El árbol potosino del Niño Verde caribe

Signos

Muy bien, de acuerdo. La causa militante de la Regeneración Nacional y su proclama por la moralización pública del país huelen al más rotundo fracaso.

Como no podía ni puede ser de otra manera.

Donde los intereses de los bandos políticos se disputan el poder del Estado, es un despropósito hacer propaganda con arengas purificadoras de las almas institucional y ciudadana sin saber que, al cabo, habrán de arranciarse, apestar, caer por su propio peso, fenecer.

Sí, no faltarán las excepciones de los liderazgos más o menos buenos que equilibren sus intereses personales en el quehacer público y los de los sectores sociales que aseguran representar. Son eventualidades. El grueso de los contendientes en las urnas, de sus correligionarios y de los jefes cupulares de sus partidos y sus movimientos democráticos, lo mismo que de sus seguidores y votantes, lo que menos hace cuando se pronuncia por el combate a la corrupción es predicar con el ejemplo.

De sobra congregan más el narcisismo y el protagonismo y el oportunismo que el compromiso por los demás.

Porque la historia política es la de los legionarios de la impostura, la traición, el lucro y los negocios privados con cargo a la investidura.

Entre los hondos dogmas de la fe y la genética de la vileza y la ilegitimidad de los gobernantes y los representantes populares y la prostitución perenne de los ámbitos de la Justicia y toda la cultura generacional invencible y fraguada en el analfabetismo y la esterilidad educativa, hablar de una regeneración moral y estructural de la política y la vida pública del país y de Gobiernos humanistas de corazón feminista y esas hierbas es redundar en necedades y barbaridades.

(Ante la debacle de la causa moralizadora y la desnaturalización ética y el sargazo que ensucia las costas y los horizontes espirituales y doctrinarios morenistas, Claudia debiera abandonar la profecía propagandistica de Andrés Manuel, porque ella no es de ese tipo de clanes retóricos arrepentidos de su origen tricolor ni le sienta bien la monserga populista de la depuración política nacional. Debiera pensar en un discurso más propio y menos de lo que no es.)

Se pueden defender las blasfemias del humanismo redentor como un recurso supremo del cinismo de los vividores del Estado. Hacerlo con sinceridad es de la más obcecada ingenuidad de los creyentes.

Se advertía en tiempos de la campaña proselitista de Joaquín Hendricks a la gubernatura de Quintana Roo, que el lema de propaganda, “Honestidad y compromiso”, era tan impertinente y falsario como el que antes enarbolara el candidato presidencial Miguel de la Madrid, el de la “Renovación moral de la sociedad”, procediendo ambos de la decisión única de sus predecesores para asumir el poder superior de la entidad, el primero, y del país, el segundo.

Porque la moral y la política son categorías contrarias y excluyentes en lo fundamental.

La primera corresponde a apostolados éticos impedidos de la astucia y de la carga de engaños y mentiras que requieren hasta los competidores menos mendaces para alcanzar sus objetivos de decisión suprema al frente de los destinos de una comunidad o de una congregación cualquiera.

Y en la democracia mexicana no puede sino seguir rigiendo el axioma potosino de uno de los sabios jefes de la corrupción nacional posrevolucionaria y de su historia legendaria de usurpadores de la llamada voluntad del pueblo: ‘en política la moral es un árbol que da moras’, una verdad absoluta y bien conocida por quien dijese defender todo lo contrario: ‘la política es el noble oficio de defender el derecho de todos privilegiando a los que menos tienen’. Más vulgar y menos popular pero más sincero el Alazán Tostado, que el ídolo tabasqueño y jefe máximo de la fallida ‘cuarta transformación’, cuyo partido se descompone con la perfidia y la rapacidad y la mediocridad de liderazgos como los del oportunismo verde, que con chaleco morenista sobre su corazón feminista obedecen al patriarca de la política más corrupto del país, el Niño Verde, el de las fauces humanistas contra el que nadie puede, como en Quintana Roo, donde la autoridad es él y Claudia un nombre presidencial, apenas, para hacer campaña, y donde la moral es eso: un árbol que da moras, porque no sirve para más que para pura chingada.

Muy bien.

Pero que a sabiendas de que la reforma judicial es un enjambre de marrullerías verdemorenistas donde serán elegidos, por los votantes ilusos o acarreados o fanatizados por el obradorismo, los candidatos de las listas de la perfidia del Niño Verde para realizar la piltrafa democrática de la Justicia bendecida por Claudia y donde el pueblo, según ella, escoge a sus Ministros de la Corte y a los Magistrados y a los Jueces y a todos esos representantes de un Poder republicano del que nunca ha sabido ni puede saber nada; que a sabiendas de todo eso no haya una oposición ni liderazgos ni juicios ni poder de convocatoria y propaganda para encarar y denunciar y convencer en la opinión pública de tantas y tantas evidencias de usurpación del verdadero derecho ciudadano y de abyecta ilegitimidad del grupo en el poder superior del Estado caribe; que no haya el mínimo contrapeso contra el control informativo, editorial y mediático, ni fuerza convocante y de unidad de un mínimo núcleo de sociedad civil contra la arbitrariedad generalizada y defendida con el descaro de la causa del benemérito humanismo claudista-obradorista de corazón feminista y piel de bien sabido Niño Verde; que no haya voces por encima del promedio crítico y con algún alcance popular que desnuden la ingenuidad o la complicidad de Claudia con la delincuencia política caribe… eso, eso es lo patético del éxito de la falacia demagoga de la militancia moral de la Regeneración Nacional.

SM

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