Bob Woodward, en su nuevo libro, ‘Rage’, asegura que Donald Trump sabía que el coronavirus era ‘mortal’ y engañó a los estadounidenses

El Bestiario

El presidente de Estados Unidos apareció en la sesión ultrasecreta de inteligencia en el Despacho Oval el 28 de enero de 2020, durante la cual la discusión se centró en el brote de una pandemia en China. “Esta será la mayor amenaza de seguridad nacional que enfrentará en su presidencia”, le dijo a Trump el asesor de seguridad nacional Robert O’Brien, según un nuevo libro del editor asociado de The Washington Post, Bob Woodward. “Esto va a ser lo más duro que enfrente”. Matthew Pottinger, el asesor adjunto de seguridad nacional, estuvo de acuerdo. Le dijo al presidente que, después de hablar con sus contactos en Pekín, era evidente que el mundo enfrentaba una emergencia sanitaria a la par con la Gripe Española de 1918, que mató a unas 50 millones de personas en todo el mundo.

Diez días después, Trump llamó a Woodward y reveló que pensaba que la situación era mucho más grave de lo que había estado diciendo públicamente. “Simplemente respiras y así es como se contagia”, dijo Trump en una llamada el 7 de febrero. “Y eso es muy complicado. Eso es muy delicado. También es más mortal que incluso una gripe intensa”. “Esto es algo mortal”, repitió el presidente para enfatizar. En ese momento, Trump le estaba diciendo a la nación que el virus no era peor que una gripe estacional, pronosticó que desaparecería pronto, e insistió en que el Gobierno de Estados Unidos lo tenía totalmente bajo control. Pasarían varias semanas antes de que reconociera públicamente que el virus no era una gripe ordinaria y que podía transmitirse por el aire. Trump le admitió a Woodward el 19 de marzo que minimizó deliberadamente el peligro. “Siempre quise restarle importancia”, dijo el presidente.

Además de explorar el manejo de Trump sobre la pandemia, el nuevo libro de Woodward, ‘Rage’ (Rabia), cubre las relaciones raciales, la diplomacia con Corea del Norte y una variedad de otros problemas que han surgido durante los últimos dos años. El libro también incluye evaluaciones brutales de la conducta del ex secretario de Defensa de Trump, Jim Mattis, del ex director de inteligencia nacional, Daniel Coats, y otros. El libro se basa en parte en 18 entrevistas oficiales que Woodward realizó con el presidente entre diciembre y julio. Woodward escribe que otras citas en el libro se adquirieron a través de conversaciones en las que se divulga información y se relatan intercambios con fuentes que pidieron no ser nombradas. “Trump nunca pareció estar dispuesto a movilizar por completo al Gobierno federal y parecía continuamente dejarle los problemas a los Estados”, escribe Woodward. “No existía una teoría real de gestión del caso o de cómo organizar una iniciativa masiva para hacer frente a una de las emergencias más complejas que Estados Unidos haya enfrentado”. Woodward cuestionó repetidamente a Trump sobre el ajuste de cuentas nacional que se está dando en cuanto a la injusticia racial. El 3 de junio, dos días después de que agentes federales sacaron por la fuerza a los manifestantes pacíficos de Lafayette Square para dar paso a que Trump se tomara unas fotografías frente a la Iglesia Episcopal de St. John, Trump llamó a Woodward para presumir de su postura de “ley y orden”. “Vamos a prepararnos para enviar al Ejército/la Guardia Nacional a algunos de estos pobres bastardos que no saben lo que están haciendo, estos pobres radicales de izquierda”, dijo Trump.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

En una segunda conversación, el 19 de junio, Woodward le preguntó al presidente sobre el privilegio de la gente blanca, señalando que ambos eran hombres blancos de la misma generación y que habían tenido una educación privilegiada. Woodward sugirió que tenían la responsabilidad de “comprender mejor la ira y el dolor” que sienten los afroestadounidenses. “No”, respondió Trump, con una voz que, según Woodward, sonaba como burlona e incrédula. “Realmente te la creíste, ¿no? Solo escúchate. Guau. No, no siento eso en absoluto”. Cuando Woodward presionó a Trump para que entendiera la difícil situación de los afroestadounidenses después de generaciones de discriminación, desigualdad y otras atrocidades, el presidente siguió señalando cifras económicas como la tasa de desempleo prepandémica para las personas negras y afirmando, como a menudo lo ha hecho públicamente, que ha hecho más por esta comunidad que cualquier presidente, excepto quizás Abraham Lincoln. En otra conversación sobre raza, el 8 de julio, Trump se quejó de la falta de apoyo entre los votantes negros. “He hecho mucho por la comunidad negra”, le dijo a Woodward. “Y, honestamente, no siento que me estén dando nada de amor”. Hablaron de nuevo sobre las relaciones raciales el 22 de junio, cuando Woodward le preguntó a Trump si cree que hay “racismo sistémico o institucional en este país”. “Bueno, creo que hay en todas partes”, dijo Trump. “Creo que probablemente menos aquí que en la mayoría de lugares. O menos aquí que en muchos lugares”. Cuando Woodward le preguntó si el racismo “está aquí” en los Estados Unidos, de una manera que afecta la vida de las personas, Trump respondió: “Creo que sí. Y es lamentable. Pero creo que sí está”.

