El Bestiario
‘Cuanto más idiota, más éxito alcanzas’ era la consigna del sucesor de Barack Obama dirigida a millones de militantes de la estupidez que le votaron aquel ‘ansiolítico’ 8 de noviembre del 2016. Hace ya tres eternos y perturbadores años. Lemas del ‘merchandising’ de campaña del heredero del antiesclavista y republicano Abraham Lincoln, coreados por sus ‘supporters’: “Hillary sucks, but not like Mónica” (Hillary apesta -la chupa-, pero no como Mónica) al “Trump that bitch” (Trumpea, machaca a esa perra), “Build the wall! Build the wall!” (¡Construye el muro! ¡Construye el muro!), o los más gráficos “Donald Fuckin Trump”, (Donald Trump el más cabrón) o “Finally someone with balls” (Por fin alguien con cojones). El oponente de la demócrata Hillary Clinton lanzaba consignas falsas, razonamientos infantiles, abundaba en bromas contra los musulmanes, los mexicanos, los gay, las mujeres “demasiado” liberadas, los pacifistas o los ecologistas. Exhibía y exhibe su yupismo pasado de moda para escenificar, en definitiva, uno de los géneros más antiguos de la vida pública estadounidense: el teatro de la estupidez…Hoy ha sido arrojado de su Casa Blanda. Las urnas la rechazado un nuevo mandato de ‘El Aprendiz’. Todavía sigue quejándose. No ha aprendido a perder. Dirigía un show en la televisión donde humillaba a los participantes, presentándose como el ‘empresario ganador’… El ‘poder popular de las elecciones democráticas’ ya le han puesto un apodo ‘El Aprendiz de la Historia de los Estados Unidos’.
De ‘Forrest Gump’ (1994), veinticinco años después, nos divierte ver a Tom Hanks infiltrado en todo tipo de hechos históricos. Inspiró los bailes de Elvis Presley, conoció a John Fitzgerald Kennedy y participó en la Guerra de Vietnam. Pero la realidad fue la que ha hizo un guiño a la ficción. El actor recibió la Medalla Presidencial de la Libertad de manos de Barack Obama, antes de dejar éste la Casa Blanca, en Washington. Un usuario de la plataforma de imágenes Imgur ha relacionado el hecho con uno de los momentos de la película, en el que el protagonista es condecorado por otro presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson. “Cuando Forrest conoce de nuevo al presidente”, se titula el fotomontaje publicado por el usuario britishman99 que compara el momento ficticio, fechado en 1968, y el acto real ocurrido hace ahora veinticuatro meses. En sus primeras ocho horas de publicación, superaba las 40,000 visitas. Antes de abandonar su cargo Barack Obama hizo entrega de sus últimas Medallas Presidenciales de la Libertad, el máximo honor civil del país. Además de Bruce Springsteen y Ellen DeGeneres, entre los galardonados se encontraba el actor Tom Hanks, haciendo realidad una de las escenas de ‘Forrest Gump’.
En la presentación del galardón se definía a Hanks como un icono del cine capaz de inspirar a la sociedad estadounidense: “A lo largo de su distinguida carrera en el cine, Tom Hanks ha mostrado la personalidad de Estados Unidos al tiempo que la suya propia. Interpretando a héroes de guerra, un astronauta, el capitán de un barco, un vaquero de dibujos animados, un joven que crece demasiado rápido y tantos otros nos ha permitido no solo vernos a nosotros mismos tal y como somos, sino también como nos gustaría ser”. “Dentro y fuera de la pantalla, Tom Hanks ha honrado los sacrificios de aquellos que han servido a la nación, alentando nuestra ambición e inspirando a una nueva generación de jóvenes a llegar hasta el infinito y más allá”, concluía el discurso introductorio. En la película de Robert Zemeckis, que logró seis premios Óscar hace más de dos décadas, el protagonista recibía en cambio la Medalla de Honor, que es la máxima condecoración militar en Estados Unidos, por sus acciones heroicas en la Guerra de Vietnam.
Santiago J. Santamaría Gurtubay
Durante el acto público en el que Lyndon B. Johnson le hace entrega de la insignia, el presidente pregunta a Forrest Gump dónde fue golpeado y le susurra que le gustaría verlo. El personaje de ficción interpretado por Hanks se baja los pantalones para mostrarle la herida en su nalga. El galardón termina en manos de Jenny Curran, la mujer de la que está enamorado durante toda su vida. Por desgracia, Tom Hanks no mostró ninguna parte de su cuerpo a Barack Obama en el momento de recibir su medalla. Y es que desde los inicios de la joven nación han sido muchos los tratadistas que han abundado en su singular inclinación por la majadería, si bien esta no siempre se ha expresado con el grado de obscenidad al que asistimos en la era del ruido y la ‘memecracia’. De hecho, sus orígenes son de una cierta inocencia, si atendemos al juego de opuestos del que nacen los actuales militantes de la estupidez, aquel que históricamente ha dividido a los devotos de la ciencia y la creencia, los ilustrados frente a los seguidores de una fe que les alentó a internarse por territorios inhóspitos y temer a un dios iracundo. El ideario de los padres fundadores inauguraría una versión de esta particular dicotomía, al situar al frente de sus desvelos la pugna entre lo espiritual y lo material, la naturaleza y la civilización urbana, inclinándose en ambos casos por lo primero.
