La última palabra
Por: Jorge A. Martínez Lugo
Esa soberbia no te ayuda… Ese complejo de infancia que se torna intolerante, menos. Desde que tomaste posesión te fuiste a vivir a la Zona Hotelera de Cancún y rechazaste ocupar la Casa de Gobierno, residencia oficial del titular del ejecutivo y su familia.
Abandonaste a Chetumal a su suerte y te fuiste llevando poco a poco a titulares de dependencias a despachar a Cancún, para que no tuvieras que molestarte viajando a la capital.
Te olvidaste del proyecto de cambio que te llevó en hombros a la gubernatura y antes de dos años, la sociedad se dio cuenta de tu traición y te castigó con tu primera derrota en 2018, luego en 2019 y otra vez en 2021. Sin embargo, ahora vuelves a perder, pero tienes una salida de ensueño, blindada tu retirada con acuerdos cupulares, que eso sí se te da.
El lunes pasado hiciste evidente tu verdadera personalidad y agrediste a una mujer. Otra vez con el rostro descompuesto, te fuiste contra una servidora pública del Colegio de Bachilleres, participante de una manifestación laboral, que te cercó la salida de un evento que presidías, pidiendo ser escuchados por ti, porque no das la cara y los remites con servidores nivel subsecretarios, que no tienen capacidad para resolver.
El Estado se te fue de las manos, no hay gobernabilidad, el crimen desatado, ninguna obra que te recuerde, y te irritas porque personal directivo y de confianza te piden que les devuelvan descuentos ilegales a sus salarios, por concepto de prestaciones etiquetadas, que se desviaron del presupuesto aprobado por el Legislativo.
–“¡Gobernador, cuidado, estás mal informado!”…, “Danos una cita gobernador”, coreaban a tu alrededor y tu fingías no escuchar, cada vez más intolerante, por no poder llegar pronto a la zona de confort de tu suburban blindada.
Y no fuiste más allá del manotazo que le soltaste a la mujer, porque tu propio fotógrafo te lo impidió; no para proteger a ella, sino a ti mismo de tu propio temperamento.
–“¡Fuera Ana Isabel!”…, “Rafael Romero Mayo, deja de dar trabajo a tu familia”, clamaban a tu alrededor, mientras tú, impasible e impaciente cada vez más, por no poder avanzar, pero ni así te dignaste abrir la posibilidad de diálogo, ni de intentar construir una salida al justo reclamo.
Por fin lograste llegar a tu blindaje y el convoy partió apresuradamente, rugiendo motores, poniendo en riesgo a las personas que reclamaban ser escuchadas. Saliste corriendo como si fueras un cobarde, Joaquinito.