El Bestiario
A pesar de que las encuestas electorales señalan lo contrario, uno de los pocos en predecir la victoria del magnate neoyorquino en las elecciones de 2016 ve que el escenario político de Estados Unidos se está configurando para la reelección presidencial republicana. “Te lo advierto con algo más de anticipación. El nivel de entusiasmo de los 60 millones de seguidores de Trump es muy alto. El de Joe Biden, no tanto”, escribió en Facebook el cineasta, ganador del Oscar por ‘Masacre en Columbine’, el Emmy TV Nation y la Palma de Oro, por ‘Fahrenheit 9/11’, quien es ‘militante’ declarado del Partido Demócrata. Las cifras presentadas por las encuestas electorales de 2020 son la base del argumento de Moore. ¿Trump o Biden?: quién va por delante en los sondeos para las elecciones de Estados Unidos… Bajo su punto de vista, los sondeos no reflejan el tamaño del apoyo a Trump, pues considera que no muestran el avance de soporte que está consiguiendo el presidente estadounidense. Como ejemplo pone su natal Michigan, uno de los Estados considerados ‘péndulo’ que suelen definir las elecciones presidenciales norteamericanas…
Santiago J. Santamaría Gurtubay
“La semana pasada, Trump estaba cuatro puntos por detrás de Biden. Ahora, en esta encuesta, Trump está por delante de Biden en Michigan, 47% a 45%. Sin embargo, muchos demócratas están convencidos de que Trump perderá”, señala Moore en Facebook. El mensaje no pasó desapercibido para Trump, quien escribió en Twitter: “Michael sabe cosas”. La encuesta de Trafalgar Group, citada por Moore, es la única que muestra una delantera de Trump en Michigan. Y varios modelos matemáticos señalan que las posibilidades de reelección del republicano no superan el 40%. No obstante, en 2016, a pesar de que los modelos daban una probabilidad aún mayor de victoria para Hillary Clinton, el documentalista y otros analistas políticos enumeraron factores que terminarían siendo relevantes para la victoria del republicano. Moore considera que el entusiasmo de los votantes de Trump es más sólido que el de Biden. Entre ellos apuntaron a puntos ciegos en el ajuste demográfico de las encuestas, el descontento del llamado “hombre blanco enojado” por la economía, así como la falta de apoyo a Clinton por parte del electorado demócrata de izquierda. Ante el panorama actual, Moore advierte cuatro puntos que pueden resultar en la reelección de Trump: Falta de adhesión a Joe Biden; Enfocarse en los Estados clave; ley y orden; y supresión del voto. En varias publicaciones de Facebook, Moore dice que las encuestas muestran menos intención de voto hacia Biden que lo que tuvo Clinton, por lo que planteó la necesidad de un cambio en la plataforma electoral del candidato demócrata que enfoque las críticas en Trump. “No hay forma de culpar a la opinión pública ni a Rusia (esta vez). Ahora le toca al candidato y al partido. Nos arriesgamos a sufrir una gran tragedia. La campaña de Biden necesita realizar cambios que inspiren y atraigan a jóvenes, negros, latinos y mujeres. La base de Trump es fiel, odiosa, animada y está ansiosa por votar. ¿Dónde está la emoción por Biden?”, pregunta. Para el cineasta, el candidato demócrata debería proponer educación superior gratuita, cancelación de las deudas estudiantiles, acceso universal a las guarderías, entre otras banderas. A pesar de que Sanders pidió a sus simpatizantes que apoyen a Biden, Moore duda que así ocurra. Sin esto, considera que volverá a repetirse el alejamiento del votante demócrata de izquierda que apoyó al senador Bernie Sanders que no está entusiasmado con el centrista Biden. Este mes, Sanders declaró su apoyo a Biden, pero no se sabe cuántos votos podrá del senador izquierdista podrán derivar al candidato demócrata. Según las encuestas, el 70% de los votantes republicanos dicen estar entusiasmados con Trump, pero solo el 40% de los demócratas dicen lo mismo sobre Biden. Por otro lado, el rechazo a Trump está en un nivel muy superior al de Biden, en comparación con las elecciones de 2016. Según el Centro de Estudios Pew, el 53% de los votantes rechaza al actual presidente, frente al 42% en relación al rival demócrata.
“¿Estás preparado para la victoria de Trump? ¿Estás preparado mentalmente para ser burlado por Trump de nuevo? La campaña de Biden acaba de anunciar los Estados que visitará y no incluye Michigan. ¿Suena familiar?”, alerta Moore en Facebook. Hace cuatro años atrás los analistas políticos señalaron una de las claves en la estrategia de Trump que pasaron desapercibidas: concentrar los esfuerzos de campaña en cuatro estados que tradicionalmente votaban por candidatos demócratas y formaban parte del antiguo cinturón industrial estadounidense: Wisconsin, Pensilvania, Ohio y Michigan. En Estados Unidos, el voto de la gente en realidad determina la configuración del Colegio Electoral, que está compuesto por 538 votantes de todos los estados y de la capital, Washington DC. Por lo tanto, tener la mayoría del voto popular a nivel nacional no garantiza la victoria. En general, para obtener en la victoria es preferible ganar en muchos estados, aunque sea solo con un voto de diferencia, en lugar de unos pocos estados con ventajas de miles de votos. Según el promedio de encuestas en 2020, Biden tiene grandes ventajas en Michigan, Pensilvania y Wisconsin: tres de los estados del cinturón industrial ganados por Trump por márgenes de menos del 1% en 2016. Michael Moore considera que Biden debe enfocarse en los estados clave para ganar el Colegio Electoral. Pero algunas encuestas apuntan a que Trump tiene la delantera o ha reducido la ventaja de Biden, como muestra Moore en Facebook. El modelo matemático elaborado por el sitio web FiveThirtyEight del estadístico Nate Silver (quien obtuvo el pronóstico sobre la elección de Obama y quien se equivocó con la de Trump) señala que Biden tiene un 68% de posibilidades de ganar y Trump, un 32%, ya teniendo en cuenta el peso del colegio electoral.