De Ralph A. Emerson a Henry D. Thoreau, Walt Whitman o Herman Melville, los ‘trascendentalistas’ se suman al impulso romántico para derribar las paredes de un capitalismo que impide la comunión natural y el espiritual del hombre, la misma que encuentran en el lago de Walden al que se retira Thoreau o en los mares que recorre Ahab, sin pasar por alto el tedio ante la vida administrativa que inunda a Bartleby. Para todos ellos, el cálculo material, el vil negocio, aparece como la tentación mentecata y destructora de los grandes ideales a los que debía aspirar el país neonato. Emerson, quien ejerce de ideólogo del movimiento, lo expresa con claridad en una célebre conferencia, “The American Scholar”, impartida en 1830 en la Universidad de Harvard… “Los jóvenes de mayor promesa que comienzan la vida en nuestras tierras, bañadas por el mar, respirando el viento puro de las montañas, mirando resplandecer en el cielo todas las estrellas de Dios, descubren que la tierra que pisan no está en armonía con ellos; la repugnancia que les inspira el principio que rige el mundo de los negocios los paraliza y les impide actuar, y se convierten en seres derrotados y rutinarios, o mueren de disgusto. Algunos se suicidan. ¿Cuál es el remedio? No lo ven todavía, y miles de jóvenes tan llenos de esperanza como ellos, y que ahora se disponen a iniciar la carrera, no ven que si el hombre individual planta sus pies indomablemente en sus propios instintos, y allí se sostiene, a la larga el gran mundo acudirá a él. […] Caminaremos sobre nuestros propios pies; trabajaremos con nuestras propias manos; expresaremos nuestros propios pensamientos. […] Por primera vez existirá una nación de hombres, porque cada uno se sabrá inspirado por el Alma Divina que inspira igualmente a todos los hombres”.
Un cristianismo talibán, desde las primeras décadas del siglo XIX, irrumpió con fuerza en el sur y el medio oeste norteamericano
Así que partimos de una sensibilidad que reivindica la espiritualidad y la voluntad del individuo, una reflexión ideológica y estética que se extenderá de las costas de Nantucket al Río de la Plata, donde el Domingo F. Sarmiento de ‘Civilización y barbarie’ (1845), el Joaquim de Sousa Andrade de ‘O inferno de Wall Street’ (1879), el José Martí de las ‘Escenas norteamericanas, el Rodó del Ariel’ (1900), el Vasconcelos de ‘La raza cósmica’ (1925) o el Lorca de ‘Poeta en Nueva York’ (1930) participan de un tópico, el de la inspiración telúrica frente al sucio materialismo, que también sería apropiado por una escisión fundamentalista, de un cristianismo talibán, que desde las primeras décadas del siglo XIX irrumpió con fuerza en el sur y el medio oeste norteamericano. Y aquí es donde viene el giro al que asistimos boquiabiertos, pues al tiempo de los Emerson o Thoreau se produce una explosión de confesiones de nuevo cuño lanzadas a su particular conquista del oeste. Es lo que se conoce como el Second Great Awakening, el ‘Segundo Gran Despertar’, en el que predicadores de toda laya se desplegarán sobre feligresías aisladas y bajo durísimas condiciones de vida, los requisitos idóneos, según Susan Jacoby, para el triunfo de las interpretaciones bíblicas más extremas y sus conflictos elementales entre el bien y el mal, el pecado o la redención de las almas.
Desde entonces, afirma Sydney Mead, se asiste a una progresiva escisión cultural y territorial que ha obligado a los norteamericanos a enfrentar la “dura elección […] entre ser inteligentes de acuerdo a los estándares que prevalecen en los centros intelectuales o ser religiosos de acuerdo a los estándares que prevalecen en sus denominaciones”, en medio de la batalla entre los valores laicos y el irracionalismo militante, también a cargo de la educación de unas comunidades que, en muchos casos, se han opuesto a un sistema de enseñanza público que desmintiera la ‘literalidad’ bíblica. El mapa de la fe pronto comenzaría adoptar una clara distribución geográfica y a traducirse en desequilibrios regionales, como que en 1840 la proporción de niños escolarizados en los Estados del norte sextuplicara a los del sur, de los que tan solo Carolina del Norte contaba con un sistema, con todas las deficiencias de su tiempo, público de educación. En el resto de colonias de lo que en la Guerra Civil sería la Confederación apenas existía una estructura educativa integradora, pues junto a la iglesia, la escuela configuraba la base ideológica de una sociedad desigual y esclavista.
Así que durante el siglo XIX el conflicto norte-sur iría adoptando, además de un componente político y económico, un importante cariz cultural entre la élite de las ciudades del norte y la aristocracia terrateniente del sur, orgullosa de su falta de interés por los desafíos intelectuales, y cuyos resentimientos se acrecentarán tras la guerra de Secesión (1861-1865), cuando un importante número de norteños, los llamados ‘carpetbaggers’, se asentarían en los devastados Estados del sur. Las razones de la llegada hablaban de ayudar a la reconstrucción, aunque la población autóctona los vio como oportunistas en busca de tierras a bajo coste y puestos políticos, hasta el punto de que el fenómeno se situaría en la base del surgimiento del Ku Klux Klan, dentro de un contexto de violencia generalizada, corrupción y abusos de poder que Mark Twain tildó como la ‘Gilded Age’ (la edad chapada en oro), en que el cacareado despegue del país no podía ocultar sus desbalances sociales y territoriales, ni las consecuencias ideológicas del hundimiento económico del sur.
“En Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión, se aflojan, en vez de resolverse los problemas de la humanidad, se reproducen”
Tres décadas después del conflicto armado, José Martí, exiliado en Estados Unidos y una de las miradas más agudas del momento, fijaría su atención en la segmentación geográfica y cultural que aún hoy conforma una de las lecturas del país, los estados ‘red’ y los ‘blue’ que cada cuatro años enfrentan posturas: “Es de supina ignorancia, y de ligereza infantil y punible, hablar de los Estados Unidos, y de las conquistas reales o aparentes de una comarca suya o grupo de ellas, como de una nación total e igual, de libertad unánime y de conquistas definitivas; semejantes Estados Unidos son una ilusión, una superchería. De las covachas de Dakota, y la nación que por allá va alzándose, bárbara y viril, hay todo un mundo a las ciudades del Este, arrellanadas, privilegiadas, encastadas, sensuales, injustas. Hay un mundo […] del pueblo limpio e interesado del Norte a la tienda de holgazanes sentados en el coro de barriles de los pueblos coléricos, paupérrimos, descastados, agrios, grises del Sur. […] En los Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión se aflojan, en vez de resolverse los problemas de la humanidad se reproducen, en vez de amalgamarse en la política nacional las localidades, la dividen y enconan, en vez de robustecerse la democracia, y salvarse del odio y la miseria de las monarquías, se corrompe y aminora la democracia y renacen, amenazantes, el odio y la miseria”. (‘La verdad sobre los Estados Unidos’, 1894).
