La mala cabeza de la polaridad ideológica

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Signos

Los excesos demagogos de la polaridad ideológica desafinan las virtudes de un liderazgo presidencial que opta por quedarse en el protagonismo combativo de su predecesor y no por trascenderlo y reformarlo con respuestas más competitivas y propias de las nuevas realidades.

Entre el discurso y la mala administración que acabó con la inversión privada y con los recursos del Estado para financiar las políticas sociales del izquierdismo en el poder, se fueron a pique regímenes de la más alta aprobación popular que se sentían invencibles frente a la oligarquía opositora a la que habían derrotado. Lo dice un conocido crítico de la mayor afinidad con el oficialismo mexicano, como el periodista Jorge Zepeda Patterson.

Porque, es cierto, ese triunfalismo terminó siendo víctima de su imprudencia y sus excesos: de su propaganda desbocada, del divisionismo de sus grupos, de su ausencia acumulada de liderazgos virtuosos, y de la descomposición progresiva que acaba con toda la legitimidad popular y la confianza de las mayorías electoras que alguna vez se tuvo. La gobernanza que no trasciende los estándares de los que parte acaba con el poder de las movilizaciones y los activismos de su causa.

Así cayó la izquierda que fue dominante en el Perú, en Ecuador, en Argentina y en Bolivia (la de Nicaragua y Venezuela se aferra a su institucionalizado autoritarismo y la de Chile, aunque aún mayoritaria, zozobra de nuevo entre las aguas inciertas de un balotaje que se decidirá en los próximos días). Y puede no durar en México si en lugar de buenas gestiones administrativas sigue haciendo propaganda, sigue acusando de todo a los opositores, sigue defendiendo su ineficacia en la popularidad sobreviviente del carisma obradorista, y se sigue desgranando en la corrupción y en la delincuencia de la mayoría de sus autoridades políticas, como los Gobernadores y no pocos representantes parlamentarios de la especie de Adán Augusto, y que son y serán cuatreros del poder, se digan de la posición ideológica que les convenga.

Gestión pública y calidad institucional alternativa y superior a las de sus antecesores es lo que hace la perdurabilidad del poder político. (Lo dijo el salvadoreño Bukele y lo dijo bien: quien se hace de un Gobierno conoce los problemas que recibe y sabe que ahora debe resolver, no recargarse en ellos y justificar su impotencia acusando a los que se fueron.) La empecinada defensa retórica del oposicionismo ideológico solo alienta, en efecto, militancias estériles y desconfianzas inversoras -que significarían vanas esperanzas de crecimiento económico y cumplimiento futuro y sostenido de expectativas populares, como apunta Patterson-, además, claro está, de una mayor confianza entre las bandas de la delincuencia política y del crimen organizado para hacer  negocios.

La cabeza fría de la que hace alarde la Presidenta en sus tratos con Trump, se calienta de más en sus campañas militantes y le impiden darse cuenta de que a más consignas más se sabe que su gestión presidencial, en los hechos de la administración pública federal y de su alcance y su influencia de cambio y evolución entre las demás autoridades republicanas federales y estatales, no va por el mejor camino. 

SM

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