Trump compartió con Woodward reacciones viscerales hacia varios demócratas prominentes de color. Al ver una toma de la senadora Kamala D. Harris de California -ahora la candidata demócrata a la vicepresidencia- mirándolo con calma y en silencio, mientras él pronunciaba su discurso sobre el estado de la Unión, Trump comentó: “¡Odio! ¡Mira el odio! ¡Mira el odio!”. Trump usó la misma frase después de que una inexpresiva Alexandria Ocasio-Cortez (representante demócrata por Nueva York) apareció en pantalla. Trump se mostró despectivo con el expresidente Barack Obama y le dijo a Woodward que se inclinaba a referirse a él por su primer y segundo nombre, “Barack Hussein”, pero que no lo haría frente a él para ser “muy amable”. “No creo que Obama sea inteligente”, le dijo Trump a Woodward. “Creo que está muy sobrevalorado. Y no creo que sea un gran orador”. Trump agregó que el dictador norcoreano Kim Jong Un pensaba que Obama era “un idiota”.

“Me complace haber formado buenos lazos con un hombre de Estado tan poderoso y preeminente como Su Excelencia”, se declaró Kim a Donald

‘Rage’ incluye los primeros extractos de cartas que Trump intercambió con Kim, y cita a Trump usando improperios para defender su relación de amigos por correspondencia en sus entrevistas con Woodward. Incluso cuando los jefes de inteligencia de Estados Unidos advierten que es poco probable que Corea del Norte entregue sus armas nucleares y que el enfoque de Trump es ineficaz, el presidente le dijo a Woodward que está decidido a mantener el rumbo y, con desdén, dice que la CIA “no tiene idea” de cómo manejar a Corea del Norte. “Lo conocí. ¿Y qué?”, le dijo Trump a Woodward, rechazando las críticas a sus tres reuniones cara a cara con Kim. “Me llevó dos días. Lo conocí. No cedí ante nada”. Los expertos en asuntos exteriores dicen que Trump cedió mucho, incluso posponiendo y luego reduciendo los ejercicios militares conjuntos de Estados Unidos con Corea del Sur que habían enfurecido a Corea del Norte durante mucho tiempo, así como otorgando a Kim la estatura y la legitimidad internacional que el régimen norcoreano había anhelado por mucho tiempo.

Trump le dijo a Woodward que él evalúa a Kim y su arsenal nuclear como un blanco inmobiliario: “Es realmente como alguien que está enamorado de una casa y simplemente no puede venderla”. Kim acogió las propuestas de Trump con una prosa exagerada en cartas. Kim escribió que quería “otro encuentro histórico entre Su Excelencia que evoque una escena de una película de fantasía”. Y dijo que sus reuniones con Trump eran un “recuerdo precioso” que enfatizaban cómo la “amistad profunda y especial entre nosotros funcionará como una fuerza mágica”. En otra carta, Kim le escribió a Trump: “Me complace haber formado buenos lazos con un hombre de Estado tan poderoso y preeminente como Su Excelencia”. Y en otro, Kim reflexionó sobre “ese momento de la historia en el que sostuve firmemente la mano de Su Excelencia en el hermoso y sagrado lugar mientras el mundo entero observaba con gran interés, y espero volver a vivir el honor de ese día”.

Trump también se jactó de que Kim “me cuenta todo”, incluido un relato gráfico de cómo hizo que mataran a su tío en Corea del Norte

A Trump le cautivaron los halagos de Kim, escribe Woodward, y le dijo al autor con orgullo que Kim se había dirigido a él como “Excelencia”. Trump comentó que estaba asombrado al conocer a Kim en 2018 en Singapur, pensando para sí mismo “mierda”, y descubriendo que Kim era “increíblemente inteligente”. Trump también se jactó ante Woodward de que Kim “me cuenta todo”, incluido un relato gráfico de cómo Kim hizo que mataran a su tío. Trump no compartió sus cartas a Kim, “esas son muy secretas”, dijo el presidente, aunque Woodward escribe que Trump le envió a Kim una copia de The New York Times con una foto de los dos hombres en la portada. “Presidente, excelente foto de usted, de primer nivel”, escribió Trump en el papel con marcador. (Trump se jactó falsamente ante Woodward: “Nunca antes sonrió. Yo soy el único con quien sonríe”). Trump reflexionó sobre sus relaciones con los líderes autoritarios en general, incluido el presidente turco Recep Tayyip Erdogan. “Es gracioso, las relaciones que tengo, mientras más difíciles y maliciosas son, mejor me llevo con ellos”, le dijo a Woodward. “Explícame eso algún día, ¿de acuerdo?”.

En medio de una reflexión sobre lo cerca que estuvo Estados Unidos en 2017 de la guerra con Corea del Norte, Trump reveló: “He construido un sistema nuclear, un sistema de armas que nadie había tenido antes en este país. Tenemos cosas que ni siquiera has visto o de las que no has escuchado. Tenemos cosas de las que Putin y Xi nunca habían oído hablar antes. No hay nadie, lo que tenemos es increíble”. Woodward escribe que fuentes anónimas confirmaron más tarde que el Ejército estadounidense tenía un nuevo sistema secreto de armas, pero no proporcionaron detalles, y que las fuentes se sorprendieron de que Trump lo hubiera revelado.

