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Signos
Hoy día no parecen valer gran cosa las doctrinas. Las filosofías y las teorías sociales desaparecieron (como desaparecen el lenguaje y la simetría estética y el humanismo; y lo harán el Sol, la Luna, la Tierra y el fulgor de las estrellas vivas o muertas que aún brilla a lo lejos; como habrá de desaparecer, en fin, el Universo, este o los demás que fueren).
Las ideas y lecturas sobre algo de valor se reducen a núcleos mínimos de seres letrados o marginales y sin problemas de tiempo ni dinero. Lo demás es raudo y breve y multitudinario y homogéneo y superficial, y ya no se atiende siquiera en las computadoras sino en la inmediatez de la palma de la mano donde cabe el reino audiovisual del celular que contiene lo indispensable, si no para reflexionar porque no hay tiempo que perder en eso, sí para las cotidianas novedades del orbe de aquí y ahora donde no hay cabida para más que la frivolidad y el espectáculo siniestro de las más escalofriantes noticias de la muerte y las disputas por el poder donde los pueblos son lo último que cuenta (a no ser que haya guerras mortíferas en ellos y más y más graves desastres ambientales).
A la China comunista le importa ahora lo mismo que le importa a los Estados Unidos y su capitalismo sin alma: cómo conquistar más territorios inversores y ganancias financieras que las demás potencias competidoras en un planeta integrado, saturado, agotado y sin opciones de sobrevivencia contra la asfixia terminal del carbono, el integrismo y las indetenibles manecillas del reloj nuclear.
¿Putin es de izquierda o de derecha? Qué más da. En no pocas cosas es más defensor de lo soviético que Stalin y es tan globalizado y capitalista como el chino Jinping y tan nacionalista y proteccionista y doméstico como el arancelario ‘americano’ Donald Trump, y parece un emisario de la Rusia zarista en su ejercicio irreplicable y absoluto del control político donde ni sus aliados jeques del despotismo árabe lo igualan en el personalismo de las decisiones de sus respectivos Estados, en que igual es amigo del musulmán petrolero saudí que del Ayatola musulmán atómico iraní.
¿Y el ucraniano Zelenski de qué va, respaldado por facciones ultras y escuadrones militares pronazis, y Gobiernos europeos de izquierda, como el español, o de ultraderecha, como el italiano, que lo mismo unos que otros pretenden la instalación de bases militares de la OTAN amenazando a Rusia y ahora en contra de unos Estados Unidos que, con Trump, asumen que esa intención, violatoria de los acuerdos de Minsk de hace más de una década contra el armamentismo fronterizo, no puede sino seguir provocando la reacción violenta de los rusos y su anexionismo colateral de los territorios prorrusos ocupados hasta ahora. Putin quiere esos territorios vecinos y Trump la mitad de las riquezas mineras ucranianas con que se le debe pagar a Washington, dice, el derroche de financiamiento ‘americano’ a Zelenski para su guerra con Moscú desatada por la intención ucraniana de pertenecer a la Unión Europea y a la OTAN, y por la de los miembros de la OTAN de amedrentar y contener a Putin, que salvo la guerra de Siria ha ganado todas sus apuestas dentro y fuera de Rusia, que ha convertido todas las sanciones de Occidente en estímulos productivos internos para seguir creciendo, y ha probado que Europa, sin Estados Unidos, es apenas un enemigo menor y al hilo de la desconcentración.
¿Hay algún propósito ideológico en todo eso? ¿O en las defensas rusa y china de Cuba, Venezuela, Nicaragua y toda nación latinoamericana que se declare socialista o antiyanqui? ¿Hay algo más que intereses geoestratégicos y de mercado? ¿Cuentan los derechos sociales y la defensa de proyectos históricos unilaterales y cifrados en dogmas legendarios enfrentados por sus defensas burguesas o proletarias, o reaccionarias y progresistas, cual la lucha de clases (que, por cierto, hoy suma nuevas causas, como las feministas y de género, aunque no se sabe si el activismo inclusivo supera discriminaciones espirituales entre buenos, malos y cuestionables seres humanos que bien pueden ser neoliberales y privatizadores y oligárquicos o partidarios de las políticas sociales, los discursos por los pobres y los subsidios del bienestar)?
