Signos
Por Salvador Montenegro
Si alguna lección dejan “Los libros de texto gratuitos” más recientes es la de la crispación general perpetua -o la estela de la ira que, como este, van dejando todos los temas de la agenda presidencial que parecieran diseñados para gruñir y pelear-. Una histeria de locos que niega todo oxígeno posible a la disertación civilizada de la diversidad inteligente.
Enseña, entonces, la dimensión nacional de la discordia; de la tolerancia mínima imposible para el debate democrático de valor; y que si no hay siquiera educación para defender ideas serias sobre la pedagogía educativa, menos podrá haber educación de calidad que haga posible algún día el desarrollo, la justicia y la paz social en estándares más o menos aceptables.
Nunca se pasará de la confrontación vulgar y de la guerra de bastardías; y aún de los conceptos mismos de los más letrados -que cada día son menos y menos letrados, al ritmo del consistente fracaso educativo- pero puestos de similar modo, igual que las lombardas más vulgares, al servicio de las posiciones militantes.
No se podrá ir, pues, más allá de la esterilidad de las rabias justicieras de los bandos políticos enemigos. Ni, por tanto, habrá de construirse un poder del Estado eficaz y respetable que, legitimado en su capacidad coercitiva jurisdiccional y en la violencia constitucionalizada de sus fuerzas armadas y de seguridad, pueda imponerse, exterminar y convertir en polvo de olvido el ‘Estado de excepción’ criminal que se extiende por unas y otras regiones del país, donde la industria del narcoterror muta, asimismo, cada vez más, hacia la simbiosis entre lo ilegal y lo legal, y escala hacia el estatus de lo empresarial -con responsabilidades fiscales en todos los giros de los que se va apoderando con sociedades convenidas o adquisiciones forzadas o prestanombres- y hacia lo institucional, y se hace poder financiero bancarizado y permea, con sus propias representaciones, las propias de la voluntad y el mandato populares en Legislaturas y Gobiernos donde se va sincretizando y tomando decisiones, cual la nueva normalidad en que el delito y sus cada vez menos anónimos y más visibles y conocidos y hasta populares jefes en los territorios y sectores que controlan, determinan en ellos, más y más y detrás o ya de plano como autoridades formales hechas y derechas, las condiciones del orden, de la seguridad y de la convivencia comunitaria, mientras sus negocios clandestinos siguen fluyendo entre las sangrientas disputas inevitables con las organizaciones rivales, y el jefe del Estado nacional se acoge al argumento retórico de que no hay matones bestiales y carniceros por gusto y por naturaleza, y la delincuencia de todo orden se debe, sin excepciones, sólo a la falta de oportunidades de formación y de trabajo y bienestar; porque sabe muy bien, Andrés Manuel -quien puede ser lo que sea menos un débil mental-, que con la tan repartida y fraccionada corrupción de todos los signos políticos que impera en entidades y Municipios -de Guerrero a Guanajuato a Tamaulipas, Quintana Roo y demás, donde las autoridades locales de todos los partidos suelen ser narcoGobiernos y narcoautoridades en mayor o menor medida, ya sea controladas o infiltradas por el ‘narco’-, y con un Poder Judicial y una Suprema Corte de Justicia aliados y cómplices de sus peores enemigos políticos, es mejor no combatir con fuego el fuego de las legiones gatilleras; porque además de que sería imposible una exitosa consignación penal y una sentencia efectiva en contra de cada uno de los cientos de sicarios y de sus respectivos jefes y colaboradores policiales adicionales, sería masacrado por las acusaciones de los defensores oficiosos independientes, nacionales e internacionales, de los derechos humanos -que de tirano criminal no lo bajarían, ellos y las hordas de simuladores humanitaristas y toda la ralea opositora-, y perdería amplios sectores electorales identificados con ellos y acaso hasta las elecciones venideras que ahora mismo, en su mayoría e incluidas las presidenciales, no parecen estar sino del lado de la continuidad de su causa. Así que por eso mejor no sacudir el avispero de la tropa enfrentando y matando a tiro limpio, en cualquier parte, a las manadas de matones, y esperar a que unas les ganen a las otras y se hagan treguas cada vez más duraderas que den lugar a periodos de calma también más vivibles y tolerables, aunque temporales, entre las poblaciones más castigadas por la ingoberabilidad y la violencia, en el entendido de que, el deslenguado y beligerante fanatismo que se riega como opinión pública por todos los vastos cauces de la vida digital, nos anuncia con meridiana claridad, cada día y a toda hora, que no, que no habrá jamás un país educado y civilizado; que no ha de existir la paz para el ejercicio virtuoso del razonamiento entre los defensores de lo distinto; que no hay noción ninguna hasta ahora ni esperanza objetiva mínima de que en México pueda evolucionar la educación cívica, y de que puedan mejorar con ella los valores del conocimiento, de la capacidad deductiva y de abstracción, y el sentido crítico efectivo que algún día, finalmente, pueda someter, al rigor de la sensatez analítica -primero entre sectores ilustrados y de allí a los populares menos informados- las ideas políticas, las diferencias de principios y las posiciones llamadas ideológicas, de modo que pudieran atenuarse los prejuicios militantes como verdades absolutas, y los conflictos y los despropósitos confrontacionistas armados de ideas preconcebidas y plagadas de superficialidades e insensateces que impiden ese debate sobrio y conceptual aludido, y toda paz intelectual posible que haga vislumbrar que será el verdadero Estado de derecho y no el del delito costumbrista camuflado como aquel en Estados y Municipios bajo los colores de todas las investiduras, el que se imponga de una vez por todas y como nunca ha sido en el México ilícito y fallido de todos los tiempos.
SM