“En las semanas hasta las elecciones del 3 de noviembre, Trump no planea nada más que anarquía, caos, llamados a sus seguidores blancos enojados y la destrucción completa de nuestra democracia. ¿Crees que estoy bromeando? ¿Crees que estoy exagerando?”, alerta Michael Moore. “Lo suyo es crear caos, infundir miedo, quemar la base con un tono racista y comenzar un pandemonio…”. Donald Trump ha responsabilizado a los demócratas de la violencia en protestas contra el racismo en grandes ciudades norteamericanas. Trump a menudo dice que los demócratas, a quienes llama radicales y extremistas, han enardecido la violencia y el caos social en las protestas raciales, al tiempo que abogan por una reducción del financiamiento de la policial, lo que estaría detrás de un aumento en las tasas de tiroteos y homicidios en las grandes ciudades en los últimos meses. ¿Qué dicen las hijas de Martin Luther King, Malcolm X y Kwame Nkrumah sobre el racismo actual…”. Desde esa perspectiva, si los estadounidenses quieren la ley y el orden, tendrían que reelegir a Trump. “Recuerda: todas las muestras de violencia que denuncia Donald Trump ocurrieron bajo su supervisión. Bajo su liderazgo. Durante su presidencia”, escribió Joe Biden en Twitter. En un análisis reciente del gurú de JP Morgan Marko Kolanovic, las posibilidades de reelección de Trump han aumentado. Entre varias razones, una es por el impacto en la opinión pública y el sentido de su votación por el aumento de las tasas de delincuencia. También hay un ‘impulso’ a favor del republicano por su discurso sobre el orden que adoptó desde la confirmación de su candidatura.
En el sistema electoral de Estados Unidos, algunos Estados ofrecen la modalidad de voto anticipado o por correo. Algunos políticos, como Joe Biden y el expresidente Barack Obama, abogan por un uso más amplio del voto por correo, pero Donald Trump suele decir -sin aportar pruebas- que esta modalidad es susceptible de fraude. En 2016, el 21% de los que votaron utilizaron boletas por correo. Este año, esta opción asumió un papel central debido a la pandemia de Covid-19. Aún no se sabe cuántas personas votarán por correo este año, pero si se incrementa considerablemente retrasaría la publicación del resultado durante días o semanas. Según Michael Moore, suprimir el acceso a la votación es otra de las estrategias electorales de Trump para la reelección, lo cual incluye un debilitamiento del servicio postal estadounidense, que puede provocar retrasos o la imposibilidad de enviar las boletas a los votantes. Además, la desconfianza en la modalidad por correspondencia debería llevar a una pérdida del 0.6% en los votos de Biden, según cálculos de la revista británica The Economist. Detractores de Trump dicen que el presidente intenta debilitar el Servicio Postal. Moore también señala que habrá consecuencias de la reducción de los colegios electorales, lo cual podría generar filas de kilómetros el día de las elecciones, expandiendo la abstención tradicional en Estados Unidos. En 2016, cerca del 55% de los adultos en edad de votar acudieron a las urnas, y los jóvenes entre 18 y 24 años conforman el grupo de edad con menor participación (menos del 40%). La elección estadounidense se lleva a cabo en un día laborable, sin opción para muchos para evitar la ausencia del trabajo.
Hillary Clinton obtuvo casi tres millones de votos más que Donald Trump, pero perdió por el sistema de colegio electoral
Los votantes en Estados Unidos decidirán el 3 de noviembre si Donald Trump permanece en la Casa Blanca cuatro años más. El presidente republicano se enfrenta al candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, que es principalmente conocido como el vicepresidente de Barack Obama de 2008 a 2016 pero que lleva en la política de su país desde los años 70. A medida que se acerca el día de las elecciones, las empresas de sondeos intentan calibrar el estado de ánimo del país preguntándole a los electores a qué candidato prefieren. ¿Cómo se están desempeñando los candidatos en el ámbito nacional? Los sondeos nacionales son una buena guía para saber lo popular que es un candidato en todo el país, pero no son necesariamente una buena herramienta para predecir el resultado de la elección. En 2016, por ejemplo, la candidata demócrata Hillary Clinton encabezaba las encuestas y obtuvo casi tres millones de votos más que Donald Trump, pero aun así perdió; eso es porque Estados Unidos utiliza un sistema de colegio electoral en el que conseguir más votos no siempre hace ganar la elección. ¿Por qué en EE.UU. el voto es indirecto y cómo funciona el Colegio Electoral? Hecha esa advertencia, Biden ha estado por delante de Trump en las encuestas nacionales la mayor parte del año. En las últimas semanas se ha mantenido en torno al 50% y ha llegado a tener una ventaja de 10 puntos en algunos momentos, pero Trump ha recuperado terreno recientemente. En comparación, en 2016 las encuestas eran mucho menos claras y a Trump y Clinton apenas los separaban un par de puntos porcentuales cerca de la jornada electoral.
¿Qué Estados decidirán la elección? Como Clinton descubrió en 2016, el número de votos que ganas es menos importante que dónde lo ganas. La mayoría de los estados suele votar siempre de la misma manera. Esto significa que en realidad solo hay un puñado de Estados en los que ambos candidatos tienen la opción de ganar. Estos son los lugares donde se gana y se pierde la elección y se conocen como estado péndulo o bisagra. En el sistema de colegio electoral que se usa en Estados Unidos para elegir al presidente, cada estado recibe un número de votos según su población. Hay un total de 538 votos del colegio electoral en disputa, por lo que un candidato necesita obtener 270 para ganar. Algunos de estos estados bisagra tienen muchos más votos del colegio electoral que otros, por lo que los candidatos suelen pasar mucho más tiempo haciendo campaña en ellos. ¿Quién tiene ventaja en los estados bisagra? En este momento, los sondeos de los estados péndulo son alentadores para Biden, pero queda mucho camino y las cosas pueden cambiar muy rápidamente, sobre todo cuando está involucrado Trump. Las encuestas sugieren que Biden tiene amplias ventajas en Michigan, Pensilvania y Wisconsin, tres estados industriales que su rival republicano ganó por márgenes inferiores al 1% para asegurarse la victoria en 2016. Pero son los Estados péndulo en los que Trump ganó cómodamente en 2016 por los que su equipo de campaña estará más preocupado. Su margen de victoria en Iowa, Ohio y Texas fue de un 8-10% entonces, pero actualmente está a la par con Biden en los tres. Esos datos de encuestas pueden ayudar a explicar la decisión de Trump de sustituir a su director de la campaña por la reelección en julio y sus habituales referencias a los “sondeos falsos”. Las casas de apuestas, desde luego, no descartan todavía a Trump. Los últimos pronósticos le dan un margen de 1 entre 3 probabilidades de ganar el 3 de noviembre.