¿Alemania será una mejor nación gobernada por derechistas y neonazis alzados al poder por mayorías clamorosas descendientes de las que un día eligieron a Hitler que, en su nombre, convirtió en escombros su país y medio mundo haciendo del Holocausto y del fascismo la solución universal?
¿Es muy conveniente el sufragio democrático europeo mayoritario que elige a los sectores del partidismo racista cuyos antecesores del colonialismo saquearon las regiones y los continentes que conquistaron y esclavizaron, y de cuyas miserias humanas, económicas, educativas y morales, convertidas en masacres y exterminios sectarios y de depuración étnica y fanática, migran hacia los paraísos libertarios donde triunfan en las urnas los candidatos que se postulan con la propaganda supremacista de expulsar y dar con la puerta en las narices a las cada vez más nutridas legiones de peregrinos procedentes de los que fueron territorios de imperios sanguinarios convertidos en las más ejemplares y civilizadas y modernas potencias democráticas?
¿Es una cuestión de izquierdas, de derechas, de devociones militantes, o es una en torno de causas justas o injustas donde el voto no depende de la profesión de fe ideológica sino de la conveniencia, y donde si la mezquindad o la ignorancia crítica mayoritaria y utilitaria del electorado hacen la diferencia lo de menos son los postulados y los credos y los sistemas de pensamiento de los bandos enfrentados por el poder, cuando a menudo y cada vez más queda claro, por encima de proselitismos y juramentos de fidelidad a las mejores intenciones de representación popular y de defensa del interés de todos, que la lucha ideológica y política es, más que nada y apenas con la excepción de dos o tres liderazgos extravagantes o extremos, una lucha por el poder y por sus beneficios entre grupos de interés, y que ahora, sin las más turbias y contaminadas alianzas de conveniencia donde se toleran todas las pestes asociadas y se tienen que hacer toda suerte de inmorales concesiones al aliado necesario, es casi imposible contar con las sumas electoras suficientes para gobernar y conseguir los propósitos a los que ‘el pueblo’ aspira y que sus legítimos representantes no pueden imponer -en defensa, asimismo, de sus particulares fines de grupo en el poder- en una democracia constitucional que obliga a esos mayoriteos indecorosos plasmados como defensores de los equilibrios y del derecho de las minorías, donde los bandos ganadores requieren compartir el éxito de la autoridad ganada con los radicales a su vera y donde sus presuntas ideologías se tornan blasfemias discursivas y meras mascaradas en que los aliados añadidos mienten y los ganadores de las mayorías relativas los defienden y comparten con ellos el pastel de la demagogia y la impunidad, hasta que la verdad de la trama ideológica se torna insostenible, las alianzas se rompen y las mezcolanzas convenencieras fracasan en la solución de los problemas reales de la responsabilidad institucional de gobernar, porque todo terminó por tornarse un corral de voracidades y protagonismos y simulaciones oportunistas como prioridades del poder.
Porque si bien, y como todo lo que nace tiene que morir, las ideologías y los partidos fueron formaciones creyentes en principios derivados de la reflexión filosófica y el concepto para preservar el estatus dominante o para hacer el cambio, en la etapa civilizatoria postrera y terminal del humanismo sólo queda la vulgaridad de los esqueletos retóricos militantes. De ahí el lenguaje primitivo de Trump convocando a las tribus al ataque sin matices ni justificaciones éticas ni de justicia y defensa del honor y las mejores causas. De ahí los circos salvajes de las estafas impunes y las paranoias presidenciales argentinas de Milei. De ahí los escupitajos palabreros y ‘libertarios’ del nazismo de los Musk y los Salinas Pliego. De ahí el cochambre y la narcopolítica que apagan el fuego regenerador del claudismo obradorista. Y que no tenga conciencia de nada y siga sufragando como si nada en favor de un morenismo que se desvanece en la inmoralidad; y que siga subiendo al poder a sus representantes advenedizos y cebados en la pudrición opositora de sus postulados de cambio y de resurrección republicana; que lo siga haciendo, pues, una invencible y consolidada mayoría electora que no hay signo ninguno en el horizonte mexicano que abandone las filas del obradorismo por más que los beneficiarios de esa ideología electora iletrada y fallida sean los liderazgos más parecidos a los sepultureros opositores del PRI y el PAN, cuyos derrumbes propiciaron la emergencia triunfal del obradorismo moralizador que hoy día perece.
SM