Pamplona llora por otros ‘Sanfermines’ suspendidos por el Covid-19

Pinceladas

El cielo de la capital de Navarra, en el País Vasco, España, lloraba en este 6 de julio y los nubarrones despertaron a una ciudad triste en el que hubiera sido su día grande. La pandemia ha vuelto a borrar del calendario esta fecha marcada en rojo y San Fermín ha entonado el ‘Pobre de mí’ antes incluso de haber estallado la fiesta. Por segundo año consecutivo, la Plaza Consistorial ha enmudecido a las 12 del mediodía. Iruña, el nombre en vasco de esta ciudad, no se ha teñido de color y la alegría ha quedado embargada hasta nuevo aviso. Esperemos que sea pronto… Esta segunda pesadilla se confirmaba el pasado 26 de abril. Ese día, el alcalde, Enrique Maya, adelantaba lo que era un secreto a voces para muchos, aunque no exento de polémica. El coronavirus volvía a robar sus encierros, sus tradiciones más arraigadas y sus emociones blanquirrojas al gris más anodino. Esta es una de las celebraciones más famosas en el mundo gracias a la presencia del escritor norteamericano y Nobel de Literatura Ernest Hemingway, el autor de ‘El viejo y el mar’ novela que se desarrolla en las aguas del Golfo, cercanas al pueblo cubano de Cojímar, al este de La Habana, azotada días atrás por el ciclón Elsa. Hemingway escribió ‘Fiesta’ donde narra los encierros de toros bravos por las calles del casco histórico de Pamplona…

Santiago J. Santamaría Gurtubay

La primera en cerrar la puerta a esta fiesta fue la presidenta del Gobierno de Navarra. María Chivite, en una entrevista celebrada en Madrid el pasado 26 de enero, puso en duda que este tipo de eventos “multitudinarios” pudieran producirse incluso con el calendario vacunal “muy adelantado”. “Estas fiestas trascienden a lo que tiene que ver con un municipio y atraen a muchísima población extranjera y de otras comunidades”, sentenció sembrando las primeras dudas sobre la celebración de estos Sanfermines 2021. Las declaraciones de Chivite pronto calaron en la población navarra y corrieron como la pólvora a nivel nacional a través de los medios de comunicación. Precisamente, estas palabras provocaron el enfado del alcalde de Pamplona, Enrique Maya, que también consideró un día después lo complicado de la situación para poder celebrar estas fiestas. No obstante, el primer edil de Pamplona no quiso perder la esperanza, aunque finalmente ha zanjado toda posibilidad de celebrar unas fiestas en 2021. “No habrá corridas de toros ni Sanfermines en septiembre”. El mandatario municipal ha afirmado que el incremento de casos de Covid-19 en los últimos días “nos ha dejado a todos bastante tocados” y ha apelado a la prudencia.

Pese a que el Ayuntamiento anunció la suspensión de los Sanfermines el pasado 26 de abril y la no organización de ningún acto oficial que pudiera animar a la celebración de las fiestas, las instituciones han venido insistiendo desde entonces en sus llamamientos a la ciudadanía para que actúen con prudencia, puesto que son numerosas las cuadrillas que ya tienen reserva para comer este martes en el centro de la ciudad. Además, la llegada de estas fechas ha coincidido con un incremento notable de los casos de Covid-19 en Navarra. Así, el domingo se llegaron a registrar 507 casos de Covid-19, cuando el domingo anterior se habían registrado 29. Gran parte de los nuevos casos están relacionados con el macrobrote de jóvenes navarros que habían viajado a Salou y que acumula en total más de 700 positivos. Esta situación ha llevado al Gobierno de Navarra a adoptar medidas de urgencia para adelantar el cierre del ocio nocturno en la medianoche de este martes al miércoles. Así, las discotecas, que hasta ahora podían cerrar a las cuatro de la madrugada, deberán cerrar a la una, y los bares especiales, que podían cerrar a las dos, deberán cerrar también a la una. La consejera de Salud del Gobierno foral reconoció este lunes que la llegada de las fechas de San Fermín, pese a su suspensión, supondrá previsiblemente un aumento de la interacción social, por lo que hizo un llamamiento a la ciudadanía a que actúe con prudencia.

