Ashli Babbitt, la veterana del Ejército y fan de Donald Trump que acabó abatida en la insurrección del Capitolio en Washington

El Bestiario

En sus últimas horas de vida, Ashli Babbitt se dedicó a hacer una de las actividades favoritas de su líder: tuitear. De forma compulsiva, la mujer se dedicó a compartir decenas de mensajes en su cuenta de Twitter sobre las protestas que cercaban el Capitolio en Washington. Ella estaba allí, entre los centenares de seguidores -o fanáticos- de Donald Trump que se manifestaban a las puertas del Congreso el día en el que Joe Biden debía ser ratificado por la cámara como presidente de Estados Unidos. En ese lugar, a Babbitt se le escapó su vida tras recibir un disparo en la cabeza. “Nada nos va a parar, la tormenta está aquí y llegará a Washington en menos de 24 horas. De la oscuridad, a la luz”, tecleaba en Twitter el día anterior a la irrupción violenta en el Capitolio, instigada por Trump precisamente desde la misma red social. Todos sus mensajes se dedicaban a defender a su presidente y a avalar las diversas teorías de la conspiración sobre un supuesto fraude en las elecciones generales de noviembre. Hubo otros tres fallecidos amén decenas de heridos -algunos de ellos graves-. El número de muertos pudiera aumentar. ¿Qué le importa al presidente que no quiere dejar la Casa Blanca, quien no ha mostrado una frase de consuelo hacia las familias de esos 350,000 muertos por Covid-19, cifra que pudiera llegar al medio millón para la próxima Semana Santa?

Ashli Babbit, de 35 años y residente en San Diego (California), era una veterana de las fuerzas aéreas de Estados Unidos. Desde hace años, gestionaba un servicio de mantenimiento de piscinas junto con su marido Timothy McEntee. El hombre habló con una emisora local de San Diego para explicar estos detalles, además de asegurar que era una “gran patriota”. Su marido no la acompañó a Washington, explicó, porque tenía que hacerse cargo de asuntos relacionados con su negocio conjunto. En declaraciones a otros medios, llegó a confesar que no sabía que su mujer había viajado a la capital. Su suegra se mostró menos entusiasta cuando habló con la cadena Fox: “Sinceramente, no sé por qué decidió ir”. Su marido explicó al Washington Post que Babbit estuvo destinada en Afganistán, Irak y Kuwait en los 14 años en los que prestó servicio en las Fuerzas Armadas, donde se conocieron. Se separaron en 2019 y se reconciliaron y volvieron a casar recientemente. “Era muy ruidosa y firme en sus opiniones, pero también estaba llena de amor y era cariñosa”, aseguró su pareja.

Su vida se desarrollaba en las redes, y su muerte también. Segundos después de recibir el tiro que la abatió, ya circulaban varios vídeos con sus últimos minutos. En uno de ellos, se observa a una turba tratando de pasar por una puerta, hasta que un ruido seco les hace detenerse y un cuerpo cae desplomado. Es el de Babbitt, con un reguero de sangre en la cara. Allí no solo había un móvil. Otra de las grabaciones refleja lo que sucedía al otro lado de la puerta acristalada, y se ve claramente la mano que ejecuta el disparo apuntando a los asaltantes. En este segundo vídeo, parece que la fallecida estaba encaramada, sobresaliendo por encima del resto de manifestantes. El jefe de policía de la capital confirmó que el disparo lo ejecutó un agente del Capitolio y que se ha iniciado una investigación para aclarar lo sucedido. En la misma jornada, otras tres personas fallecieron en medio de los altercados. En la última grabación de Babbit con vida, ella mira hacia arriba, al vacío, parece que se le corta la respiración. Tiene el cuello lleno de sangre. A un lado, un grupo de policías armados. Al otro, los seguidores de Trump la apuntan con sus móviles. Ambos grupos se enzarzan en una pelea de gritos ensordecedores. El último plano es el de la mujer iluminada con una linterna de móvil, para que la grabación tenga mejor luz.

La democracia de Estados Unidos, con sus admirables siglos de historia y el honor de haber alumbrado la mayor potencia mundial del último siglo, vivió el día de los Reyes Magos, 6 de enero de 2021, una de las jornadas más oscuras en décadas. Manifestantes partidarios de Donald Trump -y azuzados por este- irrumpieron en el Capitolio cuando los representantes de la soberanía nacional celebraban allí la sesión de certificación de los resultados de las elecciones presidenciales ganadas por el candidato demócrata, Joe Biden. Es el espantoso resultado de años de sistemático esfuerzo por parte del magnate nacionalpopulista por fomentar la polarización en el seno de la sociedad estadounidense. Años de concienzudo trabajo para rociar con gasolina los cimientos de la convivencia civil y serena han prendido el fuego más terrible en el mismo templo de la democracia de EE UU. La sesión que se celebraba evidencia el desgarro en las filas del Partido Republicano, rendido a los desmanes del presidente saliente en los últimos cuatro años y que poco a poco trata de desmarcarse de la sombra del líder populista. El jefe republicano del Senado, Mitch McConnell, y el propio vicepresidente de EE UU, Mike Pence, se negaron a avalar los intentos de Trump de cortocircuitar la toma de posesión de Biden tras una victoria electoral avalada por escrutinio, recuentos y múltiples decisiones judiciales. Algunos representantes del antaño respetable partido, sin embargo, seguían intentando obstruir el trámite poselectoral al dictado del mandatario. Fue en ese momento cuando se produjo la irrupción.

En paralelo, el país asistía en vilo al escrutinio que se desarrollaba en el Estado de Georgia para adjudicar dos decisivos escaños en el Senado. El primero ya había caído del lado demócrata y el segundo iba por el mismo camino por diferencias mínimas cuando se produjo el asalto. Fue adjudicado unas dos horas después, abriendo el escenario a un profundo cambio político en el país que otorga a los demócratas la mayoría en ambas Cámaras. En este marco de máxima tensión política, la irresponsable actitud de Trump produjo este nuevo vergonzoso clímax, con rasgos gravemente antidemocráticos. El cuestionamiento sin ningún elemento racional de los resultados electorales y de las instituciones democráticas por parte del mismísimo presidente saliente ha provocado, como ahora queda evidente, una terrible herida en la sociedad estadounidense. No solo hay que pensar en los radicales que asaltaron el recinto parlamentario, sino en los millones de ciudadanos que, sin llegar a semejantes extremos, han perdido fe en la democracia por culpa de las descaradas mentiras de un presidente indigno de la magistratura que ganó en las urnas.