“Mis jodidos generales son un montón de cobardes. Se preocupan más por sus alianzas que por los acuerdos comerciales”

El libro documenta quejas privadas, períodos de exasperación y lucha sobre si renunciar por parte de los supuestos adultos de la órbita de Trump: Mattis, Coats y el ex secretario de Estado, Rex Tillerson. Mattis fue discretamente a la Catedral Nacional de Washington para orar por su preocupación por el destino de la nación bajo el mando de Trump y, según Woodward, le dijo a Coats: “Puede llegar un momento en que tengamos que tomar medidas colectivas”, ya que Trump es “peligroso”. “No es apto”. En una conversación aparte, contada por Woodward, Mattis le dijo a Coats: “El presidente no tiene brújula moral”, a lo que el director de inteligencia nacional respondió: “Cierto. Para él, una mentira no es una mentira. Es solo lo que piensa. No sabe la diferencia entre la verdad y la mentira”. Woodward describe la experiencia de Coats como especialmente tormentosa. Coats, un exsenador de Indiana, fue reclutado para la administración por el vicepresidente Mike Pence, y se cita a su esposa recordando una cena en la Casa Blanca cuando interactuó con Pence. “Solo lo miré, como diciendo ‘¿cómo puedes digerir esto?’” dijo Marsha Coats, según Woodward. “Solo lo miré como diciendo ‘esto es horrible’. Quiero decir, hicimos contacto visual y creo que lo entendió. Y me susurró al oído: ‘Mantén el rumbo’”.

Pence fue un impulsor constante del presidente en público y en privado en el libro de Woodward. Cuando Coats consideró renunciar debido al manejo de Rusia por parte de Trump, Pence lo instó a “mirar el lado positivo de las cosas que ha hecho. Pon más atención a eso. No te puedes ir”. La aversion fue mutua. “Sin mencionar que mis jodidos generales son un montón de cobardes. Se preocupan más por sus alianzas que por los acuerdos comerciales”, le dijo Trump al asesor comercial de la Casa Blanca, Peter Navarro, según Woodward.

‘Alicia en el país de las maravillas’ es muy importante para entender la presidencia de Trump, según el yerno y asesor principal del presidente

Woodward cita a Jared Kushner, yerno y asesor principal del presidente, diciendo: “Las personas más peligrosas alrededor del presidente son idiotas demasiado confiados”, lo que Woodward interpreta como una referencia a Mattis, Tillerson y el ex director del Consejo Económico Nacional, Gary Cohn. Kushner era un blanco frecuente de la ira entre los miembros del gabinete de Trump, quienes lo veían como poco confiable y débil al tratar con jefes de Estado. A Tillerson le resultó “nauseabundo ver el trato cordial de Kushner con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Me revolvió el estómago”, según Woodward. A Kushner se le cita extensamente en el libro reflexionando sobre su suegro y el poder presidencial. Woodward escribe que Kushner le advirtió a la gente que uno de los textos de orientación más importantes para entender la presidencia de Trump era ‘Alicia en el país de las maravillas’, una novela sobre una niña que cae por la madriguera de un conejo. Destacó al gato de Cheshire, cuya estrategia era la resistencia y la perseverancia, no la dirección.

El libro describe las fallas y los pasos en falso del Gobierno Trump durante la pandemia, incluidas las decisiones y acciones de Pottinger, el director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, Robert Redfield, el experto en enfermedades infecciosas Anthony S. Fauci y otros. En un momento, Fauci le dice a otros que el presidente “está en una frecuencia distinta” y desenfocado en las reuniones, con un liderazgo “sin timón”, según Woodward. “Su período de atención está en números negativos”, dijo Fauci, según Woodward. “Su único propósito es ser reelegido”.

En su entrevista final, el 21 de julio, Trump le dijo a Woodward: “El virus no tiene nada que ver conmigo. No es mi culpa” 

En una reunión en el Despacho Oval relatada por Woodward, después de que Trump hiciera declaraciones falsas en una rueda de prensa, Fauci dijo frente a él: “No podemos permitir que el presidente esté ahí afuera siendo vulnerable, diciendo algo que le va a pasar factura”. Pence, Kushner, el jefe de gabinete Mark Meadows y el asesor principal de políticas Stephen Miller se tensaron de inmediato, escribe Woodward, sorprendidos de que Fauci hablara con Trump de esa manera. Woodward describe a Fauci como particularmente decepcionado con Kushner por hablar como un porrista, como si todo estuviera bien. En junio, mientras el virus se propagaba salvajemente de costa a costa y el número de casos se disparaba en Arizona, Florida, Texas y otros estados, Kushner dijo sobre Trump: “El objetivo es hacer que su cabeza pase de gobernar a hacer campaña”. Woodward escribe que el senador Lindsey O. Graham (republicano por Carolina del Sur) sugirió que el expresidente George W. Bush hablara personalmente con Trump sobre los esfuerzos mundiales en materia de vacunas, pero Bush objetó. “No, no”, le dijo Bush a Graham, según Woodward. “Él malinterpretaría todo lo que podría decir”. En su entrevista final, el 21 de julio, Trump le dijo a Woodward: “El virus no tiene nada que ver conmigo. No es mi culpa”.   

