
Signos
A ver: Luis Llosa Ureta era el tío consanguíneo de Mario Vargas Llosa, hermano de su madre, Dora. Y la esposa del tío Luis era, entonces, tía política de Mario, Olga Urquidi Yáñez. ¿Es tía de uno la hermana de la tía política de uno, como Julia, la hermana de Olga, que se casó con Mario huyendo a un pueblo ajeno y ocultándose de la mirada y el juicio de la gente? Pues por esa línea de comunión agregada la parentela se torna interminable: Si toda la familia, consanguínea y de asociación, de todos los tíos y los primos ‘políticos’, se asume como propia, el gremio es de lo más ramificado, incontable y, en mayor medida, desconocido. Y no: la familia como tal acaba en la frontera de las tías y tíos políticos que son cónyuges de los tíos y tías consanguíneos cercanos, ¿o no?. Y ni siquiera la esposa de un primo alcanza ya a ser prima política de uno, y menos si de un primo político se trata. De modo que sólo para una moral muy conservadora y decadente, la tía Julia de Varguitas podía ser un pecado de indecencia por faltar a la familia acostándose con el entonces jovencito redactor de noticieros radiofónicos realizados con notas publicadas en la prensa diaria limeña y compañero de trabajo y de novela del delirante escribidor Pedro Camacho, autor desaforado o adaptador y director de dramatizaciones noveleras, como las de mayor audiencia en el Perú de entonces y en las estaciones de radio más escuchadas de otros países latinoamericanos inmersos en dictaduras y entretenidos con esas interminables historias del corazón fundadas en la Cuba del también escribidor y pionero de la radio, Félix B. Caignet, el de la muy llorosa y doliente “Angelitos Negros”. De modo que la Tía Julia no era tía del redactor, entonces. Pero que le doblara la edad y se convirtiera en el primer objeto de realización plena de las reprimidas compulsiones sexuales incurables de Varguitas -de cuyos deseos siempre alborotados y atrapados en el cuerpo del prejuicio de su naturaleza emocional de origen y nunca liberados del todo, sólo dio rienda suelta en los a menudo promiscuos apasionamientos de sus personajes más lujuriosos y más identificados con su lúbrico ser, con su inconsciente lascivo y pecaminoso y desbordado y del que alguna vez y ante una pregunta inesperada y sorpresiva de un estudiante chileno durante una conferencia dijo, lacónico y desprevenido, pero no intimidado o apenado, porque lo que menos era Varguitas era miedoso o hipócrita, dijo que seguramente algunas de esas escenas, no siempre justificadas y hasta exageradas, eran producto de su inconsciente, el que sería culpable entonces, asimismo, de otra confesión suya, o de su personaje autobiográfico, en “Los vientos”, o los ‘pedos’ o las ‘flatulencias’, que es lo mismo pero menos vulgar, y a propósito de su relación de frivolidades con Isabel Preysler: el amor se confunde a veces con el enamoramiento de la ‘pichula’-; ese capítulo de su vida con la cuñada de su tío Luis, coronado con un matrimonio a escondidas con ella y condenado al fracaso de una eventualidad sexual de iniciación convertida en promesa de eterna fidelidad conyugal bajo la represión de las dictaduras militares y morales del contexto, fue, con el entorno frenético de los demonios creativos y la fiebre complementaria y contumaz de los públicos devorados por los dramas románticos de la radio en que se sumergían y en cuyo maremágnum onírico trataban de salvar el pellejo de sus tragedias reales, derivó en una catarsis literaria impresionante por su vanguardismo técnico y la magistral suma del paisaje histórico, idiosincrático, político y cultural de toda una región del mundo, hilvanado a la perfección lo mismo con un ritmo narrativo imposible de ser soltado, que con un humor tan grato y digerible donde hasta lo más sórdido de las histerias y de las historias desplegadas, como el infierno de la cacería de ratones de la demencia de Camacho, además de lo ilustrativo de la condición humana se tornan graciosas y de sobra placenteras. Y sí: tía política que en realidad no era, para la extensiva familiaridad moral peruana y los inquisidores que tanto fastidiaron la libido de Varguitas desde sus primeros y reprimidos años en el “Leoncio Prado”, lo era. Y gracias a ello y a ella, y a las locuras escribidoras masivas de un genio enloquecido y tan bien descritas, con perfecto lenguaje de escribidor de radionovelas, por uno de los más grandes genios literarios del mundo, los lectores verdaderos y privilegiados han gozado la obra maestra que es “La tía Julia y el escribidor”, es decir la del esposo de su ahora viuda Patricia (Carmencita, en “Los vientos”), su sobrina consanguínea y la mitad más joven que la ‘tía Julia’, y a la que espiaba en su habitación subido a un árbol, del que lo bajó un día, regañándolo, la ‘tía política’, que le doblaba la edad a él y ni siquiera podría imaginar que otro día ganaría el Nobel y ella, ya famosa, se haría, con él, más célebre e inolvidable que nunca.
SM