Elecciones venideras: entre los iguales y los peores

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Elecciones venideras: entre los iguales y los peores

No hay. Y parece que no habrá nadie…

Y también pareciera que no tiene sentido especular sobre eso. Y menos en tiempos de pandemia -de la peste más universal y democrática de todos los tiempos, cuando el planeta se ha convertido en una aldea y al cabo será un barrio y un arca donde el enfermo más lejano te puede matar de un estornudo global-, cuando parece que está prohibido enfermarse de otra cosa que no sea de la que se contagia todo el mundo, y cuando en medio de la primera cuarentena planetaria de todos los tiempos, la gente en todos sus confines sólo se pregunta, cual el vecino de al lado, si esta peste apocalíptica es el anuncio de que en el angostamiento extremo de la patria humana y de las alternativas de salvación para los que ya no caben en ella, otro virus más letal, inmune e invencible, se está incubando en algún rincón de este cada vez más ínfimo, hacinado e infectado islote moribundo en que a veces, también, hemos podido ser felices.

Pero sí: tiene caso hablar de eso que decimos, tan peregrino como parece ahora, pero tan significativo como parte de la cadena de eventos y asuntos que hacen el destino de una comunidad.

Porque los males sanitarios, de éste a los anteriores y al definitivo, van y vienen y, unos peores que otros, terminarán acabando, como decimos –o ayudarán a hacerlo-, con la especie humana, pero la política, que como las cucarachas sobrevive a todos los virus y a todas las bacterias (y, hasta el último suspiro, la lucha por el poder será la misma que en el principio de las eras: la voracidad de las cavernas) se alimenta en todo tiempo del cálculo especulativo.

Y no (ya aquí, en las inmediaciones caribes donde nos guarecemos): no se advierte nadie que pueda aprovechar las debilidades que empiezan a evidenciase, de manera cada vez más objetiva, en la que parecía una fuerza política sólida, con un liderazgo invencible, como el Movimiento de Regeneración Nacional, el Morena, del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.

Con tantos conflictos acumulándose y rompiendo los frágiles equilibrios de la heterogeneidad y el oportunismo militantes, y con tantas y tan progresivas mermas en la imagen presidencial -cada vez más susceptible y vulnerable a una opinión pública crítica o enemiga, a la que el jefe del Ejecutivo federal sólo responde con descalificaciones y gesticulaciones que se tornan circulares, repetitivas y menos efectistas y efectivas-, el Morena y López Obrador podrían terminar cediendo muchos de los territorios electorales ganados durante la aplastante campaña presidencial que, después de tantos años de intensiva propaganda, por fin ganaron, y ganaron por la vía democrática como nadie más se hubiera imaginado ganar en la historia.

Y, en Quintana Roo, el Morena y el Presidente son cada día más presas de sí mismos y de sus representantes populares. Sus alcaldes, por ejemplo, son un fraude. Sus incompetencias y abusos de poder no los harían elegibles ni para reelegirse ni para postularse a otras posiciones representativas. De todos ellos no se hace un candidato a diputado para el próximo año, ni uno a gobernador, para el siguiente.

Y si una entidad federativa ha sido afectada, en el orden presupuestario, por Gobierno federal alguno -luego de ser la que más aporta a la Federación, mediante el Convenio de Coordinación Fiscal, por concepto de turismo-, es Quintana Roo, durante el presente mandato. Es el segundo Estado del país más lastimado este año en sus participaciones tributarias por el Gobierno de la República, y ya lo fue el año pasado. De modo que si hubiera candidatos opositores con un liderazgo solvente para los próximos comicios y para los de la sucesión gubernamental, tendrían materia de sobra para ser competitivos frente a la posible decadencia venidera del Morena y de López Obrador. Quintana Roo no ha recibido nada de valor de su mandato y, Chetumal, su capital, peor: ni siquiera la descentralización de la Secretaría federal de Turismo con que se dijo (palabras de campaña de otro candidato más; mentiras, pues) pretender aliviar el precarismo económico eterno del sur de la entidad.