Las mentiras de Ernest Hemingway. Miguel Izu cuenta las escapadas del novelista. “Nunca vino a Pamplona Ava Gadner”

La imagen de Ernest Hemingway, icono internacional de los ‘Sanfermines’, vuelve a provocar diferencias en el seno de la sociedad pamplonica. La frase ‘Ley Campoamor’ se basa en el texto del famoso poema del asturiano del realismo literario español del siglo XIX, Ramón de Campoamor que dice: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”, el cual supone una manera de expresar, y admitir, que nada vale, que ningún valor es inmutable, y que inevitablemente impera el subjetivismo, la arbitrariedad, y el relativismo, en todas las facetas de nuestro mundo (por ello, traidor a la verdad y justicia, según el poeta), sin embargo, la afirmación de Campoamor no cae solamente en el relativismo y en el subjetivismo, sino en un desencanto del mundo, en donde la referencia al “mundo traidor” significa que el mundo en sí, la realidad, no es confiable, es sujeto de desconfianza debido a que cambia, se transforma, un día nos muestra un rostro y otro día otro. Ello supone que en el verso de Campoamor lo mismo impera el subjetivismo, con la referencia al color del cristal con que se mira; que la desconfianza en el mundo y su constante transformación. El escritor falangista pamplonés Rafael García Serrano decía que Hemingway era “el mejor agente publicitario de las fiestas de San Fermín”. La propia propaganda franquista, pese a la contrastada postura del personaje en favor de la causa republicana, y porque le venía fetén, lo vendió como un mujeriego machista, simpaticote y buscabroncas, bebedor sin límite, amante de las viejas tradiciones de la patria española, enamorado de los toros y cazador de todo tipo de bestias —vaya, algo más parecido a un tipo de Illinois que votara a Vox que a un reportero militantemente rojo—. Juanito Quintana, propietario del hotel del mismo nombre (y en el que siempre se alojó Hemingway, en contra del mito del hotel La Perla, donde según los grandes expertos del tema nunca durmió) y en verdad el único amigo íntimo que el escritor hizo en Pamplona, lo definió así: “Ernesto era un tipo muy raro. Tenía mal carácter. Era orgulloso. Con el que le era antipático se ponía insoportable, sobre todo cuando bebía. Y era un tacaño”.

Finalmente, el propio Ernest Hemingway se autorretrató en una carta a su amigo Francis Scott Fitzgerald enviada desde la localidad navarra de Burguete, adonde solía ir a pescar, dándole su personal receta del paraíso: “Una plaza de toros y un río con truchas”. Todas estas frases y una montaña más de anécdotas, verdades, mentiras, mitos y bulos los encontrará el lector interesado en el autor de Fiesta o en los sanfermines (o en las dos cosas) en las páginas de ‘Hemingway en los sanfermines’ (Ediciones Eunate), libro del escritor y abogado pamplonés Miguel Izu. “Las leyendas abundan y a menudo desplazan a la historia”, cree Izu. Por ejemplo, y para desgracia de mitómanos mentirosos, Ava Gardner nunca pisó los sanfermines. Ni Gertrude Stein, ni Picasso, ni Errol Flynn, ni Man Ray, ni Lauren Bacall, ni…, ni…, ni… No es cierto que Hemingway se pasara la vida de sanfermines. Fue, eso sí, 10 veces. La primera, en 1923. Viajó con su primera esposa, Hadley, embarazada de seis meses. Volvieron en 1924 con el escritor John Dos Passos. Hemingway iba a los encierros, pero lo que de verdad le interesaban eran las vaquillas emboladas, que solía recortar. Regresaron en 1925. Y en 1926, cuando el escritor conoce uno de sus templos predilectos: Casa Marceliano, donde se ponía ciego de ajoarriero, vino clarete de Las Campanas y whisky. En 1927, cuando ya era una celebridad tras haber publicado su novela ‘Fiesta’, popularizando los sanfermines en todo el mundo; en 1929, en 1931… y, ya mucho después, en 1953. Volvió en 1956 (ya tenía el Nobel) y cerró el ciclo en 1959, dos años antes de pegarse un tiro en su casa de Ketchum, Idaho. Estuvo en los sanfermines con cuatro esposas distintas, siempre rodeado de una cohorte de amantes, amigos y pelotas. Comió y bebió en Las Pocholas, el Txoko, el Torino y el Kutz, amó, escandalizó (solía llegar al hotel Quintana de madrugada como un ciclón y con un buen ciclón), desayunaba pollo y langosta…, y se las arregló para no hablar de política ya en pleno franquismo. Hasta ahí, todo verdad. Pero ni escribió sus libros en las mesas del café Iruña, ni fue detenido junto a su amigo Antonio Ordóñez, ni recorrió las calles de la vieja Iruña junto a los rostros más famosos de Hollywood, ni…, ni…, ni… El libro de Miguel Izu deja cada cosa en su sitio. La verdad, la leyenda, el mito, el bulo. Impagable. Riau-riau.