Hace poco se puso una mascarilla por primera vez e instó a los estadounidenses a usarlas. Demuestran “patriotismo”
¿Cómo ha impactado el coronavirus al apoyo a Trump? La pandemia de Covid-19 ha dominado los titulares en Estados Unidos desde el comienzo del año y la valoración de las acciones de Trump ha estado dividida, de forma predecible, según filiaciones políticas. El respaldo a su enfoque tuvo su punto álgido a mediados de marzo después de que declarara la emergencia nacional y pusiera 50,000 millones de dólares a disposición de los Estados para frenar la expansión del virus. En aquel momento, un 55% de los estadounidenses aprobaba sus acciones, según datos de Ipsos, una importante empresa de opinión pública. Pero cualquier apoyo que tuviera de los demócratas desapareció después de eso, mientras que los republicanos siguieron respaldándole. No obstante, los datos más recientes sugieren que incluso sus partidarios han empezado a cuestionar su reacción ante la crisis, a medida que estados del sur y del oeste del país se han tenido que enfrentar a nuevos brotes del virus. El apoyo de los republicanos había caído al 78% a principios de julio. Esto puede explicar por qué Trump se ha mostrado menos optimista sobre el coronavirus recientemente, advirtiendo que la situación “empeorará antes de mejorar”. También hace poco se puso una mascarilla por primera vez e instó a los estadounidenses a usarlas, diciendo que tienen efecto y demuestran “patriotismo”. Un modelo producido por expertos de la Universidad de Washington predice que el balance de muertos habrá superado los 230,000 el 1 de noviembre, solo dos días antes de las elecciones.
¿Podemos confiar en las encuestas? Es fácil desestimar las encuestas diciendo que se equivocaron en 2016, y el presidente Trump a menudo lo hace. Pero no es del todo cierto. La mayoría de los sondeos nacionales mostraban a Hillary Clinton por delante por unos puntos porcentuales, pero eso no significa que se equivocaran, dado que obtuvo tres millones de votos más que su rival. Las encuestadoras tuvieron algunos problemas en 2016, en especial una falla a la hora de representar adecuadamente a los votantes sin título universitario, lo que hizo que la ventaja de Trump en algunos estados péndulo clave no fuera detectada hasta muy avanzada la campaña, si es que se llegó a detectar. Casi todas las empresas de sondeos han corregido este aspecto. Pero este año hay todavía más incertidumbre de lo normal por la pandemia de Covid-19 y el impacto que está teniendo sobre la economía y sobre cómo votará la gente en noviembre. Por tanto, todos los sondeos se deben interpretar con cierto escepticismo, especialmente cuando todavía falta algo más de un mes, una eternidad, para el día de las elecciones.
La última vez que el Gobierno de EE UU tuvo que hacer frente a una pandemia en suelo estadounidense fue en 2009, con la gripe porcina o H1N1
El Covid-19 es un virus nuevo, pero la respuesta tanto a nivel local, estatal, nacional e internacional no lo es y, por lo tanto, en términos de planeamiento y preparación resulta bastante familiar. Las prácticas y los procedimientos se han ido perfeccionando en previos brotes, como el de la tuberculosis, la H1N1 y el Ébola. Cada una fue una oportunidad para aprender algo nuevo. Sin embargo, los signos de alerta de que EE UU no estaba preparada para afrontar una pandemia de estas características llevan parpadeando más de una década, apuntando en buena medida a su sistema sanitario. Además, a lo largo de múltiples administraciones -no sólo de la Administración Trump- los gobiernos de EE UU no han dado prioridad a estar de antemano preparados para una pandemia. Por lo general, el flujo de fondos que se destinan a mitigar o contener una situación así suelen venir siempre después de que la crisis ha estallado. En este sentido, la declaración de emergencia de Donald Trump sigue el patrón de crisis previas -SRAS, MERS, H1N1, Ébola, Zika- que liberaron miles de millones de fondos federales hasta que todo acabó y se olvidó. Aunque EE UU tiene desde hace años una estrategia nacional para la gripe pandémica, los manuales de estrategia no suelen incluir una financiación, sostenida en el tiempo, para adquirir una capacidad de preparación y respuesta ante una situación de emergencia. Aunque algunos, como Barack Obama, lo intentaron.
La última vez que el Gobierno de EE UU tuvo que hacer frente a la explosión de una pandemia en suelo estadounidense fue en 2009, con la gripe porcina o H1N1. Obama estaba aún completando su gobierno cuando en primavera tuvo que reaccionar ante un gran reto que puso en evidencia los vacíos en la capacidad de EE UU de fabricar con rapidez vacunas, y afrontar la escasez de máscaras y suministros vitales para los hospitales. Pero una semana después del primer caso en EE UU, la FDA aprobó el test de diagnóstico, a las dos semanas se declaró la emergencia sanitaria y los CDC publicaron directrices para cerrar escuelas. Los críticos acusaron a Obama de excederse en la amenaza y se criticó la sobreactuación de Washington. En agosto de 2009 el Consejo Asesor del presidente en Ciencia y Tecnología estimó que podrían morir entre 30,000 y 90,000 personas. Cuando la epidemia en EE UU se dio por finalizada, 60 millones de personas se infectaron y aproximadamente 13,000 murieron. Cinco años después estalló la crisis del Ébola en África Occidental. De nuevo Obama respondió a una crisis, cuyo principal foco estaba fuera de sus fronteras, para proteger a los estadounidenses en casa. Había múltiples departamentos y agencias con una labor que hacer pero que apenas se hablaban entre ellas, una enorme orquesta llena de talentos sin que nadie les dirigiera. Para traer orden y harmonía puso al frente a Ron Klain, una especie de “zar de la epidemia” dentro de la Casa Blanca que lideraría una estrategia federal para el Ébola. Klain estableció los roles y los presupuestos de las varias agencias, con una persona al mando en cada país azotado por el Ébola y en EE UU. La orquesta empezó a tocar y todos en la misma tonalidad. Fue entonces Donald Trump el que provocó el miedo, criticó duramente a Obama, y se mostró a favor de abandonar a los ciudadanos estadounidenses infectados y expuestos sin traerles a casa para ser tratados.
