El Bestiario
Ecologista convencido en una época en la que esta causa apenas existía, con Félix Rodríguez de la Fuente aprendimos a amar al lobo feroz. En Cancún descubrí a Juan José Morales, otro heterodoxo amante de la Naturaleza y sus ‘cabreos’, como el huracán Delta…
Santiago J. Santamaría Gurtubay
‘Qué lugar más hermoso para morir’, exclamó en Alaska Félix Rodríguez de la Fuente, poco antes de subir a una avioneta que debía llevarlo a seguir y grabar la carrera de trineos tirados por perros Iditarod, la más larga del mundo, que recorre nada menos que 1,700 kilómetros de salvaje naturaleza ártica. Era el 14 de marzo de 1980, día en que cumplía 52 años el comunicador que nos había llevado a millones de españoles a conocer y amar la naturaleza con su mítico programa televisivo ‘El hombre y la Tierra’. Félix nos acercaba a los animales como nadie, filmando imágenes que parecían imposibles de su vida cotidiana, y eso se disponía a hacer de nuevo en Alaska. Sin embargo, la avioneta que le transportaba se estrelló, por causas desconocidas. Su prematuro fallecimiento supuso un duelo nacional que afectó a una generación marcada por su mensaje de protección de la fauna, que no hemos olvidado, cuarenta años después. Con sus impresionantes imágenes que nos acercaban a los animales como si los tuviéramos al alcance de la mano, miles de niños españoles y europeos aprendimos a conocer la fauna y a tomar conciencia de la importancia de preservar el medio ambiente. Aquel estomatólogo, biólogo autodidacta, cambió nuestras vidas. El ‘amigo Félix’ nos enseñó a amar a los animales, a respetarlos e incluso a tomar cariño a especies tan denostadas como el ‘hermano lobo’, que daba esquinazo a Caperucita para convertirse en uno más de nuestra camada. De su mano, aprendimos a tomar conciencia del peligro de extinción que acechaba -y acecha- a multitud de especies y empezamos a preocuparnos por preservar el medio ambiente. El amigo Félix nos acercó de nuevo a nuestro lado más natural. Divulgador de talento, fue un naturalista vocacional y prolífico pero, por encima de todo, un portentoso animal mediático. Félix era un luchador de claras convicciones. Ecologista convencido en una época en la que tal término era prácticamente desconocido, entregó su vida a la preservación de la naturaleza y la fauna.
“Hasta ahora los hombres me habían contado una sarta de falsedades. El lobo cruel es un protector incondicional de los débiles; el lobo traicionero es capaz de morir por fidelidad; el lobo asesino es un cazador que mata para comer pero detesta la violencia”. Cuando Félix Rodríguez de la Fuente se propuso demostrar su experiencia con estos animales a través de varios capítulos monográficos en ‘El hombre y la tierra’, España estaba muy cerca de dar la puntilla a la especie feroz, de exterminarla para siempre. Se estima que, a finales de los sesenta, apenas quedaban 400 ejemplares en todo el país. Conocedor como nadie de su siniestro destino, el carismático naturalista burgalés se encargó de impedir su extinción. Lo hizo a base de un talento sobrenatural para la comunicación y de la extraordinaria influencia que ejerció en una sociedad sin conciencia ecológica y en las oscuras autoridades políticas de la época, en plena dictadura de Francisco Franco, tras una Guerra Civil Española. Carlos Sanz, uno de los mayores expertos en la conservación del predador rey en estas latitudes, conoce bien la historia. Le encontramos, en unas vacaciones de verano años atrás, pero que no dejábamos de trabajar, en la Sierra de la Culebra, al noreste de Zamora, uno de los lugares con mayor densidad de lobos salvajes de toda España. En pleno corazón de este conjunto montañoso, a unos diez kilómetros de Puebla de Sanabria y a otros tantos de la frontera lusa, Portugal, logró hace cinco años que cuajara por fin un viejo sueño, con el respaldo de la Junta de Castilla y León, el Centro del Lobo Ibérico Félix Rodríguez de la Fuente. Allí viven en semilibertad, en veintiún hectáreas de terreno, once ejemplares -todos menos uno nacidos en cautividad- con los que trata de hacer añicos el mito del predador sanguinario y de mostrarlos ante 42,000 visitantes anuales “como lo que son, animales nobles, jerárquicos y solidarios”.
