La Covid-19 cambiará el curso de la historia como la ‘Gripe Española’ de 1918

El Bestiario

Catalogada a menudo como “la madre de todas las pandemias”, la que pasaría a la historia causó la muerte de entre 20 y 50 millones de personas alrededor del mundo, según cálculos de la Organización Mundial de la Salud. ¿De dónde vienen y por qué importan los nombres de las enfermedades? Se extendió entre 1918 y 1920, y los científicos creen que fue contagiada al menos un tercio de la población mundial de aquel entonces, calculada en 1,800 millones de habitantes. Incluso causó más muertes que la I Guerra Mundial, que estaba terminando justo cuando se desató la pandemia. Esto fue lo que ocurrió cuando todo finalizó. Ciertamente mucho ha cambiado en 100 años. La medicina y la ciencia eran campos mucho más limitados para tratar la enfermedad, si las comparamos con la actualidad. Hay estudios que apuntan a que la epidemia comenzó en EE UU, otros apuntan a Francia en 1916 o en China y Vietnam en 1917. Los doctores de entonces sabían que un microorganismo era responsable de la epidemia de gripe y que la enfermedad se podía transmitir persona a persona, pero pensaban que la causa estaba en una bacteria, no un virus. Los tratamientos también eran limitados. El primer antibiótico solo fue descubierto hasta 1928 y la primera vacuna para la gripe solo estuvo disponible en los años 40. Pero ante todo, no había sistemas públicos de salud. E incluso en los países desarrollados la salud era un lujo. “En las naciones industrializadas, la mayoría de los médicos trabajaba de manera independiente o era financiado por instituciones benéficas o religiosas. Y muchas personas no tenían acceso a ellos”, dice Laura Spinney, escritora científica y autora del libro ‘El jinete pálido: la gripe española de 1918 y cómo cambió el mundo’.

Para empeorar las cosas, la pandemia de 1918 atacó de una manera que no se había visto en las anteriores, como la que ocurrió entre 1889 y 1890, y causó la muerte de cerca de un millón de personas. La mayoría de las víctimas fatales fueron personas entre los 20 y los 40 años, y los hombres se vieron notoriamente más afectados que las mujeres. Probablemente porque se cree que la pandemia se inició en uno de los atestados campos de batalla del Frente Occidental y después se dispersó cuando los soldados regresaron a casa de la guerra. La pandemia de gripe de principios del siglo XX fue única debido a la desproporcionada cantidad de jóvenes que mató. La enfermedad también fue implacable con los países más pobres. Un estudio de la Universidad de Harvard, publicado este año, estima que cerca del 0,5% de la población de EE UU de aquel entonces murió debido a la epidemia (cerca de 550.000 personas). En cambio, India vio fallecer a 17 millones de personas en el país debido a la enfermedad.

“Las víctimas que produjeron la I Guerra Mundial y la gripe española tuvieron un desastroso impacto económico”, dijo la escritora británica Catharine Arnold, autora del libro ‘Pandemia 1918’. Los abuelos de Arnold estuvieron entre las víctimas de esa pandemia. “En muchos países, no quedaban hombres jóvenes para llevar adelante el negocio familiar, dirigir las granjas, capacitarse para profesiones y oficios, casarse y criar hijos para reemplazar a esos millones que habían muerto”, explicó Arnold. “La falta de hombres elegibles llevó al llamado problema de las ‘mujeres de repuesto’, con millones de mujeres que no lograron encontrar una pareja adecuada”, añadió. Aunque la epidemia no causó cambios radicales en la estructura social -no tan grandes como la caída del feudalismo por la peste negra en el siglo XIV, por ejemplo-, sí fue fundamental para inclinar la balanza de género en muchos países.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

En el 2018 se cumplieron 100 años de la devastadora pandemia de influenza que entre el 1918-1919 produjo la muerte de más de 50 millones de personas, número que según algunos entendidos, fue en realidad cercano a los 100 millones de individuos.  Este fenómeno infeccioso e histórico coincidió con el final de la I Guerra Mundial, a la que le debemos el calificativo de “Gripe o Dama Española”, pero que causo más muertes que la violencia del conflicto bélico mismo. Una epidemia que permanece como caso de estudio de lo que son capaces de hacer ciertas infecciones, y como recordatorio de porque debemos estudiarlas y estar siempre preparados para enfrentarlas. Existen varios libros rigurosamente documentados y de excelente calidad sobre el tema. Desde el clásico de Richard Collier, ‘The Plague of the Spanish Lady’ (1974), pasando por ‘The Great Influenza, The Epic Story of the Deadliest Plague in History’ de John M. Barry (2004). Hoy les recomiendo ‘Pandemic 1918’. Mientras que los anteriores narran la historia y la saga científica detrás del estudio de esta plaga, este último nos da fundamentalmente una visión de la magnitud de la tragedia humana y social que ocasiono esta terrible epidemia. La investigadora de la Universidad Texas A&M Christine Blackburn indicó que la merma en la fuerza laboral en EE UU les abrió varias puertas a las mujeres. La escasez de hombres tras la I Guerra Mundial permitió a las mujeres acceder al mercado laboral. Para 1920, las mujeres eran el 21% de todos los empleados en el país. Ese mismo año el Congreso de EE UU ratificó la decimonovena enmienda de su Constitución, que otorgaba el derecho al voto a las mujeres. Además, las nuevas trabajadoras se beneficiaron de los aumentos salariales que resultaron de la escasez de mano de obra. En Estados Unidos, los datos del gobierno muestran que los salarios en el sector manufacturero aumentaron de 0.21 USD la hora, en 1915, a 0.56 USD, en 1920.