Queda por delante una ardua tarea de reconstrucción nacional. Joe Biden, por su experiencia y talante, parece una figura bien posicionada para intentarlo. Pero el daño es enorme. En la tarea, es fundamental la unidad de todos los demócratas de EE UU para aislar al virus lesivo para la democracia que Donald Trump encarna. En primer lugar, corresponde al Partido Republicano desconectar por completo de esa dañina figura y recuperar la nobleza de gran parte de su historia. La sociedad civil, en su conjunto, también deberá colaborar en ese esfuerzo.

Las revueltas instigadas por Trump siembran el caos en Washington, e impiden la confirmación de la victoria del demócrata Biden

El caos se apoderó de Washington este miércoles cuando el Congreso se disponía a confirmar al demócrata Joe Biden como próximo presidente, una formalidad que normalmente pasa sin pena ni gloria y que este 6 de enero de 2021 quedará escrita en los libros de historia. Miles de seguidores de Donald Trump, azuzados por sus acusaciones infundadas de fraude electoral, rodearon el Capitolio y traspasaron de forma violenta los cordones policiales, provocando altercados dentro del edificio. La sesión fue suspendida, la ciudad decretó toque de queda, la Guardia Nacional se desplegó y el mundo vio una imagen inaudita de Estados Unidos, el país que se enorgullece de ser la primera democracia del mundo. El vicepresidente, Mike Pence, fue evacuado y los legisladores se pusieron a refugio mientras la policía usaba gas lacrimógeno para dispersar a los manifestantes dentro del edificio, tratando de evitar medidas más duras que desatasen una escalada de violencia. Una mujer murió tras un disparo, según la policía. En televisión se podían ver imágenes de agentes de seguridad con sus armas desenfundadas protegiendo las puertas de las salas del pleno y de ciudadanos rompiendo las ventanas para entrar. Los comentaristas no dejaban de repetir frases como: “Esto es Estados Unidos de América” o “Esto es el Congreso de Estados Unidos”, desconcertados ante la deriva de su país.

Sobre las cuatro y media de la tarde, con la situación descontrolada desde hacía horas, Trump publicó una declaración grabada en la que pidió a su gente que abandonase el lugar, pero echó más gasolina al fuego, insistiendo en que les habían “robado” la elección. “Id a casa, os queremos, sois muy especiales, pero os tenéis que ir a casa”, señaló. El presidente electo, Joe Biden, denunció que lo ocurrido era “una insurrección, no una protesta” e instó a Trump a pedir el fin del asedio. A las cinco de la tarde no había aún datos concluyentes sobre detenidos o heridos. Entre los grupos manifestantes, se esperaba desde hace días la participación del grupo ultraderechista Proud Boys. La capital estadounidense había sido una olla a presión desde primera hora de la mañana. El Senado y la Cámara de Representantes celebraban la sesión conjunta que contempla la Constitución para contar los votos electorales enviados por cada Estado y certificar la victoria de Biden, mientras Trump seguía presionando a los miembros de su partido y agitando a sus seguidores con el fantasma de unas elecciones fraudulentas que, tal como han concluido la justicia y las autoridades, no son tales.

Los manifestantes se habían concentrado frente a la Casa Blanca, donde aguardaban para escuchar las palabras del mandatario en funciones, enrocado aún en sus teorías conspirativas sobre las urnas. “Nunca nos rendiremos, nunca concederemos [la victoria de Biden]”, había enfatizado Trump ante la muchedumbre poco después de las 11 de la mañana. Tras su intervención, los trumpistas recorrieron la gran Avenida Constitución y el Mall Nacional en dirección al Capitolio. Una vez allí, saltaron las chispas. Dentro, el Partido Republicano exhibía su fractura ante la figura de Trump y su último gran desafío contra el sistema. Un grupo de senadores y congresistas había preparado una batería de objeciones contra los votos de los Estados, aunque el grueso de los conservadores no los apoyaba. El líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, pronunció un duro discurso desacreditando la ofensiva de Trump, después de cuatro años de pragmática convivencia con el hombre que les había ganado la Casa Blanca en 2016. “Los votantes, los tribunales y los Estados han hablado. Si los revertimos dañaremos a nuestra República para siempre”, dijo. “Si anulamos estas elecciones por meras acusaciones del bando perdedor, nuestra democracia se adentrará en una espiral mortal”, añadió. Al otro lado de esos muros, la tensión había empezado a crecer y los manifestantes habían provocado los primeros altercados.

Es imposible calcular ahora las secuelas que dejará en el sistema y en la confianza de los ciudadanos una jornada como la de este miércoles. A las tres y media de la tarde, después de una hora de vorágine, el presidente aún no había pedido a sus acólitos que abandonaran el Congreso y se había limitado a escribir en su cuenta de Twitter: “Por favor, apoyen a la policía del Capitolio y las fuerzas del orden. Ellos están de veras del lado de nuestro país. ¡Manteneos pacíficos!”. Poco después, agregó un mensaje en la misma línea: “Pido a todos los que están en el Capitolio que permanezcan en paz. ¡Sin violencia! Recordad: Nosotros somos el partido de la ley y el orden”. Desde su propio partido llegaban las críticas. En declaraciones telefónicas a la CNN, Mike Gallagher, el congresista republicano por Wisconsin, apelaba al magnate neoyorquino: “Señor presidente, termine con esto, necesitamos que termine con esto”.

