La música que nos abriga

Agustín Labrada

Barbarito Torres es el primer tocador de laúd que ha transgredido los géneros de la música campesina cubana para enriquecer otras manifestaciones melódicas, como el son y el jazz latino. Es también uno de los músicos más jóvenes que participaron en el célebre disco Buena Vista Social Club, ganador de un Grammy en 1997, que puso en órbita internacional –tras décadas de silencio– al son montuno.

Durante largos años, estuvo detrás de figuras como director de la agrupación que acompañaba a la cantante Celina González; en el grupo Manguaré y en otras alternativas musicales hasta que en 1996 decidió crear su propia banda, con la que vino al Festival Caribe Internacional, en el verano del año 2000, a México y tocó esa música que define los orígenes como una encrucijada, donde desembocan varios senderos.

¿De qué manera te incorporas al proyecto de grabación del disco Buena Vista Social Club?

En la década del setenta, un amigo de Ray Cooder fue a La Habana y le llevó a Cooder de regalo un casete de música variada cubana. En ese casete aparezco yo, en uno de los programas del espacio Palmas y cañas, tocando el laúd. A Ray Cooder le interesó ese instrumento e hizo muchas preguntas sobre su origen, estructura y sonido.

Años después, en 1996, cuando se cristalizó el proyecto de grabar Buena Vista Social Club y Ray Cooder viajó a La Habana dispuesto a hacer un buen disco de música tradicional, me llamaron a mí –en calidad de músico que toca laúd– para acompañar a las grandes figuras que participan: Compay Segundo, Ibrahím Ferrer…

Cuando llegué al estudio, Ray Cooder puso un casete y me dijo: “Yo quisiera que usted tocara como ese señor que toca ahí.” “Creo que no va a ser difícil para mí –contesté–, porque ese señor que está tocando soy yo.” Entonces se paró, me abrazó y de ahí para acá somos tremendos amigos. También su hijo percusionista: Joachim.

Cada vez que visito Los Ángeles, Ray Cooder me espera en el aeropuerto y me ayuda. Me ayuda inclusive a buscar el audio perfecto. Se esmera para que nos sintamos bien en su ciudad, tal y como él se ha sentido en La Habana. Ray Cooder es un músico extraordinario, un promotor cultural incansable y, sobre todas las cosas, un amigo.

¿Cómo reencontraron a un cantante tan magistral como Ibrahím Ferrer?

Ibrahím entró al proyecto por mí. En 1996, estaba jubilado y se ayudaba económicamente limpiando zapatos en la calle. Ya nadie se acordaba de él. Entonces, en el estudio de grabación, me dice un día Juan de Marco, el otro ideólogo de proyecto y capitán del grupo Sierra Maestra: “Chico, recuérdame a algún viejo que cante bien” y yo le respondí sin pensarlo: “Ibrahím Ferrer, ex-cantante de Los Bocucos”. Sólo yo sabía aproximadamente dónde estaba su casa.

Ferrer vive en Monte y Águila, cerca de donde hay un bar. Preguntamos en el bar y nos dijeron que Ibrahím vivía enfrente. Llegamos y le dijimos: “Vístete que vas a grabar.” “No, ya yo no quiero ni cantar…”, contestó. Nos costó un diálogo convencerlo y es algo que me da mucho orgullo. Ibrahím volvió a cantar con su voz impecable, como Frank Sinatra.

¿Existen diferencias entre la salsa y la timba?

Nunca me ha gustado el nombre de “salsa”, pero hay que agradecerles a los salseros haber enriquecido el son cubano con elementos del jazz norteamericano y de la bomba de Puerto Rico, así como de otros géneros musicales del Caribe. La timba parte del songo, creado por Juan Formell, y muchos le llaman salsa habanera. Es lo que tocan con mucha calidad musical orquestas actuales como Bamboleo, N.G La Banda y hasta Van Van. Cuando arrancan, suenan fuerte como un tren. La timba lo va invadiendo todo, pero creo que pueden coexistir ritmos modernos y música tradicional.

¿Qué interpreta habitualmente tu grupo?