¿Fue Hemingway un homosexual reprimido? La respuesta corta es no. Fue indudablemente queer, de género ambiguo

A Ernest Hemingway (1899-1961) le volvían loco el boxeo, la caza, la pesca y las corridas de toros. Participó en tres guerras distintas, de las que regresó como un héroe. Exploró el continente africano, donde participó en numerosos safaris. Y trató a las mujeres con la crueldad y violencia conocidas. Se creó, en definitiva, un personaje a medida, con el que encarnó un paradigma de virilidad durante el siglo pasado. También en su obra dejó atrás el gusto por el lirismo, las metáforas y la adjetivación del modernismo literario. Prefirió adoptar un estilo más varonil, fundamentado en frases breves y contundentes como puñetazos. Esa fue su imagen pública hasta el final de sus días. La privada, sin embargo, era algo distinta. Lo dejó dicho Zelda, la inestable pero lúcida esposa de Scott Fitzgerald, autor de ‘El gran Gatsby’: “Nadie puede ser tan varón”. Una nueva biografía, a cargo de Mary V. Dearborn, publicada por la editorial estadounidense Knopf, confirma la inseguridad que Hemingway sentía respecto a su identidad sexual. “Eso fue parte de lo que lo destruyó al final de su vida”, apunta Dearborn, la primera mujer que se ha enfrentado al reto de condensar la agitada existencia de Hemingway, tras haber dedicado sendos volúmenes a otros hitos de la masculinidad literaria como Norman Mailer y Henry Miller. Esta biografía de 750 páginas examina todos los aspectos de su vida y obra, aunque es su estudio de las cuestiones de género lo que la distingue de sus antecesores. El libro revela la fascinación del escritor por la androginia y sus fantasías sexuales con los cortes de pelo: solía pedir a sus compañeras que lo llevaran lo más corto posible, mientras que él se lo dejó crecer y llegó a teñírselo de rubio y caoba (cuando le preguntaban qué había sucedido, respondía que era culpa de los rayos de sol). Al regresar de su segundo viaje de África, el autor insistió en perforarse las orejas. “Llevar pendientes tendría un efecto mortífero para tu reputación”, tuvo que disuadirle su cuarta esposa, la periodista Mary Welsh.

¿Fue Hemingway un homosexual reprimido? “La respuesta corta es no”, contesta Dearborn. ¿Cuál sería la larga? “Fue indudablemente queer [de género ambiguo]. Superó, si se quiere, el hecho de definirse como gay. Dio la vuelta a las expectativas que se tenían sobre la identidad y el comportamiento de hombres y mujeres”, añade. Recuerda también que en su novela póstuma e inacabada, ‘El jardín del Edén’, el alter ego de Hemingway, un escritor llamado David Bourne, pedía a su mujer que se cortara el pelo y luego lo sodomizara con un consolador, ejercicio que el propio Hemingway habría practicado con Welsh. Para Dearborn, esas fantasías “no hablaban de homosexualidad ni de travestismo, sino de adoptar el rol femenino durante el acto sexual”. Hemingway se habría adelantado así a esa fluidez de género que hoy llena todas las bocas.

