El porvenir democrático indeseable

Signos

No hay ningún cambio estructural en el país que pueda definirse como una transformación histórica.

Hay un modo distinto de ejercer la Presidencia de la República donde el ejemplo presidencial de la moralización, la austeridad y la aptitud de gobernar no trasciende los sectores más a las órdenes del jefe de la nación, ni más allá de sus mandamientos retóricos, los que, eso sí, asociados a su carisma y a su autenticidad personal, le granjean la mayor popularidad democrática que gobernante alguno ha tenido en el país y muy pocos otros en el mundo entero.

Sin duda eso es muy importante en la vida pública mexicana, pero de ninguna manera es una transformación del Estado nacional y, mucho menos, de la cultura nacional, ni en lo político ni en lo idiosincrático.

Quintana Roo, por ejemplo, es una entidad en la más vertiginosa descomposición ambiental, social, cultural, fiscal, urbana, política y de todos los órdenes. Y su decaimiento es tan precipitado y tan integral e incontenible porque no se advierten alternativas de liderazgo y gobernabilidad capaces de contener esa, su tan anticipada decadencia.

El paraíso natural y la gran fuente de ingresos turísticos es hoy día el entorno de una masacre urbana sin contenciones de ordenamiento y planificación, ahogado por la colonización incontinente del precarismo y el lumpenaje, abrumado por el acoso inmobiliario sin restricciones ni regulaciones, ‘gobernado’ por arribistas sin más proyecto que el de enriquecerse con el caos, y donde las bandas criminales imponen las únicas leyes que se hacen valer en esos territorios de la impunidad: las de la violencia a todas horas y a la vera de la autoridad policial cómplice.

Donde la abundancia de la naturaleza debía ser también, atendiendo su cuidado y la muy vulnerable fragilidad biótica, el manantial más sustentable de la riqueza presupuestaria y el bienestar comunitario, es el paraíso del peor turismo, de los inversionistas más nocivos, de los peores salarios, del mayor consumo de drogas, de la miseria de recursos para obras necesarias, de la más distintiva desigualdad poblacional, de la más alta inseguridad, de la peor de las ruinas ambientales, y de algunos de los más depredadores grupos políticos del país y del mundo entero, donde los del partido presidencial no se distinguen en nada de sus asociados y sus opositores.

Tamaulipas también sigue en llamas con el verdemorenismo aliado de la delincuencia, como en los tiempos del Gobernador panista Cabeza de Vaca y de sus antecesores priistas en cuyo ámbito se formó Américo Villarreal, seguidor ahora de las cláusulas presidenciales moralizadoras.

Y Guerrero y Zacatecas y Chiapas y Tabasco y Veracruz y etcétera… la misma miserable cosa.

Y el horror que viene…

La oposición sólo aspira a reponer sus fueros de pasado, con lo que se condena a la extinción electoral y política. Y el verdemorenismo se tornará la fuerza unánime donde se agrupe toda la escoria procedente de lo peor de todas partes.

No habrá oposición. Y la ‘cuarta transformación’ terminará siendo la burla del ‘no mentir, no robar, no traicionar’.

SM

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