Ante el clamor creciente de sus opositores y críticos, el Presidente los reta a que, cuanto antes, demanden la revocación de su mandato. Pero ese ‘cuanto antes’ sólo le conviene a él, cuya popularidad, pese a su sostenido decrecimiento, sigue siendo muy mayor a la que quisieran quienes lo desaprueban o pudieran competirle. De aquí a dos años, sin embargo, López Obrador podría andar montado en el fantasma de la impopularidad y el fracaso padecido por el país ruinoso de los tiempos esperanzadores -de la alternancia representativa- de Vicente Fox. (Quizá no tanto, pero acaso sí, o peor, si la inercia del crecimiento y las políticas de inversión y de seguridad siguen en picada. Es cierto que la popularidad de López Obrador no se cifra en la racionalidad y la pertinencia de sus actos de poder sino en la persistente incondicionalidad de sus creyentes, pero la inmovilidad de su régimen –donde contra todo mal sólo se proponen actitudes honestas pero no eficaces- tarde o temprano terminará en la decepción, primero de los sectores menos incondicionales y luego entre los fieles, cuyo deterioro de la circunstancia nacional y de la suya propia los hará dudar, primero, y convencerse, después. Porque no es lo mismo hacer campaña por un Gobierno, que ejercerlo. Allá la eficacia es sólo una promesa retórica. Acá se es, o no, y de eso depende el éxito del mandatario, de sus electores y de sus gobernados.)

Si la fotografía del morenismo es la de los “hipócritas” y “lambiscones” presidenciales que hizo Muñoz Ledo de sus compañeros de partido y de bancada, el Morena tendría los días contados como partido dominante en el país. Y, en el Estado, se requeriría bastante poco para que liderazgos políticos con alguna virtud superasen a sus adversarios de esa oposición. Pero… ¿los hay?

El Morena está en un proceso de degradación del tipo retratado por Porfirio Muñoz Ledo. Y de la manera en que gestione la crisis de la pandemia, el petróleo, los mercados y el peso, dependerá en buena medida el futuro mediático y mediato del presidente López Obrador.

(Por si algo faltara en el horizonte del derrumbe morenista, su comunidad parlamentaria, en la línea de la hipocresía que les acredita Muñoz Ledo a sus camaradas legisladores, decidió asaltar y violentar -al más clásico estilo del mayoriteo priista de los tiempos de la ‘dictadura perfecta’ pero con el añadido del uso oportunista y miserable de la crisis de la peste- el mandato de la Constitución federal, con la intención de perpetuarse en sus curules sin tener que renunciar antes a ellas para postularse a la reelección.

Si la honestidad y el combate a la corrupción son las herramientas del movimiento presidencial y su partido para resolver todos los males -más allá del mérito competitivo-, las reformas legislativas del tipo que se dan los reeleccionistas del Morena y sus impresentables aliados en el Congreso de la Unión, son estocadas en el espíritu de la virtud que se predica y de la ley que dice defenderse para defender, con ella, los intereses del ‘pueblo’, y son, por supuesto, un atentado demoledor contra el prestigio, la credibilidad y el futuro electoral del partido, el discurso y el liderazgo presidenciales.)

Pero el problema del país es el mismo de Quintana Roo: ¿dónde están los potenciales reemplazos? Ese vacío es la fortaleza del partido y de su jefe máximo. Por eso la insistencia de ambos en convocar las culpas del pasado para descargar en ellas las propias, y la impotencia de los inculpados para citar, con eficacia propagandista y electora, las más evidentes fallas e incompetencias del grupo gobernante en el país. Porque no hay liderazgos más virtuosos que los de sus adversarios morenistas. Priman la mediocridad, la grisura, la ausencia de alternativa, de discurso y de credibilidad, en el PRI, el PAN y el PRD, y en sus potenciales alianzas.

La luz de la democracia no ha alumbrado una transformación educativa del nuevo electorado necesario y de una nueva civilidad política, y los presuntos liderazgos alternativos terminan siendo fraudes retóricos que se apagan en la oscura realidad de lo mismo con lo mismo. Y así, aunque el Presidente no perdiera del todo su fulgor popular hacia el año venidero, lo haría cada vez más hacia entonces y hacia los tiempos de campaña por la sucesión gubernamental.

Su partido se fragmenta en divisionismos y enfrentamientos intestinos, propios de un conglomerado militante revuelto de fanáticos iconoclastas y de oportunistas tipificados por uno de sus más emblemáticos líderes como hipócritas y lambiscones. Y cualquiera podría disputarles y arrebatarles, en Quintana Roo, los Municipios que corrompen y mal gobiernan, y cerrarles el camino a la gubernatura.

Pero… ¿”cualquiera”?… Igual que ellos, en efecto, puede ser cualquiera. Mejor, es otra cosa. ¿Quién, dónde, cuándo?… Ése, es el caso.

Es cierto: contra las miserias militantes y representativas del lópezobradorismo podrían sumarse las de sus opositores y acaso ganar…

¿Y?…:

Aparte de ellos, ¿quién ganaría con eso?…

Sería sólo una vuelta más a la descorazonadora ruleta de promesas fallidas de la democracia mexicana sin escuela y sin porvenir.

Las pestes se contagian más que las fuerzas morales y moralizadoras, que no pueden ser la solución contra el analfabetismo funcional, la incivilidad y la incompetencia.

SM

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