El virus, desde el sentido común

Signos

– Pierde peligrosidad e importancia.

– Se ha impuesto con ferocidad en unas regiones donde al cabo se apaga, y repite el ciclo en otras, más allá o más acá de la rigurosidad de las medidas sanitarias impuestas.

– En Chetumal la gente sigue en la normalidad de siempre y el virus sigue su curso infeccioso sin traumatismos severos. En el norte turístico del Caribe mexicano siguen los contagios pero se dinamiza la vida económica y social, alertando de los riesgos y al mismo tiempo haciéndolos a un lado frente a las prioridades de siempre.

– En los lugares del mundo donde el virus se ha vuelto calmo, no hay lógica que explique -salvo la pérdida de su letalidad en ellas- por qué de tan mortal que era y tan peligrosos los contagios y las aglomeraciones que fueron prohibidas, ahora se normalizan las reuniones y los contactos sociales sin que los hospitales se llenen de nuevo de infectados críticos. El confinamiento pudo romper la cadena de contagios, ¿pero por qué, dejado el confinamiento, no torna la masividad de los contagios graves? Parecería que el confinamiento ha actuado más como placebo que como remedio real. En Ecuador llegó y mató a raudales; nada eficaz se hizo desde el Gobierno, y Ecuador convive ahora con el virus cada vez más en santa paz.

– Otros territorios poco o nada tocados conocerán quizá el impacto de la pandemia, ¿pero con la fuerza letal con que se posicionó en China o en Italia hace meses?, acaso no.

– Y no es descabellado que el presidente mexicano diga que hay que vencer el miedo al mal y aventurarse cada día a la normalidad de cada cual. No es descabellado, si se observa la lógica de que las cuarentenas no son milagrosas, de que hay lugares donde no se atienden y el virus no causa ahora la mortandad de antes donde se han atendido con alta disciplina social, y de que tiene que correrse el riesgo del contagio considerando, asimismo, la posibilidad de que ese contagio sea ahora menos dañino dentro de la teoría científica que propone la adaptabilidad progresiva y pacífica entre el virus y el ser humano.

– En la rica y poderosa Lombardía italiana se dejó correr la peste sin menoscabo de los intereses industriales que fueron privilegiados. Luego se metió el freno estricto de la reclusión. Los muertos y los agonizantes hospitalizados hicieron la macabra postal que recorrió el orbe. Y ahora la nueva normalidad es de un mínimo de contagiados y cero enfermos de muerte, con la gente haciendo su vida cada vez más como siempre. En el Valle de México, entretanto, el pobrerío a la intemperie es de millones, en la antípoda italiana -más el agravante de las enfermedades crónicas propias de la pobreza-; y con preferencias económicas o sacros condicionamientos oficiales de no abandonar los hacinamientos familiares, el infierno no se ha parecido en nada al lombardino, por lo que en saldo va quedando que el mal es muy azaroso, y las disposiciones sanitarias y económicas de salvación, en mucho, también lo son. Se torna a la vida corriente pero se acepta que el mal sigue allí. Y cada día la gente se congrega más –sin que haya la tal ‘inmunidad de rebaño’-, y el virus sigue allí. De modo que el virus es cada vez menos dañino o importa menos, que lo mismo da, y a medida que se estandarizan sus ciclos se hacen menos relevantes las redundancias informativas en torno a una pandemia que ya tocó su punto más alto de letalidad y de interés.

SM

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