“En un mundo mejor, se habría perforado las orejas”, escribió su biógrafo, Paul Hendrickson, autor de ‘Hemingway’s Boat’

Antes de asentarse en París, Pamplona, Cayo Hueso y La Habana, Hemingway nació y vivió hasta los seis años en una residencia de tres plantas y estilo victoriano en el barrio de Oak Park, en la periferia de Chicago, que el escritor solía definir como “un lugar de jardines anchos y mentes estrechas”. En él se halla un pequeño museo dedicado a su memoria, en la misma calle arbolada donde se encuentra su casa natal. En el interior del museo se expone una caricatura dibujada para Vanity Fair, en 1933, en la que Hemingway aparece vestido con un taparrabos y echándose crecepelo en los pectorales. En otra vitrina figura una foto del escritor de bebé. Aparece vestido de niña, algo habitual a comienzos del siglo XX, cuando se vestía así a los retoños durante su primer año de vida. Salvo que su madre, una pintora y cantante de ópera llamada Grace, decidió prolongarlo bastantes años después. De hecho, crió a Hemingway y a su hermana Marcelline, 18 meses mayor, como si fueran gemelos, y los vistió indistintamente como si ambos fueran niños o niñas, según su humor. Para Hemingway, ese capítulo sería un gran trauma que terminaría provocando una ansiedad que desembocó en su sobreactuada virilidad, según la biografía que Kenneth S. Lynn publicó en 1987, que permitió alterar su imagen pública y también abrir su obra a nuevas interpretaciones. Cuando se releen las novelas y cuentos de Hemingway, ganador del Nobel de Literatura en 1954, sobresalen menos los superhéroes y más los hombres inseguros. Igual que el protagonista de ‘La breve vida feliz de Francis Macomber’, avergonzado de haber salido corriendo cuando intentaba disparar a un león en un safari, muchos de ellos intentan alcanzar un ideal de masculinidad imposible.

Otro de sus biógrafos, Paul Hendrickson, autor de ‘Hemingway’s Boat’, sobre el apego del escritor por una barca a la que bautizó como Pilar, no cree que esa hombría superlativa y casi paródica pueda ser vista como una actuación de cara al público. “La hipermasculinidad fue una parte de lo que él era. Fue real y auténtica. Tal vez fuera una máscara conveniente para su ego, pero no era fraudulenta”, asegura este profesor de la Universidad de Pensilvania y antiguo periodista de The Washington Post. “Creo que fue heterosexual, aunque con muchos sentimientos contradictorios respecto a su género. Nunca he encontrado la más mínima prueba que sugiera que se sentía atraído por otros hombres”. Hendrickson también describe su difícil relación con su hijo menor, Gregory, que practicó el transformismo toda su vida y terminó cambiándose de sexo a los 63 años. Murió con el nombre de Gloria en una cárcel para mujeres en Florida, en la que acabó por practicar exhibicionismo en la vía pública. Una vez, cuando era pequeño, Hemingway lo sorprendió probándose las medias de su madre. Más tarde le diría: “Tú y yo venimos de una extraña tribu”. Para Hendrickson, Gregory/Gloria llevó a la práctica lo que su padre solo admitía en su fuero interior y en algún texto clandestino. “Por eso existía una relación de amor-odio entre ellos”, sostiene. Dearborn dice que ese fue el calabozo del que nunca lograría escapar: “En un mundo mejor, Hemingway se habría perforado las orejas”.

Cuando encontró a Dios, ‘El viejo y el mar’ se convirtió en una de las obras capitales de la literatura contemporánea