La periodista Aishvarya Kavi escribía días atrás, en el The New York Times, un análisis político sobre las cinco claves del nuevo libro sobre Donald Trump, ‘Rage’. El periodista Bob Woodward revela que el presidente trató de restarle importancia a la gravedad del coronavirus y denigró repetidamente al ejército de Estados Unidos. El presidente Trump describió al periodista Bob Woodward su química con el líder norcoreano, Kim Jong-un, así: “Tú conoces a una mujer. En un segundo, sabes si va a pasar algo o no”. “Esta cosa es mortal”, dijo el presidente estadounidense, Donald Trump, sobre el coronavirus en una entrevista realizada el 7 de febrero con el periodista Bob Woodward para ‘Rabia’, su próximo libro. Pero lo que el mandatario le decía al público, en ese entonces, era una historia completamente diferente. Luego Trump admitiría ante Woodward que, públicamente, “siempre quería” minimizar la severidad del virus. Trump permitió que Woodward tuviese acceso a altos funcionarios dentro de la Casa Blanca, lo cual revelaría el funcionamiento interno del presidente y su gobierno.

“Apenas hoy y ayer, surgieron algunos datos alarmantes. No solo afecta a los mayores y ancianos. A la gente joven también, a mucha gente joven”

“A inicios del año, Trump minimizó los riesgos del coronavirus ante el pueblo estadounidense. A pesar de saber que el virus era ‘mortal’ y altamente contagioso, en repetidas ocasiones, Trump dijo públicamente lo contrario e insistió en que el virus desaparecería pronto. ‘Siempre quise restarle importancia’, le dijo Trump a Woodward el 19 de marzo. ‘Todavía me gusta restarle importancia, porque no quiero generar pánico’. Y mientras declaraba en público que los niños eran ‘casi inmunes’ al virus, Trump le dijo a Woodward en marzo: ‘Apenas hoy y ayer, surgieron algunos datos alarmantes. No solo afecta a los mayores y ancianos. A la gente joven también, a mucha gente joven’. En abril, cuando comenzó a pedir la reapertura del país, Trump le dijo a Woodward que el virus ‘se transmite tan fácilmente, que ni siquiera lo creerías’. Dos altos funcionarios pensaron que el presidente era ‘peligroso’ y consideraron pronunciarse públicamente…”, explica Aishvarya Kavi.

El general Jim Mattis, exsecretario de Defensa de Trump, lo describió como “peligroso” e “incapaz” de ejercer la presidencia en una conversación con Dan Coats, quien era el director nacional de inteligencia en ese entonces. El mismo Coats estaba atormentado por los mensajes que el presidente publicaba en su cuenta de Twitter y creía que el enfoque moderado de Trump hacia Rusia reflejaba algo más siniestro, que quizás Moscú sabía “algo” sobre el mandatario. “Quizás en algún momento vamos a tener que tomar una posición y pronunciarnos”, le dijo Mattis a Coats en mayo de 2019, según lo que relata el libro. “Podría llegar un momento en el que tengamos que actuar colectivamente”. Trump denigró repetidamente a las Fuerzas Armadas estadounidenses y a sus generales de más alto rango. Woodward cita una conversación de 2017 entre Trump y su asesor comercial, Peter Navarro, en la que el mandatario denigró a los altos funcionarios militares. “Les importan más sus alianzas que los acuerdos comerciales”, aseguró el presidente. Y en una conversación con Woodward, Trump llamó “idiotas” a los militares de su país por el alto costo que pagaron para proteger a Corea del Sur. Woodward escribió que le sorprendió cuando, en referencia al país asiático, el mandatario dijo: “Lo estamos defendiendo, estamos permitiendo que exista”. Woodward también informa que Trump reprendió duramente a Coats después de una rueda de prensa sobre la amenaza que Rusia representaba para el sistema electoral estadounidense. Aparentemente, Coats reveló más información de lo que había acordado previamente con el presidente.

El presidente insistió que la economía había sido positiva para los afroestadounidenses antes de la crisis económica del Covid-19

Cuando se le preguntó sobre el dolor “que los afroestadounidenses sienten en este país”, Trump no pudo expresar empatía. Woodward señaló que tanto él como Trump eran hombres “blancos privilegiados” y le preguntó al mandatario si estaba trabajando para “entender la rabia y el dolor que sienten, particularmente, los afroestadounidenses en este país”. Trump le contestó que no y añadió: “Así que te creíste todo ese cuento, ¿no? Solo escúchate. Vaya. No, no siento nada de eso”. Woodward afirma que intentó convencer al presidente para que expresara su opinión sobre el tema racial. Pero Trump solo insistió, una y otra vez, en que la economía había sido positiva para los afroestadounidenses antes de que el coronavirus causara una crisis económica.

Woodward obtuvo información sobre la relación de Trump con los líderes de Corea del Norte y Rusia. Trump le proporcionó a Woodward detalles acerca de la correspondencia que mantiene con el líder norcoreano, Kim Jong-un, en la que los dos hombres se adulan mutuamente. Kim escribió en una de las cartas que su relación con Trump era como una “película de fantasía”. Al describir su simpatía por Kim, Trump aseguró: “Tú conoces a una mujer. En un segundo, sabes si va a pasar algo o no”. Trump también se quejó de las múltiples investigaciones en torno a los vínculos entre su campaña y Rusia, y dijo que perjudicaban sus habilidades como presidente y su relación con el mandatario ruso, Vladimir Putin. “En una reunión, Putin me dijo: ‘Es una lástima, porque yo sé lo difícil que es para ti llegar a un acuerdo con nosotros’. Le respondí que tenía razón…”, relató Trump.

