Del priismo inmortal

Signos

El partido político forjado por la facción ganadora de la Revolución Mexicana (que de Partido Nacional Revolucionario transitó a Partido de la Revolución Mexicana y a Partido Revolucionario Institucional: PNR, PRM, PRI) ha sido, por supuesto, mucho más que eso: ha sido un Estado y una cultura nacionales. De su núcleo y en sus versiones ideológicas de izquierda, de centro y de derecha (en que amalgamó la representación de los sectores populares, medios y oligárquicos, con un nudo de corrupción de agrupaciones y militancias subsidiarias del absolutismo presidencialista fáctico y demagogo, que lo mismo congregaba, según su programa y su ‘doctrina’, las aspiraciones del agrarismo revolucionario derrotado en la guerra y ahora reivindicado, que de los asalariados urbanos, los empresarios menores y los potentados sobrevivientes del porfiriato, esta vez de la mano de los nuevos ricos y los caciques enriquecidos con el saqueo ilimitado a los patrimonios públicos con el aval del poder político y el uso de un constitucionalismo discrecional y a la medida de los requerimientos de la jefatura republicana en turno), de ese núcleo convergente emanaron las políticas sociales y la defensa de los derechos laborales, lo mismo que la protección a las vastas fortunas malhabidas. Y en la ambigüedad ideológica de un sistema fincado en la asonada traicionera y exigido de legitimarse y de enterrar la memoria de su pasado sangriento para prevalecer tras tantos años de violencia armada (la revolucionaria, sólo a continuación de las guerras civiles que poblaron de cadáveres todo el siglo diecinueve), el totalitarismo con rostro pacificador y popular, entre el obregonismo asesino y el cardenismo humanista de los caudillos originarios, congregó a lo mejor y a lo peor de las nuevas generaciones, se crearon las mejores instituciones (progresivamente destruidas por burocracias rapaces), se desarrolló una economía mixta y una política exterior de excelencia, lo mismo que una fuerza represiva contra toda disidencia y alteración del orden establecido y de la denominada ‘paz social’; entre el colonialismo, el racismo y el militarismo golpista del pasado occidental, se preservó el civilismo de la doble moral autoritaria y defensora de la autodeterminación de los pueblos y las garantías individuales; se derivó de un laicismo y una educación socialista ejemplares, a un control gremial feudalista y clientelar de la educación pública que la tornó de las peores del mundo; de un Estado del bienestar y el compromiso con las mayorías pobres se derivó al de una privatización encarnizada en favor de un grupo patronal alzado entre los más adinerados del orbe; de un equilibrio entre la izquierda y la derecha se optó por la demonización ‘socialista’ y la alternativa neoliberal, y el priismo como partido naufragó traicionando su esencia liberal, social y centrista, donde lo mismo gobernaron grandes Presidentes como Cárdenas y Ruiz Cortines, que lacras como Alemán, Echeverría, Salinas y Peña Nieto.

Lo mejor y lo peor del país posrevolucionario fueron de la autoría idiosincrática del partido de la Revolución Mexicana en sus diversas eras y versiones ideológicas y clasistas. Pero la cuestión hoy día no es la del futuro del priismo en tanto partido y Estado, sino en tanto cultura nacional. Porque el neoliberalismo privatizador panista fue fecundado por el neoliberalismo priista del salinismo; y la emergencia del obradorismo, como antes el peñismo, para bien y para mal son productos de la cultura política sincrética del partido revolucionario. Antítesis o antípodas u opuestos entre lo mejor y lo peor o viceversa según la óptica del que lo vea, pero productos de esa cultura política. Porque el Morena, como antes el PRD, de cuyas entrañas ‘tribales’ nació, tienen origen -como fenómenos políticos, sociales e históricos que han sido- en los modos de ser y conquistar simpatías y sufragios entre los grandes y decisivos grupos de electores, del PRI. Porque la izquierda doctrinaria como tal y en cualquier partido que la profesara, nunca tuvo base social sino hasta que encontró la oportunidad de sumarse al ‘ala socialista’ -más bien nada ortodoxa ni marxista y sólo enemiga del extremismo de derecha que llegó al poder presidencial tras el fracaso populista de López Portillo- que el salinismo privatizador, incubado en la gestión de Miguel de la Madrid, desprendió del PRI y lo rompió y condenó al desastre como partido. Tal es la izquierda que hizo fuerte al PRD y al Morena. Y en ella pudo estar, si se quiere, lo mejor del PRI. Pero ahora se está llenando a puños de despojos y de tránsfugas de todos los colores militantes que en nada se distinguen de lo peor del PRI, y son cada vez más numerosos los miles de buscadores de candidaturas de la oposición que bien pudieran disputarlas por el partido oficial y cualquiera de sus franquicias asociadas. ¿O qué diferencia habría entre el ahora neomorenista de ‘izquierda’ y negro historial mafioso Jorge Hank, que quiere ser candidato a Gobernador de Baja California, y el aspirante a Senador por Sonora desde los partidos de la derecha neoliberal de Xóchitl Gálvez y Claudio X. González, Manlio Fabio Beltrones, muchos años cómplice partidista del Profe Hank -padre de Jorge y emblema de la rapiña pública y la corrupción-, y todos ellos acusados, ayer y hoy, de fechorías mayúsculas por las que en lugar de contender tras posiciones de representación popular acaso deberían haber ido a la cárcel?