Desde nuestro presente, sería interesante preguntarse si la violencia desatada durante la guerra civil no se ha reciclado en formas contemporáneas de interpretar la lucha entre la ciencia y la creencia, o si el ascenso de figuras políticas cada vez más escoradas hacia el mesianismo voluntarista, de Ronald Reagan a George W. Bush o Donald Trump (pasando por Sarah Palin), no responde al rearme ideológico de las posiciones fundamentalistas, con repuntes como los que protagonizó el Tea Party. Hablamos de movimientos de colonización del Partido Republicano, que observa a advenedizos como Donald Trump o a personajes tan odiados por el aparato como Ted Cruz (“si matas a Ted Cruz en el interior del Senado y el juicio transcurre en el Senado, nadie te inculpará”, ironizó Lindsey Graham, senadora republicana por Carolina del Sur) liderar movimientos internos que, al estilo de la implosión evangelista, improvisan nuevas doctrinas y se inclinan aceleradamente hacia la violencia maniquea. Y, además, lo hacen reactivando una dinámica territorial que recuerda con demasiada obstinación a estas historias fundacionales, como un eterno retorno que en las últimas elecciones de 2012 adoptó la forma de un mapa viralizado, el de los resultados de demócratas y republicanos, que se asemejaba con sorprendente precisión al de unionistas y confederados…
El verdadero campo de batalla transita de una disputa ideológica a una psicológica, históricamente dramatizada en los más diversos escenarios
En uno de los más recientes números de The Atlantic, dedicado a la estupidez, David H. Freedman señala cómo en el debate público norteamericano toda la corrección política, los silencios y límites que normalmente operan sobre las cuestiones más espinosas saltan por los aires cuando se trata de la estulticia de los demás. Entre quienes se consideran educados la veda contra el estúpido permanece abierta, como si el verdadero campo de batalla transitara de una disputa ideológica a una psicológica, históricamente dramatizada en los más diversos escenarios. De hecho, antes de que el premio al ‘juicio del siglo’ recayera en el caso O. J. Simpson, jugador de fútbol americano, una de las más célebres teatralizaciones de este choque remitía al anterior ‘juicio del siglo’, es decir, al caso Scopes o, como se le conoció en su tiempo, hablamos de 1925, el Scopes Monkey Trial (lo de ‘Monkey’ se debe a que en él se juzgaba la enseñanza de la teoría de la evolución en las escuelas públicas). Todo comenzó cuando la recién fundada American Civil Liberties Union, con base en Nueva York, decidió impugnar la Butler Act, la ley aprobada en Tennessee para penalizar la enseñanza de la evolución, por medio de un juicio forzado. Para ello contaron con la ayuda de varios líderes locales de Dayton (TN), que atraídos por la publicidad que el caso podría reportar a su comunidad, decidieron ejercer como acusadores, mientras John Scopes, profesor de ciencias de la localidad, se ofreció como conejillo de indias. El cambalache se completó con William Jenning Bryan, candidato en tres legislaturas a la presidencia de Estados Unidos y uno de los más populares antievolucionistas en el papel de fiscal, y Clarence Darrow, abogado estrella del país y primer cruzado en favor de las libertades civiles, en el de la defensa, después de que Herbert G. Wells (sí, el autor de ‘La guerra de los mundos’) hubiera declinado la propuesta.
La escenografía estaba montada y el público no defraudó. Las sesiones, con más de mil asistentes que apostillaban con un ‘amén’ las frases de W. Jenning, serían seguidas con gran expectación por medios de todo el mundo y retransmitidas en sus sesiones finales por la WNG Radio, que sin embargo no llegaría a recoger el alegato final de la acusación ni su explícito rechazo a los avances modernos, especialmente desprestigiados tras los efectos de la I Guerra Mundial:
A los años persecución ideológica amparada en la paranoia anticomunista responden las ‘Brujas de Salem’ (1953) de Arthur Miller
El hombre solía sentirse satisfecho con masacrar a sus semejantes en un único plano: la superficie de la tierra. La ciencia le ha enseñado a sumergirse en el agua y disparar desde abajo o ascender hasta las nubes y disparar desde arriba, convirtiendo el campo de batalla en tres veces más sangriento de lo que era antes; pero la ciencia no enseña a amar fraternalmente. La ciencia ha convertido la guerra en algo tan infernal que la civilización está a punto de suicidarse; y ahora se nos dice que se han descubierto nuevos instrumentos de destrucción que harán de las crueldades vistas de la última guerra algo trivial en comparación con las crueldades de las guerras que vendrán. Si la civilización ha de ser salvada de la destrucción que amenaza con provocar la inteligencia no consagrada al amor, esto solo sucederá a través del código moral del manso y humilde Nazareno. Sus enseñanzas, y únicamente sus enseñanzas, pueden resolver los problemas que ofenden al corazón y dejan al mundo perplejo.
Aunque el jurado impusiera una multa de cien dólares a Scopes, finalmente anulada, y la ley no se volviera a aplicar, el caso daría lugar a todo tipo de canciones, chistes, tiras cómicas, obras de teatro y una película, ‘Inherit the Wind’ (1960), con Spencer Tracy y Gene Kelly en sus papeles estelares, que a la vez que reflejaba los hechos de Dayton ya se proyectaba como una crítica contra la cruzada que en los años cincuenta había desatado el senador McCarthy, primer espada de una auténtica ‘caza de brujas’ contra la élite intelectual y su tentación de cuestionar el programa ideológico de Washington. A esos años de persecución ideológica amparada en la paranoia anticomunista responden otras obras, como las ‘Brujas de Salem’ (1953) de Arthur Miller, o el clásico de Richard Hofstadter ‘Anti-intellectualism in American Life’, ganador en 1963 del premio Pulitzer, en el que analiza uno de los fenómenos más incardinados en la cultura nacional estadounidense.