El partido de Abraham Lincoln afronta una buena temporada en el diván, la jornada devolvió el control del Senado a los demócratas

Joe Biden derrotó a Donald Trump en las presidenciales del 3 de noviembre con 306 votos electorales, frente a los 232 del republicano, cuando solo hacen falta 270 para ganar. Los 50 Estados certificaron estos votos el pasado 14 diciembre y, tras más de medio centenar de pleitos, ningún juez ha hallado rastro de las irregularidades de las que habla el presidente. La mayor parte del establishment republicano -con McConnell a la cabeza- optó entonces por reconocer a Biden como presidente electo y dejar atrás la cruzada de Trump, pero Mike Pence se mantuvo al lado de Trump y éste apretó las tuercas hasta el último momento. “Los Estados quieren corregir los votos que saben que están basados en fraude e irregularidades”, afirmó Trump, falsamente, esta mañana en su cuenta de Twitter. “Todo lo que Mike Pence tiene que hacer es enviarlos de vuelta a los Estados y ganamos”. El vicepresidente, que es el encargado de presidir la sesión, emitió un comunicado por la mañana, poco antes de comenzar la sesión en el Congreso, recalcando que cumpliría su deber constitucional, una obviedad que, en la era Trump, se convirtió en una declaración de calado al dejar abandonado a su presidente. El Partido de Abraham Lincoln afronta una buena temporada en el diván. La jornada tuvo lugar tras las unas elecciones al Senado por Georgia que devolvieron los demócratas el control del Senado, lo que en principio allana el camino a la nueva Administración de Biden, que gobernará con la mayoría de su partido las dos cámaras. Todo, sin embargo, quedó eclipsado por los episodios vividos en el Capitolio. Nada parece fácil de gobernar en Estados Unidos, independientemente de la aritmética parlamentaria. En los sondeos, más de la mitad de los votantes de Trump afirman que Biden ganó las elecciones de forma ilegítima.

“No ha habido transparencia, no se han mirado las irregularidades, los votos supuestamente depositados por personas en realidad fallecidas. Si Trump ha perdido de verdad, yo lo acepto, pero no lo sabemos”, se quejaba a primera hora de la mañana John Kayne, de 29 años, quien había conducido 14 horas desde Iowa para participar en la manifestación. Al plantearle que ningún tribunal de Estados Unidos ha hallado prueba de una trapacería suficiente para cambiar el resultado electoral después de más de medio centenar de pleitos; que las autoridad locales -muchas de ellas, republicanas- también han dado por bueno el desarrollo de la elección; o que el Departamento de Justicia tampoco ha observado la irregularidad, respondió que “nadie se ha querido involucrar en esto, por alguna razón, política o de seguridad”. “Nosotros somos los únicos que seguimos aquí”, dijo.

Donald Trump y un bidón de gasolina, con acusaciones infundadas de fraude electoral: “Ahora vamos a caminar hasta el Capitolio”

No miren lo que dice, miren lo que hace y cómo gobierna. Durante cuatro años, los votantes de Donald Trump han quitado hierro a la retórica incendiaria del republicano arguyendo que “sus tuits” -como si una amenaza, publicada en Twitter, fuera menos amenaza- desquiciaban a los blandos de piel mientras su Gobierno simplemente desarrollaba una agenda conservadora de toda la vida. ¿Cuánto importan las palabras de un presidente? ¿Qué impacto tienen las astracanadas? Estados Unidos lleva explorando esas incógnitas desde el 20 de enero de 2017, fecha en que juró el cargo el empresario neoyorquino, y este miércoles se ha asomado al abismo. “Después de esto, vamos a bajar caminando hasta el Capitolio y vamos a animar a nuestros valientes senadores y congresistas”, dijo Trump por la mañana a la muchedumbre a la que había convocado ante la Casa Blanca. “A algunos no los vamos a animar mucho porque nunca recuperaréis vuestro país con debilidad, tenéis que mostrar fuerza y ser fuertes”, añadió. Trump llevaba agitando el fantasma del fraude electoral desde hace meses, tal y como hizo en las presidenciales de 2016, a medida que los sondeos le señalaban como perdedor. La diferencia consiste en que esta vez, en efecto, cayó derrotado por el candidato demócrata, Joe Biden, e inició entonces una huida hacia adelante en la que alentó sin tregua la ira de sus seguidores más antisistema. Este miércoles, en pleno pánico, con miles de sus acólitos asediando el Congreso, su vocación pirómana llegó al paroxismo. “Estas son las cosas y acontecimientos que ocurren cuando una victoria sagrada y abrumadora es arrebatada de agresiva a grandes patriotas que han sido tratados de forma mala e injusta durante mucho tiempo. Id a casa en paz y amor. Recordad este día para siempre”, escribió en su cuenta de Twitter.

Un rato antes, en una declaración grabada en vídeo tras varias horas de miedo y caos, había lanzado una primera petición a sus seguidores para que abandonasen el Capitolio, pero el breve discurso comenzaba insistiendo en la teoría conspirativa del fraude. “Conozco vuestro dolor y vuestro sufrimiento, ha habido una elección que nos han robado, fue una elección ganada con diferencia, y todos lo saben, especialmente el otro lado”, dijo, pero ahora, añadió, “debéis iros todos a casa, marchaos en paz”. “Es un tiempo muy duro, no ha habido otro momento en el que algo así haya podido suceder, que nos puedan quitar [una victoria] a vosotros, a mí, a todos, en una elección fraudulenta”, agregó. El republicó intensificó su cruzada contra la voluntad de los estadounidenses expresada en las urnas a partir del 5 de noviembre, cuando ya se sabía vencido, aunque el resultado se confirmaría el 7. Aquel jueves por la tarde convocó a la prensa en la misma Casa Blanca para lanzar una bomba de racimo sobre la legitimidad del sistema electoral de Estados Unidos, sobre las autoridades de los territorios que daban la victoria a Biden y sobre el propio demócrata. “Si cuentas los votos legales, gano fácilmente. Si cuentas los ilegales, los que han llegado tarde, pueden intentar robarnos las elecciones”, dijo. En esta línea, acusó a los medios de comunicación, a los poderes económicos y a las grandes tecnológicas de una “histórica interferencia electoral”.

El jefe de su equipo legal, Rudy Giuliani (exalcalde Nueva York), denunció el 19 de noviembre una “conspiración nacional”

El presidente y sus aliados sostenían que se había producido un fraude masivo en los Estados que habían resultado decisivos en su derrota -Pensilvania, Michigan, Georgia, Wisconsin, Arizona y Michigan-, que se habían destruido miles de votos de trumpistas, que los demócratas habían llenado las urnas de papeletas de fallecidos… Empezó la ofensiva judicial y ni las autoridades electorales de dichos territorios, ni los tribunales, ni el Departamento de Justicia hallaron pruebas de semejante operación. Mientras, sin embargo, las teorías conspirativas no dejaban de crecer, hasta llegar al esperpento. El jefe de su equipo legal, Rudy Giuliani (exalcalde Nueva York), denunció el 19 de noviembre una “conspiración nacional”, comparó el recuento con la película de Joe Pesci ‘Mi primo Vinny’ y sostuvo falsamente que los votos se contaron en España y Alemania por una compañía venezolana de “aliados de Maduro y Chávez” y también a través de una empresa española, en referencia a Indra, otra mentira. Los trumpistas salían a la calle. Convocaron una gran manifestación el 14 de noviembre en Washington y otra el 12 de diciembre el grupo de “Paren el robo”.

