Los Aedes Aegypti atacan al Tren Maya

La Leishmaniasis afecta medio millar de trabajadores del proyecto del presidente Andrés Manuel López Obrador. ‘Aguirre, der Zorn Gottes’, película del director Werner Herzog y el actor Klaus Kinski

El bestiario

Por Santiago J. Santamaría Gurtubay

Mataron a más ‘gallegos’ con malarias y fiebres amarillas, que los mexicanos y cubanos que lucharon por su independencia. Han incorporado en los últimos meses un nuevo virus a su arsenal con el que amenazan a todo el continente. Leishmaniasis es la enfermedad que afecta a los trabajadores del Tren Maya. Al momento se reportan 416 casos de leishmaniasis, de los cuales 385 son del 2022 y en 2023 se han contagiado 31 personas. ¿Qué es la Leishmaniasis? La Organización Panamericana de la Salud (OPS) detalla que la Leishmaniasis es una enfermedad de transmisión vectorial, a través de diferentes tipos de parásitos. En América han sido identificadas 15 de las 22 especies de leishmania patógenas para el hombre y se ha detectado que la chiclera que la transmite es activa por la noche. El contagio afecta a órganos internos, como el bazo, el hígado y la médula óseas. La Leishmaniasis se ha detectado en algunas zonas de 88 países, la mayoría son territorios tropicales y subtropicales. Cuáles son los síntomas de la Leishmaniasis: Fiebre; pérdida de peso; inflamación del hígado y del bazo; dificultad para respirar; congestión nasal; hemorragias nasales; llagas en la piel que pueden evolucionar a úlceras y que sanan muy lentamente; dificultad para deglutir; erosión en la boca… En los niños puede haber tos, diarrea y vómitos. ‘Aguirre, der Zorn Gottes’, película del director Werner Herzog y el actor Klaus Kinski, ambos alemanes, sobre los otros ‘conquistadores’…

En la última década del pasado siglo XX editamos en la Cuba del ‘Período Especial’ una revista de temas del mar. Se llamaba Mar Caribe. Su director era Rolando Díaz Aztarain. Este militar fue ex ministro de Incautación de Bienes en el primer gobierno de Fidel Castro Ruz, y jefe de la Marina de Guerra. Uno de sus amigos y colaborador de Mar Caribe era el Capitán Antonio Núñez Jiménez, quien protagonizara una expedición “En canoas del Amazonas al Caribe” desde 1987 a 1988, en la que se recorrieron veinte países a través de los ríos Napo, Amazonas, Negro y Orinoco y luego por el mar de las Antillas. También escribía con nosotros el científico Jorge Ramón Cuevas, director del programa de la Televisión Cubana, ‘Entorno’. Las tertulias en torno a un café criollo eran interminables. En una de ellas, oí por primera la tesis de la importancia del medio ambiente en el desenlace de la Guerra de Independencia que libraron contra los españoles. Cubanos ellos, vasco y español, yo, sin restar importancia a la ‘carga al machete’ de Antonio Maceo, comenzamos a valorar seriamente el protagonismo de otro ‘mambí’ del Caribe: el ‘Aedes Aegypti’. El papel desempeñado por los mosquitos en el desarrollo de los diferentes episodios de la historia de nuestro Caribe fue decisivo. No cabía duda alguna. La historia, de no ser por la malaria y la fiebre amarilla, hubiera podido tener otros finales. No faltaba en estos debates el que fuera ex embajador de Cuba en España, Gustavo Mazorra. Rolando, Antonio, Juan y Gustavo, fallecieron años atrás, pero guardo con cariño sus enseñanzas a un periodista recién estrenado en ‘cosas’ del Caribe. Una de estas ‘cosas’, una empresa mixta donde yo figuraba como presidente de la parte extranjera, en una experiencia del todo novedosa entonces en el seno de la Revolución Cubana.

Se llamaban “tercianas” a las fiebres palúdicas o malaria, que por entonces infestaban toda América Latina, pues, aunque ya se usaba la quinina para combatirla, no existía, ni existe todavía, una vacuna que sirviera para frenar eficazmente los estragos que causa la picadura del siniestro anofeles. La curación era larga y elemental, poner a sudar al enfermo envolviéndolo en mantas como una momia y haciéndole tragar infusiones ardientes para bajarle las altísimas fiebres que lo hacían delirar y temblar como atacado por el mal de San Vito. Muchos sucumbían a las fiebres o al tratamiento. Pero, peor todavía que la malaria, era la fiebre amarilla, transmitida por otro mosquito, hembra en este caso, peste para la que simplemente no había curación posible: sus víctimas adquirían un color verdoso amarillento y se iban escurriendo hasta perecer sacudidas por el vómito negro. Transcurrido un cuarto de siglo después de aquellas tertulias sobre los ‘Aedes Aegypti’, ahora nos encontramos que han incorporado nuevos virus a su ‘arsenal’.