Durante la crisis del Ébola, Obama configuró un grupo permanente de seguridad de salud global, disuelta por Trump
Aprovechando la experiencia y lo que se construyó durante la crisis del Ébola, la Administración Obama configuró un grupo permanente de seguridad de salud global en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca al que por entonces se había unido el equipo del Consejo de Homeland Security con la idea de que los asuntos de seguridad no entendían de fronteras (y menos las pandemias). Este grupo estaba en permanente consulta con los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) y los CDC y contaba con el asesoramiento diplomático del Departamento de Estado. La calidad de la relación y de los procesos interagenciales serían fundamentales para que éxito o el fracaso de crisis futuras. De esta burocracia no queda nada. Cuando comenzó a rodar la Administración Trump, el presidente no tardó en mostrar interés por recortar la ayuda internacional que el gobierno federal gastaba para prevenir posibles brotes epidemiológicos a través de los NIH, los CDC, la Agencia de EE UU para el Desarrollo (USAID, por sus siglas en inglés) y Naciones Unidas. Empezó a dejar sin cubrir varios puestos en salud pública mientras los expertos advertían que se estaba cometiendo un gran error. Los esfuerzos de la Casa Blanca por reducir la financiación de los programas de seguridad sanitaria global de la era Obama continuaron en 2018, enviando un potente mensaje al mundo de que, en este terreno, EE UU no estaba dispuesto a poner demasiado de su parte. Cuando la República Democrática del Congo anunciaba un nuevo brote del Ébola, Timothy Ziemer, que lideraba la seguridad de salud global en el Consejo de Seguridad Nacional, salía de la Casa Blanca y se disolvía su equipo. John Bolton, entonces asesor de Seguridad Nacional, había decidido remodelarlo. La salida de Ziemer junto con la del asesor Tom Bossert, eliminaba a las dos persones que estarían a cargo de la respuesta ante una pandemia desde la Casa Blanca. La sección global de los CDC fue drásticamente reducida en 2018, con la mayor parte del equipo despedido y reduciendo el número de países en los que trabajaba de 49 a 10. Y lo mismo ocurrió con otras agencias y programas federales.
Bill Gates se había reunido repetidamente con Bolton y su predecesor, McMaster, alertando sobre los recortes en la infraestructura de salud global, advirtiendo sobre la posibilidades de que se diera una larga y letal pandemia. El ‘think-tank’ -centro de investigación geopolítica- CSIS advirtió sobre la gravedad por la falta de preparación de EE UU, debiendo invertir ahora y ganar protección y seguridad o esperar a la siguiente epidemia y pagar un precio mucho más alto en coste humano y económico.
Hasta hace poco, la ayuda internacional y en particular la destinada a salud global había fortalecido el liderazgo de EE UU
De no haberse desmantelado esa estructura formal en la Casa Blanca, EEUU quizá hubiera estado en una mejor posición para entender lo que estaba pasando y habría actuado de forma más rápida. Al carecer de ella, la Administración Trump improvisó un Cuerpo Especial del Coronavirus, inicialmente liderado por Alex Azar, secretario de Salud y Servicios Sociales (HHS, por sus siglas en inglés), junto con representantes de los CDC, del Departamento de Estado, del Departamento de Homeland Security, la Oficina de Gestión y Presupuesto (OMB) y el Departamento de Transporte. No se sabía muy bien cómo iba a funcionar, pero pronto surgieron los roces por quiénes estaban y quiénes faltaban, sobre quién aparecía en televisión o quién respondía a las preguntas de los periodistas. Los republicanos del Congreso pedían una respuesta más contundente y Trump decidió entonces poner al frente al vicepresidente Mike Pence, mientras volvía a cambiar a su jefe de Gabinete, Mick Mulvaney, por Marck Meadows.
Todo esto ha generado muchos fallos en la comunicación sobre lo que se estaba haciendo, junto con la ausencia de directrices sobre cómo actuar, por lo que se ha vuelto a perder un tiempo valioso. Afortunadamente, comienzan a solventarse los problemas gracias al buen trabajo del vicepresidente Pence, que se reúne a diario con gobernadores y expertos, y trata de lidiar con la crisis y con el presidente. Ningún país por sí solo va a poder resolver esta situación y es necesaria una respuesta cooperativa internacional, liderada o no por EE UU. Hasta hace poco, la ayuda internacional y en particular la destinada a salud global había fortalecido el liderazgo de EE UU. Los miles de millones gastados en el President’s Emergency Plan for AIDS Relief (PEPFAR) hizo que George W. Bush sea hoy en día una de las figuras más populares de África. Los científicos asiáticos y africanos educados en las universidades de EE UU o apoyados por los NIH y la USAID de vuelta a sus países, forjaron fuertes lazos y colaboración con las instituciones de EE UU para avanzar en el interés científico, académico y educativo. En 2019, EE UU publicó su propia Estrategia de Seguridad de Salud Global, en la que precisamente se subraya el continuo compromiso de los gobiernos estadounidenses con los esfuerzos para establecer y mantener una capacidad de seguridad de la salud global.8 Este marco para trabajar en la mejora de las capacidades nacionales e internacionales no va acompañado, sin embargo, de programas específicos, ni de fondos, ni de prioridades. Y por lo que se ha visto hasta ahora, el presidente no parece tener ningún interés en implementarla.