El equipo de Trump y sus seguidores perdió más de 50 pleitos en un Tribunal Supremo de mayoría conservadora, con tres de sus nueves jueces nombrados por el propio Trump, que por unanimidad también rehusó intervenir. Aun así, Trump siguió con su campaña en Twitter, señalando como traidores a los republicanos que no le seguían en su campaña de conspiraciones. “Brian Kemp debería dimitir de su cargo, es un obstruccionista que rechaza admitir que ganamos Georgia”, dijo del gobernador de dicho territorio la semana pasada. El sábado, como quien se cree impune, incluso telefoneó al secretario de Estado de Georgia, Brad Raffensperger, para urgirle a “encontrar” los “11,780 votos” que necesitaba para revertir la victoria de Biden, insistiendo en ese presunto fraude. No funcionó. Este miércoles sus fieles volvieron a salir a la calle.

Twitter, Facebook e Instagram bloquean la cuenta de Trump tras el asalto al Capitolio para “disminuir el riesgo de violencia”

“Como resultado de la situación violenta sin precedentes y en curso en Washington, hemos requerido la eliminación de tres tuits que se publicaron en la cuenta @realDonaldTrump por infracciones graves y repetidas de nuestra política de Integridad Cívica”. Así explicaba Twitter que la cuenta del presidente Trump ha sido bloqueada las próximas 12 horas, después de haber alentado las revueltas de este 6-E en Washington. La red social ha alertado primero sobre el contenido difundido por Trump, alegando “riesgo de violencia”, horas después ha suspendido la cuenta para que el presidente no pueda utilizarla. Facebook e Instagram han hecho lo mismo por un periodo de 24 horas. El día en que el Capitolio debía certificar la presidencia de Joe Biden como el próximo presidente de Estados Unidos, un grupo de manifestantes azuzados por Donald Trump irrumpían en la Cámara de Representantes en mitad de la sesión. Las siguientes horas, insólitas en la historia del país, han obligado a parar la jornada donde una mujer ha muerto por heridas de bala.

Facebook y YouTube se unieron a Twitter para bloquear el contenido lanzado por Trump. Ambas eliminaron el video en el que el mandatario se dirigía a los suyos para pedirles que se fueran a casa mientras expresaba su empatía debido al “fraude electoral” que según él, ha arrebatado la presidencia a los republicanos. Dicho fraude no ha podido ser comprobado y ha sido tumbado por los jueces en más de 60 ocasiones los últimos tres meses. Los directivos de Facebook e Instagram se pronunciaban también sobre el bloqueo de la cuenta. “Esta es una situación de emergencia y estamos tomando las medidas de emergencia apropiadas, incluida la eliminación del video del presidente Trump”, dijo Guy Rosen, vicepresidente de integridad de Facebook. “Lo eliminamos porque creemos que contribuye a disminuir el riesgo de violencia continua”, agregó en un tuit. “Nosotros también hemos bloqueado la cuenta de Instagram del presidente Trump”, dijo Adam Mosseri, jefe de Instagram. Antes de las protestas, Trump dijo frente a miles de personas en Washington que nunca concedería la victoria a su rival, Joe Biden y siguió jaleando a las masas con sus acusaciones infundadas sobre fraude electoral. Horas más tarde, en un segundo video después de la toma del Capitolio y pese al caos, el presidente Trump no se apeaba del discurso de rebelión alentaba a sus seguidores a recordar el día como algo memorable. Después de este segundo mensaje, Twitter ha tomado medidas. La empresa ha señalado que hasta que Trump no borre los tuits de este miércoles, no podrá volver a utilizar su cuenta. A excepción de sus redes sociales, el presidente en ningún momento se ha dirigido al país en cadena nacional y según confirman los medios estadounidenses, no lo hará durante la noche, donde ha vuelto a sesionar la Cámara de Representantes.

La red social de Trump ha sido el principal canal y el altavoz que ha utilizado el presidente para dirigirse a sus seguidores y dar opiniones de todo tipo durante su mandato. “Las cuentas de Trump le han servido como un arma política, como un medio de comunicación que penetra en ese Estados Unidos profundo que es el que él representa”, dice Rubén Darío Vázquez, profesor de la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM) e investigador de redes sociales y democracia. Mensajes cortos y directos como los de hoy que pueden mover a miles de personas. También Trump ha utilizado Twitter como lugar de intoxicación continua para lanzar mensajes sin contrastar durante las últimas elecciones, alentando al racismo y a la desinformación. “Las redes sociales han sido un caldo de cultivo muy importante para conectar a todos estos grupos extremistas que fueron decisivos para que Trump llegara a la presidencia”, señala Vázquez. Y aunque no es la primera vez que Silicon Valley advierte sobre los contenidos del presidente y les pone un alto – como hizo en las elecciones pasadas-, nunca le habían cerrado el grifo de las redes sociales en pro de la seguridad nacional.

El movimiento conservador en EE UU abandonó a los moderados hace varios años y ahora se ha refugiado en manos de la ultraderecha

Esta no es una transición pacífica del poder. No es el intercambio suave de la estafeta presidencial al que nos tiene acostumbrados Washington. En cambio, el asalto violento al Capitolio, el corazón de la democracia estadounidense, es la conclusión lamentable pero lógica al Gobierno de Donald Trump. Durante los últimos cuatro años y particularmente desde que se conoció el resultado oficial de la elección general, el presidente reality se ha empeñado en desacreditar a las instituciones, la ley y el orden con el fin de avanzar un proyecto político nutrido por la división y el caos. La irrupción del Congreso por miles de simpatizantes de Trump durante la sesión para certificar la victoria del presidente electo Joe Biden era predecible, casi esperada. Justo en el momento en el que esto ocurría, muy cerca del capitolio el presidente Trump alimentaba el tsunami de mentiras con el que ha pedido a sus seguidores que lo acompañen en la aspiración golpista de rechazar el resultado de la elección. Muchos entendemos quién es el responsable principal de la violencia ocurrida este 6 de enero en la capital estadounidense y todos pudimos atestiguar en tiempo real cómo el discurso incendiario de Trump ha invitado a sectores marginales de la sociedad a llevar su mensaje etnonacionalista hasta los pasillos del poder político en Washington.

