La Celac y las mentiras comunistas o imperiales

Signos

Desde una óptica más o menos desprejuiciada, el encuentro de la Celac en México fue un éxito para el presidente mexicano y la política exterior del país anfitrión.

De viva voz y en un foro que adquirió interés global, se confrontaron las posiciones más radicales de entre los dirigentes de sus países miembros: los que se defienden del hostigamiento imperialista estadounidense, como el de Cuba, y los aliados de Washington, como el uruguayo, que piensan lo mismo en contra del régimen cubano y sus respectivos aliados.

(Por supuesto que lo que entiendan las mayorías populares de esas naciones cuenta menos. Porque el régimen uruguayo anterior, por ejemplo, era amigo del castrismo, y el boliviano golpista, como el uruguayo ahora, también lo condenaba, mientras el que derrotó al golpismo boliviano retomó los afectos del derrocado en favor de la Revolución Cubana y en contra del asedio democratizador de Washington. Ya los discursos son lo de menos. Redundancias y tedios se acumulan según les vaya a unos y otros grupos políticos en los países que, por esas alternancias en el poder fuera de Cuba, son definidos por la propaganda de uno u otro bando como amigos o enemigos de Cuba, de la democracia y del imperialismo estadounidense. El cuento de nunca acabar, pues, desde que un régimen parlamentarista y de partido único llegó a la jefatura del Estado en una nación del Continente Americano y mediante un proceso revolucionario que a la postre se alineó a la URSS, y con una dirigencia sin contrastes ideológicos aunque con amplia e incuestionable base social, por lo menos durante sus primeras tres décadas, hasta que ocurrió el derrumbe soviético y el fin de la Guerra Fría.)

El éxito mexicano del encuentro tiene que ver con su resonancia en horas decisivas para Cuba y su Revolución: por la dinámica de la agenda propuesta desde el Estado convocante; por el oportunismo y el formato decididos por el presidente de dicho Estado -en el contexto del aniversario de la Independencia nacional (a cuya celebración acudió como invitado de honor, pero con voz y participación activa, el mandatario caribeño) y para interceder en el conflicto bilateral que afecta la soberanía cubana desde el recrudecimiento y la intensificación reciente de un embargo remoto impuesto para derrocar su régimen por la vía del alzamiento social, y que ahora agrava la situación isleña por la escasez que favorece los efectos de la pandemia-; y porque ante una crisis que lastima de manera tan categórica a todo un pueblo, como el cubano, la iniciativa mexicana ha promovido reacciones multilaterales que pudieran contribuir a su solución, sin salirse de las convenciones defensoras del derecho internacional con que ha mediado México en otros litigios ajenos pero de interés propio, desde los principios y las tradiciones liberales de la diplomacia juarista.

El sofisma y las medias verdades rigen los criterios internacionalistas de hoy como en todos los tiempos, es cierto. Y en América no podría ser de otro modo, heredera como es de potencias democráticas que siguen siendo reinos de súbditos y monarcas, en algunos casos, donde sus jefes de Estado lo son por la vía de los legados aristocráticos de la ‘sangre azul’.

Cuba será la excepción de los modelos electorales del entorno, pero a los Gobiernos de Venezuela y Nicaragua, que no lo son, los siguen considerando, asimismo, dictaduras izquierdistas, desde la óptica de sus enemigos políticos y compinches de los Estados Unidos. Sobran, por supuesto, los excesos autoritarios denunciables en esos países, pero falta la autocrítica de sus críticos y el consenso necesario de sus razones. Esos mismos regímenes -de Venezuela y Nicaragua, y a los que suele revolverse con el de Cuba aunque el sistema electoral cubano sea radicalmente distinto- han contado, en un momento o en otro, con el respaldo de los de Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Perú, Bolivia, El Salvador y México, entre otros del hemisferio donde el sistema de elecciones es el mismo, y donde violentos atropellos fascistoides como el del golpe militar en Bolivia contra el Gobierno de Evo Morales no son censurados por los nuevos mandatos de esos pueblos, también emanados de elecciones directas pero del lado de la derecha y en consonancia con los intereses y la posición de Washington y la OEA, que celebraron el derrocamiento de Evo como una conquista democrática pero no el retorno al poder de los izquierdistas de su causa por la vía de los comicios directos, ni el encarcelamiento de los delincuentes golpistas mediante procesos penales justos, transparentes y consecuentes con un mandato de tan amplio espectro popular como el que llevó a Evo al poder y lo mantuvo en él por medio del sufragio directo.

La OEA, una vez más, como cuando de manera casi unánime y con la solitaria negación de México expulsó a Cuba en 1962 por no alinearse a Washington y preferir a la URSS, aplaudió la expulsión golpista de Evo Morales de la Presidencia boliviana, del mismo modo que antes, en el siglo pasado, estuvo del lado imperialista en todos los ataques genocidas perpetrados por la CIA y ejecutados por militares asesinos contra Gobiernos civiles latinoamericanos considerados comunistas y votados por las mayorías electoras.