Caló el mensaje que se difundió desde la Casa Blanca de minimizar el riesgo que suponía la propagación del Covid-19 en EE UU
En circunstancias normales, una crisis de estas características habría empujado a EUU a asumir el liderazgo internacional movilizando de recursos y reuniendo a los países para remar en la misma dirección. Ese fue el caso tras el tsunami en el Sureste asiático, en la crisis financiera de 2008 y tras el brote del Ébola en 2019. Ahora no quiere ser más el director de orquesta de una comunidad internacional de la que tampoco parece querer formar parte. Según un diario alemán, el presidente Trump trató de persuadir a una empresa alemana que trabajaba en una vacuna contra el coronavirus para que trasladara la investigación de Europa a EE UU. Según el diario, la intención era eventualmente tener una vacuna solo para “América”. No está claro qué es lo que pasó exactamente, pero dado el comportamiento de la actual Administración parecer plausible tal comportamiento. A ello le podemos sumar que en Italia es China, y no EE UU quien envía equipos médicos y asistencia a un sistema sanitario al límite. O que las restricciones a los vuelos procedentes de Europa se decidieron unilateralmente sin ningún tipo de consulta previa ni coordinación o ni siquiera advertencia a Bruselas y socios europeos. EE UU está demostrando que no es un socio fiable. Pero el Covid-19 le ha tirado por los suelos su teoría de “América primero”, con la falsa premisa de que el bienestar y los intereses de EE UU pueden quedar protegidos y defendidos de forma separada del bienestar del resto del mundo.
Según una encuesta de NBC/Wall Street realizada entre el 11 y el 13 de marzo, ante la pregunta “¿está preocupado porque su familia coja el coronavirus?, el 69% de los demócratas afirmó que sí, y el 40% en el caso de los republicanos. Uno de los motivos de esta diferencia puede ser el hecho de que muchos republicanos viven en áreas rurales, pero otro motivo es que caló el mensaje que persiguió durante semanas Donald Trump de minimizar el riesgo que suponía la propagación del Covid-19 en EE UU. Afortunadamente, el país se prepara ya para hacer frente a una situación de emergencia nacional. Desafortunadamente, el brote del coronavirus se ha desencadenado en un clima político polarizado y surge la pregunta de cómo van a reaccionar los estadounidenses ante una crisis oficialmente declarada, y si ésta les unirá o les alejará aún más. Ahora la principal preocupación de Trump es la economía. Después de que la Reserva Federal recortara los tipos casi a cero, el gobierno pretende inyectar una cifra record de miles de millones de dólares, incluidos cheques a cada estadounidense. Todo para evitar que, en un año electoral, la propagación del coronavirus abra la caja de Pandora de una economía aparentemente en plena forma que oculta muchos desequilibrios sociales. Además de las medidas financieras, Trump debe mostrarse más presidencialista y más convencional que nunca. En una situación tan extraordinaria, los estadounidenses quieren y esperan ver más gobierno, más leyes y más instituciones. Esto choca con la manera poco convencional de Trump de gobernar y de entender el gobierno, y con el mensaje que ha mandado a sus votantes en los últimos tres años. Si quiere ganar en noviembre, no puede dejar al americano medio que le votó en 2016 solo frente a una inevitable crisis financiera y a un sistema sanitario que no responde. “Donald Trump descartó la posibilidad de liderar una respuesta internacional a la propagación del virus y abandonó a sus propios aliados occidentales en esta lucha. Pero se encuentra frente a un problema y a un reto que no puede ignorar: dar una respuesta a su país. Una respuesta que, de ser eficaz, le garantizaría su reelección y, de no serlo, le echaría sin miramiento…, declaraba Carlota García Encina, investigadora principal del Real Instituto Elcano de Madrid, España.
El presidente se negó a condenar las acciones de Rittenhouse, quien mató a dos manifestantes además de herir a un tercero
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, defendió a Kyle Rittenhouse, un joven que mató a dos manifestantes en Kenosha (Wisconsin), y confirmó que no piensa reunirse con la familia del afroamericano cuyo caso provocó las protestas en esa ciudad, Jacob Blake. Las polémicas declaraciones de Trump se produjeron horas antes de su visita a Kenosha, una localidad envuelta en tensión desde que el pasado 23 de agosto un policía blanco disparara siete tiros en la espalda a Blake, que quedó paralizado de cintura para abajo mientras se sucedían las protestas y disturbios en la ciudad. Durante una rueda de prensa en la Casa Blanca, Trump se negó a condenar las acciones de Rittenhouse, un adolescente blanco de 17 años que se presentó en Kenosha armado con un fusil de asalto el 25 de agosto y mató a dos manifestantes además de herir a un tercero, hechos por los que se encuentra detenido y acusado de homicidio. Ustedes vieron el mismo video que yo. Él estaba tratando de escaparse de ellos (los manifestantes), supongo, y se cayó y lo atacaron muy violentamente, y es algo que estamos examinando, que está bajo investigación“, respondió Trump a la pregunta de por qué no condena lo que hizo Rittenhouse. “Creo que él estaba en muchos aprietos, y que probablemente lo habrían matado”, añadió el mandatario. El momento al que se refería Trump -aquel en el que Rittenhouse cayó al suelo- se produjo después de que el joven hubiera matado ya a uno de los manifestantes, Joseph Rosenbaum, según muestra un video del incidente y corroboran los documentos judiciales. El joven, que era simpatizante de Trump y acudió a uno de sus mítines en enero, huía de los manifestantes que pedían detenerlo porque había disparado a Rosenbaum, y en un momento se cayó y apuntó con el rifle a quienes lo perseguían, que trataron de desarmarle. Uno de los manifestantes, el joven blanco Anthony Huber, intentó golpear a Rittenhouse con su monopatín para quitarle el arma, pero el adolescente le disparó en el pecho y lo mató; antes de herir en el brazo a un tercer manifestante, Gaige Grosskreutz, quien llevaba una pistola, según los documentos judiciales.
