Entre Marín y Pech

Signos


Hay dos tipos de candidatos con posibilidades de ser gobernadores de Quintana Roo. Son del Morena. Y son Mara Lezama y Marybel Villegas las de un molde, y José Luis Pech y Rafael Marín los del otro.

En la oposición no hay.

(Ya Marko Antonio Cortés, dirigente nacional del PAN, ha declarado oficialmente que no cuentan con liderazgos de valor para competir. Y el Partido Acción Nacional es el partido del gobernador expriista Carlos Joaquín, quien ha manifestado ya, también, su inconformidad con lo declarado por el jefe de la cúpula panista, aunque cualquiera puede saber que el mandatario estatal parece estar más cerca hoy día del presidente de la República y patriarca del Morena, Andrés Manuel López Obrador -a cuya administración podría incorporarse, incluso, como se ha especulado, en calidad de secretario de Turismo-, y ser más partidario de la alcaldesa cancunense Mara Lezama para sucederlo en el cargo que de cualquier otra candidatura posible, sea del PAN o coaligada con el PRI, el PRD, el Movimiento Ciudadano y demás franquicias unidas contra AMLO y quien este decida postular mediante los usos y costumbres del Morena, que habrían de formalizar su decisión.)

De los morenistas, pues, dos son perfiles emanados del oportunismo militante clásico y son la munícipe cancunense y la senadora. Si cualquiera de ellas fuese la candidata, acaso sería también la gobernadora. Votarían a su favor los fervorosos electores obradoristas menos críticos y letrados, que acuden a las urnas a impulsar a quien sea que represente la causa del jefe máximo. Ambas están formadas en el populismo de aparador sin adherencias ideológicas de ningún tipo y en las negociaciones de interés entre determinados grupos. Hacen campaña sin ideas ni programas, y su pertenencia militante es de membrete y de coyuntura: sin identidad ni activismos consecuentes con proyectos, causas y filiaciones políticas vindicativas. (Una pertenece más al Verde que al Morena y a la otra le da igual este que el PRI y todo el arco multicolor.) Navegan a la deriva de los beneficios propios y de las sociedades de conveniencia que adviertan en ellas algún potencial de oportunidad. Es por eso que no tienen expedientes de servicio público y social de valor que acrediten su trayectoria política, ni más propuestas y discurso que el de estar en tales o cuales posiciones mediante una vía escalafonaria cifrada en la convergencia lucrativa de negocios y utilidades de grupo, y no en el mérito representativo personal.

La alcaldesa Lezama sólo tiene comprobados haberes turbios en su quehacer municipal. Y la senadora Villegas no es aspirante por la trascendencia de su desempeño en las posiciones que ha ocupado durante las gestiones de todos signo partidista de poder en que ha participado antes, ni menos por el significado de sus iniciativas parlamentarias federales de ahora; lo es por su protagonismo clientelar y mediático, como en su momento y por el impulso personal de su antecesor y patrocinador Félix González, Beto Borge fue alzado a gobernador.

Populismo presencial y exhibicionista, pues, y de sonoridades vacías, a la medida de una masa electora de similares y pírricos valores críticos, es lo que hace la promoción de las candidatas potenciales Lezama y Villegas.

Marín y Pech, en cambio, forman en el sector contrario del morenismo. Tienen historias públicas y evidencias de servicio sólidas y rentables, de muy larga data y cola muy corta de indignidades y oprobios activistas que les pisen. (Corta, decimos, porque en el ejercicio político y las tramas operativas y de intercambio de distinta especie que entraña el alcance de objetivos, no hay protagonista que no se ensucie las manos en algún momento, en el contexto del fin que justifica los medios, pero donde los medios tienen umbrales eléctricos: o lícitos o éticos.)

Marín es personaje de causas. Y las suyas son las mismas de Andrés Manuel, según este mismo lo hace saber a los cuatro vientos, del mismo modo que habla de su entrañable amistad de medio siglo de vida en esa coincidencia de idearios, principios y propósitos de lucha. Una agenda esa sin precedentes democráticos en México, y donde las mediciones globales más acreditadas de aceptación popular de los mandatos de Estado indican que, merced a ella, el mexicano es el segundo con mayores índices de aprobación en el mundo entero, del orden del setenta por ciento, y sólo por debajo del premier indio Narendra Modi, lo que refiere, sin duda alguna y más allá de todos los errores, defectos y evaluaciones negativas en torno de su liderazgo, que para la gran mayoría de los mexicanos -y con todas las relatividades adicionales que implica el prejuicio o la fe militante- es la mejor gestión posible, la más legítima de su historia, y contra la que no podría competir ninguna que pudieran proponer ahora mismo sus adversarios. Por lo que el estrecho nexo de Marín con Andrés Manuel no está cifrado en el compadrazgo del contubernio, sino en una comunión de ideales y activismos en torno de un modelo de Estado más ético, más justo y más social.

Y en el conocimiento y la confianza de tan largo tramo de vivencias personales y experiencias públicas recorridas y compartidas, es que Marín se hace cargo ahora del estratégico proyecto interoceánico de la administración federal, y cuenta, asimismo, con un buen y documentado expediente político y administrativo para calificar como candidato de su partido y del jefe máximo a la candidatura por la próxima sucesión gubernamental en Quintana Roo, su lugar de residencia desde hace varias décadas, aunque la realización de sus aspiraciones gubernamentales, por más respaldadas que estén en el prestigio personal y la venia presidencial, dependerá en gran medida de las prioridades federales de la agenda del jefe máximo y del propio entorno local en la hora de la hora de las definiciones del proceso interno.

Pech, por su parte, es un personaje de sólida, exitosa y extensa trayectoria sindical, académica, de Gobierno y ahora parlamentaria. Administrador público eficiente en las más diversas áreas que ha dirigido, cuenta ahora con una elocuente reserva de reformas y pronunciamientos parlamentarios de la más importante incidencia nacional y estatal, y es el representante popular de la entidad mejor armado en el conocimiento de los temas nacionales -que implican sus ámbitos legislativo y partidista- y de los procesos esenciales que afectan a la entidad y deben consignarse y asumirse para impedir su consistente deterioro y favorecer sus oportunidades de progreso. Pech es visionario y de ideas dinámicas y eficientes, y cuenta con el discurso mejor documentado sobre diagnósticos y soluciones en torno de los problemas más críticos del Estado.

En definitiva, si en el Morena se opta por alternativas de consolidación programática del obradorismo y la ‘4T’, el espectro de decisión se reduce a Marín y a Pech. Sería, además, la vía más lógica y productiva, y la menos conflictiva. Pech sabe, como medio mundo, que el candidato natural sería Marín. Y Marín sabe que si las prioridades de la agenda presidencial y otras consideraciones adicionales de la coyuntura política local lo alejan de sus aspiraciones de gobernar Quintana Roo, Pech -en términos del servicio a la entidad y al movimiento del Presidente y de su propio modelo sucesorio- es el candidato y el próximo gobernador idóneo emanado de su partido.

En definitiva, no hay fantasmas en tal paisaje. Ambos se sumarían sin reserva alguna al proyecto de candidatura y de mandato gubernamental del otro.

SM

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