La mala gestión de la pandemia, según la matemática de juguete

Signos

La condición de los países no es medible de manera tan circunstancial como la eventualidad de sus gobernantes (tratándose de sistemas democráticos con alternancias dirigentes). ¿Es atribuible a los mandatos políticos la patología de las adicciones en los Estados Unidos, por ejemplo, y otras de dimensiones tan incomparables y mortíferas como las de la violencia de todo orden y muchas más tan poderosas como esas?

¿Es sensato acusar a la gestión presidencial mexicana de los efectos letales de la pandemia en el país, sin consignar una infinidad de otros factores, compartidos o no con otras naciones, más o menos desarrolladas (desigualdad social, pobreza, corrupción cultural e institucional, miseria educativa y alimentaria, subempleo o desempleo y ambulantaje, aglomeración y masividad urbana, intemperie y hacinada orfandad, ingobernabilidad e inseguridad de Estado de derecho fallido, niveles de intercambio e interconexión, etcétera)?

¿Es culpable, el Ejecutivo Federal en turno, de los campeonatos de obesidad, desnutrición, vileza sanitaria, impunidad, analfabetismo funcional, perfidia política, rapacidad pública y tantos otros que se han acumulado en una larga y densa historia de liderazgos que se han construido una democracia utilitaria y a la medida de su infinita voracidad?

¿Cuáles son los elementos estructurales y coyunturales objetivos de comparación -al margen, claro está, de intereses particulares de juicio- a propósito de los saldos de la pandemia, que se consignan para sentenciar la gestión mexicana frente a ellos?

¿Cómo se contrasta el papel mexicano con los de Brasil, la India o Rusia, por ejemplo, en términos de todos los contextos y de sus particulares decisiones de Gobierno?

Porque medir sólo por cifras es una aberración dolosa o una tontería infantil.

¿Se han consignado los arrabales multitudinarios y crecientes del precarismo y la anarquía, en las ingobernables zonas metropolitanas y de las urbes de mayor crecimiento (de Tijuana a Cancún, pasando por el Valle de México), fomentados por una legión plural de regímenes políticos de todos los niveles y filiaciones partidistas, y en el curso de décadas de ineptitud administrativa, pero sobre todo de negocios inmobiliarios y autorizaciones de asentamientos prohibitivos e invivibles autorizados por los más perversos gobernantes del mundo entero y con absolutos fines de lucro personal?

Acaso el Gobierno mexicano esté cometiendo muchos errores. Pero no serán las ridículas conjeturas y las concluyentes conjuras del facilismo crítico las que pondrían en perspectiva esos equívocos.

Los sofistas del unilateralismo están cocinados en el prejuicio de sus devociones infalibles. Y, según ellos, si México tiene más muertos de covid que el Congo ha de ser porque los africanos tienen un mejor Gobierno que el mexicano. Pero, en ese rumbo, asimismo, los Gobiernos de México y el Congo deben ser mejores que los estadounidenses si al número de muertos ocasionados en el mundo por guerras invasoras hubiera que atenerse. Y si hay menos drogadictos y sociópatas, más: cualquier Gobierno del planeta será mejor que todos los de la Unión Americana.

La necedad y la ceguera de negarse o de no saber ver más allá de las narices y las conveniencias propias, ha sido, junto a la mala fe, la pandemia eterna e incurable de la historia que ha llevado, por fin, a la humanidad, a los umbrales entrópicos del último colapso.

SM

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