El inédito y esperado antiobradorismo de Marcelo

Signos

Por Salvador Montenegro

Ahora queda por ver cómo se tornará Ebrard antiobradorista de manera oficial y convincente, y con qué discurso defenderá lo contrario que decía defender y que le dio vigor de presidenciable.

Ahora se verá qué puede acusar del movimiento, el partido y el Gobierno del que ha formado parte; qué condenará más allá de lo que presume como un fraude en el proceso interno que le cerró el camino a la candidatura presidencial por ese flanco.

Suele creerse que su obradorismo era sólo de interés para alcanzar su cumbre política faltante y no de convicción de fondo por la causa. Y ahora habrá de verse si hay magia o no en su transformación crítica y en su narrativa opositora, y cómo enhebrará la filigrana estratégica para enfrentar en campaña y con éxito propagandista y electoral, no el liderazgo de la morenista Sheinbaum, sino de Andrés Manuel, ahora su principal adversario.

¿Cómo lo confrontará de manera lógica y creíble, sin exhibirse como oportunista y simulador, sin desdecirse, y remontando arduas contradicciones para escalar a la victoria sin graves perjuicios de incongruencia?

Los partidarios de la política social o los izquierdistas desplazados del PRI por los neoliberales de la derecha delamadridista, alegaron entonces, como lo hacen hoy día el exCanciller y los suyos, que ya no tenían espacio en ese partido y acabaron yéndose y fundando el PRD, del que luego salieron Andrés Manuel, Sheinbaum y otros para fundar Morena porque el perredismo, que se volvió una mescolanza de activismos tribales seudoprogresistas en guerra y ahora en franco proceso de extinción -cual coro de huérfanos perdularios bajo el ala de la derecha-, también los dejó sin espacio y a partir de entonces se fincó la nueva causa obradorista como una izquierda no doctrinaria sino más bien heterodoxa y reformadora -sobre la divisa anticorrupción- del programa social y nacionalista emanado de la Revolución, y que ahora el líder de dicho movimiento popular, ya en el poder presidencial, no tipifica como socialismo, sino como ‘humanismo mexicano’.

Ya se sabrá, pues, con qué semántica propagandista emergerá Ebrard para desistirse del obradorismo y combatirlo como el peor cáncer que su continuidad puede ocasionarle al país, sin repetir la fórmula natural del salinismo defendida por la candidata autóctona de los grupos oligárquicos enriquecidos con el reparto familiar de los mayores patrimonios públicos nacionales: sólo la empresa privada sabe administrar, y a ella debe seguir entregándose la economía más rentable del Estado, como la del sector energético, porque los estragos de la corrupción privatizadora en México, piensa Xóchitl Gálvez, sólo son un cuento chino en la boca del obradorismo. Y por eso los cientos de miles de millones de dólares del Fobaproa y de los excedentes petroleros hechos humo, y la deuda externa impagable para salvar con la ruina del erario y de las mayorías pobres los grandes capitales, es la apuesta de futuro de una derecha que, a diferencia de Xóchitl, acaso no pretenda suscribir Marcelo. Aunque seguro sí coincidirá en abrir un segundo frente contra el obradorismo. La novedad sería con qué estrategia creíble y contra qué zonas vulnerables, cuando él ha sido un soldado defensor en el mundo de ese sitio.

SM

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