El apagón literario (creativo, lector, estético, humanístico…)

Signos

Cuando el ventarrón informático del nuevo milenio no había integrado al planeta en códigos igualitarios de comunicación que rompían distancias, idiomas y barreras culturales, el mundo lector sabía quién era Conrad, Faulkner y García Márquez. Hoy día -cuando el mundo integrado se intoxica de carbono pero puede enterarse de su prehistoria y del Universo y de los embustes ideológicos y religiosos de todos los tiempos y de las reservas naturales y ambientales que ya no tiene para seguir existiendo como especie que se multiplica y se masifica al ritmo del agotamiento, y que puede hacerlo, es decir enterarse de todo eso, a la velocidad de la integración tecnológica y de la información sin el Logos y el concepto que perecen y cuya extinción significa nada más ni nada menos que el fin del orden civilizatorio-, se sabe apenas que un Nobel de Literatura fue galardonado siendo músico porque no había escritor de literatura que lo mereciera, y que después del de Vargas Llosa los nombres de los autores laureados se pierden en la noche de la ignorancia lectora porque ni ellos ni sus obras son populares en absoluto.

¿Por qué?

Porque el tiempo disponible bajo la avalancha de signos sin paradigmas ni significados ni metáforas ni abstracciones ni profundidades estéticas sólo alcanza para la inmediatez lúdica o emocionalmente catártica o catastrófica del remolino postrero que Varguitas denominó “La civilización del espectáculo”, y donde se contienen las claves de la paradoja entre la rauda dimensión de las posibilidades informativas y la inexistencia, progresiva y casi total y absoluta, del tiempo necesario para abstraer y comprender el caudal frenético de lo informado, y menos para realizar el prodigio de crear arte y contenidos espirituales a la medida del alma humana (ya tan ultrajada por los avances del ‘desarrollo’, que más proveen males que bienes, en la lógica inequívoca de la decadencia y de lo que debe morir y acabar para que otra cosa pueda renacer allí); el alma de nuestros días aciagos; avasallada ahora por sí misma y su novedosa ‘inteligencia artificial’; o a merced del entrópico e incontenible destino hacia el fin de la belleza, a la estandarizada uniformidad, a la esterilidad, la superficialidad y la infelicidad robotizada de un ser pervertido en humanoide atómico, en un funesto final, tan pleno de barbarie como en el principio cavernario de los tiempos, pero sin más evolución que la de su inminente estallido en la grandeza cósmica y determinada de cualquiera o de todos, lo mismo da, de los Apocalipsis en curso.

La deshumanización lectora es proporcional a la deshumanización creadora.

Nada hay sorprendente en la Tierra desde los tiempos de Macondo. Cuando el primitivismo, la imaginería, las calamidades, las devastaciones y las superposiciones y prejuicios y fantasías del sincretismo y el nuevo mundo hereditario de dominación colonialista y Santo Oficio y paganía y orfandad y rebeldía y mágica conciencia de lo propio y de lo inconcebible hicieron de la idiosincrasia aborigen y evangelizada, y de sus lenguas madres, sus mitos autóctonos entreverados y sus modos y sus oráculos, hicieron, entonces, todo junto, la piedra filosofal de una literatura de demiurgos y alquimistas que, tan comunes y corrientes en sus indumentarias y modos de ser, se alzaron sobre las obras mayores de su tiempo y universalizaron y encandilaron con su luz originaria y emanada de la profundidad de sus raíces y realidades históricas desconocidas y desde las ingenuidades y los fanatismos y las sabidurías espontáneas de sus pueblos inciviles y civilizados a golpe de penitencias y castigos, glorias colosales del tamaño de “Cien años” y de “La guerra del fin del mundo” traducidas a todos los idiomas conocidos y escandalizando los reinos de las letras y las tradiciones del Nobel con parajes inéditos y lenguajes expresivos de pueblos recónditos, entre Comala y Canudos, y formas narrativas y sustancias filosofales y poéticas convertidas en trabucos de interpretación de traductores superiores y desconcertados por esos reinos inasibles emergidos a la modernidad literaria por creadores que nadie podía suponer, en el mundo occidentalizado de imperios esclavistas regenerados por la democracia y la hipocresía civilizatoria, que procedieran de ese ‘salvajismo’ de explotación inmemorial que convirtieron en el amanecer de un verdadero nuevo mundo, y cuyo “boom” dio a conocer la genialidad literaria y universal de otros nombres remotos hasta entonces como los de Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Octavio Paz, Juan Carlos Onetti y Miguel Ángel Asturias, entre otros, sin los cuales no se concibe el tejido literario más original y más conocido en el orbe que es el de la literatura latinoamericana.