Estados Unidos, cerca de los 200,000 fallecidos, con 199,255 muertos, y 6,764,198 casos detectados, según la Universidad Johns Hopkins

Estados Unidos se aproxima ya a los 200,000 fallecidos por la Covid-19, con 199,255 muertos, y 6,764,198 casos detectados en el país, según el recuento independiente de la Universidad Johns Hopkins. Este balance del domingo 20 de septiembre es de 41,661 contagios más que el jueves y de 778 nuevas muertes. Pese a que Nueva York ya no es el estado con un mayor número de contagios, sí que sigue como el más golpeado en cuanto a muertos en Estados Unidos con 33,081, más que en toda Francia, España o Perú. A Nueva York le siguen en número de fallecidos -de acuerdo con el mapa de la Johns Hopkins- la vecina Nueva Jersey (16,064), Texas (15,051), California (15,015) y Florida (13,287). Otros Estados con un gran número de muertos son Massachusetts (9,295), Illinois (8,672), Pensilvania (7,940) y Michigan (6,969). En cuanto a contagios, California lidera la lista con 783,242, seguido de Texas con 707.548, mientras que el tercero es Florida con 681,233, y Nueva York cuarto con 449,038. El balance provisional de fallecidos -199,255- supera con creces la cota más baja de las estimaciones iniciales de la Casa Blanca, que proyectó en el mejor de los casos entre 100,000 y 240,000 muertes a causa de la pandemia.

El presidente estadounidense, Donald Trump, rebajó esas estimaciones y se mostró confiado en que la cifra final estaría más bien entre los 50,000 y 60,000 fallecidos, aunque luego auguró hasta 110,000 muertos, un número que también se ha superado. Por su parte, el Instituto de Métricas y Evaluaciones de Salud (IHME) de la Universidad de Washington, en cuyos modelos de predicción de la evolución de la pandemia se fija a menudo la Casa Blanca, calcula que para las elecciones presidenciales del 3 de noviembre Estados Unidos habrá superado los 258,000 fallecidos y para el 31 de diciembre los 400,000.

La última vez que el Gobierno norteamericano tuvo que hacer frente a una pandemia en suelo estadounidense fue en 2009, con la gripe porcina o H1N1

El Covid-19 es un virus nuevo, pero la respuesta tanto a nivel local, estatal, nacional e internacional no lo es y, por lo tanto, en términos de planeamiento y preparación resulta bastante familiar. Las prácticas y los procedimientos se han ido perfeccionando en previos brotes, como el de la tuberculosis, la H1N1 y el Ébola. Cada una fue una oportunidad para aprender algo nuevo. Sin embargo, los signos de alerta de que EE UU no estaba preparada para afrontar una pandemia de estas características llevan parpadeando más de una década, apuntando en buena medida a su sistema sanitario. Además, a lo largo de múltiples administraciones -no sólo de la Administración Trump- los gobiernos de EE UU no han dado prioridad a estar de antemano preparados para una pandemia. Por lo general, el flujo de fondos que se destinan a mitigar o contener una situación así suelen venir siempre después de que la crisis ha estallado. En este sentido, la declaración de emergencia de Donald Trump sigue el patrón de crisis previas -SRAS, MERS, H1N1, Ébola, Zika- que liberaron miles de millones de fondos federales hasta que todo acabó y se olvidó. Aunque EE UU tiene desde hace años una estrategia nacional para la gripe pandémica, los manuales de estrategia no suelen incluir una financiación, sostenida en el tiempo, para adquirir una capacidad de preparación y respuesta ante una situación de emergencia. Aunque algunos, como Barack Obama, lo intentaron.

La última vez que el Gobierno de EE UU tuvo que hacer frente a la explosión de una pandemia en suelo estadounidense fue en 2009, con la gripe porcina o H1N1. Obama estaba aún completando su gobierno cuando en primavera tuvo que reaccionar ante un gran reto que puso en evidencia los vacíos en la capacidad de EE UU de fabricar con rapidez vacunas, y afrontar la escasez de máscaras y suministros vitales para los hospitales. Pero una semana después del primer caso en EE UU, la FDA aprobó el test de diagnóstico, a las dos semanas se declaró la emergencia sanitaria y los CDC publicaron directrices para cerrar escuelas. Los críticos acusaron a Obama de excederse en la amenaza y se criticó la sobreactuación de Washington. En agosto de 2009 el Consejo Asesor del presidente en Ciencia y Tecnología estimó que podrían morir entre 30,000 y 90,000 personas. Cuando la epidemia en EE UU se dio por finalizada, 60 millones de personas se infectaron y aproximadamente 13.000 murieron. Cinco años después estalló la crisis del Ébola en África Occidental. De nuevo Obama respondió a una crisis, cuyo principal foco estaba fuera de sus fronteras, para proteger a los estadounidenses en casa. Había múltiples departamentos y agencias con una labor que hacer pero que apenas se hablaban entre ellas, una enorme orquesta llena de talentos sin que nadie les dirigiera. Para traer orden y harmonía puso al frente a Ron Klain, una especie de “zar de la epidemia” dentro de la Casa Blanca que lideraría una estrategia federal para el Ébola. Klain estableció los roles y los presupuestos de las varias agencias, con una persona al mando en cada país azotado por el Ébola y en EE UU. La orquesta empezó a tocar y todos en la misma tonalidad. Fue entonces Donald Trump el que provocó el miedo, criticó duramente a Obama, y se mostró a favor de abandonar a los ciudadanos estadounidenses infectados y expuestos sin traerles a casa para ser tratados.