Los científicos descubrieron que los bebés que habían nacido durante la epidemia eran más propensos a desarrollar condiciones como afecciones cardiacas, en comparación con los niños que habían nacido antes o después del brote. Los estudios en varios países mostraron que los bebés nacidos durante la pandemia estaban más expuestos a la enfermedad y tenían menos probabilidades de ser empleados. Análisis hechos en Reino Unido y Brasil mostraron que los nacidos entre 1918 y 1919 también tendían a tener menos opciones de acceder a educación superior o ser empleados de tiempo completo. Algunas teorías sugieren que el estrés causado por la pandemia en las madres podría haber afectado el desarrollo del feto. Otra pista del impacto genético de la pandemia fue hallada en un análisis en la información de reclutamiento de soldados para el ejército de EE UU, que decía que los jóvenes nacidos en 1919 tenían menos de estatura promedio que el resto de sus colegas.

En 1918, India completaba más de un siglo bajo el dominio colonial de Reino Unido. En mayo de ese año, la ‘Gripe Española’ golpeó con fuerza el país. Y fue más violenta con los indios que con los residentes británicos. Las estadísticas muestran que la tasa de mortalidad en las castas más bajas alcanzó los 61.6 por cada 1,000 personas, mientras que entre los europeos fue de menos de 9 por cada 1,000. Así, los sectores nacionalistas indios alimentaron la percepción de que los gobernantes británicos no habían manejado la crisis de forma adecuada. Gandhi y otros nacionalistas indios fortalecieron sus figuras después de que la pandemia golpeara a India. Se crearon nuevos sistemas de vigilancia y control de epidemias después de la pandemia de 1918. En 1919, una edición de Young India, el periódico publicado por Mahatma Gandhi, criticó a las autoridades británicas con bastante firmeza. “En ningún otro país civilizado un gobierno podría haber dejado las cosas tan deshechas como lo hizo el gobierno en India durante la prevalencia de una epidemia tan terrible y catastrófica”, se lee en el editorial. Pero, a la vez, la pandemia también evidenció la importancia de la cooperación internacional, más allá de la pesadilla geopolítica que había dejado detrás la I Guerra Mundial.

En 1923, la Liga de las Naciones, el organismo multilateral que antecedió a la ONU, creó la Organización de la Salud. Fue una agencia técnica que creó nuevos sistemas internacionales de control de epidemias y fue conducida por médicos profesionales en lugar de diplomáticos, como lo era el organismo supranacional encargado de los temas de salud hasta entonces, la Office International d’Hygiène Publique. La Organización Mundial de la Salud solo sería creada en 1948, tras la fundación de la ONU. El daño causado por la pandemia estimuló el avance de la salud pública, que fue impulsada como el desarrollo de la medicina social. En 1920, Rusia fue el primer país en instalar una red pública de salud. Otros países le siguieron los pasos. Muchos países crearon o renovaron ministerios de salud en la década de 1920. Esto fue un resultado directo de la pandemia, durante la cual los líderes de salud pública habían quedado fuera de las reuniones del gabinete por completo o simplemente se habían tenido que dedicar a pedir fondos y poderes ejecutivos a otros departamentos.

La historia del aislamiento social de comienzos del siglo XX es una historia de dos ciudades estadounidenses, Filadelfia y San Luis

Jennifer Cole, antropóloga de la Universidad Royal Holloway en Londres, anotó que la combinación de la pandemia y la guerra sembró las semillas de los estados de bienestar en muchas partes del mundo. La provisión de bienestar por parte del Estado salió de este contexto, ya que tenía una gran cantidad de viudas, huérfanos y discapacitados. Las pandemias parecen arrojar luz sobre la sociedad y las sociedades pueden emerger de ellas con un modelo más justo y equitativo. La historia del aislamiento social de comienzos del siglo XX es una historia de dos ciudades: en septiembre de 1918, distintas localidades de EE UU organizaron desfiles para promover los bonos de guerra, cuyas ventas ayudarían en la financiación del conflicto que aún no había terminado por completo. Dos de estas ciudades tomaron medidas diametralmente distintas respecto al desfile una vez se conocieron los primeros casos de la enfermedad. Mientras que Filadelfia decidió seguir adelante con el evento, San Luis optó por cancelarlo. El distanciamiento social demostró ser extremadamente importante en la pandemia de gripe de 1918. Un mes después, más de 10.000 personas habían muerto de gripe en la primera. Mientras que en San Luis, el número total se mantuvo por debajo de 700.

La disparidad en las estadísticas se convirtió un caso de estudio que concluyó que la distancia social es una estrategia eficaz para frenar las epidemias.Un análisis de las intervenciones que se hicieron en varias ciudades durante 1918 mostró que aquellos municipios que habían prohibido reuniones masivas y habían cerrado teatros, escuelas e iglesias tuvieron un menor número de muertes. Además, un equipo de economistas de EE UU llegó a la conclusión de que las ciudades que tomaron las medidas más estrictas fueron las que luego tuvieron una recuperación económica más rápida. A pesar de sus lecciones, la gripe española fue en muchos sentidos una pandemia olvidada. El autorretrato de Munch es una referencia rara a la pandemia de 1918 en el arte y la literatura. Fue eclipsada en la esfera pública por la I Guerra Mundial, en parte debido a que algunos gobiernos censuraron a los medios de sus países para evitar que informaran sobre sus efectos mientras duraba la guerra. La crisis también está ausente en gran medida de los libros de historia y la cultura popular. Incluso en el año centenario de la pandemia, 2018, no encontrarás monumentos conmemorativos de la gripe española y pocos cementerios que destaquen el sacrificio de médicos y enfermeras. Tampoco encontrarás muchas novelas, canciones u obras de arte del período que se refieran a la pandemia de 1918.Una de las pocas excepciones es el ‘Autorretrato con gripe española’, de Edward Munch, que el artista noruego pintó mientras padecía la enfermedad. La edición de 1924 de la Enciclopedia Británica ni siquiera mencionaba la pandemia en su revisión de los “años más agitados” del siglo XX y los primeros libros de historia que referenciaron la epidemia fueron publicados alrededor de 1968. COVID-19, ciertamente. ha traído aquella pandemia de regreso a la memoria de muchos.