Generalizado resentimiento de clase contra las personas educadas, y una inocultable arrogancia intelectual de quienes pueden mostrar su título
Como en el juicio a Scopes, las sesiones del Comité de Actividades Antiestadounidenses serían ampliamente seguidas, tanto por los agresivos interrogatorios de McCarthy, convertido en un bully profesional, como por la pléyade de estrellas involucradas, desde ‘los diez de Hollywood’ de quienes da buena cuenta la reciente ‘Trumbo’ (J. Roach, 2015), a la plataforma antimacartista de la Comisión de la primera enmienda encabezada por Humphrey Bogart, Katharine Hepburn, Groucho Marx o Frank Sinatra, que encontrará su némesis en Ronald Reagan, Gary Cooper o Walt Disney, los rutilantes delatores.
Congregaciones evangélicas, segundos despertares, testigos de Jehová, sectas que proliferan bajo el flower power, cienciólogos, comunas de iluminados, amish, mormones, gurús de la autoayuda y sus extravaganzas capilares, de Joel Osteen a Jan Crouch… los reciclajes de la guerra entre la razón y la creencia han supuesto una fuente inagotable de malentendidos y espectáculo. A ello colabora un origen nacional que sienta las bases de este desacuerdo, pero también estructuras de desigualdad que no han permitido una integración social ni racial efectiva, con grandes sectores ajenos a un sistema educativo de calidades mínimas. Que exista un generalizado resentimiento de clase contra las personas educadas, a la vez que una inocultable arrogancia intelectual de quienes pueden mostrar su título, se debe tanto a una historia de agravios regionales como a un desarrollo nacional que no ha sabido, o no ha querido, universalizar el acceso al conocimiento, todavía un objeto elitista.
‘Forrest Gump’ parecería una impugnación del ‘American Way of Life’, además de una recreación de los peores estigmas que pesan sobre el sur
Hemos incluido fotogramas y mencionado películas que exploran el territorio en disputa de la estupidez, aunque ninguna se sitúa al nivel de ‘Forrest Gump’ (R. Zemekis, 1994), no solo por su singular protagonista ni por su cacofonía con Donald Trump, sino por los contradictorios subtextos que maneja. Por una parte, el filme parecería una impugnación del ‘American Way of Life’, además de una recreación de los peores estigmas que pesan sobre el sur: Gump nace en un pequeño pueblo de Alabama, es descendiente de un general confederado y líder del Ku Klux Klan, su madre se prostituye y su mejor amiga sufre abusos sexuales de su padre. Pero a pesar de sus taras físicas y psicológicas, y de una fría caracterización inicial que solo resalta su capacidad para seguir órdenes y correr, triunfa a cada paso. El primer mensaje parecería entonces cuestionar el mito del sueño americano o del hombre hecho a sí mismo, sustituidos por un ‘cuanto más idiota, más éxito alcanzas’.
Sin embargo, según avanza la película nuestro protagonista gana en matices y se impone un tono melodramático que comienza a sugerir otra lectura, la que finalmente predominó sobre la cinta e hizo de esta un monumento a la ñoñez, y es que el éxito de Gump surge como el merecido premio a un corazón noble y una voluntad a prueba de hierro. Así que el mismo espectador que podría ofenderse por una caricatura tan grotesca de los valores americanos, también puede sentirse reconfortado ante lo que se interpretaría como un elogio a la simpleza.
Donald ‘Fuckin’ Trump ejerce de tipo con huevos, de vaquero que entra al saloon pegando una patada en la puerta
Si la salud mental de Ronald Reagan, quien, como diría Christopher Hitchens, era ‘as dumb as a stump’ (tan tonto como un tocón de árbol) fue seriamente cuestionada durante su mandato, o George W. Bush venció en 2000 al sofisticado Al Gore porque, aunque fuera abstemio, querrías tomarte unas cervezas con él, o la mejor virtud de Sarah Palin era representar a la típica ‘hockey mum’, Donald ‘Fuckin’ Trump ejerce de tipo con huevos, de vaquero que entra al ‘saloon’ pegando una patada en la puerta, una versión si cabe más bizarra de lo que se venía cociendo en diversos sectores de la sociedad norteamericana. En sus mítines se infiltran, como quienes van a un safari, periodistas y escritores que documentan los sucesos de lo que, sugerirían, responde a una realidad alterna o lejana, aunque más bien parecería calcadita a un programa de Jerry Springer o de Cops, quizás con unos grados más de hiperrealismo. Uno de ellos, Dave Eggers, apunta en su artículo para The Guardian una de las claves para entender al personaje y su audiencia, más atraída por la catarsis con el líder que por sus palabras o sus posiciones políticas concretas: “Si mañana dijera que son los canadienses, y no los mexicanos, los violadores y vendedores de drogas y que el muro debería construirse en esa frontera, nadie pestañearía, sus porcentajes de aceptación no variarían, porque no hay posturas ni principios que les importen. Solo está el hombre, el nombre, la marca, la personalidad que han visto en la televisión”. El argumento explica la célebre frase del propio Donald, cuando el pasado enero dijo aquello de que “Podría matar a alguien y no perdería ni un solo voto”.
‘Te habla’ como si fuera el vecino de arriba y no tuviera mayor responsabilidad sobre lo que dice que el vecino de arriba
Sus catorce temporadas al frente de ‘The Apprentice’, el popular reality show donde los concursantes ponían a prueba sus habilidades para los negocios, permitieron que Trump no solo cultivara una imagen de triunfo que va más allá de lo que dice o hace, sino el manejo de un liderazgo carismático emparentado con esta larga tradición de fundamentalismo político-religioso y su discurso a la defensiva. Trump gesticula, exagera, hace bromas de cosas serias, pasa por encima de cualquier dato factual, se contradice y elabora teorías ridículas pero, sobre todo, ‘te habla’ como si fuera el vecino de arriba y no tuviera mayor responsabilidad sobre lo que dice que el vecino de arriba. Y su electorado, que como cualquier electorado, transita entre el plató televisivo y la escena política, actúa como si todo ocurriera en el altar catódico y en cualquier momento pudiera ponerse a llorar o a hacer zapping. El muñeco, a fin de cuentas, es intercambiable, lo más dudoso es que decaiga la larga tradición de la estulticia, ¿qué seríamos sin ella?