Mi grupo y yo rescatamos viejas canciones cubanas, que han estado más o menos en el olvido, y con arreglos les damos un nuevo aire. Además de ello, tocamos composiciones mías en géneros tradicionales como el changüí, la guaracha y el son montuno. Me gusta trabajar con esa música oriunda de la provincia de Guantánamo. Ahora quiero montar un nengón de Baracoa, que es la forma más remota del son.

¿Sobre qué temas compones?

Mis composiciones son jocosas y en ellas se habla mucho de la comida. Sigo una línea humorística que se remonta a Ñico Saquito y ha tenido seguidores como Pedro Luis Ferrer, Faustino Oramas, Alejandro García (Virulo)… El humor y la alegría, con algo de crítica picaresca, está en mis obras.

¿Hay renovación en ese trabajo?

Si he de hablar de novedad, quiero decirte que nosotros no tocamos esa música tradicional con su toque primitivo, sino con una sonorización más contemporánea. Los músicos de mi grupo son jóvenes, pensamos de otra manera, y tenemos renovaciones en el trabajo de las cuerdas y en las voces.

¿De dónde vienen tus músicos?

Unos son egresados de escuelas de arte, Sonia es musicóloga y los otros son de la calle. Son guajiros, pero con un talento enorme para la música. Tengo dos guajiros de Pinar del Río y dos guajiros de la Punta de Maisí. Yo soy matancero y nuestro invitado especial, Pío Leyva, nació en Morón, Ciego de Ávila. Así está Cuba entera en mi grupo.

¿Cuándo comenzó la colaboración con Pío Leyva?

Desde 1999, Pío Leyva nos acompaña. Ya hemos realizado cuatro giras por Estados Unidos y Canadá. Juntos hicimos un disco que se llama “Habana Café” y se está divulgando mucho en Norteamérica, Japón y América Latina. Es un éxito en las principales ciudades estadounidenses.

¿Resumes tu historia personal dentro de la música cubana?

En el año 2000, cumplo tres décadas de estar tocando. Empecé a los 14 años, en Matanzas, con un cuarteto tradicional. Allí tocaba un requinto. Después agarré el laúd para tocar en un grupo de música campesina. Luego me fui a La Habana y grabé con la Orquesta de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Cine y con el grupo Manguaré, del Movimiento de la Nueva Trova. Muchos encasillan el laúd en la música campesina, pero yo lo pude usar en otros géneros y formatos. Con el laúd he tocado lo mismo son que latin jazz.

¿Quiénes fueron tus maestros?

Yo pasé el servicio militar con El Tosco y Pucho López, dos excelentes maestros de música que me enseñaron mucho. También Rey Montesinos, Andrés Pedroso Chávez y Pancho Amat influyeron en mi formación, así como el gran Ramón Veloz.

¿Cantas?

Lo que más me gusta en la vida es cantar, pero oye la voz que tengo. Aún así, descargo en fiestas íntimas y familiares, aunque la gente se ría de mi voz. Yo hago canciones de amor cuando estoy solo, pero no se las enseño a nadie, porque son canciones cursis.

¿Qué valor le concedes al programa Palmas y Cañas?

Palmas y cañas fue el programa que me hizo surgir a mí. Palmas y cañas es una escuela y su principal maestro era el cantante Ramón Veloz. Ramón Veloz era lo máximo. Él lo mismo te cantaba un tango, una guajira, una canción… con calidad. A él le agradezco muchas cosas en mi vida.

¿Tienes preferencia, para escuchar, por algún género o forma de la música?

Escucho todo tipo de música. Me gusta el jazz, el rock and roll, la salsa… Oír música informa a los músicos, los actualiza y los educa. Escucho también música campesina cubana, la cual necesita de jóvenes que la revitalicen, como hizo hace unos años Albita Rodríguez en Cuba, o como hizo en Colombia con el vallenato Carlos Vives.

¿Hacia dónde se encamina tu grupo en siglo XXI?

Por lo pronto vamos a promover la música nuestra a través de una gira por países de América del Sur como Venezuela, Brasil, Chile, Uruguay y Argentina. En otro plano, más creativo, vamos a grabar nuevos discos. En mis giras, he visto a muchos cubanos que viven en distintas partes del mundo, y me ha llenado de asombro y de satisfacción ver cómo aman a su país desde lejos. No hay nada más triste que la añoranza, pero existe un alivio y ese alivio es la música que nos abriga, en Cuba o en el Polo Norte.

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