
El minotauro
Por Nicolás Durán de la Sierra
Este comentario con cierto aire filosófico disertará sobre la violencia. No de la que, cada vez más feroz, ronda por nuestras ciudades y a la que casi nos hemos habituado; nos salva el ‘casi’ que aun nos dice que no es normal su prevalencia. Se hablará de otra de sus formas, una poco evidente, pero igual de grave: la que se practica desde el poder público, la soterrada violencia del Estado.
Dos ejemplos dan la pauta. Hace unos días Ana Patricia Peralta, la edil de Cancún, dio los primeros pasos en su afán de vender espacios públicos de la ciudad, entre ellos los contiguos a la Playa Marlín, para disque hacer “obra pública”. El otro ejemplo es la inicua remoción de un monumento público de Chetumal para poner en su sitio una cafetería. El artífice fue el congreso local.
En ambos casos, el gobierno estatal hubo de impedir el abuso, pues era su propia imagen pública la que iba en juego. En Chetumal llegó tarde, pues la efigie de Andrés Quintana Roo ya había sido quitada y, hasta hoy, su sitio sigue vacío. El amago de venta playero dice mucho de la edil; el otro, muestra la soberbia de modificar una ciudad por capricho, pues la tal cafetería era sólo eso, un mero capricho. El despotismo rampante.
La cada vez más frecuente resistencia ciudadana -la del caso del cuarto muelle de Cozumel y las marchas de las “madres buscadoras” son otros dos ejemplos-; esta resistencia civil la más de las veces refleja la violencia ejercida por el poder público por comisión y omisión. No es el despertar de una conciencia cívica adornada con doradas ramas de laurel, sino de una reacción ante este tipo de soterrada violencia.
El Estado no es el único donde se ejerce la violencia de este tipo; de hecho, aún no predomina, aunque no está lejos. El colofón lo da, en la capital del país, Alessandra Rojo, alcaldesa de Cuauhtémoc, quien por su ideología de derecha decidió muy ufana retirar las efigies del Che Guevara y Fidel Castro de un parque urbano. Siguen Las protestas públicas.
Una cree que sus ideas son las mejores en una alcaldía de casi un millón de habitantes; la otra supone que Cancún es suyo y puede sacar provecho de la ciudad; el otro, rústico él, va contra la riqueza histórica capitalina como si nada.
El despotismo está detrás de gran parte de la violencia nuestra de cada día. Hay que atajarlo ya, pues está en crecimiento y amenaza a todos.