‘Forrest Gump’ es una película estadounidense cómico dramática estrenada en 1994. Basada en la novela homónima del escritor Winston Groom, la película fue dirigida por Robert Zemeckis y protagonizada por Tom Hanks, Robin Wright, Gary Sinise y Sally Field. La historia describe varias décadas de la vida de Forrest Gump, un nativo de Alabama que sufre de un leve retraso mental y motor. Ello no le impide ser testigo privilegiado, y en algunos casos actor decisivo, de muchos de los momentos más transcendentales de la historia de los Estados Unidos en el siglo XX, específicamente entre 1945 y 1982. El filme difiere sustancialmente de la novela en que se basa, entre otras cosas en la propia personalidad del protagonista y en los diversos eventos en los que se ve envuelto. La filmación se realizó en 1993 principalmente en los estados norteamericanos de Georgia, Carolina del Norte y Carolina del Sur. Se usaron numerosos efectos visuales para integrar al protagonista en imágenes históricas reales y recrear otras escenas. En el apartado sonoro la película usa numerosas canciones propias de cada época que en ella se retrata, una recopilación musical que en su salida comercial como álbum fue todo un éxito gracias a las ocho millones de copias vendidas en todo el mundo.
La Biblioteca del Congreso de EE UU la preservó en el National Film Registry por ser “cultural, histórica o estéticamente significante”
Estrenada en Estados Unidos el 6 de julio de 1994, ‘Forrest Gump’ recibió alabanzas de la crítica especializada y fue un gran éxito de público, pues se convirtió en la película más taquillera del año en Norteamérica y recaudó en todo el mundo 677 millones de dólares. La película fue galardonada con los premios Óscar a mejor película, mejor director (Robert Zemeckis), mejor actor (Tom Hanks), mejor guion adaptado, mejores efectos visuales y mejor montaje. Recibió otras muchas nominaciones y premios, entre ellos los Globos de Oro, los premios People’s Choice y los Young Artist. En 2011 la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos seleccionó ‘Forrest Gump’ para ser preservada en el National Film Registry por ser “cultural, histórica o estéticamente significante”.
Mientras espera sentado en una parada de autobús, Forrest Gump comienza a relatar la historia de su vida a diversos extraños que se sientan junto a él. Su narración comienza por la infancia, cuando tuvo que llevar unos aparatos ortopédicos en las piernas que provocaron el acoso y la burla de otros niños. Él vivía con su madre en una casa en el campo en la que alquilaban habitaciones. Allí Forrest enseñó a uno de los huéspedes, un joven Elvis Presley, a bailar de una forma peculiar que luego este haría mundialmente famosa. En el bus escolar durante su primer día de clase Forrest conoce a Jenny, de la que se enamora inmediatamente y de la que se hace su mejor amigo. También en su infancia Forrest descubre que es capaz de correr muy rápido, una habilidad que impresiona al entrenador de fútbol americano Bear Bryant y que le permite ingresar, a pesar de su leve retraso mental, en la Universidad de Alabama. Allí es testigo de la Parada en la Puerta de la Escuela que protagonizó George Wallace en 1963. En esa época también es seleccionado por el equipo All-America de fútbol y conoce en persona en la Casa Blanca al presidente John F. Kennedy.
Cuando su pelotón cae en una emboscada, en Vietnam, Forrest consigue salvar, gracias a su veloz carrera, a numerosos compañeros
Tras graduarse en la universidad, Forrest se alista en el ejército de los Estados Unidos, donde se hace íntimo amigo de Benjamin Buford ‘Bubba’ Blue, un afroamericano con el que acuerda probar suerte en un futuro en el negocio de la pesca de gambas. Ambos son enviados a la guerra de Vietnam y estando allí Forrest se da cuenta que Jenny aparece en una edición de la revista erótica Playboy. Cuando su pelotón cae en una emboscada, Forrest consigue salvar, gracias a su veloz carrera, a numerosos compañeros, entre ellos a su teniente Dan Taylor, pero no puede evitar la muerte de su amigo Bubba. El propio Forrest resulta herido en la acción, pero su valentía es reconocida con la Medalla de Honor, que le entrega en persona el presidente Lyndon B. Johnson.
Mientras permanece en el hospital recuperándose de su herida de guerra, Gump vuelve a encontrarse con el teniente Dan, quien ha perdido ambas piernas y está furioso con él por haberlo salvado en lugar de dejarlo afrontar su destino: morir en el campo de batalla al igual que todos sus antepasados. En Washington D. C., Forrest se ve inmerso en una enorme manifestación pacifista en el National Mall y allí se reúne con Jenny, que entonces forma parte del movimiento contracultural Hippie. Ambos pasan la noche caminando por la capital, pero a la mañana siguiente ella se marcha junto a su novio.
Alojado después en el hotel Watergate, una noche Forrest ayuda sin proponérselo a exponer el escándalo Watergate
En esa época Forrest descubre su gran habilidad en la práctica del ping-pong y comienza a jugar para el equipo del ejército de los Estados Unidos, con el que acaba compitiendo contra el equipo chino durante una gira de buena voluntad al país asiático. Vuelve a visitar la Casa Blanca, donde conoce al presidente Richard Nixon. Alojado después en el hotel Watergate, una noche Forrest ayuda sin proponérselo a exponer el escándalo Watergate. Gracias a sus ya entonces numerosas hazañas, Gump es invitado a un famoso programa de televisión, en el que coincide con John Lennon, y a la salida del cual vuelve a toparse con su antiguo teniente Dan Taylor, que ahora vive de la pensión del gobierno. Dan desprecia los planes de Forrest para comenzar en el negocio de la pesca de gambas y de forma burlona le promete que será su primer oficial en el barco si llega a tener éxito en esa empresa.