La negativa de Trump de condenar las acciones de Rittenhouse llegó precisamente después de que criticara duramente a su rival en las elecciones de noviembre, el candidato presidencial demócrata Joe Biden, por supuestamente no haber condenado las acciones de las “turbas de izquierda” en las protestas contra el racismo. El mandatario no tuvo ninguna palabra de condena para los grupos de derecha que han acudido a las manifestaciones, como la de Portland, donde simpatizantes de Trump dispararon este fin de semana perdigones y balas de pintura a los manifestantes del movimiento “Black Lives Matter” (“Las vidas negras importan”). Estaban mis simpatizantes, pero eso fue una protesta pacífica. Y la pintura es un mecanismo de defensa. La pintura no son balas”, zanjó Trump. El presidente recordó que durante esas protestas murió a tiros uno de sus simpatizantes, un hombre de 39 años que pertenecía a un grupo de derecha llamado Patriot Prayer y al que la Policía de Portland identificó como Aaron Danielson. Joe Biden condenó en un comunicado “la violencia de cualquier tipo por parte de cualquiera, ya sea de izquierdas o de derechas”, y retó a Trump a hacer lo mismo, pero el mandatario insistió en centrar todas las culpas en la oposición, a la que acusó de “alimentar la violencia” al “demonizar a la policía”.
“La única forma de reconciliar al país será necesario promover una ‘educación patriótica’ en las escuelas y universidades”
Trump compareció ante la prensa poco después de confirmar que este martes visitaría Kenosha, a pesar de que tanto el gobernador de Wisconsin, Tony Evers, como el alcalde de esa ciudad, John Antaramian, le habían pedido no trasladarse allí para no azuzar las tensiones en la localidad. Tengo que ver a la gente que hizo un buen trabajo por mí” al contener las protestas en Kenosha, aseguró Trump durante su rueda de prensa, y opinó que su visita podría “aumentar el entusiasmo, el amor y el respeto” por Estados Unidos. Kenosha se encuentra en uno de los estados que serán cruciales en las elecciones de noviembre, un territorio que Trump ganó por muy poco margen en 2016, y se espera que el mandatario repita allí su mensaje de “ley y orden”, convertido en bandera electoral. Sin embargo, Trump confirmó que no tiene planes de reunirse con la familia de Blake, el joven negro herido por la policía, porque esos familiares exigían tener a un abogado presente durante la conversación. “Eso me pareció inadecuado. Así que no lo voy a hacer”, subrayó Trump. El mandatario también afirmó que la única forma de reconciliar al país es “reconstruir una identidad nacional compartida”, y opinó que para ello será necesario promover una “educación patriótica” en las escuelas y universidades, sin aclarar cómo lo haría. “Hay que restaurar una educación patriótica en las escuelas de nuestra nación”, opinó Trump, al afirmar que los niños están siendo “adoctrinados por la izquierda” para pensar que Estados Unidos es “un país malvado y plagado por el racismo”.
El Día del Trabajo en EE UU (el primer lunes de septiembre y no el 1 de mayo por el valor simbólico de dicha fecha para la antigua Unión Soviética) marca el tradicional comienzo de la campaña electoral, sustancialmente más larga que en otras democracias avanzadas. Es importante, por lo tanto, ordenar ciertas ideas y datos que habrá que tener en cuenta tanto durante la campaña como en el resultado final de las elecciones del 3 de noviembre. Estas son algunas… Es cierto que, a día de hoy, todo puede pasar y que la actual volatilidad de EE UU llevaría a tachar de loco a cualquiera que sea tajante con su predicción. Sin embargo, el candidato demócrata, Joe Biden, lleva meses liderando las encuestas en un muy estable primer puesto. Y, aunque aún falta para el 3 de noviembre, algunos estados, como Carolina del Norte, ya han empezado a enviar las papeletas para votar por correo. Según las encuestas, el actual presidente de EE UU pierde en los estados clave en los que ganó en 2016. No ha liderado ninguno de los sondeos -a excepción de los relativos a Florida- desde que en abril Bernie Sanders se retirara para dejar el camino libre a Joe Biden. Pero, lo que es más importante, Trump pierde en cuatro segmentos de votantes: entre los mayores de 65 años; entre los blancos con educación superior; en el voto suburbano; y entre los independientes. Además, se reduce el apoyo al presidente entre las mujeres blancas sin educación superior, que en 2016 le votaron con 27 puntos de diferencia sobre Hillary Clinton, una ventaja que con Biden se ha reducido a 11; o entre los evangélicos, que le votaron abrumadoramente hace cuatro años con un 81% de apoyo, y que ahora se ha reducido al 66%. Otro elemento a tener en cuenta es que en 2016 Donald Trump ganó a Hillary Clinton entre aquellos que valoraban negativamente a los dos candidatos -ambos eran muy impopulares-. Ahora es Biden quien lidera en este segmento, con 40 puntos de ventaja. Algunas encuestas internas de los partidos durante y después de sus respectivas convenciones celebradas en agosto confirman que la carrera se mantiene estable, con Trump recuperando ligeramente el apoyo de los votantes rurales que le abandonaron en lo peor de la pandemia. Pero Biden sigue por delante, con una gran ventaja en algunos de los segmentos de votantes más importantes. Ningún presidente ha llegado al Labour Day con una desventaja tan clara desde George H.W. Bush en 1992.
