La estadística de la barbarie

Signos

Revela el INEGI una información catastrófica: en menos de diez años, la población lectora se ha reducido casi un quince por ciento en México. El dato pasa inadvertido, claro está, entre la avalancha de la criminalidad, por ejemplo, y la estridencia política inútil y las guerras y la información incontinente de las frivolidades de moda. Pero se entiende, detrás del torrente de la actualidad, que un lector no es el que consume baratijas ocasionales sino el que tiene en los libros de alguna cualidad una fuente cotidiana de entretenimiento: de satisfacción espiritual, de conocimiento y gozo estético. Se entiende que una persona así tiene algún estimable grado de cultura, de sensibilidad, de civilidad e interés por la creatividad y el desarrollo humano. De modo que un lector es un activo civilizatorio y la pérdida de lectores es como la de las abejas y el vasto universo de sabiduría que apenas empieza a conocerse sobre sus colmenas al tiempo que se extinguen bajo el mismo fuego del agotamiento del saber, del espíritu y del prodigio humano reducido a toda prisa a la masa inerme del principio de los tiempos. ¿Cuál será el nivel porcentual de decadencia en torno a la creación estética no literaria; de quienes dejan de recrearse, por ejemplo, con la buena música y con el buen cine y otras artes, y de interesarse en referentes favorables a la reflexión y al entendimiento de sí mismos en el mundo? ¿Será proporcional al de los autores y creadores que dejan de producir obras de valor: escritores, músicos y artistas de otros géneros? ¿Se está hundiendo por completo el barco del sentido crítico y creativo de la nación? ¿Naufraga el valor académico y la producción intelectual, y pierde sentido el saber y la conciencia y la capacidad autogestiva y se flota sólo a la deriva del ser masivo mutante y sin concepto? El INEGI, claro, es una institución estadística. No dirá qué cantidad de libros de valor dejan de escribirse ni cuántos autores dejan de escribirlos en el país ni respecto de qué otro tipo de creaciones ha caído el interés de la gente ni cuánta vulgaridad mediática se multiplica y sustituye las aptitudes humanas de pensar, de hablar y de ser, disponiendo de más y más y más medios y recursos para la comunicación o la banalización. Lo cierto es que se deja de leer, de pensar y de ser en grados generacionales devastadores y vertiginosos. El habla y la escritura se simplifican, y el habla y la escritura son la dimensión de las ideas. Y lo que se ve y se escucha advierte de una progresión tan rauda y tecnificada como la inteligencia artificial hacia la era anteprometeica. ¿No se oyen ladrar las voces de la política? ¿No prosperan las hordas de sicarios? ¿No abruman los ruidos carniceros de los grupos musicales de moda, ebrios, ensombrerados y orangutanizados? ¿No espanta el silencio crítico, la insolencia encolerizada de los analistas profesionales confrontados, la academia militante reducida a consignas y trifulcas entre porros, las campañas democráticas entre muertos y balazos, la opinión pública y la escena editorial colmadas de noticias de la nada y ayunas del mínimo criterio, y el hampa echando bultos de descuartizados y envenenando las calles con drogas y extorsiones y a la luz y a la sombra de las autoridades representativas del sufragio popular y de los más modernos y calificados y justos procesos de la democracia?… Pues sí, la precaria comunidad de escritores y lectores, cuenta el INEGI, se está acabando en este pueblo, lo mismo que la música y las artes populares de valor y los liderazgos representativos de una voluntad popular mínimamente letrada, crítica y consciente. ¿No se oyen ladrar los perros de la verdadera crisis?

SM

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