pero también la cocaína que consumía y que le condujo a una mayor irritabilidad y decisiones compulsivas. El resto de su derrumbe es de sobra conocido.
Existen dos Méxicos y dos Españas, no los de derechas o de izquierdas, sino l0s de los políticos nefastos y la de los ciudadanos con talento
Por organismos internacionales de toda solvencia España ha sido declarado el mejor país del mundo para nacer, el más sociable para vivir y el más seguro para viajar solos sin peligro por todo su territorio. Según The Economist, nuestro nivel democrático está muy por encima de Bélgica, Francia e Italia. Pese al masoquismo antropológico de los españoles, este país es líder mundial en donación y trasplantes de órganos, en fecundación asistida, en sistemas de detección precoz del cáncer, en protección sanitaria universal gratuita, en esperanza de vida solo detrás de Japón, en robótica social, en energía eólica, en producción editorial, en conservación marítima, en tratamiento de aguas, en energías limpias, en playas con bandera azul, en construcción de grandes infraestructuras ferroviarias de alta velocidad y en una empresa textil que se estudia en todas las escuelas de negocios del extranjero. Y encima para celebrarlo tenemos la segunda mejor cocina del mundo. Frente a la agresividad que rezuman los telediarios, España es el país de menor violencia de género en Europa, muy por detrás de las socialmente envidiadas Finlandia, Francia, Dinamarca o Suecia; el tercero con menos asesinatos por 100.000 habitantes, y junto con Italia el de menor tasa de suicidios. Dejando aparte la historia, el clima y el paisaje, las fiestas, el folklore y el arte cuya riqueza es evidente, España posee una de las lenguas más poderosas, más habladas y estudiadas del planeta y es el tercer país, según la Unesco, por patrimonio universal detrás de Italia y China.
México y Quintana Roo tienen cada vez más presencia en el mundo, merced a sus directores y actores de cine. Su gastronomía es una de las preferidas por los sibaritas españoles y de otros países de la Unión Europea que visitan la Península Ibérica, repleta de restaurantes tricolores con sus ‘somelieres’ expertos en vinos, tequilas y mezcales mexicanos. Los jugadores de fútbol de nuestro país integran las plantillas de equipos de la Liga Española. San Sebastián, Donostia en vasco, recuerdan con cariño al jugador cancunense, Carlos Vela, quien militó en la Real Sociedad. Mis padres, recuerdo, que siempre hablaban con cariño del presidente Lázaro Cárdenas y su actitud de acogida paternal a los niños, adolescentes, veteranos…, obligados a huir de las represiones del General Franco, durante la Postguerra y su dictadura cruel. Nunca olvidaremos un 27 de septiembre de 1975. Francisco Franco estaba gravemente enfermo. Se levantó de su cama y firmó cinco pernas de muerte contra cinco jóvenes antifranquistas. Hizo caso omiso a los líderes mundiales, al Papa, premios Nobeles…
México rompió relaciones diplomáticas con España. Como respuesta, el dictador quien moriría apenas el 20 de noviembre de ese mismo año, 55 días después, prohibió que en Televisión Española -era la única que había- y en las cadenas de radio, oficiales y ‘privadas’, sonara canción alguna mexicana. En Eibar, mi ciudad natal, en la provincia de Gipúzcoa, en la Comunidad Autónoma del País Vasco, España, Unión Europea, los vecinos protagonizaron una auténtica insurrección musical. Se abrieron puertas y ventanas, chimeneas y tragaluces, agujeros para gastos y otros más chiquitos para ‘sagutxus’ y ratones…, y se pusieron, a todo volumen, cientos de vinilos de Pedro Infante, Jorge Negrete, Jose Alfredo Jiménez, Chavela Vargas, Joan Sebastian, Ana Gabriel, Luis Miguel, Juan Gabriel y los eternos Los Panchos… La Guardia Civil (‘Los verdes’), la Policía Nacional (‘Los grises’), los guardias y policías de paiusanos (‘Los secretas’) al servicio exclusivo entonces del ‘Régimen’, que agonizaba a la par de su Caudillo, patrullaban las calles y apuntaban con sus mosquetones hacia las ventanas de donde llegaban canciones solidarias mexicanas con los antifranquistas. Se retiraron, ‘derrotados’ por la unidad del vecindario, al Cuartel de la Guardia Civil del Polígono de Abontza, en Ipurúa, a su Comisaría de las Torres de Orbea, en el Parque de Urquiku. Meses atrás, habíamos asistido, esperanzados a la ‘Revolución de los Claveles’, en Portugal. Eibar fue escenario de otro episodio ‘charrista’, la ‘Revolución de los Vinilos Mexicanos’. Esta anécdota histórica es merecedora de otro El Bestiario.
Todo esto demuestra que en realidad existen dos Méxicos y dos Españas, no los de derechas o de izquierdas, sino los de los políticos nefastos y líderes de opinión bocazas que gritan, crispan, se insultan y chapotean en el estercolero y la de los ciudadanos con talento que cumplen con su deber, trabajan y callan.
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