Sheinbaum y el rifle sanitario de la democracia

Signos

Gustavo Díaz Ordaz hizo su sucesor a Luis Echeverría y más tardó en hacerlo que en arrepentirse. Sólo que en un sistema totalitario sexenal, tras el ‘dedazo’ no había marcha atrás: la ‘cargada’ sectorial, territorial y clientelar que había convertido en todopoderoso al elegido anterior se apartaba del que se iba y abrazaba al que llegaba, y todo el aparato de Estado con las Fuerzas Armadas por delante se ponían, asimismo, a su servicio, de manera fáctica y antes de que asumiera el poder. Habría que recordar aquel “¿También tú, Luis?” que le publicó en todos los medios de prensa y a toda plana José López Portillo a quien lo hizo Presidente, por romper la regla de oro del silencio absoluto de los idos respecto de todo pero más que nada de la política y en especial de sus relevos en turno. Y del mismo modo que Echeverría mandó a Díaz Ordaz de Embajador a España luego de lamentarse de su dedazo equívoco, Echeverría fue a parar con el mismo ‘encargo diplomático’ a las remotas Islas Fiji, del Pacífico Sur, por órdenes de su exempleado y examigo.

También el pobre diablo Zedillo ‘exilió’ al todopoderoso Salinas, Calderón hizo a un lado a Fox, Peña gobernó del mismo modo que todos y, salvo Fox, los exPresidentes vivos han preferido huir del país para evitar cobros de cuentas en una democracia incivil y regida por la impunidad, donde la Justicia -facciosa y selectiva que es- sólo se aplica por consigna, donde los grandes delincuentes nunca pagan por sus crímenes, y donde los máximos jefes políticos se retiran al amparo de la noción inequívoca de que quien les sigue puede ser perseguido más allá de las palabras y las condenaciones y optará, por ello y como ellos, no cruzar nunca la línea roja al otro lado de la propaganda justiciera de su tiempo de poder para no terminar cual carne de presidio, más por venganza, por supuesto, que por ejercicio expreso de la ley y del derecho de las grandes mayorías afectadas por sus excesos.

Hoy día se dice que la candidata presidencial del oficialismo, Claudia Sheinbaum, no hace sino distinguirse del discurso y las ideas de su elector esencial, Andrés Manuel, sólo siendo mujer. Y ya. La pregunta es, ¿haría lo mismo que su creador -en las líneas definitorias de sus proyectos y posturas de Estado y con las particularidades propias de sí misma, claro está-, más allá de los pendientes por la continuidad de la ‘transformación’ defendidos como programa de identidad ideológica de su izquierda? Porque -diferencias más, diferencias menos- los sucesores correligionarios del PRI y el PAN, elegidos a dedo o no, han sido en sus campañas proselitistas lo mismo que sus predecesores. Y en la época clásica del presidencialismo tricolor era un pecado capital no mimetizarse con su jefe máximo, como ahora mismo lo sería, sobre todo cuando en estas modernidades democráticas el caballo de la potencial victoria oficialista es el de la popularidad carismática del jefe máximo de la revolución moral -a diferencia de los triunfos contundentes de los tiempos de gloria del priismo, a lomo de las movilizaciones y el control territorial y las ‘cargadas’ electorales del partido de Estado- sería un pecado no ser el doble femenino de él.

Pero ¿seguiría la Sheinbaum, en su misión continuadora de la nueva etapa histórica de la ‘Cuarta transformación’, instalada en las justificaciones obradoristas de que el Estado y sus fuerzas constitucionales son impotentes frente al poder del ‘narco’ porque dicho poder fue forjado y legado por la corrupción de los regímenes neoliberales que también habrían fraguado la pobreza donde crecen de manera inexorable los más crueles asesinos y con la que se tendría que acabar cual condición de terminar con tan masiva y tan sanguinaria y depredadora plaga?

La violencia y la inseguridad arrasan. Sheinbaum no cuenta ni de lejos con la popularidad de Andrés Manuel. Seguir con su pasividad y su discurso en ese flanco decisivo sería condenarse a no librar la revocación del mandato al cabo de un par de años. Se sabe que su programa de gestión prioriza el tema. Y el tema sólo se acredita acudiendo a la violencia del Estado contra el crimen, a nuevos acuerdos de cooperación bilateral con Washington al respecto, y a relaciones eficaces y productivas entre Poderes republicanos y niveles de Gobierno que permitan conjuntar la dispersión y el antagonismo político con propósitos de control del Estado federal desde la jefatura superior del mismo. Eso implica un distanciamiento del actual jefe máximo y la elevación de un liderazgo que sacrificaría popularidad por eficacia e ideología por pragmatismo. ¿Lo haría Sheinbaum, que viene del rumbo doctrinario de la izquierda y no de la izquierda desprendida como ala social del tricolor?

La pacificación del país por la vía democrática es lo que toca para que la transformación pueda llamarse tal cosa. Porfirio Díaz impuso la dictadura implacable del rifle sanitario -contra las sublevaciones, los cacicazgos y los dominios gavilleros- y tendió redes ferroviarias y telegráficas para integrar a toda costa una nación que lo era sólo de palabra y según el idealismo entre facciones intelectuales y armadas de distinto nombre y cuyas causas no alcanzaban las entendederas de una población dispersa y analfabeta. También ahora se requiere el rifle sanitario, pero complementado por una fuerza jurisdiccional distante de la politización y la querella que cierre los amplios trechos de la impunidad actual, del mismo modo que de un soberanismo negado al extremismo y que priorice los intereses nacionales reales por encima de los patrioterismos pendencieros, necios y de suma cero.

SM

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