Dante Delgado y su divo alucinado

El Minotauro

Nicolás Durán de la Sierra

Cierto estoy de que hay personas como Dante Delgado, el líder nacional del Movimiento Ciudadano, que creen que el Estado es una suerte de granero de votos o, peor aún, que es una carpa en la que sus cómicos pueden mostrar su vena circense para ganar publicidad partidista. Sólo así se entiende la aparición en el tablado político local de Roberto Palazuelos.

En los espacios pagados por el actor, que suman hasta una graciosa pitonisa televisiva, se dice que el convenio para que éste sea candidato a gobernador va por buen camino y que para cerrar el trato sólo falta la firma del dirigente del “partido naranja”, quien a su vez –astuto que es- coquetea con Marybel Villegas, la hasta ahora senadora de Morena, por si puede jalarla a su redil.

En realidad es más propio decir que la que coquetea es ella, pues en esas artes Dante Delgado es un aficionado. En su afán por verse gobernadora sea como sea y por el partido que fuere, la senadora se reunió recién con la cúpula estatal del PRI, con el líder nacional de Morena y hasta se dio tiempo para atacar al gobernador Carlos Joaquín, su ya consabido villano favorito.

Llamado también “el diamante negro” –no es broma, así se promociona- y ya en su papel de candidato, Roberto Palazuelos dice que proyecta rescatar al sur estatal del atraso en que está y, categórico, afirma que Chetumal seguirá siendo la capital del Estado. Nadie ha dicho lo contrario, pero él lo dice con la contundencia de divo de telenovela sudamericana, y eso es muy llamativo.

De la mano de su edecán José Luis “Chanito Toledo, el actor supone que la desmemoria nos afecta a todos y que sus abusos y enredos en Tulum, que van desde invasiones a la zona federal a problemas laborales con sesgo penal, no ocurrieron y que su imagen de pillo se diluyó en el olvido; que todos se rinden, con embeleso, ante su fama de histrión…

Sin embargo, salvo por el veredicto de “Mhoni Vidente”, el pintoresco lance de Dante Delgado y de su casi noble escudero -o su cliente, al gusto-, será otra anécdota en la historia política estatal, ya de por sí muy nutrida. Lo que en realidad alarma es que se siga pensando que en el caribeño Quintana Roo fructifica cualquier disparate político…  ¿O sí?

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