Las últimas 24 horas ilustran los claroscuros del estado actual y frágil de la democracia en los Estados Unidos. La atención nacional pasó del triunfo electoral de Raphael Warnock, el primer senador afroamericano en la historia de Georgia, a la presencia de la bandera confederada, un símbolo vinculado con la esclavitud y la supremacía blanca, en el Capitolio. De un presidente en funciones desinteresado en el trabajo político y el liderazgo moral que demanda la embestidura presidencial, a un presidente electo sin la autoridad para ejercerlos aún. De poco más de la mitad del país confiada en la integridad de la elección y la otra mitad convencida de un presunto fraude que solo existe en la retórica del trumpismo y en los medios que monetizan teorías de conspiración y desinformación. El personaje se despide en un par de semanas,  el próximo 20 de enero, pero su proyecto desafortunadamente continuará. El movimiento conservador en Estados Unidos abandonó a los moderados hace varios años y ahora se ha refugiado en manos de la ultraderecha. Las derrotas electorales en 2008 y 2012 solo aceleraron ese desplazamiento. El partido de Lincoln incubó a Trump y empoderó a figuras tóxicas como Ted Cruz, Lindsey Graham y Mitch McConnell. En suma, los días más oscuros de la presidencia Trump están por terminar, pero no los del trumpismo. El ecosistema que facilitó su ascensión al poder solo se ha fortalecido como el asalto al capitolio y la tibia respuesta de las autoridades lo demuestra.

Entumecidas por la narrativa del excepcionalismo americano, la riesgosa noción de que la democracia estadounidense es infranqueable y su obsesión con el falso balance, la prensa y otras instituciones estadounidenses se han visto abrumadas por esta gran prueba de estrés llamada Donald Trump. Se equivocaron en normalizar el desafío en 2016 y se equivocan nuevamente al pensar que con el cambio de gobierno la vida regresará a la normalidad. Al menos por el futuro cercano lo que vimos es la nueva normalidad. Las frustraciones económicas y las ansiedades demográficas que tratan de explicar elegantemente el profundo resentimiento social y racial con el que han traficado Trump y su partido ya se han desbordado a las calles. Este es el verdadero estado de la unión que hereda Biden, con o sin Trump en la película.

La era Trump concluye con todo el poder para los demócratas, los republicanos pierden el Senado, el Congreso y la presidencia

La era Trump termina con los demócratas controlando todo el poder. En medio del caos generado por el asalto al Capitolio que emprendieron los partidarios de Trump en Washington, el Partido Demócrata arrebató a los republicanos el control del Senado de Estados Unidos, al confirmarse la victoria de los dos candidatos progresistas en la elección de este martes en Georgia, que disputaba en segunda vuelta los escaños de este Estado. El resultado allana el mandato del presidente electo, Joe Biden, quien, al menos durante los dos próximos años, gobernará con las dos Cámaras legislativas a su favor. No obstante, la mayoría demócrata en el Senado será mínima: con el triunfo del reverendo Raphael Warnock y del treintañero Jon Ossoff, la Cámara alta quedará formada por 50 republicanos y 50 demócratas (dos de ellos, independientes). Será la próxima vicepresidenta, Kamala Harris, quien ejercerá el voto decisivo en los casos de empate. El resultado se ha conocido justo cuando el mundo contemplaba cómo los manifestantes trumpistas asaltaban el Capitolio mientras se celebraba una sesión para ratificar la victoria de Joe Biden. La batalla en el Estado de Georgia era clave y Trump se había volcado a ella, pero otorgándose muchas veces un protagonismo mayor que el de los candidatos que se jugaban el puesto. En un mitin el pasado lunes, el presidente saliente se dedicó durante una hora y media a difundir acusaciones infundadas de fraude electoral y a lanzar dardos contra los demócratas y las autoridades estatales de su propio partido. Apenas tuvo palabras para los aspirantes al Senado, hoy derrotados. “Jamás nos rendiremos. Nunca jamás concederemos [la derrota]”, sostuvo el magnate ante una multitud de seguidores en Washington.

Georgia se encontraba en el ojo del huracán tras haber elegido, en las elecciones de noviembre, al primer presidente demócrata en 28 años, convirtiéndose así en el único oasis azul en el llamado “cinturón bíblico” del sur, en un escrutinio ajustado que Trump ha tratado de desacreditar sin éxito. Este martes, el Estado sureño ha vuelto a hacer historia por varios motivos: ha elegido al primer senador demócrata desde 1996 en una segunda cita electoral, tras un primer empate el 3 de noviembre; ha dado el triunfo por primera vez a un senador negro, Warnock, quien rompe un simbólico techo de cristal para la comunidad en el Estado sureño, el segundo con mayor población negra del país. Gabe Sterling, un alto funcionario electoral republicano de Georgia, informó este martes de que más de 100,000 residentes que votaron en la segunda vuelta senatorial, no participaron en las presidenciales. “Mientras los republicanos estaban ocupados atacando [por no desacreditar los resultados] al gobernador y a mi jefe, los demócratas estaban tocando puertas”. Con la recuperación del Senado, después de seis años de mayoría republicana, los demócratas dan otro portazo a la era Trump, si bien lo ajustado del resultado refleja la necesidad de consensos. La victoria demócrata en Georgia también supone el fin del reinado del líder de los republicanos en la Cámara alta, Mitch McConnell, que pasará a ser jefe de la minoría. McConnell ha sido durante años la pared contra la que chocó la Administración de Obama en sus últimos años, un veterano político orgulloso del apodo ‘La Parca’, por su capacidad de enterrar proyectos de la oposición.

La masiva participación de la comunidad negra y la movilización de los jóvenes de las grandes ciudades fueron claves en el triunfo de Warnock, de 51 años, que se enfrentaba a la senadora republicana Kelly Loeffler, de 50, y Ossoff, realizador de documentales, de 33, que competía por un escaño contra David Perdue, hasta el pasado domingo senador republicano, de 70 años. El reverendo Warnock, el primer negro en llegar al Senado por Georgia, era un rival fuerte. El pastor desde hace más de 15 años de la Iglesia Bautista Ebenezer, la misma del líder por los derechos civiles Martin Luther King Jr., fue inmediatamente bien recibido por la comunidad, que lo sentía cercano a sus problemas diarios. “Las manos de 82 años que solían recoger el algodón de otra persona fueron a las urnas y eligieron a su hijo menor para que fuese senador de Estados Unidos”, dijo el senador electo Warnock esta mañana. Por su parte, Loeffler, quien fue puesta a dedo en el cargo por el secretario de Estado de Georgia después de que un legislador se retirara por problemas de salud, era una incógnita.

