
Signos
Marchas, marchas y más marchas. De un bando y del otro del espectro del poder. Parece que la suerte del Estado mexicano está en las calles y en el grito de los manifestantes. No hay debate sino consigna soez. Nada de alegatos de ideas; sólo afrentas, arengas y satanizaciones.
La escuela no da para más. De nada sirven las becas a estudiantes si la calidad educativa es marginal. No hay una transformación nacional donde más debiera haberla: en la base crítica de la sociedad. La civilidad empeora. El Logos desaparece (la reflexión, la conciencia, la estética, los libros, el valor humano). El detritus digital se ocupa del espíritu.
La fuerza de las calles no es de ideas sino de pulsos de poder y vociferaciones. El tumulto hace el destino. No hay espacio para dialogar y para gobernar. No hay voces convincentes sino afrentas. Las tribunas representativas son lo mismo que las de la masividad de a pie; son arenas de la sordera y la confrontación.
Mientras, la delincuencia asume. Las evidencias de Adán Augusto y similares desaparecen de la escena del crimen a la sombra del caos y de la demagogia de la moral militante que las esconde en la diatriba y la impunidad. Los peces gordos aplauden que la Justicia se encargue a tiros de los chicos y que las cifras de la propaganda que aminora los crímenes de los criminales sin nombre dibujen el avance del buen gobierno del pueblo. Ningún pez gordo tras las rejas. Los de Adán Augusto se crecen en la insignificancia gobernante y en el desorden consecuente, y llaman a cerrar filas contra el enemigo de la ‘derecha’ que es el verdadero peligro para México.
Y sigue la guerra dejando espesos rastros de sangre. Sigue la simulación de los legionarios de la Regeneración Nacional haciendo de las suyas y la agitación tumultuaria de los opositores que no atinan a capitalizarla porque no tienen, tampoco, atributos éticos y menos liderazgos virtuosos y populares para hacerlo justo porque fue la fuerza de su propia corrupción la que los echó del paraíso del poder supremo del Estado con el que tanto lucraban.
Gritos. Ataques maniqueos. Redundancias aforísticas. Mentadas de madre. Ideologismos desaforados y revoltosos. Insalubridad ideológica. Política de letrina y delincuencia política intacta. Tal, el México de las celebraciones revolucionarias de hoy.
SM