El increíble éxito militar de los conquistadores se explica en buena parte por la desinteresada ‘ayuda’ de las enfermedades infecciosas

En noviembre de 1492, los marineros Rodrigo de Xerez y Luis de Torres se adentraron en la isla de Cuba, con la misión de contactar con los que -de acuerdo con Colón- deberían ser los súbditos del emperador de China Hong-Zi. Tras dos días de marcha se encontraron con un gran poblado de unas cincuenta chozas de madera con techumbres de hoja de palma. Los nativos los recibieron asombrados por sus extraños ropajes y sus largas barbas, pensando que venían del ‘cielo’. El cacique les invitó a sentarse y les ofreció inhalar el humo de una pipa de tabaco, con gran asombro de los españoles; de hecho, Rodrigo de Xerez acabaría convirtiéndose en el primer europeo adicto a esta sustancia. Más tarde, los agasajó con una rica y variada comida e intercambiaron regalos. A los cuatro días regresaron e informaron al almirante Cristóbal Colón de cuanto habían visto. No era el primer encuentro con los nativos del Nuevo Mundo, pero sí el primero con una población importante. En esos momentos, y sin que ninguno de los participantes fuera consciente de ello, se estaba desencadenando un proceso epidemiológico de grandes proporciones que a la postre iba a llevarse por delante a la inmensa mayoría de la población del continente americano y que nada tendría que ver con los métodos más o menos brutales de los conquistadores. Fue el verdadero ‘beso de la muerte’.

El increíble éxito militar de los conquistadores se explica en buena parte por la desinteresada ‘ayuda’ de las enfermedades infecciosas. Cuando Francisco de Pizarro inició la conquista del Imperio inca en 1532 se encontró con que la viruela le había precedido en casi diez años, liquidando a casi un tercio de la población. El propio inca Huayna Cápac y su heredero Ninan Cuyochi murieron víctimas de la enfermedad, lo que precipitó al imperio a una guerra civil que solo podía favorecer a los españoles. Pizarro se enfrentaba a un enemigo en estado de shock; solo así se explica que con sesenta y dos hombres a caballo y ciento seis infantes pudiera vencer a los más de ochenta mil soldados de Atahualpa en la batalla de Cajamarca. A la epidemia de viruela sucedieron muchas otras: sarampión, rubeola, escarlatina, paperas, difteria, gripe, disentería, meningitis…Todas ellas devastadoras para la población nativa y que sin embargo no parecían afectar a los españoles. Se calcula que en los primeros cincuenta años después del descubrimiento, el noventa por ciento de la población nativa americana había desaparecido. Tribus enteras con su lenguaje y sus costumbres se esfumaron en pocas décadas. ¿Cómo era esto posible? Para entender este aparente misterio tenemos que remontarnos mucho tiempo atrás. Hace aproximadamente setenta mil años los Homo sapiens modernos salieron de África e iniciaron el largo viaje que los llevaría a colonizar casi todos los rincones del planeta. Probablemente sus protagonistas no tenían intención de irse muy lejos, sino más bien encontrar nuevas tierras donde habitar empujados por el lento pero incesante aumento de la población, recorriendo quizás unos pocos kilómetros por generación. Hace sesenta y cinco mil años algunos de sus descendientes se internaban en Eurasia a través de la India. De acuerdo con la evidencia genética, el linaje de los europeos y de los amerindios se escindió en esa fecha. El primero empezó a ocupar una Europa habitada entonces por los neandertales, y el segundo siguió avanzando hacia el este hasta Siberia y cruzó el estrecho de Bering hace entre dieciséis mil y doce mil años (hay bastante controversia en cuanto a la fecha), extendiéndose rápidamente por el continente americano.

Desde la antigüedad, Eurasia haya sido un continente más ‘conectado’ que América, con mayor frecuencia de migraciones e invasiones

Por supuesto, los sapiens que iniciaron el largo viaje eran cazadores-recolectores, una forma de vida poco favorable para el desarrollo de enfermedades. Los cazadores-recolectores suelen vivir en grupos relativamente pequeños y aislados y suelen tener una gran movilidad en función de la disponibilidad de alimento. No es que no tengan enfermedades, pero estas no pueden dar lugar a epidemias de grandes proporciones, y la movilidad no favorece el establecimiento de parásitos cuya reinfección tiene lugar a través de aguas contaminadas. Por lo que sabemos, la especialidad estrella en la medicina paleolítica debió ser la traumatología. Sin embargo, el modo de vida de los cazadores-recolectores empezó a hacerse minoritario con la invención de la agricultura, hace unos diez mil años, que surgió en distintas partes del planeta de forma independiente. El modo de vida del Neolítico, sin embargo, es mucho más proclive a las enfermedades. En asentamientos permanentes y con una densidad de población mucho mayor, las probabilidades de infección aumentan enormemente. Más importante aún es la convivencia estrecha con especies domésticas. De acuerdo con el historiador William McNeill compartimos sesenta y cinco enfermedades con los perros, cincuenta con el ganado vacuno, cuarenta y seis con cabras y ovejas, cuarenta y dos con los cerdos, treinta y cinco con los caballos y veintiséis con las gallinas. Cuando comenzamos la agricultura y la ganadería, los humanos empezamos también a cultivar enfermedades. Es cierto que la agricultura se desarrolló tanto en Eurasia como en América y en ambos casos esto dio lugar al desarrollo de estructuras sociales más complejas, pero existen grandes diferencias entre ambos continentes en este aspecto, las cuales son clave para explicar las historias inmunológicas de ambas poblaciones a comienzos del siglo XVI.