Emular la campaña de Nixon de 1968, como el candidato de la ley y el orden, pero EE UU ha cambiado mucho en cinco décadas
El mensaje de Trump de que él encarna “la ley y el orden”, mientras que los demócratas traerán la anarquía y la violencia a las calles de EEUU -en el marco de las protestas y movilizaciones raciales que vive el país desde la muerte de George Floyd- no está teniendo un impacto significativo en las encuestas. Éste se ha convertido en el mensaje central de su reelección, ahora que la economía está dañada: “I’m the only thing between the American Dream and total anarchy, madness, and chaos”, afirmó durante la Convención Nacional Republicana. Una estrategia que está claramente enfocada a recuperar el voto en los suburbios y entre las mujeres. Pero aunque el mensaje puede calar -los ciudadanos no quieren más violencia en sus ciudades- los votantes dudan de que el presidente tenga el temperamento necesario para hacer frente a la actual crisis. Como es habitual en él, trata de avivar las divisiones raciales y políticas para su propio beneficio político y distraer, si cabe, de su inacción frente a la pandemia, la recesión y el origen de las protestas. Trump insiste en emular la campaña de Nixon de 1968, cuando éste se presentó como el candidato de la ley y el orden, pero EE UU ha cambiado mucho en cinco décadas. Las minorías son mucho más amplias, los suburbios están mucho más integrados y la visión de los estadounidenses blancos ha cambiado de forma significativa: están preocupados por las acciones policiales y reconocen la existencia de una discriminación contra las minorías raciales y étnicas. Pero Trump continúa agitando las aguas cuando tiene la oportunidad de calmarlas, y es que, si en 2016 venció dividiendo, esta vez no piensa vencer unificando. El presidente de EE UU tiene dificultades para encontrar las palabras con las que condenar la violencia de aquellos que ideológicamente están cercanos a él, pero le resulta fácil condenar las acciones de los que no están ideológicamente alineados con él. Y, al final, los votantes se sienten más seguros con Biden que con Trump (alrededor del 50% frente al 35%) según todas las encuestas y de todas las maneras posibles en las que se formule la pregunta. A Trump tampoco le está sirviendo de nada acusar a Biden de ser “el caballo de Troya” de la izquierda radical que destruirá la grandeza de América. Porque, culturalmente, Biden es incómodo para Trump. No encaja en el prototipo de radical: es mayor, es blanco, es un católico-irlandés y pertenece a la clase trabajadora.
Junto a los disturbios raciales, la pandemia sigue sacudiendo de una manera u otra la vida de los estadounidenses, lo que ha convertido el liderazgo de Trump en esta crisis en uno de los principales asuntos de la campaña. Incluso si la situación mejora en los próximos dos meses, la cuestión está en si los votantes van a dar crédito a Trump por ello cuando son las autoridades locales las que están tomando las riendas de la situación. La estrategia de Trump está en centrarse en el ahora y en la recuperación -aunque lenta- del empleo y la economía, junto con la promesa de lograr una vacuna antes de las elecciones en una clara maniobra política y un peligroso juego en el que hay muchas vidas en juego. El tándem Biden-Harris, sin embargo, insiste en que no se olviden los meses pasados y el desastre de la gestión de Trump, que en vez de liderar la respuesta a una crisis parecía liderar la resistencia a la guía de actuación frente a la Covid-19.
Llamó fracasados y perdedores a los soldados que perdieron la vida en la batalla del bosque de Belleau en la I Guerra Mundial
Se tensa la relación entre el presidente y los militares. Un reciente artículo de la revista The Atlantic revelaba que el presidente llamó fracasados y perdedores a los soldados que perdieron la vida en la batalla del bosque de Belleau en la I Guerra Mundial. No sería la primera vez que Trump tratara de forma irrespetuosa a las tropas estadounidenses, y son numerosos sus enfrentamientos con altos cargos del Pentágono. La tradicional lealtad a los militares es una parte importante de los valores conservadores tradicionales y éstos, a su vez, han mostrado más inclinación por los republicanos que por los demócratas. Sin embargo, la última encuesta del Military Times -publicada con anterioridad al artículo de The Atlantic- muestra una caída en el apoyo a Trump desde su elección. En la campaña de 2016, Trump lideraba las encuestas 20 puntos por encima de Clinton entre las tropas en activo, mientras que ahora Biden supera a Trump por cuatro puntos.
En 2020 el electorado es diferente al de 2016. Según un estudio de Brookings Institution, la clase blanca trabajadora ha pasado de ser el 45% en el 2016 al 41% este año; los votantes blancos con educación superior suben del 24% al 26%, y dos puntos sube también el número de latinos, del 12% al 14%. Todo esto lleva a pensar que la base de Trump se encoge ligeramente. Si nos fijamos en los 16 estados donde la carrera está más reñida, se repiten las mismas tendencias, reduciéndose el porcentaje de trabajadores blancos sin educación superior en 14 de esos 16 estados, mientras que los latinos suben en 12 (¡suponen un tercio del electorado en Arizona!), segmentos ambos que votan mayoritariamente a los demócratas. De nuevo, las diferencias entre el voto popular y el electoral serán claves. Según estimaciones, si Biden gana el voto popular por 1-2 puntos, sus posibilidades de ganar las elecciones serían del 22%; si gana por encima de 2-3 puntos, las posibilidades suben al 46%, y si supera en 3-4 puntos a Trump en el voto popular, sus posibilidades alcanzarían el 74%. Según los datos actuales, Joe Biden tendría el 99% de posibilidades de ganar el colegio electoral.
Es capaz de hacer lo que sea para ganar y ser reelegido por otros cuatro años, esta vez tampoco se va a quedar quieto
Todo apunta a que habrá una participación masiva en las elecciones de noviembre y que, además, un alto porcentaje votará por correo como consecuencia de la pandemia. Todo un reto para los Estados que deberán completar el recuento de 60 millones de votos por correo con rapidez y exactitud. Seis de cada 10 norteamericanos votarán en persona y cuatro por correo, aunque la proporción será de 8 a 2 entre los republicanos y entre los demócratas de 4 a 6. De ahí que todo apunte a que los republicanos dominarán la votación durante la noche electoral, pero que todo podría cambiar en los siguientes días. Tiempo más que suficiente para polémicas, teorías conspiratorias y sospechas de fraude por correo, como insiste Trump que así será sin datos que lo sustenten. No olvidemos que no existe una ley electoral federal, sino que son cada uno de los Estados los que gestionan las elecciones. Estos han ido cambiando sus leyes electorales -tanto aquellos gobernados por demócratas como por republicanos- para adecuarlas a la actual pandemia y facilitar el voto por correo. A pesar de ello, crece la preocupación por el servicio postal y que se entreguen y lleguen a tiempo las papeletas.