Empleando el dinero que ganó jugando al ping pong, Forrest compra un barco pesquero que bautiza con el nombre de Jenny y comienza así a cumplir la promesa que le hizo a su amigo Bubba, muerto en Vietnam. El inválido Dan también cumple su promesa y se presenta para ayudar a Forrest en el negocio. Al principio no tienen ninguna suerte en la pesca de gambas, pero gracias a los devastadores efectos del huracán Carmen, que destruye toda la flota pesquera competidora del barco de Forrest, la Bubba Gump Shrimp Company obtiene unas ganancias enormes.
Acertadamente invierten las ganancias del negocio pesquero en acciones de la compañía informática Apple y los convierte en millonarios
Dan finalmente le da las gracias a Gump por haberlo salvado de la muerte en la guerra. Entonces Forrest regresa a casa para cuidar de su madre enferma, que muere de cáncer poco después. El negocio pesquero había quedado en manos del teniente Dan, quien acertadamente invierte las ganancias en acciones de la compañía informática Apple y los convierte a ambos en millonarios. Jenny regresa a visitar a Forrest y se queda un tiempo con él, circunstancia que este aprovecha para pedirle matrimonio. Ella se niega y acaba por marcharse una mañana, antes de que él despierte. Angustiado, Gump decide comenzar a correr y lo que al principio solo iban a ser unos kilómetros acaba por convertirse en una larguísima maratón de costa a costa del país que dura tres años, en el transcurso de la cual se convierte en una celebridad y atrae numerosos seguidores. Un día detiene súbitamente su carrera y decide regresar a casa.
Allí recibe una carta de Jenny en la que ella le pide que se reúna con ella, lo que lo lleva a la parada de autobús en la que lo vemos al principio de la película. Ya en casa de Jenny, ella le revela que tienen un hijo en común, también llamado Forrest, y que está enferma de un virus desconocido. Ella le propone matrimonio y él acepta. Los tres regresan a la casa de Forrest en Alabama y organizan una boda pequeña a la cual asiste el teniente Dan, ya comprometido y con piernas nuevas de aleación de titanio. Jenny y Forrest contraen matrimonio pero ella muere poco después. En la última escena de la película, Forrest y su hijo esperan en la parada del autobús escolar en el primer día de escuela del chico. Mientras se aleja el autobús, Forrest padre se sienta en el mismo tocón de árbol en que lo hizo su madre el primer día que él fue al colegio y se queda mirando el vuelo de una pluma, la misma que aparece al principio.
En palabras de Tom Hanks, “la película es apolítica y por lo tanto no contiene prejuicios”. Sin embargo, en 1994 el programa de debate Crossfire, de la cadena de televisión CNN, debatió si el filme promovía valores conservadores o atacaba al movimiento contracultural de los años 1960. Thomas Byers, en un artículo para Modern Fiction Studies, afirmó que Forrest Gump era “una película agresivamente conservadora”. En el film no se tratan valores conservadores o políticos, aborda temas sobre la humanidad, sobre el respeto, la tolerancia y el amor incondicional… En Netflix volví a verla.
Uno de los mayores éxitos de Hollywood: no importa cuán grande sea la adversidad, el sueño americano está al alcance de todos
Se ha señalado que mientras Gump lleva un modo de vida muy conservador, su amiga Jenny lleva una existencia plenamente contracultural, con consumo de drogas y manifestaciones pacifistas, y que la boda final de ambos podría simbolizar una especie de reconciliación. En un artículo en el Cinema Journal, Jennifer Hyland Wang argumentó que la muerte de Jenny víctima de un virus desconocido “…simboliza la muerte de la América liberal y la muerte de las protestas que definieron la década de los 60”. También señala que el guionista del filme, Eric Roth, mientras desarrollaba el libreto a partir de la novela “transfirió todos los defectos de Gump y todos los excesos cometidos por los norteamericanos en los 60 y 70 hacia ella [Jenny]”.
Otras opiniones creen que la película pronostica la Revolución Republicana de 1994 y usa la imagen de Forrest Gump para promover sus valores tradicionales y conservadores. Jennifer Hyland Wang observa que el filme idealiza los años 50, como demuestra el hecho de que durante la infancia del protagonista no aparezca ni uno solo de los carteles que decían «solo blancos» y que eran muy comunes entonces, y revisita los años 60 y 70 como un período de cambio social y confusión. Argumenta que este marcado contraste entre décadas critica los valores de la contracultura de 1968 y reafirma el conservadurismo. Además, la película fue usada por políticos republicanos para ilustrar “una versión tradicionalista de la historia reciente” (de los Estados Unidos) y atraer votantes para su ideología de cara a las elecciones al congreso. Además, el candidato a la presidencia Bob Dole citó el mensaje del filme como una influencia en su campaña debido a que este “ha convertido [a la película] en uno de los mayores éxitos de Hollywood en toda su historia: no importa cuán grande sea la adversidad, el sueño americano está al alcance de todos”. Que se lo digan a los miles de centroamericanos que marchan hacia los Estados Unidos de Donald Trump, quien ha movilizado al Ejército para impedir el paso por la frontera a quienes tenían el ‘American Way of Life’ como una utopía, hoy transformada en utopía, merced al nieto de Friedrich Drumpf.