Una diferencia importante estriba en el hecho de que el eje del continente euroasiático está orientado de este a oeste. Esto significa que se puede recorrer de una punta a otra manteniéndose, más o menos, en la misma latitud y esto es una circunstancia muy favorable para el movimiento de pueblos. De ahí que Eurasia haya sido un continente más ‘conectado’ que América, con mayor frecuencia de migraciones e invasiones. Y con las personas viajan también sus enfermedades. En el 431 antes de Cristo, Atenas estaba en guerra con Esparta. Pericles, el dirigente de Atenas elegido democráticamente, prefirió reforzar las defensas de la ciudad en vez de confrontar a la poderosa infantería espartana y esperar a que estos se cansaran de sitiar la ciudad. La idea podría haber funcionado; pero muchos de los habitantes del campo se refugiaron, lógicamente, en la ciudad, provocando una peligrosa masificación. En el 430 antes de Cristo se declaró una virulenta epidemia que duró cuatro años y eliminó a una cuarta parte de la población. El ejército ateniense perdió a más de cuatro mil soldados de infantería y a trescientos de sus caballeros. Se trata de la primera epidemia de la que existen pruebas históricas, aunque no sabemos con certeza cuál fue el patógeno que la ocasionó. La historia está jalonada de acontecimientos como este: la peste antonina (165-180), la plaga de Justiniano (541-543) y, sobre todo, la peste negra, que asoló Europa y parte de Asia entre 1347 y 1353, constituyen algunos de los ejemplos más relevantes y terroríficos. En la mayor parte de los casos, las nuevas epidemias comenzaban por el salto del patógeno desde un animal doméstico al hombre o por la aparición de una cepa más virulenta. Con el tiempo, la población iba adquiriendo cierta resistencia a estas enfermedades que, en algunos casos acaban convirtiéndose en ‘enfermedades infantiles’, como el sarampión o las paperas; se suponía que todos los adultos tenían resistencia porque las habían pasado, y aunque no eran tan devastadoras como la peste bubónica, podían matar o causar graves secuelas en algunos casos.

Españoles y portugueses sufrieron tempranas invasiones, viajaron con las legiones romanas, los americanos eran completamente naíf

Desde la época del Imperio Romano, las ciudades constituyeron un verdadero foco de enfermedades infecciosas debido al hacinamiento y la ausencia de agua corriente. Los cadáveres de los perros, gatos, e incluso algún caballo se pudrían en las calles sin que nadie se molestase en recogerlos. A esas mismas calles se arrojaban desde las casas todo tipo de residuos, sin otra precaución que la de gritar ‘¡Agua va!’ momentos antes de la descarga. La tasa de mortalidad en las ciudades medievales era tan elevada que la población solo podía mantenerse gracias al flujo de nuevos ciudadanos procedentes del campo. Sin duda, los supervivientes a esta situación constituían una especie de ‘élite inmunológica’, la cual podía ser muy peligrosa para los habitantes de otras regiones. En particular, españoles y portugueses tenían un nutrido historial en este sentido: habían sufrido invasiones recurrentes desde fecha muy temprana, habían viajado con las legiones romanas y habían estado conectados con el mundo musulmán, mucho más globalizado que la Europa cristiana. En contraste, la población americana era completamente naíf en el sentido inmunológico. La orientación norte-sur del continente americano dificultó el movimiento de gentes. Más aún, muchas de las poblaciones americanas en el siglo XVI eran todavía cazadores-recolectores y aunque existía una floreciente agricultura, el número de especies animales domesticadas era relativamente bajo: la llama, la vicuña y el cuy en los Andes y el pavo en México. Poco más. En definitiva: el peso de milenios de enfermedades cayó de repente sobre la población amerindia, que debió ver aterrada cómo las enfermedades parecían aliarse con los extraños invasores de piel clara y largas barbas.

“Los naturalistas han observado que una pulga lleva sobre su cuerpo otras pulgas más pequeñas, que a su vez alimentan a otras pulgas más diminutas. Y así, hasta el infinito”. Esta observación la hizo el ensayista irlandés Johnathan Swift en el siglo XVII, tal vez sin ser del todo consciente del profundo fenómeno biológico al que se refería. De hecho, hoy día los biólogos estiman que el número total de especies parásitas supera con creces al de hospedadores. La relación entre los animales y los parásitos y patógenos que viven a su costa puede describirse como una carrera de armamentos. En cada generación se seleccionan los individuos más resistentes y los patógenos más eficaces. De la misma forma que los depredadores tienen que ser cada vez más rápidos y eficaces para atrapar a unas presas, asimismo más rápidas y cautelosas. No cabe duda de que los fenómenos de parasitismo y patogenicidad constituyen uno de los mecanismos esenciales de la evolución de las especies, hasta el punto de que la existencia del sexo como método de reproducción preferido en la mayoría de los animales se deba precisamente a este fenómeno de coevolución entre patógenos y hospedadores. La idea de que la reproducción sexual puede ser una consecuencia de la enfermedad es contraintuitiva.

La mayoría de los animales estamos atrapados en un modo de reproducción sexual, en la evolución no es un imperativo

En principio, la reproducción asexual es mucho más fácil y directa. A partir de un solo individuo, necesariamente hembra, se pueden producir otros individuos genéticamente idénticos, evitándose así el inconveniente de tener que encontrar una pareja y realizar los protocolos de apareamiento característicos de cada especie. Aunque la mayoría de los animales estamos atrapados en un modo de reproducción sexual, desde el punto de vista de la evolución el sexo no es un imperativo, ya que formas alternativas pueden surgir a lo largo del tiempo. Por otra parte, los cambios necesarios para pasar de reproducción sexual a asexual no son demasiado grandes en teoría. El óvulo recibe señales químicas de que ha sido fecundado e inicia un programa de divisiones celulares que pone en marcha el proceso de reproducción. Bastaría con que un óvulo ignorase estas señales y realizase una replicación adicional del material genético (para compensar la ausencia de espermatozoide) y tendríamos hembras capaces de engendrar hijas sin tener que ser inseminadas. El misterio del sexo consiste justamente en que, pese a sus aparentes desventajas, es bastante raro que una especie se reproduzca de forma exclusivamente asexual, aunque existen algunos ejemplos, incluso entre los vertebrados. En los años ochenta del pasado siglo emergió la hipótesis de la Reina Roja y desde entonces no ha dejado de ganar popularidad. El nombre es un tanto complicado: se refiere a un pasaje de ‘Alicia a través del espejo’ de Lewis Carroll, en el que están Alicia y la Reina Roja y de repente el paisaje empieza a moverse; la Reina le dice a Alicia: “Tienes que correr tan rápido como puedas para mantenerte en el mismo sitio”. Y esta fase describe muy bien la coevolución de hospedadores y patógenos, encerrados en un ciclo inacabable de lucha por la propia supervivencia. Tenemos que correr cuanto podamos, porque nuestros patógenos no van a darnos un respiro. La hipótesis es bastante sencilla: el sexo es necesario para luchar contra la enfermedad porque la reproducción sexual da lugar a una progenie muchísimo más variable que la reproducción asexual. Además, los patógenos juegan con ventaja; su tiempo de generación es mucho más corto que el de sus hospedadores, lo que les permite evolucionar más deprisa. Sin reproducción sexual sería casi imposible mantenerse en el mismo sitio.