Con tanta ralea en sus filas y tantos y tantos miles de candidatos con pinta y hechuras de rufianes, el obradorismo, más que una causa personal de Andrés Manuel, ¿podría evolucionar y ser la incubadora de una cultura nacional de la política decente que transformara de manera histórica, estructural, las malas herencias del PRI, y perfeccionara las buenas? ¿O lo peor de la cultura nacional posrevolucionaria tricolor seguiría su curso inexorable y lo peor estaría por venir, haciendo de la parte buena del obradorismo no más que un hecho histórico memorable para las buenas conciencias, pero a final de cuentas un hecho más y un liderazgo más dentro de su matriz política, que ha sido tan buena y tan mala al mismo tiempo y que ha moldeado el modo de ser del México moderno?

Hoy día, con el partido revolucionario en proceso de extinción y el panismo confesional ya desplazado por otro que no se diferencia de sus aliados y es liderado como aquellos por camarillas voraces y a la caza de botines de poder en territorios dominados por estirpes de baja estofa, como en Coahuila, los postulantes y las dirigencias verdes y los morenistas no tienen mayor cosa que recriminarse. La diferencia la hacen las verdades y los camuflajes: los opositores no pueden ocultarse, se sabe de ellos a ciencia cierta; y sus adversarios, aunque se desgañiten vociferando el verbo moral de las prédicas presidenciales -y claro, con sus muy contadas excepciones-, son de la misma especie, por más que intenten esconderla tras el escudo de la popularidad invicta de quien los hace ganadores, pero por cuyas tolerancia y complicidad con ellos al cabo no hará una cultura política ni una transformación nacional que no sea sino como un ejemplo más de lo mejor del PRI.

¿Qué ha cambiado en la entidad caribe y en Tabasco y en Guerrero y en Tamaulipas y en Guanajuato y Veracruz y etcétera, entre los Gobiernos y las mayorías priistas, panistas y verdemorenistas, y más allá de las obras y las iniciativas federales de Andrés Manuel? Nombres van, nombres vienen, anecdotarios intrascendentes, propaganda baldía, legislaciones de nada, política politiquera, ruido mediático, chistosismo y majadería o glorias repetitivas al Magnífico, lugares comunes, mediocridad, cero contenidos, opinión pública de ‘redes’ e influencers y comunicadores amigos de uno y otro bandos, esterilidad, ingobernabilidad, la misma violencia en la calle, la misma bonanza del crimen, la misma ruina fiscal, la misma marginalidad, el mismo caos urbano, la misma depredación del medio, el mismo paisaje empeorado de ayer, cuando los peores tiempos finales del Revolucionario Institucional…

No hay propuestas de valor. No hay fondo en las expresiones y las palabras. Marabunta anhelante de perniciosas trayectorias viejas o nuevas en los partidos hegemónicos de ayer y hoy. Compromisos reales de todos con más nadie que consigo mismos. La antigua cultura de la corrupción tricolor, en la democracia mexicana moderna de las proclamas presidenciales de la renovación moral, es más devastadora y desesperanzadora que nunca. 

SM

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