Y México hoy, como en 1962, reafirma su postura ante la OEA y se declara enemigo de los hegemonismos imperiales y de la imposición de sanciones unilaterales e intervencionistas -como el del bloqueo contra Cuba y sus versiones represivas modernas, cual las leyes ‘Torricelli’ y ‘Helms Burton’, y las más de doscientas prohibiciones adicionadas por los mandatarios estadounidenses Donald Trump y Joe Biden para estrangular a la población cubana y hacerla rebelarse y derrocar a su Gobierno, en el mismo sentido en que antes ha impulsado cientos de sabotajes terroristas, desde la invasión mercenaria de Playa Girón y el atentado en que murieron atletas y tripulantes y pasajeros inocentes en un avión estallado en el aire -en Barbados- por anticastristas cubanos de Miami financiados por la CIA, hasta centenares de intentos de homicidio contra Fidel Castro, quemas de plantaciones de caña, enfermedades artificiales introducidas en granjas porcinas, ataques indiscriminados a balazos de mafias del exilio contra poblaciones costeras, bombazos en instalaciones turísticas, y hasta un intento de inocular la polio entre la población infantil y contra el que México participó con vacunas y equipo médico, del mismo modo en que condenó enérgicamente la organización del frustrado desembarco en la Bahía de Cochinos durante la administración de John  F. Kennedy-. Y con el mismo argumento diplomático de sesenta años atrás y en favor de que el multilateralismo continental sea representado por un organismo consecuente con las causas justas de los pueblos, suscribió el compromiso de “consolidar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) con respeto a la diversidad y sin exclusiones por las diferencias políticas entre los Gobiernos”, durante la sexta cumbre del organismo que se realizó el domingo 19 de septiembre en la Ciudad de México.

En términos de las tradiciones y los principios internacionalistas mexicanos, el hecho no es nada nuevo. Salvo las penosas actuaciones de los mandatos presidenciales priista y panista de Ernesto Zedillo y Vicente Fox, con mayor o menor énfasis se ha cumplido con las formas de dicho legado juarista y antiintervencionista.

La novedad sería, acaso, el uso, en la víspera, de una ceremonia tradicional, como la del aniversario de la Independencia mexicana, para dar voz a un invitado extranjero, cono el actual presidente cubano.

Pero ese es un formalismo que bien pudiera censurarse en algún grado con cierta legitimidad y seriedad, en efecto. Aunque tales protocolos también han sido usados en la historia según las conveniencias políticas de su momento y cuando la circunstancia lo ha permitido.

En el fondo de la cuestión hay mejores causas y razones.

El bloqueo estadounidense contra Cuba, por ejemplo, impuesto por el presidente Eisenhower hace casi 62 años, no se originó, por supuesto, en la desafección popular contra la Revolución Cubana. Cuando se impuso, dos años antes de la expulsión de Cuba de la OEA bajo la misma inspiración yanqui, no había un liderazgo más legitimado en la historia y en la aceptación social que el de Fidel, y se desconocía, entonces, el tipo de modelo de Estado a seguir por los revolucionarios vencedores de la dictadura batistiana (dictadura, por cierto, que bien pudo ahorrarse su derrota por la vía de las armas, si hubiera permitido la competencia electoral de Fidel Castro). Dicho bloqueo lo impuso el rencor imperial, y ahora se defiende y se refuerza con el argumento de la antidemocracia y la impopularidad, pero su naturaleza es la misma y es a la que México niega su complicidad.

Hoy, voceros del intervencionismo estadounidense, como el senador de origen cubano y espíritu anticubano, Marco Rubio, refieren al mundo que el embargo es un mito castrista y que en la realidad de las cosas Cuba tiene todo tipo de relaciones -económicas, comerciales, financieras y de todo orden- con el mundo entero. La inoperancia del modelo comunista de Estado y la incompetencia burocrática de su dirigencia son las únicas culpables de la grave crisis alimentaria, sanitaria, monetaria, de ingreso y de casi todo en la isla, dicen. Todo es consecuencia del fracaso revolucionario, y el fracaso revolucionario nada tiene que ver con el bloqueo imperialista que alegan los dirigentes comunistas, dicen, y que en realidad no existe.

Muy bien, puede ser. De verdades absolutas y a modo de sus creyentes se hacen la grandeza de Dios y de sus infalibles profetas.

Pero si entonces el bloqueo contra Cuba es menos verdad que un mero cuento chino comunista y una bandera retórica antiimperialista, ¿por qué mantener y actualizar su fantasma mediante leyes y más legislaciones y centenares de nuevas disposiciones, y de estas y aquellas prohibiciones, es decir: si todo eso no es más que una Biblia de mentiras y un laberinto de papel que no sirve a más nadie que a los malditos y mentirosos comunistas cubanos y ha implicado a una decena de muy libertarios presidentes norteamericanos? ¿Por qué no se decreta de una vez por todas y para siempre su legislativo entierro constitucional y se declara a los cuatro vientos su abolición histórica y política, como demanda el mundo civilizado, y se le quita todo argumento de inviabilidad revolucionaria atribuible a él por el castrismo y sus amigos? Porque a partir de entonces y por los siglos de los siglos el mundo entero sabría por fin y bien a bien quién diablos ha mentido tanto, para qué y durante tanto tiempo.

(Y a final de cuentas y de cuentos, las armas de la diplomacia mexicana volvieron, si no a cubrirse de gloria, por lo menos, sí, de una satisfacción merecida. Y no porque hayan resuelto conflicto alguno, que la diplomacia no es alquimia internacionalista ni absoluto arbitraje desactivador de guerras de sangre entre Herculeos y Davides. Sino porque ha contribuido a poner, con un nuevo énfasis necesario y en un momento crítico decisivo, los reiterados puntos sobre las íes.)

SM

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