‘Alicia en el país de las maravillas’ (Alice in Wonderland) es una película de fantasía estadounidense, dirigida por Tim Burton1​ y producida y distribuida por Walt Disney Pictures. Inspirada en los libros ‘Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas’ y ‘A través del espejo y lo que Alicia encontró allí’. Cuenta con las actuaciones de Mia Wasikowska en el papel de Alicia, Johnny Depp en el papel de Sombrerero Loco. Lewis Carroll, fue un diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico. Aunque siempre se le consideró un soñador inofensivo, en 1996 el autor Richard Wallace no vaciló en acusarlo de haber sido el hombre que estaba oculto bajo el alias de ‘Jack el Destripador’.​ Las pretendidas pruebas que supuestamente lo acusaban eran frases crípticas contenidas en sus libros diecinueve años antes de la matanza del otoño de 1888. Según esta interpretación, el ya desequilibrado escritor dejó allí pistas anticipando los crímenes que planeaba cometer. Ha habido multitud de especulaciones sobre la posibilidad de que Lewis Carroll hiciera uso de drogas psicoactivas, aunque no existe prueba alguna que respalde esta teoría. No obstante, la mayoría de los historiadores consideran probable que el autor utilizase de vez en cuando láudano, un analgésico de consumo bastante común en la época que lo ayudaría con el dolor de su artritis. Hay que señalar que esta sustancia procede del opio, y puede producir efectos psicotrópicos si es utilizado en dosis lo suficientemente grandes. Pese a ello, no existe evidencia alguna que pueda llevar a pensar que abusara de los narcóticos, ni de que estos tuvieran influencia alguna en su trabajo. Por otro lado, algunos han creído ver en las alucinaciones que sufre su personaje, Alicia, una referencia a las sustancias psicodélicas. Por ejemplo, en el caso de la Amanita Muscaria, que produce macropsia y micropsia, vemos una analogía en las variaciones de tamaño que sufre Alicia al ingerir trozos de seta.

Si los patógenos fueran hackers en nuestro ordenador, la reproducción sexual sería cambiar contraseñas en cada generación

Los virus y bacterias patógenas utilizan determinadas proteínas de las células del hospedador para conseguir su entrada en el organismo, las cuales actúan a modo de llave y cerradura. Si todos los individuos de la población fueran muy similares genéticamente, a los patógenos les bastaría encontrar la llave en un solo caso para poder infectar a toda la población. Sin embargo, la variabilidad genética en los hospedadores les pone las cosas un poco más complicadas. Utilizando un símil informático: si los patógenos fueran hackers que quieren entrar en nuestro ordenador, el modo de reproducción sexual equivaldría a cambiar las contraseñas en cada generación. Más importante aún, en el contexto de esta carrera armamentística entre hospedadores y patógenos, el mero hecho de ser diferente es una ventaja en sí misma, ya que si eres diferente es más difícil que los patógenos te encuentren. De esta forma, la selección natural puede actuar porque las ventajas de ser distinto se producen aquí y ahora.

En definitiva, la idea de que las enfermedades constituyen una fuerza esencial en la evolución de las especies está fuertemente apoyada por la evidencia científica y es bastante probable que la prevalencia de la reproducción sexual se debe a su utilidad como arma frente a los patógenos. Sin duda, las enfermedades han sido un azote para la humanidad, pero gracias a ellas tenemos sexo.

Con el descubrimiento de los antibióticos, a mediados del siglo XX, no derrotamos las enfermedades infecciosas como el Covid-19

Los humanos vivimos bajo la amenaza constante de miles de especies de patógenos y parásitos. A mediados del siglo XX, con el descubrimiento de los antibióticos, creímos habernos librado de ellos, pero han vuelto. En realidad, nunca se fueron. Esta vuelta se manifiesta de distintas formas. La primera y más evidente es la aparición de nuevas enfermedades infecciosas de las que la pandemia de Covid-19 ha sido el colofón. Antes aparecieron el ébola, los virus Hantaan y Nipah, el sida, quizá la mayor amenaza global del siglo XX después de la gripe de 1918, la enfermedad del legionario, la enfermedad de Lyme y más recientemente los conatos de pandemia global provocados por el SARS y la gripe A. El segundo tipo de amenaza es la aparición de cepas de bacterias patógenas resistentes a antibióticos. Este fenómeno ha sido exacerbado por el mal uso de los antibióticos, pero en el fondo es inevitable. Desde el momento en que empezamos a utilizarlos también empezamos a seleccionar cepas resistentes a los mismos (es la evolución, amigo). Dichas cepas son más frecuentes en el sur de Europa y esto probablemente está relacionado con el abuso de los mismos. Un dato: en Grecia se utilizan tres veces más antibióticos que en Holanda. No obstante, las bacterias resistentes no se van a quedar localizadas y constituyen una amenaza global. Este fenómeno puede dificultar muchos procedimientos clínicos que hoy se consideran de rutina. ¿Se imaginan que una simple extracción dental se convierta en una operación de alto riesgo?