Porque, dijera Paz, nada cambió en la América anglófona estadounidense en los modos de decir las cosas porque los indios exterminados no aportaron nada a la simbiosis cultural y al paisaje literario inglés de su conquista. La América iberoamericana fue, en cambio, Eldorado de un mestizaje desmedido de fondos insondables y de formas nuevas y exuberantes. (¿Y habría que pedir perdón por esa fuente híbrida y heterogénea y desaforada de la cultura, de lo que se es, de los contenidos y los parajes rulfianos, por ejemplo, o entre los indígenas de José María Arguedas y los criollos de Rómulo Gallegos y José Eustasio Rivera? ¿No, más bien, como recomienda el propio Varguitas, hay que sacar de su entierro en la pobreza y la ignorancia secular, con democracias vindicativas y modernas cifradas en la educación y la cultura y no con discursos de condenación a la Conquista, a los pueblos, a los aborígenes y a todos sin excepciones, victimados por la injusticia y la desigualdad bajo el látigo del poder y las oligarquías lo mismo prehispánicas, que peninsulares, que criollas independentistas, que mestizas?)

Y sí, la conciencia muda de valor.

Del complejo reflexivo y filosófico representado por pensadores célebres y conocidos en las comunidades académicas y en ese medio mundo prehistórico del siglo veinte, como el de los escritores del “boom”, en el de la modernidad integradora y vertiginosa que a ese mismo paso que permite informar de manera instantánea del pasado -que antes tardaba siglos y luego décadas y luego años en recorrerse y de modo muy impreciso, aunque cada vez menos en el andar tecnológico y ahora digitalizado del tiempo- alumbra la brevedad del porvenir que se avista y se recorre cada vez más a toda prisa y al ritmo cada vez más artificial de la inteligencia; en esta modernidad bizarra y terminal del carbono (¿terminal, que acaso no podría ser salvada por la inteligencia artificial antes del colapso humano mediante la absorción del gas sobrante en la atmósfera?, pues acaso sí, aunque sólo para que la sobrevivencia mutante pereciera de cualquier modo en la ausencia de espiritualidad de la conciencia) desaparece del mismo modo, como la literatura premiada con el Nobel y ya casi desconocida para una cada vez más disminuida comunidad de lectores (y cuando mayor disponibilidad tecnológica existe para los libros y cualquier otra cosa consumible), desaparece la reflexión humanística, el Logos, el Ser, la conciencia, el valor de humanidad, la Humanidad… La Conciencia, sí, esa entidad tan cósmica y tan determinada y determinista como indimensionable -en el plano terrenal, donde hace la identidad de lo humano pero donde lo humano está impedido de precisarla- como todo lo que es decisivo y desconocido y regido por el imperio cuántico de la eterna (mientras no se demuestre lo contrario: la existencia de la Nada) verdad universal.

(La Conciencia… vaya tema que aparece aquí; derivado y esparcido en todo lo que nos define y nos torna infinitos y únicos en cada perfil intrínseco y onírico: sueños, ideas, sentimientos, imaginaciones, alucinaciones, invenciones, invocaciones, indefiniciones, devociones, insomnios, lucubraciones, temeridades, atrocidades, ansiedades, miedos, jetaturas, vocaciones, premoniciones, predestinaciones, redenciones, reencarnaciones, genialidades, angustias, desmemorias, perfidias, desfiguros y desplazamientos inconscientes, creíbles e increíbles, dentro y fuera de lo concebible y lo existente; y conquistas y desafueros enfermizos o lógicos o interpretables como eso que se es o puede ser: una hechura con materiales y motivaciones tan justificables en la Tierra como los que mueven a las bacterias mortíferas y salvadoras y exactas en su confección externa y sideral y venidas de perfectos ‘accidentes’ estelares, y que nadie -dentro de las pírricas nociones del conocimiento contrastable- puede negar si sí o si no tiene un proyección y un nexo, la Conciencia nuestra, la de aquí abajo, sobre la faz de la Tierra, con algo más allá de nuestras realidades posibles o concebibles, y que, en efecto, por algún canal de la espiritualidad o de la comunicación etérea, pueda alcanzarse o compartirse el deseo de un objetivo más allá de nuestras propias fuerzas y desde el criterio, tampoco negable por la ciencia ni por nadie en absoluto, de que el Todo, según las leyes universales y del mismo modo en su pasado que en su presente y su futuro, está tan predeterminado como el anterior y como el siguiente y como el último respiro de la vida, y como el destino, posible o no, del ascenso de la Conciencia al Infinito, como el espíritu que elevó a los cielos, en la imaginación de García Márquez, a la inmortal y levitante Remedios, la bella; una escena sacada de la verídica historia, según él, lo que tampoco es muy creíble, de una vecina de su madre que no encontró mejor manera de justificar, en el vecindario decente de su tiempo, la ausencia de su hija, que se había ido de puta con un padrote vividor de mujeres.) 

SM

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