El abuelo del actual mandatario norteamericano emigró a Nueva York desde Alemania con solo 16 años. Hizo fortuna con hoteles y restaurantes que funcionaron como prostíbulos durante la ‘Fiebre del Oro’. En 1885 llegaba a la Casa Blanca el demócrata Grover Cleveland, un presidente atípico por ser el único que ha tenido dos mandatos no consecutivos, que además vetó una ley que pretendía restringir la entrada de extranjeros al país. Hoy, 133 años después, otro mandatario poco común tiene en mando de los Estados Unidos. En este caso, estamos ante un obsesivo compulsivo por cerrar las fronteras y levantar miles de kilómetros de muros: Donald, su nieto. A los originarios de Kallstadt, donde nació el abuelo -Friedrich Drumpf mintió a la ‘Migra’ diciendo que era de origen polaco para que no le confundieran con un nazi de Adolf Hitler-, un apacible pueblecito germano cuya tradición vitivinícola data del Imperio Romano, se les conoce cariñosamente como ‘Brulljesmacher’, una palabra que en el dialecto regional significa fanfarrón. Caprichos del destino…
Exigió al presidente de Ucrania que investigase a su principal rival político del momento, el demócrata Jose Biden y a su hijo
Donald Trump pidió insistentemente al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, que investigase a su principal rival político del momento, el demócrata Joe Biden, y al hijo de este, Hunter Biden, por sus negocios en Kiev, en una conversación telefónica mantenida el pasado 25 de julio. En esa llamada, el mandatario neoyorquino señaló repetidas veces que hará que su abogado personal, Rudy Giuliani, y el fiscal general de Estados Unidos, William Barr, le llamasen. “Y llegaremos al fondo del asunto”, dice. Así consta en la reconstrucción de ese diálogo hecha pública por orden del propio Trump al día siguiente de que los demócratas hayan activado la investigación formal para un ‘impeachment’ o destitución a raíz de este último escándalo. “Se está hablando mucho del hijo de Biden -Hunter Biden, que tenía negocios en Ucrania mientras su padre, el demócrata Joe Biden, era vicepresidente con Barack Obama-, que Biden detuvo la investigación y mucha gente quiere saber sobre eso, así que lo que puedas hacer con el fiscal general de EE UU será genial. Biden fue por ahí presumiendo de que había detenido la investigación, así que si puedes mirar eso… Suena horrible para mí”, dice en un momento de la charla, recogida en un memorando de cinco folios elaborado por personal de inteligencia. “Haré que Giuliani te llame y también que el fiscal general te llame y llegaremos al fondo del asunto. Estoy seguro de que lo resolverás”, afirma hacia el final de esa charla, para acto seguido rematar: “Vuestra economía va a ir mejor de lo que yo predije”.
El presidente también pide que se indague sobre la empresa Crowdstrike, la firma con sede en EE UU que se encargó de examinar el robo de correos del Partido Demócrata en verano de 2016 -uno de las grandes operaciones de la trama rusa de injerencia electoral- y lo atribuyó a Rusia. “Me gustaría que nos hiciesen un favor”, esas son las palabras con las que empieza el caso que marcará lo que queda de la era Trump y, por supuesto, la campaña electoral de 2020. Fuentes del Departamento de Justicia han negado que esa llamada prometida por Trump llegase a tener lugar, pero la bomba política ya ha estallado. El contenido de la conversación entre Trump y Zelenski será una de las principales armas de los demócratas para poner en marcha la maquinaria del ‘impeachment’. El magnate insiste en que sus comentarios no suponen presiones, pero la forma en que aborda el asunto, ofreciendo la colaboración de su abogado personal, del propio Departamento de Justicia, y la reiteración son dinamita, independientemente de dónde desemboque el asunto.
La tormenta política estalló en plena Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York, apenas unas horas antes de que Trump y Zelensky se reunieran en persona. “Creo que ya lo han leído ustedes todo, no quiero involucrarme en las elecciones de EE UU. Tuvimos una buena llamada telefónica, hablamos de muchas cosas… Nadie empujó”, respondió Zelensky en su reunión con Trump. Sin embargo, en la llamada, Zelenski se muestra complaciente con el presidente del país más poderoso del mundo y tampoco sale bien parado de la publicación de sus palabras. Cuando Trump se queja del trabajo del fiscal anterior, que no halló motivos para procesar a Hunter Biden, Zelenski responde: “Estoy al corriente de la situación. Como hemos ganado la mayoría absoluta en el Parlamento el próximo fiscal general será 100% mi persona, mi candidato”. Trump insistió en que la llamada “fue perfecta”. En su primera rueda de prensa tras el escándalo, defendió: “La caza de brujas continúa, pero van a salir muy mal parados de esta porque cuando miran la información es una broma. ¿‘Impeachment’ por eso? ¿Cuándo has tenido una reunión maravillosa, una conversación maravillosa?”. También atacó a Biden, a quien acusa de maniobrar cuando era vicepresidente para frenar investigaciones sobre su hijo. Y prometió ‘transparencia’ sobre este asunto. Para buena parte de la oposición, sin embargo, es evidente la maniobra de influencia sobre un Gobierno extranjero con el fin de perjudicar las posibilidades electorales del exvicepresidente de Barack Obama. Un denunciante anónimo de la propia Administración presentó la queja y el director interino de Inteligencia Nacional, Joseph Maguire, rechazó entregarla al Congreso, lo que supone un incumplimiento de las normas.
“El presidente de EE UU ha cometido traición a su juramento del cargo, a la seguridad nacional y a la integridad de las elecciones”
El presidente ucranio había tratado de salir al paso un rato antes bromeando sobre las presiones: “La única persona que puede presionar es mi hijo, que tiene seis años”, dijo a un grupo de reporteros, según recoge Reuters. “Nadie puede presionarme porque soy el presidente de un Estado independiente”, recalcó. Pero las palabras de esa charla de julio muestran que al hay al menos otra persona en el mundo, además de su hijo de seis años, con gran ascendente en él. Un elemento crítico de este caso consiste en si Trump usó las ayudas estadounidenses a Ucrania como un mecanismo de presión. La Administración tenía retenidos 391 millones de dólares cuando tuvo lugar esa conversación, aunque se acabaron entregando en septiembre. En ningún punto de la charla aparece dicho asunto, si bien el mandatario estadounidense resalta desde el principio de la conversación todo el “esfuerzo y el tiempo invertidos” en su país. “Estados Unidos ha sido muy, muy bueno con Ucrania”, añade, “no voy a decir que sea recíproco porque las cosas que están pasando no son buenas”, sin concretar qué es eso que debería hacer Ucrania para que el buen trato sea recíproco.