Aunque las encuestas proyectaban una leve ventaja de Ossoff frente a Perdue, su triunfo fue una sorpresa mayor. El ahora exsenador se hizo con su escaño en 2014 cuando ganó de manera holgada con el 52.9% de los votos. Durante la última semana, el fiel seguidor de Trump no pudo hacer campaña sobre el terreno porque había estado en contacto directo con un contagiado de coronavirus. Con 33 años, Ossoff será el senador más joven de la Cámara alta, y también será el demócrata más joven en llegar al Senado desde Joe Biden hace casi medio siglo.

‘Bananas’, film de Woody Allen, quien la dirigió, escribió y protagonizó hace medio siglo, tenía un título en español ‘La locura está de moda’

La película ‘Bananas’ se desarrolla a modo de sátira política siguiendo una historia que evoca a la Revolución Cubana. El filme está estructurado mediante varias escenas que, por un lado responden a los hechos de la historia linealmente, y por el otro, introducen distintos sketchs cómicos influenciados por el humor de los Hermanos Marx y su líder ideológico Groucho.  El guión se inicia con una ridiculización de una cobertura periodística estadounidense del ascenso del nuevo dictador de San Marcos, pequeño país ficticio de Sudamérica. Fielding Mellish es un ciudadano estrafalario de Manhattan que se dedica a probar nuevos productos en una clara analogía a ‘Tiempos Modernos’ de Charles Chaplin. Es un enano enclenque, inseguro, obsesivo y sin éxito con las mujeres. En ese momento, se desarrollará una escena que incluye al entonces muy joven Sylvester Stallone como un matón en el metro. Por una casualidad, conoce a Nancy, una joven activista que se encontraba recogiendo firmas para que Estados Unidos apoyase en San Marcos a la democracia y no al régimen dictatorial. Los dos comienzan un romance, muy a pesar de Nancy, que al poco tiempo lo deja porque, según ella, le falta algo. Sucede que ella quiere a alguien más fuerte, más seguro de sí mismo: en definitiva, quiere a alguien con dotes de mando. Luego de una situación en el quirófano de sus padres, Fielding decide ir a San Marcos para ver de cerca lo que está sucediendo en el país e impresionar a la que era su novia.

El general Vargas (nuevo dictador del país) lo recibe con honores. Pero solo para planear asesinarlo y hacer parecer que fue obra de Expósito y sus rebeldes. Según ellos, con eso se ganarían el total apoyo de Estados Unidos. De cualquier manera, Fielding escapa y va a parar con los rebeldes. Como queda en deuda, Fielding se une a la guerrilla y sólo podrá volver a Manhattan una vez que la revolución haya triunfado. Es allí cuando aprende torpemente a ser un guerrillero. Son varias las escenas graciosas: el aprendizaje de la lucha, de la supervivencia, su romance con la guerrillera de la banda y el extremadamente absurdo saqueo a un almacén del pueblo. Se desencadena la batalla y, con una parodia incluida de ‘El Acorazado Potemkin’, la Revolución triunfa. Vargas se exiliará en avión en una posible analogía respecto del derrocado Fulgencio Batista. Expósito, si bien es físicamente parecido al Che Guevara, se vuelve loco dando órdenes contradictorias y disparatadas al pueblo. Fielding gana popularidad entre los guerrilleros de una manera similar a la del personaje de Peter Sellers en la comedia ‘Being there’.  Es elegido como nuevo presidente de San Marcos, y viaja a los Estados Unidos para pedir dinero disfrazado de Fidel Castro. Al reunirse con la que era su novia, se descubrirá quién es él, y se lo someterá a juicio. Todos están en su contra, incluso el primer director del FBI, John Edgar Hoover, que está disfrazado de mujer negra. Fielding se defiende solo y al final es condenado, pero perdonado con la condición de que no viva en el barrio del juez. La película terminará con el mismo reportaje extraño y absurdo del noticiero estadounidense, pero esta vez comparando la consumación del matrimonio con una pelea de boxeo.

‘Bananas’, medio siglo atrás, desarrolla la mejor sátira política de la filmografía del neoyorquino y nos regala una acumulación de gags muy efectivos típicos del humorista. Se ríe del capitalismo, comunismo, de las guerrillas y de los movimientos de paz. La filmografía de Allen iría evolucionando hacia un tipo de comedias con guiones más complejos (‘Manhattan’, ‘Annie Hall’) en las que se perfilarían sus obsesiones, como la religión o el psicoanálisis, aunque en ‘Bananas’ ya se mete con cuestiones que atravesarían toda su carrera. El nombre de ‘Bananas’ es apenas nombrado una sola vez en la cinta, pero nunca lo vemos explícitamente. Esto responde a un chiste de doble sentido que mezcla los países bananeros de América con la frase “to go bananas” (volverse loco). Su estilo de humor, nervioso, inseguro y que se parodia a sí mismo constantemente cambiarían la historia de las comedias. Estados Unidos es en estas horas un estado bananero. No estaría de más un ‘remake’ de Woody Allen sobre el ‘grouchomarxista’ nuevo Asalto de la Bastilla contra una institución como es el Capitolio de los Estados Unidos, referencia universal de la Democracia.

“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”, decía Groucho Marx. Una frase crítica con la política y las medidas tomadas por los gobiernos, especialmente en los tiempos que le tocó vivir: la Gran Depresión, las Guerras Mundiales, persecución de posibles comunistas y asociados durante la guerra fría (habiendo sido de hecho el propio Groucho investigado). Donald Trump decía también: “No permitiré injusticias, ni juego sucio, pero si se pilla a alguien practicando corrupción sin que yo reciba una comisión, lo pondremos contra la pared… ¡Y daremos la orden de disparar!”. ‘El Aprendiz’ de la Historia de los Estados Unidos puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se deje usted engañar, es realmente un idiota.

