
Signos
México es un país de los más altos niveles mundiales de violencia, de corrupción, de impunidad, de injusticia, de ingobernabilidad, de desigualdad social; de enorme pobreza en la formación y la creación de valores y productos intelectuales y estéticos (literarios, musicales y artísticos en todas sus expresiones) capaces de influir en la superación de la cultura popular y en la calidad humanística y la conciencia crítica de la población, de abatir los fanatismos y los prejuicios de todo género, y de fomentar las virtudes políticas, la multiplicación de liderazgos valiosos y plurales, el respeto por la diversidad representativa y el mejoramiento progresivo, en fin, de la convivencia democrática y la paz social.
Pero en México, el Estado nacional ha perseverado en marginar, en el curso de la historia, el factor esencial de la transformación y la evolución y el progreso de los pueblos: el de la educación formal de los mismos.
Porque su historia ha sido de colonialismos y dominaciones ideológicas y políticas, desde el prejuicio evangelizador de la Conquista y sus inquisidores, hasta el analfabetismo y la ignorancia favorables a las dictaduras y los totalitarismos gobernantes del México independiente, a la enajenación mental y espiritual disponibles para la capitalización de los monopolios de la industria del entretenimiento y el control mediático de la información y la opinión pública (también asociados y subordinados al control político autoritario), y hasta el uso criminal de las masivas formaciones magisteriales con fines clientelares y del más aberrante y sórdido manipuleo electoral al servicio de las mafias del poder hegemónico de su pertenencia, las que les han permitido a los líderes hampones del sindicalismo mexicano -uno de los más numerosos del orbe- enriquecerse como magnates, convertir la educación pública en su negocio (donde los trabajadores han podido ser al mismo tiempo sindicalistas y directivos patronales desde mediados del siglo pasado: jueces y partes, promotores de políticas públicas y destinatarios de las mismas), y condenar al país entero a seguir siendo lo que es: uno de los peor educados e iletrados del planeta.
Y así, cuando las dirigencias magisteriales sienten que tienen atropellos que aclarar o deudas pendientes que cobrar o prerrogativas que defender, en lo que menos piensan, igual que la autoridad educativa o política con la que tratan, es en los derechos educativos de sus alumnos, como derechos humanos y constitucionales que debieran ser inalienables, y en las grandes pérdidas y efectos regresivos que para la cultura y el destino del país representan el prolongado cierre de escuelas, la parálisis de la enseñanza pública y todo estancamiento educacional acumulado en el atraso eterno y la descompostura estructural irreparable del motor del avance civilizatorio de los pueblos.
En México no sirve la pedagogía de la exitosa experiencia ajena ni la del fracaso propio. Se opta por la resignación y la reincidencia. No se ha aprendido nada de las naciones emergentes que han reformado la educación y han podido trascender con ello sus anacronismos y sus realidades económicas e idiosincráticas. Y si otro gallo le cantara, en lugar de la ausencia absoluta de una cultura de las responsabilidades cívicas que lo identifica, la infinidad de padres de familias de los alumnos afectados por la suspensión de los cursos y la obligada expulsión de las aulas tomarían las calles y protestarían también en defensa de los derechos a la educación básica de sus hijos, y clamarían por la urgencia de que unas justas demandas de los docentes encontraran una igualmente justa, razonable pero inmediata solución de la autoridad competente sin tener que comprometer el derecho de los alumnos y sus familias y la suerte del sistema educativo.
La autoridad tendría que entender como primario el interés y la garantía de ese derecho. Y obligarse a resolver las crisis con las organizaciones de los docentes desde antes de su estallido. Los sindicalistas, por su parte, especialistas en la formulación y la transmisión de conceptos, tendrían que negociar sus demandas privilegiando el valor supremo del conocimiento escolar y de los perjuicios irreparables de su rezago. Y los Gobiernos responsables tendrían que asumir, como todas las representaciones populares, que si no se prioriza la enseñanza escolar y la calidad educativa, ni se establecen códigos de entendimiento y agendas y periodos específicos de solución a los diferendos en las relaciones del gremio y las autoridades, el país entero seguirá pagando las consecuencias de los irrecuperables atrasos, la abultada incultura, la derrota productiva y la decadencia institucional.
Porque las cúpulas sindicales pueden ser muy combativas y las autoridades educativas y políticas la mar de consecuentes y tolerantes y todos muy congruentes en sus respectivas posiciones dilatorias. Pero si los éxitos de ambas partes pasan por la confiscación de los derechos de los escolares y del derrumbe de la enseñanza pública con la perniciosa cancelación irresoluble de su servicio, docentes y autoridades en pugna son igualmente oprobiosos y reprobables.
La vida productiva, cultural, democrática y pacífica de los pueblos se construye en el ámbito cognitivo, humanístico y civilizatorio de las aulas. Si la ignorancia, la indolencia, la sordera, la mezquindad y la irresponsabilidad se siguen reciclando e imponiendo como los mejores ejemplos y saldos que son de la indigencia educativa y la consecuente incivilidad mexicana, no habrá regeneración moral ni transformación nacional ni milagrería carismática y política que hagan del pueblo y del país un pueblo y un país que se respeten y lleguen a valer la pena; es decir: con por lo menos una academia y una oferta intelectual y periodística y mediática menos famélicas y menos peores que las de la mediocridad generalizada de hoy día; menos frívolas e improvisadas, y más sistemáticas, ilustrativas, innovadoras e influyentes en un horizonte popular más escolarizado y crítico, y con -por lo menos- un mercado literario y musical menos indigente que el que ahoga ahora mismo toda esperanza de virtud estética y sensibilidad creativa.
SM