Durante la crisis del Ébola, Barack Obama configuró un grupo permanente de seguridad de salud global, disuelta por Trump

Aprovechando la experiencia y lo que se construyó durante la crisis del Ébola, la Administración Obama configuró un grupo permanente de seguridad de salud global en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca al que por entonces se había unido el equipo del Consejo de Homeland Security con la idea de que los asuntos de seguridad no entendían de fronteras (y menos las pandemias). Este grupo estaba en permanente consulta con los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) y los CDC y contaba con el asesoramiento diplomático del Departamento de Estado. La calidad de la relación y de los procesos interagenciales serían fundamentales para que éxito o el fracaso de crisis futuras. De esta burocracia no queda nada. Cuando comenzó a rodar la Administración Trump, el presidente no tardó en mostrar interés por recortar la ayuda internacional que el gobierno federal gastaba para prevenir posibles brotes epidemiológicos a través de los NIH, los CDC, la Agencia de EE UU para el Desarrollo (USAID, por sus siglas en inglés) y Naciones Unidas. Empezó a dejar sin cubrir varios puestos en salud pública mientras los expertos advertían que se estaba cometiendo un gran error. Los esfuerzos de la Casa Blanca por reducir la financiación de los programas de seguridad sanitaria global de la era Obama continuaron en 2018, enviando un potente mensaje al mundo de que, en este terreno, EE UU no estaba dispuesto a poner demasiado de su parte. Cuando la República Democrática del Congo anunciaba un nuevo brote del Ébola, Timothy Ziemer, que lideraba la seguridad de salud global en el Consejo de Seguridad Nacional, salía de la Casa Blanca y se disolvía su equipo. John Bolton, entonces asesor de Seguridad Nacional, había decidido remodelarlo. La salida de Ziemer junto con la del asesor Tom Bossert, eliminaba a las dos persones que estarían a cargo de la respuesta ante una pandemia desde la Casa Blanca. La sección global de los CDC fue drásticamente reducida en 2018, con la mayor parte del equipo despedido y reduciendo el número de países en los que trabajaba de 49 a 10. Y lo mismo ocurrió con otras agencias y programas federales.

Bill Gates se había reunido repetidamente con Bolton y su predecesor, McMaster, alertando sobre los recortes en la infraestructura de salud global, advirtiendo sobre la posibilidades de que se diera una larga y letal pandemia. El ‘think-tank’ -centro de investigación geopolítica- CSIS advirtió sobre la gravedad por la falta de preparación de EE UU, debiendo invertir ahora y ganar protección y seguridad o esperar a la siguiente epidemia y pagar un precio mucho más alto en coste humano y económico.

Hasta hace poco, la ayuda internacional y en particular la destinada a salud global había fortalecido el liderazgo de EE UU

De no haberse desmantelado esa estructura formal en la Casa Blanca, EE UU quizá hubiera estado en una mejor posición para entender lo que estaba pasando y habría actuado de forma más rápida. Al carecer de ella, la Administración Trump improvisó un Cuerpo Especial del Coronavirus, inicialmente liderado por Alex Azar, secretario de Salud y Servicios Sociales (HHS, por sus siglas en inglés), junto con representantes de los CDC, del Departamento de Estado, del Departamento de Homeland Security, la Oficina de Gestión y Presupuesto (OMB) y el Departamento de Transporte. No se sabía muy bien cómo iba a funcionar, pero pronto surgieron los roces por quiénes estaban y quiénes faltaban, sobre quién aparecía en televisión o quién respondía a las preguntas de los periodistas. Los republicanos del Congreso pedían una respuesta más contundente y Trump decidió entonces poner al frente al vicepresidente Mike Pence, mientras volvía a cambiar a su jefe de Gabinete, Mick Mulvaney, por Marck Meadows.

Todo esto ha generado muchos fallos en la comunicación sobre lo que se estaba haciendo, junto con la ausencia de directrices sobre cómo actuar, por lo que se ha vuelto a perder un tiempo valioso. Afortunadamente, comienzan a solventarse los problemas gracias al buen trabajo del vicepresidente Pence, que se reúne a diario con gobernadores y expertos, y trata de lidiar con la crisis y con el presidente. Ningún país por sí solo va a poder resolver esta situación y es necesaria una respuesta cooperativa internacional, liderada o no por EE UU. Hasta hace poco, la ayuda internacional y en particular la destinada a salud global había fortalecido el liderazgo de EE UU. Los miles de millones gastados en el President’s Emergency Plan for AIDS Relief (PEPFAR) hizo que George W. Bush sea hoy en día una de las figuras más populares de África. Los científicos asiáticos y africanos educados en las universidades de EE UU o apoyados por los NIH y la USAID de vuelta a sus países, forjaron fuertes lazos y colaboración con las instituciones de EE UU para avanzar en el interés científico, académico y educativo. En 2019, EE UU publicó su propia Estrategia de Seguridad de Salud Global, en la que precisamente se subraya el continuo compromiso de los gobiernos estadounidenses con los esfuerzos para establecer y mantener una capacidad de seguridad de la salud global.8 Este marco para trabajar en la mejora de las capacidades nacionales e internacionales no va acompañado, sin embargo, de programas específicos, ni de fondos, ni de prioridades. Y por lo que se ha visto hasta ahora, el presidente no parece tener ningún interés en implementarla.