Es importante hacer mención a un artículo de Gabriel Paquette, que apareció en el “Times Literary Supplement”, donde reseña un libro recién aparecido en Inglaterra, “Mosquito Empires”. Su autor, J.R. McNeill, es un historiador empeñado en dar a la ecología y el medio ambiente un protagonismo en la historia de la que tradicionalmente han sido excluidos y que, según él, en buena parte han modelado y orientado con tanto (y a veces más) vigor que los seres humanos. El subtítulo del libro, ‘Ecología y guerra en el Gran Caribe’, indica que su investigación se centra en este territorio. Abarca unos 300 años, desde la llegada de los europeos a la región hasta la I Guerra Mundial. El héroe de la historia es el maldito mosquito, tanto el que propaga la malaria como la hembra que inocula la fiebre amarilla, y, si el profesor McNeill ha acertado en sus investigaciones, esta pareja ha hecho más para fraguar la historia de esa encrucijada de culturas, razas, lenguas y tradiciones que es el Caribe, que todos los indígenas, conquistadores, piratas, misioneros, contrabandistas, negreros e inmigrantes instalados en esas islas, costas y selvas bañadas por ese mar esmeralda e iluminadas por esos cielos color lapislázuli.

El Caribe que aparece en el libro de J. R. McNeill, según Gabriel Paquette, no es el paraíso turístico de las playas de arenas doradas y los cócteles de recio ron y palmeritas de plástico, sino un mundo al que, en los barcos de esclavos procedentes del África, llegan en algún momento las hembras del Aedes Aegypti y se domicilian felizmente en las selvas desarboladas y convertidas por los colonos en haciendas cañeras. Al parecer, esta deforestación y erosión del suelo creó unas condiciones muy propicias para la supervivencia y reproducción de mosquitos y virus. Su alimento estaba garantizado con la gran abundancia de material humano, en especial los braceros de las plantaciones, los soldados de las guarniciones y los marineros de los barcos militares, cargueros y piratas. Tanto Francia como Inglaterra hicieron múltiples intentos para erradicar del Caribe al imperio español, enviando expediciones militares e instalando colonias de inmigrantes en las islas y cabeceras de playa que conquistaron. Según McNeill la razón primordial de que todos estos esfuerzos fracasaran no fue la resistencia que opusieron los soldados del Rey de España sino la labor silenciosa y corrosiva de los inesperados aliados volantes con que contaron -el anofeles y la Aedes Aegypti- cuyos picotazos diezmaron y a veces desaparecieron a los invasores. Por lo visto, quienes ya estaban instalados allí y sobrevivieron a las plagas, habían adquirido inmunidad, a diferencia de los recién llegados cuyos organismos eran pasto veloz de las fiebres mortíferas.

Algunas de las cifras que cita Paquette producen vértigo. En 1762, el conde de Albemarle consiguió cercar con su ejército a la ciudad de La Habana. Ésta parecía condenada a caer en poder de los británicos. Pero los sitiados consiguieron resistir hasta la llegada de la estación de las lluvias, con sus nubes de mosquitos, que en poco tiempo dieron cuenta de unos 10.000 sitiadores. En los combates militares, en cambio, apenas 700 soldados ingleses murieron. Estas cifras indican de manera inequívoca que el mosquito venenoso fue el verdadero conquistador de América y también factor decisivo de que prevalecieran su emancipación e independencia, pues, según McNeill, de los 16,000 soldados que Fernando VII envió a América en afanes de reconquista, el 90% perecieron por las enfermedades tropicales ante las que sus organismos forasteros eran absolutamente indefensos. Una de las mortandades más terribles de las guerras caribeñas ocurrió entre las fuerzas francesas y británicas que trataron de reconquistar Haití, luego de que esta colonia se emancipara en medio de las guerras de la Revolución Francesa. Aunque en este caso los cálculos estadísticos parecen más inciertos que en los ejemplos anteriores, el profesor McNeill cree posible asegurar que unas tres cuartas partes de los 50,000 muertos que hubo entre aquellos expedicionarios antes de 1800 no murieron de bala ni espada sino entre los delirios de las fiebres y temblores de la malaria y los vómitos incontenibles de la fiebre amarilla.

‘Aguirre, der Zorn Gottes’ (en Hispanoamérica, ‘Aguirre, la ira de Dios’; en España, ‘Aguirre’, la cólera de Dios) es una película alemana de 1972 de los géneros histórico y de aventura con guion y dirección de Werner Herzog, y con Klaus Kinski en el papel principal. La historia narra el viaje del explorador español, el vasco Lope de Aguirre, y un grupo de conquistadores a través del río Amazonas en busca de El Dorado, una región de la Amazonia que según las leyendas de la época albergaba enormes reservas de oro. Partiendo de una historia minimalista y de diálogos rudimentarios, la película recrea una visión de la locura y la irracionalidad humanas que sirve de contrapunto a la riqueza exuberante pero implacable de la selva y sus Aedes Aegypti. Sus elementos narrativos y su estilo visual ejercieron una fuerte influencia en la cinta ‘Apocalypse Now’ de Francis Ford Coppola.

La noche nos cae encima. La lluvia de un nuevo frente que viene del Norte nos acompaña. Los ‘moscos’ vuelven otro atardecer a atacar. La Leishmaniasis es el nombre del nuevo ‘misil’ de nuestros mosquitos caribeños. Su principal objetivo, el Tren Maya del presidente de México.

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