
Signos
Pues es natural. Es como el Universo mismo. Es como lo que nace, se estira, envejece, se encoge y debe morir para que algo más emane de su extinción, así también se va apagando el PIB de las naciones. Es la dialéctica de la renovación eterna. Es como todo, diría la Chimoltrufia…
La globalización y su periodo de auge y crecimiento económico tienden a reducirse y agotarse. (Como el esplendor de los reinos de conquista de la antigüedad clásica pero cuando la duración de aquellos siglos equivale a horas, apenas, en estos vertiginosos y terminales días.)
Los mercados abiertos de la hegemonía neoliberal de los ochenta y noventa se expandieron y abarrotaron el planeta con el concurso de la hiperintegración de las comunicaciones y de las tecnologías informáticas disparadas por las empresas ‘puntocom’ que simplificaron el tiempo y el espacio al mínimo de su concepto civilizatorio. (Aunque los remanentes de utilidad no llegaron sino apenas a poco más de la cuarta parte de la población mundial.)
No habría ya consumidores más allá de los límites totales alcanzados en el orbe ni más competidores, que además irían disminuyendo a granel con la concentración inevitable del capital financiero donde los inversionistas mayores absorben a los menores, cual la lógica especulativa del orden accionario o bursátil donde, al modo del reino animal, ‘los peces grandes se comen a los chicos’.
Y, sobre todo, el triunfalismo del Consenso de Washington dio por muertas las economías rusa y china tras el derrumbe soviético y los signos de agonía irreversible del comunismo medieval de Mao.
Pero las inimaginables resurrecciones revolucionarias de la mano de los liderazgos de Putin y Deng (antes el segundo que el primero, claro está: a finales de los ochenta el chino y después de la Perestroika y de Yeltzin el ruso, en el naciente milenio) angostaron el territorio comercial integrado de los intercambios y de la rentabilidad de los grandes consorcios occidentales, que habían tomado a Oriente y al resto del mundo subdesarrollado como sus colonias de maquila donde la mayor utilidad procedía de la pobreza salarial y de derechos laborales. (Esos bribones gananciosos de la apertura importadora estadounidense sobre cuyo ‘abuso’, en detrimento de la situación deficitaria propia, defiende Trump los aranceles en su contra.)
Rusia y China se convirtieron en potencias inversoras, exportadoras y competidoras en un entorno planetario a la vez más estrecho para las multinacionales y más empobrecido por la elevada concentración de la riqueza (y el precarismo distributivo consecuente), por la automatización, y por el desplazamiento de mano de obra y de oportunidades de consumo para cada vez mayores núcleos sociales condenados, muchos de ellos, a emigrar -apremiados, asimismo, por la violencia sectaria y política derivada de la exclusión y las empeoradas condiciones de vida- a los países de mayor desarrollo, pero de donde serían rechazados y maltratados en sus derechos humanos por Estados cada vez más egoístas y nacionalistas afectados, también, por las crisis presupuestarias y de desigualdad producidas por las quiebras económicas cíclicas y siempre agregadas a las causas y la propaganda de grupos y liderazgos políticos xenófobos, supremacistas y fascistas como los que ganan elecciones en las democracias ejemplares de Estados Unidos y de Europa, que han sido los grandes imperios saqueadores y esclavistas de la historia.
De modo que el expansionismo neoliberal del Consenso de Washington ha topado con los linderos planetarios naturales del crecimiento de una economía que no tiene, por tanto, más alternativas regionales de consumo y donde la concentración de la riqueza ha llegado a sus cumbres más elevadas, lo mismo que la capacidad adquisitiva ha descendido a sus más bajos niveles debido a la expansión, también sin precedentes, del desempleo, el ingreso laboral y la pobreza.
Y como el humanismo es el capítulo menos esencial del interés de los grupos de poder que se disputan los despojos de los predios utilitarios de la Tierra -donde bien se sabe que terminarán predominando los humanoides de la inteligencia artificial porque la demografía y la demanda y la fuerza depredadora del espíritu humano no dejarán de crecer en un medio natural agotado y consumido por el carbono y en un ámbito general gobernado por los algoritmos de la última generación de personajes gestores de los mismos- privarán las soluciones del radicalismo primitivo de la subsistencia o de la ley del más fuerte del principio cavernario de los tiempos traducidas en negociaciones de poder, como las tarifarias, pero donde sólo tratará de salvarse, con los grandes gastos de guerra o de ‘defensa’ detrás (como los estadounidenes, los europeos, los rusos y los chinos, que se despliegan con el ingrediente de la amenaza nuclear), el pellejo de la concentración accionaria del mundo y el estatus quo de las minorías privilegiadas y cada vez más reducidas de hoy.
Porque los desplazados serán más y más, a medida que la globalización tiene menos que dar a los grandes inversores de la era civilizatoria postrera, la del integracionismo absoluto de la inteligencia artificial.
SM