Este madrileño de 64 años fue el miembro más joven del equipo de rodaje de la icónica serie y el criador de algunos de los lobos que el maestro empleó para sacudirnos el miedo hacia este mamífero y reemplazarlo por admiración. Envenenado por el apasionamiento con el que el naturalista castellano transmitía su vasto conocimiento sobre la naturaleza salvaje, Carlos Sanz se enroló en Biológicas. En 1975, en plena preparación del viaje del paso del ecuador, al avispado estudiante se le ocurrió recurrir a su tótem para proponerle que ejerciera de padrino de su promoción -a lo que respondió regalándoles una enciclopedia sobre fauna que rifaron en una cena a la que asistió con su esposa-. Y para, de paso, reclamarle un puesto de ayudante en Pelegrina, Guadalajara, el cuartel general para las filmaciones de ‘El hombre y la tierra’. Sin sospecharlo, la mejor de sus fábulas estaba a punto de convertirse en una aventura fascinante. “Unos meses después les llegó una camada de cinco lobitos, procedente de una loba a la que habían matado en un pueblo de Burgos, y nos propuso que los criáramos e hiciéramos un estudio de comportamiento. Apenas tenían quince días de vida. El primer día de vacaciones tras terminar el curso allí estábamos otros cinco compañeros y yo”. Aquel inolvidable verano del 75 Sanz lo pasó dando el biberón, pesando, midiendo, observando y jugando con Nerón, Kazán, Luna, Blanca y Belarri, en aquel campamento improvisado junto al río Dulce, hecho a base de tiendas militares y de cercos donde águilas imperiales, zorros, tejones, corzos o búhos aguardaban su turno de rodaje. “La gente pensaba que grabábamos con animales salvajes y aún hoy hay quien lo sigue pensando”, se sonríe. “Solo criando lobos desde pequeñitos, acostumbrándolos a las personas, podríamos haberlos mostrado cazando una cabra montesa, aullando en manada, copulando o criando a sus crías”, enfatiza el conservacionista.
La difusión de aquellas imágenes, hasta entonces inéditas, de la intimidad del ‘hermano’ lobo, y el relato riguroso y vehemente de su persecución a sangre y fuego por parte de pastores y ganaderos despertó la sensibilidad de los españoles hacia la temida y detestada bestia. “Enseñó a la gente que el lobo mata ganado solo ocasionalmente y para comer, y que teme al hombre, al que instintivamente rehuye porque sabe que no es de fiar. Cambió la mentalidad de todo un país que lo veía como al diablo y, como tal, había que acabar con él. De hecho, en los pueblos existían las juntas provinciales de extinción de animales dañinos y los ayuntamientos tenían un dinero para pagar a quien apareciera con un lobo muerto, un lince, un águila imperial o un oso”, recuerda Sanz. “Félix consiguió desmontar esas juntas y peleó con las cortes falangistas para que el lobo pasara a ser considerado una especie cinegética en la Ley de Caza de 1970. No todo el mundo entiende bien o acepta de buen grado que dejara de ser una alimaña para convertirse en una especie de caza mayor. Pero eso es justamente lo que salvó al lobo de la extinción en este país, como ocurrió en Francia, Alemania, Inglaterra o los Estados Unidos, donde no dejaron ni uno”.
Hasta ese año, el ‘canis lupus’ era una especie dañina a exterminar por cualquier medio: cepos, lazos, estricnina… También se podían saquear las loberas y se premiaba aparecer con uno muerto. “A partir de 1970 únicamente se le podía dar caza con armas de fuego, en las épocas hábiles para ello y en los lugares autorizados. Abatir a tiros a un lobo no es tan sencillo. Es un animal muy listo y esquivo”. Como resultado de todo aquello, cuatro décadas después del precoz fallecimiento de su mayor valedor, unas 300 manadas compuestas en total por entre 2,000 y 3,000 individuos pueblan la geografía española, según el último censo oficial, avalado por el Ministerio de Agricultura. “Se trata de una población estable y en crecimiento que constituye la mayor de Europa occidental y una de las mejor conservadas del mundo”, certifica el biólogo. El regreso de esta emblemática especie ibérica y su expansión por la geografía española perpetúa el legado de Rodríguez de la Fuente, pero también ha servido de acicate para resucitar el conflicto milenario entre el hombre y el lobo. “Chocan dos mundos irreconciliables: el urbano, que tiene al lobo por una especie idealizada y en vitrina, al creer falsamente que se encuentra en extinción, y el rural, donde a menudo se ve como una amenaza para su modo de vida. En especial, en aquellas zonas donde ha reaparecido después de muchos años y donde ya no queda gente viva que conviviera con ellos, como es el caso de Ávila, Segovia, el País Vasco o Madrid”, expone Mario Sáenz de Buruaga, biólogo e investigador de especies cinegéticas y protegidas de la Península ibérica.