William Faulkner creyó que Hemingway había encontrado a Dios. Era el otoño de 1952, cuando se publicó El viejo y el mar; todos los que habían cargado contra Hemingway y le habían pedido cuentas por el fracaso de A través del río y entre los árboles, una novela romántica y fácil a los ojos de muchos críticos, se vieron obligados a retroceder ante la pericia del viejo maestro. El pequeño libro narraba una historia muy sencilla, de un pescador anciano que luchaba contra un gran pez. Faulkner estaba conmovido por estas páginas. Otros escritores norteamericanos se replegaron y salieron del combate. Y hubo europeos que también lo hicieron. Vladimir Nabokov, quien en otro momento había dicho que Hemingway era “un escritor para muchachos” (comparándolo con Conrad), aceptó que “la descripción del pez tornasolado y el ritmo de su famoso relato sobre el pez son soberbios”. La novela se convirtió en una de las obras capitales de la literatura contemporánea norteamericana, no obstante algunas escenas que el tiempo ha opacado y otras cuya carga melodramática se ha hecho más evidente, como la de Santiago inspirándose en el bateador Di Maggio. Se le considera, además, como la gran novela cubana de Hemingway. Él lo estimó así al recibir el Premio Nobel: “Este es un premio que le pertenece a Cuba, porque mi obra fue creada y pensada en Cuba, con mi gente de Cojímar, de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva, donde tengo mis libros y mi casa”. Pero el mar insondable y extenso no es necesariamente cubano. Salvo algunas pinceladas de color local, la novela pudo desarrollarse en el mar de Java o en el Mediterráneo. Otro pescador tan experimentado, valeroso y estoico como el de Cojímar podría haber tripulado la pequeña barca de Santiago en cualquier parte del mundo y hubiese actuado de modo parecido. Solo una diferencia: cuando Santiago teme haberse perdido, observa el horizonte y piensa que todavía puede orientarse por las costas de la isla, pero enseguida su confianza en el mar retorna a él y reafirma su convicción de que nadie tiene por qué perderse si lo conoce.

El primer borrador estuvo listo el primero de abril de 1951. El original llegó a las manos de Scribner el 10 de marzo de 1952, apareció en Life el primero de septiembre de 1952 y una semana más tarde, el 8 de septiembre, fue publicado en forma de libro por Scribner. Como se sabe, la novela tenía dos antecedentes en la actividad creadora de Hemingway. Por un lado, existía su crónica “En las aguas azules” (Esquire, abril de 1936), publicada dieciséis años antes, y, por otro, había elucubrado un proyecto de escribir una obra extensa sobre “la tierra, el mar y el aire”, ambición proustiana de la que habló con Malcolm Cowley. Estos dos antecedentes se combinaron y surgió ‘El viejo y el mar’, la coda de la parte correspondiente al mar. Al parecer, las otras, dedicadas a la tierra y el aire, y vinculadas con sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, se quedaron en la intención, o “en las paredes de su imaginación”, como dice Carlos Baker, uno de sus biógrafos. Leland Hayward, quien luego se convertiría en productor del filme, en una visita a Finca Vigía convenció a Hemingway de que publicara ‘El viejo y el mar’ como una obra independiente. Su autor no estaba totalmente de acuerdo. Leland insistió en que luego, si terminaba a su satisfacción toda la parte del mar, esta podía ser agregada, pero, en su opinión, la historia tenía en lo esencial un valor independiente, lo cual era rigurosamente cierto. Quizás, cuando Hemingway dijo, al recibir el Premio Nobel, que “habría podido escribir una historia de 500 páginas sobre Cojímar y todos sus habitantes, pero que había preferido concentrarse en el relato de Santiago, y crear un viejo y un pez auténticos”, estaba haciendo referencia a un material que, al igual que las otras secciones de Islas en el Golfo, había desechado en aras de un objetivo superior. En realidad, esto era la consecuencia lógica de un método, que él comparaba con la estructura del iceberg.

Los ‘Sanfermines’ se cancelan por el coronavirus.  

Dos escenas capitales en Islas en el Golfo y, por supuesto, en ‘El viejo y el mar’, se centran en la captura de un gran pez; pero no es posible que Hemingway se limitara a repetir una misma escena sin establecer matices en su sentido moral. Hay diferencias dentro de una misma visión hemingwayana: el hijo de Hudson es una reafirmación de la virilidad; Santiago, de la tenacidad y la necesidad de luchar. Pero diálogos idénticos hermanan a los dos personajes más allá de su gesta: unidos al pez invisible por el sedal, exclama cada uno, joven y viejo: “¡Oh, Dios, cómo te amo!”. Desde su punto de vista, Faulkner se percató de esta identidad en su tiempo, aunque no viviría para leer Islas en el Golfo: Él aprendió temprano en su vida un método con el cual podía realizar su trabajo; él ha seguido este método, lo ha manejado bien. Si su obra continúa, entonces va a obtener lo mejor. Creo que su último libro, ‘El viejo y el mar, es el mejor porque ha encontrado algo que no había encontrado antes, que es Dios. Hasta ese momento sus personajes se desenvolvían en un vacío, carecían de pasado, pero de repente, en El viejo y el mar, él encontró a Dios. Ahí está el gran pez: Dios hizo el gran pez que tiene que ser capturado, Dios hizo al viejo que tiene que capturar al gran pez, Dios hizo a los tiburones que tienen que comerse el pez, y Dios los ama a todos ellos; y si su obra sigue avanzando a partir de ahí, será aún mejor, lo cual es algo que no todos los escritores pueden proponerse. Muchos se agotan trágicamente, cuando jóvenes, y entonces se vuelven infelices. Eso le pasó a Fitzgerald, le pasó a Sherwood Anderson. Se desmoronaron”.