Caló el mensaje que se difundió desde la Casa Blanca de minimizar el riesgo que suponía la propagación del Covid-19 en EE UU

En circunstancias normales, una crisis de estas características habría empujado a EE UU a asumir el liderazgo internacional movilizando de recursos y reuniendo a los países para remar en la misma dirección. Ese fue el caso tras el tsunami en el Sureste asiático, en la crisis financiera de 2008 y tras el brote del Ébola en 2019. Ahora no quiere ser más el director de orquesta de una comunidad internacional de la que tampoco parece querer formar parte. Según un diario alemán, el presidente Trump trató de persuadir a una empresa alemana que trabajaba en una vacuna contra el coronavirus para que trasladara la investigación de Europa a EE UU. Según el diario, la intención era eventualmente tener una vacuna solo para “América”. No está claro qué es lo que pasó exactamente, pero dado el comportamiento de la actual Administración parecer plausible tal comportamiento. A ello le podemos sumar que en Italia es China, y no EE UU quien envía equipos médicos y asistencia a un sistema sanitario al límite. O que las restricciones a los vuelos procedentes de Europa se decidieron unilateralmente sin ningún tipo de consulta previa ni coordinación o ni siquiera advertencia a Bruselas y socios europeos. EE UU está demostrando que no es un socio fiable. Pero el Covid-19 le ha tirado por los suelos su teoría de “América primero”, con la falsa premisa de que el bienestar y los intereses de EE UU pueden quedar protegidos y defendidos de forma separada del bienestar del resto del mundo.

Según una encuesta de NBC/Wall Street realizada entre el 11 y el 13 de marzo, ante la pregunta “¿está preocupado porque su familia coja el coronavirus?, el 69% de los demócratas afirmó que sí, y el 40% en el caso de los republicanos. Uno de los motivos de esta diferencia puede ser el hecho de que muchos republicanos viven en áreas rurales, pero otro motivo es que caló el mensaje que persiguió durante semanas Donald Trump de minimizar el riesgo que suponía la propagación del Covid-19 en EE UU. Afortunadamente, el país se prepara ya para hacer frente a una situación de emergencia nacional. Desafortunadamente, el brote del coronavirus se ha desencadenado en un clima político polarizado y surge la pregunta de cómo van a reaccionar los estadounidenses ante una crisis oficialmente declarada, y si ésta les unirá o les alejará aún más. Ahora la principal preocupación de Trump es la economía. Después de que la Reserva Federal recortara los tipos casi a cero, el gobierno pretende inyectar una cifra record de miles de millones de dólares, incluidos cheques a cada estadounidense. Todo para evitar que, en un año electoral, la propagación del coronavirus abra la caja de Pandora de una economía aparentemente en plena forma que oculta muchos desequilibrios sociales. Además de las medidas financieras, Trump debe mostrarse más presidencialista y más convencional que nunca. En una situación tan extraordinaria, los estadounidenses quieren y esperan ver más gobierno, más leyes y más instituciones. Esto choca con la manera poco convencional de Trump de gobernar y de entender el gobierno, y con el mensaje que ha mandado a sus votantes en los últimos tres años. Si quiere ganar en noviembre, no puede dejar al americano medio que le votó en 2016 solo frente a una inevitable crisis financiera y a un sistema sanitario que no responde. “Donald Trump descartó la posibilidad de liderar una respuesta internacional a la propagación del virus y abandonó a sus propios aliados occidentales en esta lucha. Pero se encuentra frente a un problema y a un reto que no puede ignorar: dar una respuesta a su país. Una respuesta que, de ser eficaz, le garantizaría su reelección y, de no serlo, le echaría sin miramiento…, declaraba Carlota García Encina, investigadora principal del Real Instituto Elcano de Madrid, España.

Un empresario de lengua desatada y exclamación fácil llegó a la Casa Blanca con la gorra del granjero que acaba de aparcar su John Deere

El enigma de Donald Trump es tan inexplicable que para resolverlo es más sencillo reducir su imagen a la mitad. A ese perfil que se multiplica incesante y monolítico en las portadas de medio mundo. El flequillo imposible. La boca convertida en un rugido. Apenas dos arañazos como ojos. Bastan unas líneas para intentar resumir su esencia, ese poso de extrañeza que produce un cambio de frecuencia en la realidad. Su perfil se repite como un icono. Como se repetía el del director de cine de suspense Alfred Hitchcock. Como un esquema del alma. Parece que los ilustradores y los fotógrafos hubieran quedado hipnotizados por ese trazo en zigzag, del pelo a la papada. Y al mismo tiempo, hay algo de lección aprendida del antiguo Egipto: atrapar en un único envés del rostro eso que en la época de los faraones se llamaba ‘ka’, el aliento vital. Pero el espíritu de Trump es escurridizo y desconcertante. Y la cara de la luna que nos ofrece solo deja claro que hay otra que no podemos ver. La cara del día de mañana, la de qué-más-puede-pasar. La cara del poder. Porque la representación de perfil siempre ha sido una metáfora de la autoridad. Circula cada día en nuestras manos en forma de moneda con una reina, un presidente, un príncipe, un emperador. Lo sabía bien Louis David al pintar a Napoleón coronándose en Notre Dame de París. Y los mecenas de los artistas italianos que exigían ser retratados de perfil. El perfil muestra mejor los rasgos más característicos y reveladores. Intenta contener la esencia. Lo cuenta Plinio, el Viejo, cuando fabula sobre el origen de la pintura. Corinto, una muchacha, un amante que se va, una alcoba, una vela. Y la doncella, que no quiere separarse de su amado, dibuja su sombra en la pared. Con la aspiración de que esa silueta retenga algo de él.