Esquilmado en Andalucía por el furtivismo pese a contar con un estatus de protección, las 300 manadas contabilizadas se distribuyen en Castilla León, Galicia, Cantabria, Asturias, Madrid, y en menor medida el País Vasco, La Rioja y Castilla-La Mancha, cuya presencia se ciñe a una manada en Guadalajara. La primera de esas comunidades y la que cuenta con el mayor número de estos depredadores libra la batalla más enconada entre ganaderos y ecologistas. Allí están censadas 179 manadas. De ellas, 152 patrullan el norte del Duero, donde está considerada como especie cinegética. Otras 27 hacen lo propio al sur del caudal, donde este predador goza de un régimen de protección que sobre el papel impide su caza. Aunque el uso de mastines y de cercados eléctricos se presenta como eficaces herramientas para mantener al lobo a raya, “no son herramientas aplicables en todos los casos. La ganadería extensiva es uno de los pocos sostenes que le queda a la España vaciada. En pleno siglo XXI no se puede pretender que el pastor coja la manta y se eche al monte durante días. Hay que aflojar por las dos partes”, defiende el experto. En la Sierra de la Culebra, donde Sanz trabaja para desmontar el cuento de ‘Caperucita roja y el lobo feroz’, coinciden casi a diario y sin saberlo cazadores y turistas que han contratado algún tour privado para observar y fotografiar a alguno de los ejemplares de las once manadas que se esconden entre sus brezales. Unos y otros reportan unos 700,000 euros anuales a una comarca que empieza a dejar de contemplar a este depredador como a un enemigo para empezar a verlo como una firme oportunidad de subsistencia.
‘Los ciclones son necesarios en Cancún y la Península de Yucatán’, ‘La histoplasmosis reserva del turismo a El Volcán de los Murciélagos, la cueva Balam Kú, al poniente de Chetumal’, ‘Hombres y tiburones, un desigual guerra en el Mar Caribe…”. Estos son titulares reportajes de Juan José Morales Barbosa. El 17 de febrero del 2016, a los 82 años, falleció el gran divulgador de la ciencia nacido en el bello puerto de Progreso. ‘Bautizó’ a los manglares, en pleno ‘boom’ del turismo en el Caribe Mexicano como los riñones del planeta. Juan José Morales fue mi segundo encuentro con un valiente defensor ortodoxo de la ‘Tierra Madre’, ‘Amalur’ como definimos al planeta en Euskadi, al norte de España, en tierras vascas no lejanas a Burgos. La cueva de Balam Kú, situada a cien kilómetros de Chetumal, capital de Quintana Roo, en el camino a Escárcega, es el hogar de más de dos millones de murciélagos, de siete especiales diferentes, según la época del año. La famosa colonia de quirópteros que habita la caverna de Carlsbad, en Nuevo México, Estados Unidos -considerada excepcionalmente grande-, es de un millón de individuos. Estos animales eran mitológicos para los mayas prehispánicos. ¿Hay tiburones en Cancún? Los hay, y también en Playa del Carmen, y otros sitios de la costa de Quintana Roo. ¿Son un peligro para los bañistas? La mejor respuesta la dan las estadísticas. Según el Registro Internacional de Ataques de Tiburones, que mantiene la Universidad de Florida, de los 75 ataques no provocados de tiburones a bañistas, buceadores y surfistas documentados en todo el mundo a principios de esta década en México hubo tres -ninguno mortal-, de ellos dos en Cancún…
Vino a nuestra redacción de El Bestiario, en el Fraccionamiento Bahía Azul, el periodista y director del programa radiofónico ‘Desde el Café’, Jorge González Durán. Hablamos de Juan José Morales, nuestro Herman Melville, el que fuera escritor, novelista, poeta y ensayista estadounidense, nacido en Nueva York, principalmente conocido por su novela ‘Moby-Dick’, publicada en 1851. Narra la travesía del barco ballenero Pequod, comandado por el capitán Ahab, junto a Ismael y el arponero Queequog en la obsesiva y autodestructiva persecución de un gran cachalote blanco… Le extrañamos en Cancún a Juan José Morales, mi otro Félix Rodríguez de la Fuente.
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