
Signos
Cuando tanto se abunda en lo eventual y perecedero de la opinión política de autores inmortales como Vargas Llosa, es porque nada se sabe de las verdaderas dimensiones universales de la obra de alguien así. Importa entonces la más bien provocadora pero poco influyente pulsión argumentativa sobre las ideologías con la que, por eso mismo, nada de valor pudieron haber ganado los iguales políticos o los oligarcas o los representantes de las filias y las causas militantes (o sólo defendidas para inconformar o para discutir y desahogarse de sus viejas decepciones y animadversiones izquierdistas) del escritor. Y sus críticos y enemigos dogmáticos y maniqueos de todo lo unilateral y unigénito contrario a su fe, jamás sabrán sobre su verdadero lado moral y su compromiso de conciencia en torno a la justicia, a los grandes represores y a los autócratas más todopoderosos y enemigos y victimarios de los pueblos avasallados e inocentes desde el principio de los tiempos del colonialismo, contenidos en sus incomparables novelas de ficción cifradas en las realidades históricas de su interés y que lo hicieron el más grande de su especie en ese género de investigación y fabulación de los hechos, donde ningún otro escritor ha hurgado con tanta profundidad y meticulosa vehemencia de historiador y periodista como él para defender la verdad. Los eruditos del acontecer noticioso y la polarización partidista y tan interesados en el activismo declarativo del peruano sobre el oportunismo eventual de sus expresiones políticas y su combate verbal a lo que en sus juventudes marxista profesó (y a los que él, ya como celebridad, sólo podía dedicar los residuos de un tiempo casi total destinado a producir arte narrativo y letras importantes y trascendentales) son especialistas ejemplares en lo que no sirve al Logos de lo perdurable y son por tanto tan frívolos y desechables como la propaganda política, la que debiera suplirse por el verdadero debate de contenido. Pero así es el sentido de la Humanidad. La abundancia cotidiana de lo inútil contrasta de manera absoluta con la agónica excepcionalidad de lo importante y de lo constructivo que impone cada vez menos diques a la avalancha terminal del Apocalipsis. Se llama decadencia. El Tánatos tipificado por los griegos que se ensaña contra el sentenciado Eros. Y empezó en el origen mismo de la civilización. Es su regla más empedernida e innegable: Lo que no sirve, como el prejuicio y la ignorancia, masivo e incontenible como es debe terminar imponiéndose de manera definitiva a lo virtuoso. Es la regla universal y preexistente de los umbrales donde todo lo que nace debe morir para mutar en otra cosa propia de los misterios cósmicos y las incógnitas cuánticas. De modo que sí sirve a la transformación lo que parece que no sirve: sirve para acabar con lo que sirve como principio esencial de renacimiento, transición y evolución.
SM