
Signos
El Presidente Electo de la Suprema Corte, Hugo Aguilar Ortiz, un demagogo de las culturas étnicas, pretende ocultar -inútilmente y de manera tanto más rotunda y censurable mientras más lo intenta- su absoluta ignorancia en torno de lo que será su papel como autoridad superior del sistema de Justicia del país, detrás de su exhibicionismo vulgar como representante de la justicia que dice que merecen los llamados pueblos originarios o indígenas (como si sus habitantes fuesen todos iguales y puros y sin sangre ni generaciones mestizas, ni en sus demarcaciones pudiera o debiera caber el sincretismo racial y cultural y la convivencia de la diversidad; seres buenos y víctimas, todos, de la injusticia virreinal refundada en el país que nació de ella: ajenos a la corrupción y al abuso de unos sobre otros como es en la Humanidad entera; y como si en sus civilizaciones fundacionales los monarcas de unos reinos no hubiesen dominado y esclavizado y sacrificado inocentes de pueblos enemigos, o como igual que tantos indígenas otros seres no indígenas no fuesen víctimas de los mismos maltratos de la desigualdad y la arbitrariedad y la exclusión y la marginación tan propias e inevitables de la condición humana, de la sociedad y del Estado).
La defensa de las diferencias humanas en un sistema de justicia (raciales, culturales, de género, etcétera) es excluyente y enemiga de la igualdad universal de los derechos generales de los individuos.
No podría haber ejemplo más notable del fracaso democratizador del Poder Judicial en México, y de que la elevación de sus valores de calidad y de imparcialidad no pasa por la popularidad carismática de los liderazgos y las decisiones políticas absolutas que convocan a los partidarios masivos de su proyecto de poder (desde el eufemismo de llamar al pueblo todo a defender su legítimo derecho constitucional) a elegir jueces cuyas funciones y personalidades y trayectorias, como la de quien será el nuevo Presidente de la Suprema Corte de la Nación, desconocen casi en absoluto, y quienes, merced a esa ignorancia y a esa incultura judicial en un pueblo de mayorías iletradas e inciviles, terminan siendo votados por una insignificante minoría de militantes convocados a las urnas por tales liderazgos políticos gobernantes -tan hegemónicos como eventuales-, para que elijan a los candidatos que mejor puedan representar, en la ‘soberanía’ dirigente del Poder Judicial, las conveniencias de su causa y de sus intereses políticos en nombre del Estado.
SM