Pero lo que el perfil gráfico de Trump parece mostrarnos es perturbador. Recuerda a aquello que explicaba Platón cuando comparaba la pintura imitativa con la magia. Solo puede producir fantasmas. Dobles del ser real. Y quizá ahí reside la inquietud: en que el presidente de Estados Unidos parece más bien el doble de un presidente convencional. El ‘Doppelgänger’ de lo que se espera que sea quien se sienta en el despacho oval. ‘Doppelgänger’ es el vocablo alemán para definir el doble fantasmagórico o sosias malvado de una persona viva. La palabra proviene de ‘doppel’, que significa doble y ‘gänger’: andante. Su forma más antigua, acuñada por el novelista Jean Paul en 1796, es ‘Doppeltgänger’, el que camina al lado…​

Toda esa extrañeza que produce Trump, la que palpita incansable en su efigie reducida a la mitad, se puede explicar con un texto de Freud: ‘Das Unheimliche’. La palabra resulta indomable en nuestro idioma. Tiene tantas aristas, hasta en alemán, que Freud busca en los diccionarios europeos su traducción. La solución que encuentra para el castellano no desenmascara todos sus matices: sospechoso, de mal agüero, lúgubre, siniestro. Aunque ‘Das Unheimliche’ va más allá de lo siniestro. La voz original está cargada con el poder de la extrañeza. La misma que se despierta ante la improbable pero rotunda imagen de Donald Trump. El término contiene el horror de lo cotidiano. Aquello que nos asusta porque creíamos conocer, porque parecía familiar y, sin embargo, deja entrever un halo de irregularidad. Una zozobra. Una rareza que se sale de la norma, una distorsión que hace saltar la onda de un patrón. Como un personaje que recita un papel que es de otra obra, con un tono que no le corresponde. Una alteración que difumina los límites entre la ficción y la realidad. Y ese límite parece haberse resquebrajado desde que, el 20 de noviembre, un empresario de lengua desatada y exclamación fácil llegó a la Casa Blanca con la gorra del granjero que acaba de aparcar su John Deere en cualquier cuneta del Medio Oeste.

El presidente ha sido sustituido por la línea de su perfil, un doble distorsionado da terror, lo saben Sigmund Freud y Stephen King

Desde aquel día la América demócrata se pregunta cómo ha podido suceder, cuándo llegará el momento de despertar, qué más puede pasar. Todo puede pasar. ‘Das Unheimliche’ tiene también la condición de lo inesperado, del sueño que se enreda con un giro improbable de guión. La palabra lleva pegado el temor de lo que permanece oculto, lo que está escondido y emerge para nuestro espanto. Lo que subyace amenazante bajo la delicada capa de lo tangible. El hielo que se rompe bajo nuestros pies. Como una presidencia que parece desafiar la verosimilitud. Trump no se comporta como los demás. Esa es, en parte, la razón de su éxito pero también la raíz del desasosiego. Firma órdenes ejecutivas como si fuera Pierpont Morgan rubricando contratos para el ferrocarril. Elige a un juez del Supremo con la parafernalia mediática de un ‘reality show’. Enciende y apaga la luz de su estancia en la Casa Blanca cuando se lo piden en un programa de televisión. Estrecha la mano con la tenacidad del levantador de pesas de un ‘freak show’ o de una exhibición de deporte rural vasco en las campas del Santario de Arrate, en la ciudad armera de Eibar, Gipuzkoa. Es uno y lo contrario. Millonario y héroe del obrero desengañado. Empresario en una torre dorada que no ha perdido la punzada ominosa del adolescente de Queens.

Hasta su retórica se aparta de la norma presidencial. Se sostiene en monosílabos recurrentes. En un ‘staccatto’ efectivo y machacón. First, fake, sad!, right, great, look. Su lenguaje parece desmañado y casual, pero no lo es. Sabe lo que hace cuando apela a la segunda persona, cuando deja la frase sin acabar para que la termine el espectador, cuando dispara una palabra como un puñetazo antes del punto final, cuando reniega de la subordinación. Huye de la sofisticación lingüística del político convencional. Otra vez, la extrañeza en lo conocido. Otra vez, ‘Das Unheimliche”. Esa aparente simplicidad de su discurso está también en su perfil. Trump es como aquella señora de la que hablaba Gilbert Keith Chesterton, más conocido como G. K. Chesterton, escritor y periodista británico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes. Se han referido a él como el ‘Príncipe de las paradojas’. “La imaginamos siempre de perfil, como el filo de un puñal”. Y el filo corta el continuo de la realidad porque no está en su lugar. Se convierte así en la versión inesperada del personaje. En el doble distorsionado sin la solemnidad del hombre más poderoso del mundo. El doble que, según Sigmund Freud, es un objeto de terror. Lo sabe bien el maestro de todo esto, Stephen King: el peor tipo de miedo es cuando llegas a casa y te das cuenta de que todo lo que tienes ha sido reemplazado por una copia exacta. Pero distinta. Como el presidente que ha sido sustituido por la línea, afilada como un relámpago, de su perfil.

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