El cambio en Estados Unidos, la llegada de las vacunas, el avance de la lucha contra el cambio climático… son motivos de optimismo

Estamos pagando las consecuencias de muchos errores. La pandemia de la Covid-19 no fue un rayo azaroso que surgió de la nada, sino más bien un desastre “natural” provocado por el hombre, reflejo de nuestros malos hábitos y de nuestras prácticas peligrosas y, por cierto, letales. Después de todo, la transmisión del coronavirus de murciélagos a seres humanos fue producto de una urbanización masiva y una usurpación destructiva de los hábitats naturales, y su rápida propagación fue resultado de la excesiva industrialización, del comercio frenético y de los hábitos de viaje contemporáneos. De la misma manera, la incapacidad del mundo para aunar esfuerzos para contener la crisis refleja hasta qué punto la capacidad de gobernanza está rezagada detrás de la hiperglobalización. Muchas de estas deficiencias eran evidentes antes de que el virus atacara: la gente en muchos países apoyaba a líderes nacionalistas y populistas que prometían una acción decisiva en un mundo que parecía fuera de control. Pero si bien este 2020 ha sido un año difícil, hay por lo menos cinco razones para alegrarse por 2021.

La primera razón y la más obvia es la derrota del presidente norteamericano, Donald Trump. Es un alivio poder despertarse por la mañana sin preocuparse por lo que la persona más poderosa del mundo dijo en Twitter mientras uno estaba durmiendo. Estados Unidos pronto volverá a estar en manos capaces. Además de lograr que Estados Unidos sea más predecible y responsable, la victoria del presidente electo, Joe Biden, tiene implicaciones importantes para las democracias en todo el mundo. Los propios trumpianos de Europa -el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y el viceprimer ministro y gobernante de facto de Polonia, Jaroslaw Kaczynski- se han quedado huérfanos después de la muerte política de Trump. Ahora que los europeos aguardan sus propias elecciones -en Holanda y Alemania en 2021 y en Francia en 2022-, los partidos populistas ya no tendrán tantos argumentos para decir que están canalizando el curso de la historia. En el Reino Unido, el primer ministro, Boris Johnson -una veleta política consumada-, ya está virando con los nuevos vientos políticos. Luego de la derrota de Trump, finalmente despidió a su gurú populista pro-Brexit Dominic Cummings, y dio a entender que diseñaría una nueva identidad para el mundo pos-Trump.

La segunda razón para alegrarse es que las vacunas contra la Covid-19 ya están en camino. Esto permitirá un retorno gradual a la normalidad, y la manera en que se desarrollaron deberían reafirmar nuestro apoyo a la cooperación internacional. Fue inspirador ver salir la primera vacuna de BioNTech, una compañía financiada por la Unión Europea y liderada por dos científicos alemanes de ascendencia turca. Dadas las preocupaciones justificadas sobre el “nacionalismo de la vacuna”, es importante que la gente haya visto que el internacionalismo, y no el provincianismo, es el camino para salir de esta y otras crisis globales. Eso lleva a la tercera razón para ser optimistas: noticias alentadoras en el frente climático. Como muchos analistas han observado, el cambio climático podría conducir a una crisis aún mayor que la Covid-19. Pero luego de una enorme caída del 7% de las emisiones de gases de efecto invernadero este año, por lo menos sabemos que es posible. Y ahora que los Gobiernos han demostrado ser capaces de gastar lo que haga falta en una emergencia, enfrentarán una creciente presión para invertir en las tecnologías necesarias para una rápida transición a la energía limpia.

Muchos partidos tradicionales quieren que se apliquen políticas que respalden a los trabajadores y a la clase media

La cuarta causa para alegrarse es el retorno de la fe en el Gobierno. La Covid-19 nos ha recordado a todos lo valiosa que puede ser una Administración pública competente. También ha hecho que se le prestara una renovada atención a la necesidad de redistribución. Después de la crisis financiera de 2008, muchos esperaban que la ortodoxia neoliberal prevaleciente diera lugar a una democracia social y a un mayor control político de la economía. Por el contrario, tuvimos rescates bancarios y otros ejemplos notorios de “socialismo para los ricos y capitalismo para los pobres”. Después de una década de dolorosa austeridad y de la agitación política que causó, los Gobiernos finalmente están asumiendo más responsabilidad por el bienestar público. Muchos partidos tradicionales, entre ellos los demócratas en Estados Unidos, quieren que se apliquen políticas que respalden a los trabajadores y a la clase media, brindando esperanzas de que finalmente se corregirá la desigualdad estructural, que deja a muchos con la sensación de “ser excluidos” (y así expuestos a las apelaciones populistas).

Eso nos lleva a la última razón para alegrarse. La pandemia ha dado lugar a una reconsideración del sistema global. En lugar de la hiperglobalización desregulada, muchas potencias líderes están buscando maneras de reconciliar el apetito por productos baratos, tecnologías avanzadas y otros beneficios del comercio con un mayor control de los asuntos domésticos. Ya sea que se hable de “desacople” en Estados Unidos, de “circulación dual” en China o de “autonomía estratégica” en Europa, los debates sobre políticas tan demorados hoy están en marcha. Aquí, encuentro la conversación europea particularmente alentadora, ya que está centrada en canalizar el deseo de un mayor control de maneras que impidan un nacionalismo contraproducente. La búsqueda de soberanía de la Unión Europea abarca por lo menos cinco áreas (cuestiones económicas y financieras, salud pública, digitalización, política climática y seguridad) y los europeos vienen haciendo un buen progreso en todas ellas. La creación de un fondo de recuperación de 750,000 millones de euros (921,000 millones de dólares) demuestra que países como Alemania están dispuestos a cruzar sus tradicionales líneas rojas en pos de la solidaridad.

Por supuesto, es demasiado pronto para cantar victoria en cualquiera de nuestras batallas actuales. Biden se esforzará por gobernar un país polarizado frente a la resistencia republicana. Entregar vacunas a todo el mundo será un gigantesco desafío logístico. Las grandes potencias en competencia podrían desbaratar la agenda climática en el periodo previo a la cumbre climática de COP26 en Glasgow en noviembre. La amenaza de recesión y de nuevas crisis de deuda podría exacerbar la desigualdad, augurando un retorno a una política más tóxica. “Pero en tanto avanza 2021, las cosas parecen mucho mejores que hace apenas unos meses. Ahora tenemos por lo menos cinco razones para celebrar el Año Nuevo…”, escribía Mark Leonard, director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

El relevo en la Casa Blanca todavía no acaba de acomodarse en el ánimo del presidente mexicano, que se sentía muy cómodo con Trump

‘¿Y ahora qué hacemos con Biden?’, titulaba este 6 de enero de 2021, el escritor mexicano, Jorge Zepeda Patterson, en un artículo en El País, periódico español. En papeles el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador,  ha reconocido por fin a Joe Biden como mandatario electo de Estados Unidos. Pero es un hecho que el relevo en la Casa Blanca todavía no acaba de acomodarse en el ánimo del presidente mexicano. Por muchas razones se sentía muy cómodo con Donald Trump, en una alianza tan improbable como ficticia, pero alianza al fin, que ambos intentaron usar en su propio provecho. Pero al margen de sus mutuos intereses, lo cierto es que creció entre ellos una empatía y una relación personal que AMLO extrañará.

