Agustín Labrada
Insomnios en la noche del espejo es un peregrinaje, que asume por igual los contornos del círculo o un camino inconcluso marcado por mil huellas. Esas huellas se juntan con música y la música se vuelve tensión en esta travesía. La travesía es un país, una casa, un concierto…; los poemas que entre líneas enseñan verdores y derrumbes.
Justo a la alegoría y el símbolo, más que a metáforas ortodoxas o sorprendentes símiles, recurre Odette Alonso para armar reflexiones e imágenes de un jardín por el dolor asido, como río subterráneo, y abierto al orbe casi en una batalla. Se cuestionan los mitos. Se trasluce lo íntimo entre redes de la Historia y la cultura occidental.
Vemos aquí una herencia del mejor coloquialismo, heredero también de la corriente imaginista norteamericana y más atrás (en el profundo tiempo) de la lírica griega, donde el núcleo poético no está en la excesiva tropología, tan frecuente en los autores latinoamericanos del último siglo, sino en los efectos conceptuales y dramáticos.
Descubrimos que el lenguaje reinante en este libro es de una transparencia sobrecogedora, pues tras ese velo de aparente claridad laten la ira y la ternura, el miedo y el deseo, emociones que rasgan las pieles de una flor y al no estallar anuncian un poder soterrado que nos seduce y ata desde lo externo hasta lo invisible.
¿Qué dicen estos versos? Las vivencias de Odette, el entorno social de su generación en Cuba, sus lecturas literarias fundidas a sus propios recuerdos, ilusiones y anécdotas expresadas con énfasis de autodefensa y denuncia, y aun con una discreta melancolía que roza el desencanto, la desesperanza y el mismo tedio.
En algunos textos, las referencias culturales se circunscriben a la Cuba del siglo XX. En otros –dado su tratamiento alegórico y los temas eternos como la muerte, la nostalgia y el amor– su dimensión es más universal. En conjunto, definen la escritura de una mujer, de origen cubano, que piensa y lee su vida desde el mundo.
Para expresarse, la autora usa distintas formas del verso libre y alcanza así una sugerente musicalidad, que se apoya también en las reiteraciones del ritmo. Su discurso suele ser monológico, dialógico y hasta narrativo, y en esa amplitud se desdobla en múltiples sujetos líricos y puntos de vista de alta polisemia y rica connotación.
Los versos aparecen lo mismo desgarradores y duros que líricos y metafóricos, de acuerdo con el enfoque y la situación que exige cada texto. Todo esto aquí está labrado con oficio, aunque esa artesanía verbal se sostiene en la autenticidad emotiva y el sincero análisis con que la autora evalúa sus parcelas interiores y su tiempo histórico.
El poemario de Odette Alonso optó hacia 1999 por el II Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén, compitiendo en justa lid contra otros 50 libros escritos por autores de todo el Caribe español hasta ser finalmente elegido por un jurado de altísimo nivel, que encontró en estas páginas una rigurosa propuesta artística.
El jurado anotó entonces: “Es, indiscutiblemente, el trabajo que mejor perspectiva literaria y quehacer estilístico presentó. Con una voz fuerte, concentrada, sin mayores desviaciones de tono y de discurso, el poemario se teje de fuera hacia adentro, telaraña concéntrica de marcado acento existencial, donde germina la poesía directa.”
Con visión clara y mano firme, la autora atrapa la atención de la mujer que está al centro de su ojo, transmitiendo la vigilia que es el sueño de un quehacer solitario. Es un poemario sugerente, cuya intuición rebasa los confines de la literatura para afianzarse en las raíces de la existencia propia de quien, como Penélope, sólo sabe esperar.
Aunque el concurso no exige una temática específica, muchos de los textos de Odette encajan en la atmósfera caribeña: el asedio de aguas marinas, el baile como espejo y ademán, los referentes insulares que conforman una tradición con su pasado y sus contingencias contemporáneas, siempre cambiantes, como afirmara Heráclito.
Aquí, esta poesía se enlaza con la visión del poeta Virgilio Piñera en los matices polémicos e irónicos cuando desacraliza lo arcádico cubano con mirada dolorosa, conciencia de vacío y mucha desconfianza. Ello es visible en “Candela como al macao”, donde –tras su nombre humorístico– se expande una desesperada y dual tragicidad.
Odette responde a ese secular antagonismo con que los poetas cubanos, a través de su historia, han dibujado la isla: el rostro idílico, y la otra cara de angustia y negación, coincidentes en la estrofa herediana:
Dulce Cuba, en tu seno se miran,
en su grado más alto y profundo,
la belleza del físico mundo,
los horrores del mundo moral.
Del intimismo erótico a la crítica social, unido por la urdimbre de otros puentes temáticos, el círculo se cierra y halla un fin el camino en medio de la música, una alta roca en la que pueda mirarse el territorio que forman las palabras, un mundo alternativo y perdurable como los paisajes nerviosos de Vincent van Gogh.