La tercera razón por la que los microbios han regresado es más sutil pero no menos importante. En las últimas décadas los científicos han observado que los microrganismos pueden ser un factor importante en muchas enfermedades de etiología desconocida, que no se consideraban de origen infeccioso. No se trata de una relación clara de causa-efecto como en las enfermedades tradicionales, sino un factor que contribuye -entre otros- al desarrollo de la misma. Por ejemplo, se sabe que algunos tipos de cáncer están relacionados con virus, y en los años ochenta se descubrió que una bacteria, Helicobacter pylori, es un factor importante en el desarrollo de la úlcera gástrica. Así mismo, empieza a haber indicios de que existe una relación entre las infecciones dentales y la enfermedad de Alzheimer. Se trata, sin duda, de fenómenos muy complejos que necesitarán nuevas y cuidosas investigaciones para ser clarificados. “Si de algo puede servir esta Covid-19 del 2020 es para abrirnos los ojos. El estudio de las enfermedades no es un mero ejercicio académico. Si las enfermedades infecciosas han sido capaces de cambiar tantas veces el curso de la evolución y el de la historia, tal vez deberíamos tomárnoslas en serio e intentar estar mejor preparados para la próxima pandemia…”, escribe el catedrático Pablo Rodríguez Palenzuela. En la actualidad es Catedrático de Universidad en el Centro de Biotecnología y Genómica de Plantas de la Universidad Politécnica de Madrid. Ingeniero Agrónomo por la UPM y Máster en Bioinformática por la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor visitante en la Universidad de Cornell (Ithaca, Nueva York, USA) y la Universidad de Wisconsin (Madison, Wisconsin, USA). ‘La élite inmunológica y la Reina Roja: cómo las enfermedades han cambiado el curso de la historia y de la evolución biológica’, es el título del trabajo que publica en la revista cultural Jot Down, en Madrid, España.

‘Pandemia de influenza de 1918 vs. coronavirus en 2020: lo que nos puede enseñar el pasado’, los muertos en el mundo superan el millón

A estas alturas de la pandemia de coronavirus, con más de 32 millones de infectados y más de un millón de muertos en todo el mundo, describir este momento como sin precedentes puede sonar demasiado molesto. Esta pandemia, sin embargo, en realidad no tiene precedentes: la última vez que lidiamos con una tan misteriosa, incontenible y de gran alcance fue en 1918, cuando la influenza devastó poblaciones de todo el mundo. La ‘Gripe Española’ de 1918 mató de 50 a 100 millones de personas hasta 1919. Existen inquietantes paralelos entre la gripe de 1918 y la pandemia de coronavirus de 2020. Ambas son enfermedades con una gama alarmante de síntomas para la que hay poco tratamiento; en ambos casos el comportamiento humano ha sido un obstáculo para la salud pública y puntos focales de brotes se han generalizado, solo por nombrar algunos. Durante 102 años, los estudiosos de la influenza y los expertos en enfermedades infecciosas han intentado educar a la gente con la esperanza de prevenir futuras pandemias. Sin embargo, aquí estamos. Para ser claros, el coronavirus culpable de la pandemia actual no es un virus de gripe. Aun así las pandemias de 1918 y 2020 comparten similitudes en términos de su base en un virus nuevo y formidable que arrasó en el mundo en todos los aspectos de la sociedad.

Para aprender las lecciones de la gripe de 1918, los pasos en falso que hemos dado desde entonces y nuestro futuro pospandémico, CNN habló con tres expertos en el tema. ‘Pandemia de influenza de 1918 vs. coronavirus en 2020: lo que nos puede enseñar el pasado’, titula su crónica periodística la estadounidense Kristen Rogers. John M. Barry, autor de ‘The Great Influenza: The Story of the Deadliest Pandemic in History’; el Dr. Jeremy Brown, médico de urgencias y autor de ‘Influenza: The Hundred Year Hunt to Cure the Deadliest Disease in History’; y Gina Kolata, reportera de ciencia y medicina de The New York Times y autora de ‘Flu: The Story of the Great Influenza Pandemic of 1918 and the Search for the Virus That Caused it’ hablaron con CNN…

“Hubo una reacción violenta contra el uso de máscaras en San Francisco a fines de 1918 y principios de 1919. La gente estaba harta”

CNN: ¿Cuáles son las lecciones de la pandemia de 1918?

John M. Barry: “Número uno, decir la verdad. Número dos, las intervenciones no farmacéuticas funcionan. Los países asiáticos, Nueva Zelandia, Alemania y Senegal han hecho un trabajo increíblemente bueno debido a la transparencia. Pero hemos demostrado que realmente se puede controlar el brote si se realizan intervenciones no farmacéuticas (distanciamiento físico y máscaras). En EE UU no las hemos hecho. No nos hemos adherido a ellas; hemos jugado con ellas”.

Dr. Jeremy Brown: “Hubo una reacción violenta contra el uso de máscaras en San Francisco a fines de 1918 y principios de 1919. La gente esencialmente estaba harta. Hubo un grupo de libertarios que sugirió que era una violación de sus derechos y libertades ser obligados a usar máscaras, y de hecho terminaron impidiendo que la junta de salud de allí renovara el mandato de usar máscaras. Los adultos jóvenes tenían más probabilidades de morir durante la pandemia de gripe de 1918, en contraste con la pandemia actual de COVID-19, en la que los ancianos enfrentan un mayor riesgo de enfermedad grave y muerte. Lo que sucedió fue otro aumento en San Francisco en los casos de influenza a principios de 1919, y volvieron a usar máscaras. El mensaje es, quizás, que las cosas no son tan novedosas como podrían parecer, y que el comportamiento humano en respuesta a pandemias de esta magnitud es en realidad bastante predecible”.