“Desde luego ambos tenían razones políticas para acercarse al otro. Para Trump, López Obrador constituía un recurso para resolver el flujo migratorio de centroamericanos que pasan por México y cuyo volumen había superado la emigración mexicana. Y quizá aún más importante, particularmente en los dos últimos años: AMLO era un personaje clave en la tarea de aumentar el número de votos latinos al acercarse la campaña de reelección. En ambos aspectos nuestro presidente superó las expectativas del republicano. No solo aceptó cumplir el papel de “cadenero” en la gestión y retención de centroamericanos, también se prestó a promover la figura de Trump al arranque de la campaña de reelección. En una mediática visita a la Casa Blanca el mexicano cubrió de elogios a su colega, quien los explotó al máximo en la publicidad electoral.

Probablemente AMLO lo consideró un precio aceptable a cambio de sacar adelante su propia agenda con respecto a Estados Unidos: por un lado, y aunque con remiendos restrictivos, consiguió la ratificación del Tratado de Libre Comercio, que Trump deseaba cancelar. Por otro lado, logró neutralizar la hostilidad del líder, quien había amenazado limitar las importaciones procedentes de México y el afincamiento de empresas estadounidenses en nuestro territorio. Quizá el mayor logro de AMLO con respecto a Trump no está en lo que consiguió, que no es poca cosa, sino en lo que evitó. Así pues, si bien es cierto que ambos tenían razones políticas para usarse mutuamente, también existían empatías personales que facilitaron el camino. A pesar de obvias diferencias ideológicas y orígenes sociales que no pueden ser más contratantes entre un neoyorkino de cuna millonaria y un tabasqueño de clase media baja, encontraron razones para entenderse y respetarse. Ambos se veían a sí mismos como outsiders que lograron imponerse y tomar por asalto a las respectivas maquinarias políticas vigentes, ambos profesan un estilo proclive al voluntarismo personal y desconfían del entramado institucional, las comunidades intelectuales, los técnicos y los especialistas. Nada resume esta empatía de mejor manera que la confianza que desarrollaron para resolver personalmente con una llamada telefónica cualquier cosa que entorpeciera la relación entre los dos Gobiernos.

Tampoco ayudará a limar asperezas la decisión del Gobierno mexicano para restringir las actividades de la DEA o el asilo a Julian Assange

Nada de este estilo prevalecerá con Joe Biden, un político y funcionario profesional, formado en la costumbre de llevar los asuntos públicos a través de canales institucionales y relaciones multilaterales. Para el nuevo Gobierno las relaciones entre ambos países no dependerán de lo que pueda o no lograr una llamada telefónica, sino de una agenda fragmentada en una miríada de frentes: migración, drogas, frontera, aspectos ambientales, aguas, comercio, inversiones, mano de obra, derechos humanos y un largo etcétera. Cada uno de estos temas será conducido por instancias especializadas que remitirán al Pentágono, al Departamento de Justicia, al Senado, al Departamento de Estado y a la Casa Blanca, entre otras dependencias. Hay razones pues para que López Obrador se sienta incómodo con el arribo de un nuevo Gobierno en Washington. Particularmente porque en el ambiente en el que arranca la Administración de Biden flotan aún las atenciones que se prodigaron mutuamente AMLO y Trump, en ocasiones en detrimento de la campaña electoral del demócrata. Tampoco ayudará a limar asperezas la decisión del Gobierno mexicano para restringir las actividades de los agentes de la DEA o el ofrecimiento de López Obrador de otorgar asilo a Julian Assange, sobre quien Biden se expresó críticamente cuando era vicepresidente. En conjunto ambos temas, aunque respondan a su propia lógica, serán percibidos como una declaración de distanciamiento de Palacio Nacional con respecto a la nueva Casa Blanca…”.

Probablemente, la actitud de López Obrador irá cambiando paulatinamente, consciente como lo es de la necesidad de una relación fluida y amigable con Estados Unidos, razón que el propio presidente ha externado para justificar su buena voluntad para con Trump. Pero siempre es un enigma anticipar en qué situaciones se impone el espíritu pragmático de López Obrador y en cuáles prevalecen sus posiciones ideológicas o sus fobias y filias personales. En todo caso, en estas primeras semanas el mexicano no ha ocultado un dejo de frustración por el fin de una relación privilegiada e inesperada con el presidente que se va. La manera en que Donald Trump se aferra al poder y el infierno en que está transformando la toma de posesión de Biden, no ayudarán para la construcción de una relación positiva con todos los amigos del expresidente. Y sin duda, hasta ahora AMLO es percibido como un amigo del enemigo. El penoso espectáculo de las masas enardecidas intentando entrar en el Congreso pasará factura a los republicanos y al trumpismo en particular. A muchos estadounidenses orgullosos de sus tradiciones democráticas les escandalizará el intento de violentar el proceso por parte de sus seguidores. Sería prudente que el presidente mexicano comenzara a tomar distancia, de cara a la opinión pública internacional, de este personaje impresentable, por más razones que en su momento haya tenido para cortejarlo. Pero tampoco habría que llevar las cosas demasiado lejos. La actitud institucional que puede esperarse del Gobierno demócrata en sus relaciones con México despersonalizará la carga emocional que suponen estos antecedentes. Como suele decirse, Estados Unidos no tiene amigos (o enemigos, habría que agregar), tiene intereses. Esperemos que nuestro presidente también lo entienda y no abra un frente de conflicto donde no lo había.

https://www.lavanguardia.com/internacional/20210107/6171648/asalto-capitolio-ashli-babbitt-veterana-ejercito-seguidora-trump-abatida.html

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