A pesar de las encuestas y de los datos a favor, los demócratas están nerviosos. Por un lado, tal y cómo afirman ellos mismos, el nerviosismo forma parte de su ADN. No olvidemos, además, que si bien el electorado demócrata es estructuralmente mayoritario en EE UU, se trata de un electorado muy heterogéneo, dividido y difícil de movilizar. El republicano, por otro lado, es mucho más homogéneo. A eso hay que añadir que los votantes de Trump son más entusiastas que los de Biden, que principalmente lo que quieren es que no vuelva a ganar el actual presidente. Además, Trump ha demostrado que es capaz de hacer lo que sea para ganar. Y todo apunta a que esta vez tampoco se va a quedar quieto.
“¡Si necesita apoyo con la inseguridad en México, llámame!”, perturbadora despedida de Donald Trump a AMLO
“Do These 10 Things and Trump Will Be Toast” es la última prédica de Michael Moore. La traducción al español sugiere algo así como “haga estas diez cosas y Trump estará en graves problemas”. El decálogo en su cuenta de Facebook descubre la fórmula para incomodar al nuevo presidente de los Estados Unidos. Lo tituló “El simple plan de diez puntos de Michael Moore para frenar a Trump” o el anglosajón “The Michael Moore Easy-to-Follow 10-Point Plan to Stop Trump”. Una medida renovada para enfatizar su postura de vocero de un discurso que molestó históricamente al ‘establishment’ estadounidense. Moore es el principal bastión anti-Trump, el procurador de un espectro de ciudadanos desencantados con las políticas y la filosofía del magnate devenido a presidente. Horas antes de su asunción, el provocador cineasta, escritor y documentalista convocó una manifestación de resistencia pacífica bautizada “We stand united”. Celebridades del calibre de Robert De Niro, Cher, Mark Ruffalo, Rosie Perez, Julianne Moore, Alec Baldwin, Cynthia Nixon, Sally Field y Marisa Tomei lo escoltaron. “El simple plan de diez puntos de Michael Moore para frenar a Trump” es hijo de una primera lista de cosas para hacer en la mañana siguiente a la elección. En ella, una carta reaccionaria, reparable y metódica, promovía tomar el Partido Demócrata y devolverlo al pueblo, sugería “despedir a todos los eruditos, pronosticadores y encuestadores que se negaron a reconocer lo que estaba pasando”, invitaba a renunciar a aquel demócrata que no estuviese preparado para pelear, resistir y “detener la maldad y la locura”, y recomendaba dejar de estar atónitos: “La victoria de Trump no es una sorpresa, nunca fue un chiste. Tratarlo como si lo fuera lo fortaleció”.
En su consigna post triunfo del candidato republicano, Moore analizó en el quinto punto: “La mayoría de tus compatriotas quiso a Hillary Clinton, no a Trump. La única razón por la cual él es presidente es por una arcaica e insana idea del siglo XVIII llamada Colegio Electoral. Mientras no cambiemos eso, continuaremos teniendo presidentes que no elegimos y que no quisimos”. Ocupó desde el primer momento de la era Trump su rol de representante inspirador de la mitad demócrata del país norteamericano. “Viven en un país donde la mayoría de los ciudadanos han dicho que creen que existe el cambio climático, que las mujeres deben cobrar lo mismo que los hombres, que quieren una educación sin endeudarse, no quieren que invadamos países, quieren un aumento del salario mínimo y quieren un único y verdadero sistema universal de salud. Nada de eso ha cambiado”, recordó.
Las ideas de Michael Moore se desnudan en sus producciones. En el repaso de lo que no quiere la mayoría de los estadounidenses se podía distinguir su obra. ‘Bowling for Columbine’, la masacre en un colegio de Colorado donde dos alumnos acribillaron a doce compañeros de escuela y un profesor, es una crítica a la cultura armamentista estadounidense. La película ganó el premio Oscar a mejor documental en 2003 y Moore, notoriedad: en su discurso aprovechó para denunciar al presidente George W. Bush por invadir Irak en ‘una guerra ficticia’. Justamente ‘Fahrenheit 9/11″’, el documental más taquillero de la historia, presentaba eso: las motivaciones financieras ocultas en la invasión, los vínculos comerciales de las familias presidenciales de ambas naciones y la carencia de agudeza y sentido crítico del ciudadano promedio. Esta dura crítica a la administración Bush afilió un público y consolidó una ideología. La obra de Moore continuó con ‘Sicko’, un documental-denuncia que descubre la desidia y la estafa del sistema sanitario norteamericano. Abordó el capitalismo y persiguió la interpretación del voto joven estadounidense hasta que presentó en 2015 ‘¿Qué invadimos ahora?’, una sátira al avance militarista de Estados Unidos.
Su última producción bien podría ser autobiográfica. ‘Michael Moore in TrumpLand’ es una película ácida e hilarante, la máxima expresión del humor surrealista marca registrada, que analiza por dentro las elecciones estadounidenses con una declarada postura política progresista que sospechaba pero no preveía el desenlace del sufragio que elevó a Donald Trump a la Casa Blanca. Michael Moore bucea en territorio hostil en su atrevido y divertido show, protagonizado por él mismo en las profundidades de lo que él llama ‘Trumpland’, el corazón republicano de Estados Unidos. ¿Su misión? Hacer que América despierte de su locura. Donald Trump recibió el surrealista respaldo ‘oficial’ de México con la visita ‘electoral’ de Andrés Manuel López Obrador, AMLO, y su secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, en plena precampaña electoral. “¡Si necesita apoyo con la inseguridad en México, llámeme!”, una enfermiza despedida de Donald Trump, empachado de histrionismo, compensable tan solo con sesiones interminables de terapia psiquiátrica dirigidas por Jacques Lacan.
Quizás le faltó al actual mandatario del Despacho Oval de la Casa Blanca en Washington citar la frase más celebre que sobre la política hizo Julius Henry Marx, más conocido como Groucho Marx, actor, humorista y escritor estadounidense, conocido principalmente por ser uno de los miembros de los Hermanos Marx. “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
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