Este caso ha supuesto el detonante final para convencer a los demócratas más recelosos de la necesidad de impulsar un proceso de ‘impeachment’ contra Trump. Se trata de un proceso muy complejo, que difícilmente prosperará con el Senado de mayoría republicana, y que en ocasiones tiene un efecto bumerán contra el partido que lo pone en marcha, como demostró el proceso abierto contra Bill Clinton en 1998 (el presidente demócrata acabó ganando popularidad) a raíz del caso Lewinsky. Trump ha reaccionado como lo hizo con la trama rusa, declarándose víctima de una “caza de brujas”. El fiscal especial de este caso, Robert S. Mueller, confirmó la injerencia del Kremlin en las elecciones presidenciales de 2016, con el objetivo de favorecer la victoria del republicano frente a la demócrata Hillary Clinton, pero no halló pruebas de colusión por parte del magnate neoyorquino o su entorno. Tampoco fue concluyente sobre si veía un delito de obstrucción a la justicia, alegando las limitaciones jurídicas de procesar a un presidente en ejercicio, y señaló que era el Congreso el que puede llevar a cabo un proceso de este tipo, gracias a esa destitución previa.
Una conversación mantenida el 24 de julio ha cambiado radicalmente el panorama. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, anunció la apertura de una investigación formal para el proceso de destitución alegando que el presidente de EE UU había cometido “traición a su juramento del cargo, a la seguridad nacional y a la integridad de las elecciones”.
Nancy Pelosi, la mujer que supo esperar, creía que si aguardaba, Trump acabaría por cometer un error que le llevaría al juicio político
A cualquiera que lo quisiera escuchar, Nancy Pelosi contaba que estaba convencida de que, antes o después, Donald Trump acabaría por autoinculparse, por infligirse un autoimpeachment, que era solo una cuestión de tiempo que el presidente aportara una prueba incontestable de que había abusado de su poder. Que casi seguro que esa evidencia saldría de su boca, no de acciones confusas con conexiones caóticas entre muchos actores. Había que esperar. Esperar el momento oportuno para declarar de forma contundente, casi a golpe de mazo como el que empuña desde su cargo de presidenta de la Cámara de Representantes, que nadie estaba “por encima de la ley”. Esperar como esperó el Capitolio de la capital de Estados Unidos más de 240 años a tener una mujer al frente de la Cámara. Esperar a que el icono del poder político femenino viera la oportunidad exacta de pasar a la historia para ser recordada como la mujer que paró los pies a Trump.
Siendo madre de cinco hijos (el menor de los cuales entraba por aquellas fechas en su último año de instituto), Nancy Pelosi dio el salto a la política de Washington en 1987 con 47 años tras ganar el escaño que una congresista amiga dejaba libre debido a un cáncer mortal. Tildada por sus enemigos como “una liberal de San Francisco”, veinte años después de aterrizar en la jungla de egos que es Washington, Pelosi alcanzaba en 2007 el estatus de mujer electa con más poder en la historia política norteamericana y tercera autoridad de la nación. Su recelo para lanzar el ‘impeachment’ que le reclamaban las bases demócratas nada tenía que ver con que pudiera dañar su carrera política, al fin y al cabo, a Pelosi le falta solo un año para los 80 y no se presenta a ninguna elección. Esta abuela de nueve nietos curtida en batallas políticas pero cuya forja se esculpió en sus años al frente de su hogar como madre -como ha admitido ella, que considera ese trabajo más duro que cualquier otro- consideraba el juicio político al presidente un error estratégico que estaba abocado al fracaso si no se hacía en el momento adecuado.
Ese momento acabó por llegar. La mujer que supo esperar mantuvo en la mañana del martes, 24 de septiembre, una conversación con el presidente Trump en la que le informaba de su decisión de abrir la investigación previa para el proceso de destitución o ‘impeachment’. La reacción del presidente en esa conversación no se conoce, pero sí es de dominio público lo que escribió en Twitter cuando se supo la noticia. Como en otras ocasiones, Trump optaba por el berrinche y se quejaba de que todo el trabajo que había realizado en Naciones Unidas, durante su discurso en Nueva York en la Asamblea General, había quedado ensombrecido por la decisión de la mujer con la sonrisa perpetua (que las malas lenguas atribuyen a sus muchas cirugías). Todas las versiones de la vida de Pelosi se inician explicando que era la hija de Thomas D’Alessandro, Big Tommy, el congresista demócrata que fue por tres mandatos alcalde de Baltimore. Pero las decisiones que toma y su modo de enfrentar la vida han venido determinadas por su papel como madre. Para Pelosi, aquel capítulo de su vida la convirtió en la líder que es hoy. Fue entonces cuando esperó para ver crecer a sus hijos y aprendió que tener cinco bebés que luego serían niños y luego adolescentes la había preparado para enfrentarse a Donald Trump.
En la época del #MeToo, una mujer ha esperado para dictar el pistoletazo de salida del inicio del juicio contra un presidente que llegó a la Casa Blanca tras conocerse conversaciones en las que despreciaba a las mujeres y las trataba como objetos, un hombre que ha pagado dinero para mantener callada a una modelo de Playboy y actriz de cine pornográfico que aseguraba haber tenido una aventura con él. Todo esto podría no haber sucedido si Pelosi no hubiera escuchado un sabio consejo. Hubo un momento, allá por 1984, en el que Pelosi se planteó si tendría demasiado poder. Al fin y al cabo acumulaba muchos títulos dentro del Partido Demócrata, entre ellos el de ser su presidenta en California. Tanto fue así que se planteó ceder parte de ese poder. Una amiga, la congresista por Luisiana Lindy Boggs le quitó rápido la idea de la cabeza con una sola frase: “Querida, ningún hombre se plantearía hacer eso, no renuncies nunca a nada”.
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