Gina Kolata: “Aunque sabemos exactamente cómo se ve el virus de 1918, todavía no sabemos por qué fue tan mortal. Y aquí tenemos el coronavirus, y sabemos mucho más, y todavía no sabemos realmente por qué es tan mortal o qué está haciendo. Creo que es una lección muy poderosa que puedes pensar: ‘Yo sé de biología molecular, sé acerca de los virus, sé cómo se replica’, y aún puede haber estas enfermedades que no comprendes”.

“No hay duda de que veremos el final del covid-19. La gran pregunta es, ¿cuál será el costo y cuándo será?”

CNN: Los expertos en 1918 y las enfermedades infecciosas han hecho hincapié en prestar atención a la historia para prevenir futuras pandemias. ¿Dónde cree que nos hemos equivocado desde la gripe de 1918?

Brown: “Tenemos que tener mucho cuidado al decir: ‘Bueno, era obvio, haz esto, haz aquello’. Pero creo que estaba bastante claro que la próxima amenaza pandémica iba a ser un virus y no una bacteria, hongo o parásito. La mayoría de la gente pensó que sería una pandemia de influenza y yo era uno de ellos. En lo que creo que necesitábamos dedicar más tiempo fue en considerar que podría ser la influenza y otras cosas. Realmente no importa, porque si hubiéramos planificado con anticipación cómo manejaríamos una pandemia de influenza, también tendríamos un plan de juego sobre cómo manejaríamos una pandemia de otro virus. Desafortunadamente, sabemos que el financiamiento para estas cosas viene en oleadas. El dinero de la financiación se asigna en función esencialmente de lo que está sucediendo hoy. Se presta muy poca atención a lo que pueda suceder en el futuro, y nos hemos vuelto complacientes con nuestra creencia de que tenemos la capacidad de controlar todo. Todos estamos sujetos a los grandes extremos del clima, pero también a la naturaleza. Si hubiéramos mantenido la planificación para la pandemia en el centro, entonces creo que habríamos estado en un lugar mucho, mucho mejor. Pero cada año que financia la planificación para una pandemia, está diciendo no a financiar otra cosa. Cuando no hay una pandemia en el horizonte, es muy fácil decir: ¿Por qué no tomamos estos millones de dólares y los invertimos en curar la enfermedad de Alzheimer?”.

CNN: ¿Cómo terminó finalmente la pandemia de 1918 y cómo cree que disminuirá la pandemia actual?

Brown: “La influenza de 1918 se extinguió a principios de 1919. Hoy en día, los virus de la influenza que circulan incluyen un descendiente del virus inicial H1N1 de 1918. Así que en realidad estamos expuestos a un descendiente de esa pandemia inicial. En general, la enfermedad infecciosa termina cuando la gente huye de ella hasta que desaparece y cuando todas las personas que están expuestas a ella han muerto a causa de ella, por lo que no hay nadie más. Y cuando otras personas que están expuestas sobreviven y logran inmunidad, eso le brinda cierta protección. Hemos visto esos tres efectos a lo largo de la historia en 1918, y hoy veremos alguna variante de eso. No hay duda de que veremos el final del covid-19. La gran pregunta es, ¿cuál será el costo y cuándo será?”.

“Ahora, al menos, tenemos la posibilidad de obtener una vacuna para detener este virus antes de que se propague a toda la población”

CNN: Dado lo que sabe sobre la gripe de 1918, ¿qué es lo que le preocupa particularmente en este momento?

Barry: “Lo más perturbador sería que sabemos que el virus daña el corazón y los pulmones, incluso si las personas no presentan ningún síntoma. Probablemente dañe otros órganos incluso en personas que no presentan síntomas. Entonces, no sabemos los efectos a largo plazo, si ese daño se curará y si los perseguirá y afectará sus vidas dentro de 10 o 25 años”.

Brown: “Lo que más me preocupa es el egoísmo de la gente y este pensamiento: ‘Si estoy bien, eso es todo lo que importa’. Creo que el mensaje que hemos visto es que la gente es egoísta en un grado notable que no creo que hayamos visto antes. El egoísmo de las personas y su incapacidad para sentir empatía por otros que no son como ellos es uno de los aspectos muy, muy preocupantes que ha puesto de relieve la enfermedad. Creo que esta es una parte profundamente arraigada de la sociedad estadounidense”.

Kolata: “Me preocupa la sociedad, el empleo, la gente que lo ha perdido todo y la gente que no tiene suficiente para comer. Me preocupan los niños de la escuela porque el aprendizaje a distancia no funciona. Y estudiantes universitarios que tienen que ir a la universidad de forma remota. Las personas que se acaban de graduar no pueden conseguir trabajo. Son como una generación perdida cuando deberían comenzar sus carreras. Me preocupan las personas que transportan largas distancias, simplemente nunca se recuperan. Me preocupo por las personas que pierden familiares”.

CNN: ¿Hay algo sobre la pandemia actual que les dé esperanza?

Barry: “Donald Trump tiene razón en una cosa: este virus no desaparecerá; va a estar aquí para siempre. Pero creo que con el tiempo, el sistema inmunológico de las personas se ajustará con o sin vacuna. Probablemente no sea tan peligroso en el futuro como lo es ahora. Al menos hay una buena posibilidad de eso”.

Brown: “En primer lugar, la gente parece volver a la normalidad muy rápidamente. Ahora creo que eso se debe a que las enfermedades infecciosas eran una ocurrencia tan común en el cambio de siglo: no teníamos vacunas contra la difteria, el sarampión, la hepatitis o la meningitis, por lo que las oleadas de estas enfermedades eran muy comunes en Europa y EE UU. Las personas han estado lidiando con enfermedades infecciosas en sus vidas durante siglos. En 1918, se recuperaron con relativa rapidez. Con el Covid-19, creo que sigue siendo una pregunta abierta si habrá un rebote económico y, lo que es más importante, un rebote emocional, en el que se nos recuerde de maneras que nunca antes nos recordaron que estamos sujeto a los caprichos de la naturaleza cuando se trata de enfermedades”.