“No por ser una noticia esperada deja de producirnos tristeza”, reseñó la alcaldesa en funciones de Pamplona, Ana Elizalde (Navarra Suma), en el momento de anunciar la decisión de “suspender” los sanfermines de 2020 debido a la crisis de Covid-19. “Parece evidente que nuestras queridas fiestas están muy reñidas con el coronavirus”, confesó Elizalde, que asumió la alcaldía de manera accidental mientras el primer edil, Enrique Maya, se recuperaba de la infección por coronavirus en casa tras una semana de ingreso hospitalario. El Ayuntamiento había trabajado con la hipótesis de trasladar la celebración al mes de septiembre, cuando se desarrollan las fiestas de San Fermín de Aldapa en el Casco Viejo de la ciudad, pero la regidora en funciones reconocía la incertidumbre que existía con las condiciones de seguridad sanitaria, por lo que prefirió optar por la suspensión. La última vez que el Ayuntamiento de Pamplona decidió suspender las fiestas fue en 1997 durante 24 horas por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en Ermua, por parte de ETA. También se cancelaron las fiestas en 1978, desde el 9 de julio, tras los sucesos del día anterior con la irrupción de la Policía Armada en la Plaza de Toros que se saldaron con otra muerte violenta, el asesinato de Germán Rodríguez. En aquella ocasión el Ayuntamiento decidió trasladar encierros y corridas de toros a la celebración del Casco Viejo en septiembre, conocidos popularmente como “sanfermines chiquitos”. Para encontrar una suspensión total de las fiestas hay que remontarse a los años 1937 y 1938, a causa de la Guerra Civil. No existen precedentes documentales de la suspensión de los sanfermines por una plaga o pandemia. En el mismo momento de anunciar la suspensión, el consistorio ha publicado en sus redes digitales un video en castellano, euskera, inglés y francés con el título “En cuanto podamos, los viviremos”. La alcaldesa en funciones reconoce que el “7 de julio será San Fermín y de una manera u otra el corazón de cada uno lo va a celebrar”. Añade que velarán porque entre el 6 y el 14 de julio se respeten las normas sanitarias, pero añade que los sanfermines son “algo absolutamente dinámico, participativo e imaginativo” por lo que pronostica que habrá en esas fechas “escenas preciosas pero respetando las normas sanitarias”. El pasado 4 de abril, los balcones de la ciudad se llenaron de pañuelos rojos y música sanferminera conmemorando la escalera del calendario que lleva desde el 1 de enero hasta el 7 de julio.

Más allá de la consecuencia emocional, las fiestas también tienen un importante impacto económico. Según cálculos de la Asociación de Hostelería de Navarra, los 9 días de fiestas de Pamplona suponen el 15% de la facturación anual de la hostelería, que emplea a 18,000 personas. El sector, completamente cerrado desde el inicio del estado de alarma, pide “empatía por parte de la Administración”, según el secretario de la Asociación, Nacho Calvo. La suspensión también afecta a la Feria del Toro que organiza la Casa de Misericordia y que supone el principal ingreso para la residencia de mayores en la que viven en torno a 1,000 personas. Esta residencia ha sido también la que mayor número de casos de Covid-19 ha registrado entre sus internos en Navarra.

