De géneros y maricones

Signos

Decía aquel: yo no les llamo maricones, por su condición sexual, a quienes lo son.

Los homosexuales que se asumen con la naturalidad de ser lo que son y se han impuesto al prejuicio decadente de la homofobia, son a menudo, y acaso por ello mismo, más extrovertidos, expresivos, determinados y sinceros en la defensa de sus verdades, que muchos machos silenciosos o vociferantes, y otros tantos seres de uno y otro género, que son maricones consumados por mezquinos, simuladores y traidores.

Porque el igualitarismo es un derecho tan natural como la naturaleza y la existencia de la diversidad de las especies, y la diversidad no se defiende con causas militantes y lenguajes y legislaciones distintivos de la identidad de cada ser; se defiende con valores e ideas que confluyan en una educación, un modo de ser y una cultura donde los supremacismos, las prácticas discriminatorias y todas las aberraciones propias del ejercicio de la fuerza de unos seres contra otros, cifradas en la noción de la superioridad y observadas y asumidas como ‘naturales’, sean desterradas como crímenes propios de la barbarie.

Del mismo modo que en el Universo ningún elemento es idéntico a otro pero hay leyes invariables que los determinan en su complejidad y la de sus interacciones, la pluralidad humana está condicionada por esas mismas leyes inflexibles sobre el papel y los derechos originarios de cada individuo y su correspondencia con los demás.

La igualdad se define por sí sola, y la justicia que mejor le viene es la de la generalidad y la claridad sin objeciones en la defensa cada vez más eficaz del derecho de todos (que es el de cada cual).

Nada tan lógico y objetivo como que lo contrario de la inclusión más amplia y totalizadora de la justicia es la segmentación y la tipificación particularizada de los seres y sus derechos, y que la noción contraria y que parcializa esa defensa en especificidades y gradualismos nominativos termina derivando hacia subjetividades interpretativas y multipolares donde más priva el interés y el uso estratégico de la justicia que su ejercicio indiscriminado, y donde dicho utilitarismo -ideológico o faccioso- más la deroga, por supuesto, en confusiones y confrontaciones, que lo que puede servirle para hacerla evolucionar hacia mayores estadios de inclusión, simplicidad y entendimiento.

Porque, como cualquiera podría saberlo, el debate militante es de poder, de propaganda, de demagogia, en función de versiones unívocas, discrecionales y torcidas de la verdad en un sentido o en otro. Y la justicia sectaria es la mejor definición de una antítesis: el sectarismo es exclusión y negación de la verdad ajena por conveniencia y prejuicio; es exclusión, entonces, de la justicia, como totalidad inclusiva.

Una justicia y una causa por los derechos animales de los mamíferos hembras o machos, o de tales o cuales insectos que se diferenciarían de los derechos de las tales o cuales insectas, o de los roedores de distinto género, es una causa ajena a la de los derechos de los seres biológicos no humanos desde la segregación interesada de la subjetividad humana.

Ni los negros ni los indios ni los individuos de grupos o razas distintas tendrían que ser representados en sus derechos por sistemas especiales y adaptados para el efecto.

La discriminación no se suprime así, sólo se enfatiza y se radicaliza.

La llamada justicia indígena es una aberración.

En un sistema justo pueden incluirse todas las variables culturales de una identidad, pero no el diferencial del valor humano.

No hay que alterar la lógica del lenguaje y del concepto para establecer y adjudicar las dimensiones del dolo de los agravios o la naturaleza de la recompensas y los resarcimientos.

Las pretensiones vindicativas son más bien regresivas cuando se dispersan en partículas y particularidades.

Atomizar y desnaturalizar el idioma, las leyes y las definiciones es desintegrar las causas en formalismos y formulismos.

Un crimen homofóbico, machista o de odio racial no define la dimensión del dolo, que puede ser igual al de cualquier otro crimen doloso.

Las honduras de la intencionalidad y la injusticia son lo que cuentan y lo que debe medirse.

Un salvaje homicida o violador no es distinto de otro de su misma catadura criminal, ni su castigo tiene por qué ser diferente.

El género tampoco es una gracia.

Del mismo modo que los defectos y los atributos -naturales que son-, los delitos y las sanciones no deben clasificarse según la genética biológica.

El espíritu humano (o animal o vegetal; nada se sabe de su posible existencia en las demás especies, por más indicios de solidaridad científicamente conocidos en algunas especies; el espíritu no conoce de estimaciones científicas y es el mayor misterio de la existencia planetaria) no se divide en femenino y masculino. Los malos y los buenos son hombres y mujeres, y las especies animales y vegetales benignas y nocivas son por igual de hembras que de machos.

El valor cuenta. Las clasificaciones militantes son, por eso, excluyentes y parcializadas. En algún grado, son dolosas.

Todos los seres precisan la defensa de sus derechos esenciales sólo por el hecho de serlo, y, por supuesto, mucho más quienes son más vulnerables. Pero no por su pertenencia a géneros o grupos sociales determinados, sino como individuos sin excepción ni clasificación.

Que la igualdad competitiva debe reconocerse -o remunerarse, en su caso- de manera igualitaria, es una obviedad. Que el maltrato machista debe ser castigado y evitado, también lo es, igual que todo atentado homofóbico. Pero que para corregir injusticias deba reescribirse el mundo legal en sus particularidades idiomáticas y sus caracterizaciones sexistas, es un invento militante.

Hay seres vulnerables de todas las condiciones y en todos los ámbitos, que deben ser reivindicados de anomalías y violencias que bien pueden erradicarse sin excepciones y mediante procesos institucionales socialmente abiertos y no fragmentarios.

De modo que los derechos básicos son tan iguales y tan naturales como la naturaleza misma, y deben ser garantizados sin divisionismos.

Porque el ser, como tal y en tanto espíritu, no tiene géneros. Se es bueno o malo, mejor o peor, pero no por una condición biológica determinada. 

Es evidente, ¿no?…

Particularizar atomiza y retrasa la evolución civilizatoria. Modernizarla es desideologizarla, desprivatizarla, despartidizarla, y abrirla por completo al eclecticismo, la heterogeneidad y el librepensamiento.

Y sí, ser maricón es un defecto de la condición humana, no de la pertenencia sexual.

SM

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