Kolata: “Las sociedades de alguna manera han pasado, se han recuperado y sobrevivido a algunas pandemias bastante horribles en el pasado que fueron mucho peores de lo que estamos atravesando ahora. Ahora, al menos, tenemos la posibilidad de obtener una vacuna que realmente pueda detener este virus antes de que se propague a toda la población y afecte a todas las personas que podrían verse afectadas. Entonces, tengo algo de esperanza”.

El pintor austríaco Gustav Klimt, autor del pornográfico cuadro de ‘El beso’, sería una de las más famosas víctimas mortales en 1918

Aunque se la conoce como la ´Gripe Española’ muchos expertos creen que surgió en Estados Unidos y llegó a Europa con las tropas que lucharon en la Primera Guerra Mundial. Ocurrió hace 100 años y fue una de las peores pandemias de la historia, con más de 50 millones de muertes en todo el mundo. El brote de influenza que apareció en 1918, justo cuando terminaba la Primera Guerra Mundial, terminó causando el triple de víctimas que ese masivo conflicto. Se le apodó injustamente la ‘Gripe Española’ porque fue en ese país donde la enfermedad recibió mayor cobertura periodística, ya que en España los medios de comunicación no estaban censurados, como en los otros países que participaban en la guerra. Y una de las cosas más llamativas de esa pandemia fue que a diferencia de la mayoría de las gripes, que afectan principalmente a niños y ancianos, las principales víctimas en 1918 y 1919 fueron jóvenes y adultos saludables. Incluso las personas en las más altas esferas del poder caían enfermas, desde el rey de España, Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos I y bisabuelo de Felipe VI, hasta los tres principales líderes de la Primera Guerra: el primer ministro británico, David Lloyd George; el presidente estadounidense, Woodrow Wilson, y el káiser alemán Guillermo II. Pero ellos vivieron para contarlo. No fue el caso de muchos otros que sucumbieron a la enfermedad, entre los que había varios nombres ilustres del mundo de las artes.

El mal parece haber causado especial estrago entre los pintores. Uno de los primeros en morir a causa de la influenza fue uno de los artistas más reconocidos de la época: el austríaco Gustav Klimt. Era mayor que muchas de las víctimas fatales de la pandemia: tenía 55 años cuando falleció, el 6 de febrero de 1918. Pero había padecido en los últimos tres años un infarto y una neumonía que lo debilitaron. Después de haber sido criticado durante años por quienes consideraban que sus obras eran ‘pornográficas’, el artista había logrado al final de su vida el reconocimiento de la alta sociedad vienesa. Era aclamado por la crítica y fue premiado por las autoridades por sus lienzos y murales ornamentados, como su obra más famosa, ‘El beso’. Y también era considerado un maestro para los pintores austríacos más jóvenes, entre quienes estaba otro artista que luego se haría famoso: Egon Schiele. Schiele tenía apenas 28 años cuando sucumbió a la influenza, el 31 de octubre de 1918. Tres días antes, su esposa, que estaba embarazada de seis meses, había fallecido a causa de la gripe. El artista y discípulo de Kilmt fue un representante del expresionismo austríaco y a pesar de su corta edad dejó atrás cientos pinturas, acuarelas y dibujos. La mayoría se conservan aún hoy en Austria. Klimt y Schiele fueron los más conocidos, pero no los únicos pintores que cayeron víctimas de la mortífera gripe de 1918. Otro artista austríaco, Koloman Moser, también falleció en octubre de ese año, como Schiele. Otros pintores famosos padecieron la enfermedad pero sobrevivieron. Fue el caso del noruego Edvard Munch y del venezolano Armando Reverón.

Este virus ha sido la tercera cura de humildad para la Humanidad. Así lo cree Manuel Vicent. “Los primeros viajes al espacio nos enseñaron que desde Plutón, la Tierra no es más que un grano de polvo, lleno de ruido y furia”, afirma el escritor de la Comunidad Valenciana, en el ‘Mediterráneo’ de Joan Manuel Serrat… La segunda lección vino con los atentados del 11-S porque, cuando cayeron las Torres Gemelas, comprobamos que la alta tecnología hacía posible la síntesis del fanatismo con la miseria moral, según Vicent. Esta crisis del coronavirus nos ha demostrado que somos “un solo tejido”, según el escritor, porque un estornudo en Australia repercute en Nueva York. A cualquier persona, independientemente, de sus circunstancias personales. Sobre la gestión de nuestros Gobiernos, Vicent sostiene que todavía es pronto para hacer valoraciones: “Solamente cuando pase este temporal uno podrá valorar si se embarcaría otra vez con este patrón o si este patrón ha dado la talla”, resume el escritor.

Estamos en tiempos del covid-19, no son momentos de politizar, de teorías conspiranoicas, de ‘fake news’…, sino de medicalizar. A la mañana siguiente de aquel día en que un virus muy eficaz acabó con toda la humanidad salió el sol y cantaron los pájaros. Los animales lo sabían. Incluso los árboles habían adelantado sus frutos por este feliz acontecimiento. A los supervivientes de este 2020, nos queda la dicha de que, cuando pase el temporal, incapaz todavía de acabar con quienes vivimos en Cancún, Playa del Carmen, Chetumal…, Quintana Roo y otros rincones de la tierra, sabremos quiénes fueron los héroes y quiénes los idiotas. A estos últimos, los idiotas, debemos borrarlos de la lista y sustituirlos por los héroes. Cuando no nos quedan muchas lunas no podemos darnos el lujo de seguir perdiendo el tiempo con tanto hijo puta, miserable y canalla ‘quintacolumnistas’. ‘La Quinta columna’ es una expresión utilizada para designar, en una situación de confrontación bélica, a un sector de la población que mantiene ciertas lealtades, reales o percibidas, hacia el bando enemigo, debido a motivos religiosos, económicos, ideológicos y/o étnicos. Tal característica hace que se vea a los ‘quintacolumnistas’ como un conjunto de personas potencialmente desleales a la comunidad en la que viven y susceptibles de colaborar de distintas formas con el enemigo.

@SantiGurtubay

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