Un sexto continente compuesto de 1,000 millones de turistas seres unívocos en perpetuo movimiento, una peste planetaria

La rebelión de las masas no está llamada a tomar el poder político, sino a ocupar todo el espacio físico. La masa es una especie de corriente de lava humana que te persigue con el solo propósito de engullirte y aniquilarte. Esa y no otra es la revolución social a la que estamos abocados. Adonde quiera que vayas, estadios, aeropuertos, estaciones, andenes, museos, conciertos, centros comerciales, mítines, fiestas, concentraciones civiles y religiosas, la masa impone su ley, que se rige por el cerebro de las emociones; de hecho, la grada rebosante de un campo de fútbol tiene la psicología de un niño de ocho años. La importancia de un espectáculo es proporcional a la cantidad de masa que convoca y a la vez su éxito se mide por las toneladas de basura que genera. Al día siguiente de un acontecimiento se te hace saber el número ingente de camiones y operarios de la limpieza que han sido necesarios para dejar limpio el espacio, ya se trate de un concierto de rock o de una concentración papal. Adonde quiera que vayas la masa ya ha llegado antes. ¿Acaso no es como el tuyo ese cuerpo que se aglomera frente a la Gioconda del Louvre, o que empana como un escalope humano el puente de Rialto? La masa adquiere hoy la forma de turismo. Se trata de un sexto continente compuesto de 1,000 millones de seres unívocos en perpetuo movimiento, que se ha convertido en una peste planetaria, ya que a su paso devora ciudades, monumentos, templos, palacios y jardines. El único destino de la masa es el consumo, vestir, comer, beber, bailar, ver, oír y decir lo mismo. Tampoco en casa estás a salvo. “Esa sensación de lleno asfixiante que produce la masa la generan también las redes sociales que penetran a través de las paredes para hacerte saber que eso que piensas y escribes ya lo han pensado y escrito millones de personas antes…”, recalca el escritor español Manuel Vicent.

“Por ahora, nos toca seguir en la casa hasta que terminemos de ganar la batalla al coronavirus, y los europeos alemanes, franceses, españoles…, los británicos, los cubanos, los estadounidenses nos sorprendan antes que tarde con una vacuna. En esta lista hemos puesto en último lugar a nuestros vecinos del Norte…”, escribíamos en otra columna al inicio del Covid-19 en marzo del 2020. El entonces presidente de Estados Unidos, seguía delirando. Todo empezó el 8 de noviembre de 2016, cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca. Casi cuatro años después, en una rueda de prensa sobre la mayor pandemia del último siglo, el inquilino del Despacho Oval recomendaba inyectarse desinfectante y usar luz ultravioleta para acabar con el coronavirus, dejando estupefactos a sus consejeros científicos. Horas más tarde, según informaba la cadena ABC, los centros de emergencias de estados como Maryland se llenaban de llamadas preguntando por el uso de desinfectante para luchar contra el coronavirus. Según esta cadena, más de cien en apenas unas horas, lo que había obligado a las autoridades de este estado a emitir una alerta advirtiendo de lo obvio: que nadie siga los consejos del presidente de Estados Unidos. La cosa iba a peor en Nueva York, donde se recibieron una treintena de llamadas desde los centros de urgencia de varios hospitales relacionadas con la exposición a lejía, el desinfectante Lysol y otros productos de limpieza poco después de las declaraciones de Trump. Tras el revuelo generado, el ya ex presidente republicano derrotado por el demócrata Joe Biden, reaccionó como mejor sabe: echando balones fuera. Aseguró que todo era un comentario sarcástico que pretendía poner a prueba a la prensa. Distopía trumpiana para complicar el Covid-19. Los resultados de su broma dejó más de medio millón de muertos muertos y cientos de miles de contagiados y cerca de 30 millones perdieron sus puestos de trabajo. Ciudadanos han comenzado a depositar plásticos negros en las puertas de los hoteles propiedad de The Trump Organization, simulando tener cadáveres de víctimas de la pandemia en su interior. En Nueva York, la Trump Tower es un rascacielos de uso mixto ubicado en el 725 de la Quinta Avenida, entre las calles 56 y 57, en Midtown Manhattan, de 202 metros de altura, 58 pisos cuya construcción comenzó en 1979. ‘Trump Funeral Home’ es su reconvertida denominación popular neoyorquina.

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