Donald Trump, el presidente sabotea Estados Unidos: la mayor interferencia del 3-N no vino de Rusia, China, Irán o Corea del Norte

El Bestiario

Donald Trump puede abrazar y besar la bandera, pero está socavando la legitimidad de las elecciones y del Gobierno de los Estados Unidos, señala un artículo del New York Times, firmado por el articulista Nicholas Kristof.  Es difícil imaginar que la Corte Suprema, por muy politizada que se haya vuelto y más cercana al Partido Republicano, esté de acuerdo con tal farsa. No creo que Trump, si pierde de forma clara, pueda permanecer en el cargo; si intenta atrincherarse en el Despacho Oval, será escoltado fuera el 20 de enero de 2021 .Otros análisis similares se propagan por los grandes ‘mass media’ del mundo. Mientras escribo esto, todavía no sabemos con certeza quién ganó las elecciones, aunque Joe Biden parece estar en una posición fuerte para ganar la Casa Blanca y los republicanos para retener el Senado. No para de llover en Cancún, mientras redactamos esta columna. El todavía presidente Trump mintió al público el miércoles por la mañana temprano cuando reclamó la victoria y buscó un rescate judicial de los votantes. Su descaro socava el sistema electoral norteamericano y la idea misma de una transición pacífica del poder en países que nos sirvieron de paradigmas de las democracias surgidas  en la segunda mitad del siglo XX. Derrotados el nazismo de Adolf Hitler en Alemania, el fascismo de Benito Mussollini  en Italia, el falangismo de Francisco Franco en España, el imperialismo nipón en Japón… y otros nacionalismos supremacistas blancos, las democracias inorgánicas, como las definieron en la Escuela Francesa del Derecho Constitucional, de Maurice Duverger y Andrés Hauriou, o democracias burguesas en otros centros similares no lejanos al modelo constitucional de partido único de la extinta Unión Soviética.

Lo que Trump ya ha hecho en estos últimos días, semanas, meses y años, es lo que los rusos siempre han intentado hacer: poner en duda las elecciones estadounidenses y desestabilizar los Estados Unidos. La acusación federal de 2018 contra los piratas informáticos electorales rusos alegó que estaban involucrados en una “guerra de información contra los Estados Unidos de América”, al fomentar la confusión y la desconfianza que perjudican la integridad de las elecciones y dañan la legitimidad del gobierno que surge. Eso es precisamente lo que Trump ha estado haciendo y sigue haciendo ahora, con total impunidad. Puede que abrace y bese banderas americanas y pretenda ser un gran patriota, pero esto es una traición a su país. Los sectores más extremistas del exilio cubano anticastrista se han volcado con el saboteador. Su apoyo les va a pasar factura a nivel internacional. Su respaldo les llevó incluso a ‘exigirle’ al máximo líder norteamericano a que actuara sobre ciudadanos cubanos, algunos de ellos, nacionalizados norteamericanos, por no sumarse al ‘CubaneoShow’ o por el delito de tener unas ideas diferentes que defienden un embargo o un bloqueo a la Isla de Cuba. ¿Será un nuevo modelo de democracia bananera? Vergüenza ajena.

Si Joe Biden gana después de este envenenamiento del cáliz, heredará un país mal dividido tras unas elecciones que muchos considerarán ilegítimas, y será más difícil de gobernar y más difícil para los Estados Unidos ejercer influencia en todo el mundo. Una cosa es que los hackers rusos de San Petersburgo saboteen el Gobierno de Washington, y otra mucho más trágica es que el presidente haga lo mismo desde la Casa Blanca. El vicepresidente Mike Pence habló justo después de Trump y no repitió la afirmación de victoria del presidente o su llamamiento a los tribunales para que intervinieran. Pero Pence dejó que las mentiras de su jefe se mantuvieran en pie, y la mayoría de los líderes republicanos también se han callado. Hay familiares del presidente que acusan a su ‘partido republicano’ de dejarle solo a su padre y suegro, principalmente, a la hora de presionar con paralizar los ‘conteos ilegales’, para su legislación ‘trumpista’.  El último ataque de Trump a la integridad del sistema electoral de EE UU y a la transferencia pacífica del poder viene después de años de otras mentiras y esfuerzos para desacreditar el sistema electoral. Y sí, es cierto que es un sistema electoral que tiene obvios elementos antidemocráticos, pero esto no es de lo que Trump ha estado hablando.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

Biden ganará fácilmente el voto popular por millones de votos, y sin embargo el resultado está en duda sólo por el Colegio Electoral. Entre 2000 y 2016, en dos de las tres ocasiones en que los republicanos ganaron la presidencia, fue mientras perdía el voto popular. Y si la Corte Suprema interviene en esta elección, un tercio de los jueces fueron nombrados por Trump después de que él perdiera el voto popular por 2.9 millones de votos. El Senado tiene problemas similares. Los actuales senadores demócratas representan 14 millones de votantes más que los republicanos, pero son los demócratas los que están en minoría debido a la gran influencia de los estados de baja población. El senador Mike Lee, republicano de Utah, ha dicho sin rodeos, “no somos una democracia” sino una república (en realidad, somos ambos). Lee, junto con el senador Ted Cruz, republicano de Texas, incluso recomendó derogar la 17ª Enmienda, que prevé la elección directa de los senadores. Si los senadores fueran elegidos de nuevo por las legislaturas estatales, los republicanos ganarían unos cuantos escaños. En términos más generales, gran parte del Partido Republicano parece temer a los votantes y cree que su mejor camino hacia la victoria es suprimir la votación o incluso, en el caso del condado de Harris, Texas, descartar las papeletas. Ya no tenemos impuestos electorales ni cláusulas de derechos adquiridos para privar del derecho de voto a los votantes negros, pero los funcionarios del Gobierno de Republicano (GOP) modernizaron las barreras para el voto de la gente de color. Un cuidadoso estudio publicado en Scientific American el año pasado encontró que los votantes de los barrios predominantemente negros tienen 74 por ciento más probabilidades de tener que esperar más de 30 minutos para votar que los residentes de los barrios blancos. El mismo Trump dijo en marzo que se oponía a los esfuerzos para fomentar el voto porque “si lo aceptabas, nunca más tendrías a un republicano elegido en este país”.

Sin embargo hay otro pensamiento: Tal vez tanto republicanos como demócratas han sido demasiado rápidos en asumir que una mayor participación es inevitablemente mala para los prospectos del GOP. Esta elección parece haber tenido la mayor participación en 120 años, y Biden y Trump pueden terminar como los ganadores número 1 y 2 del voto popular en la historia de América. Trump tuvo el apoyo de millones de votantes más en esta elección que hace cuatro años. Según las encuestas a boca de urna, Trump ganó los votos del 18 por ciento de los hombres negros y el 36 por ciento de los hombres latinos, junto con los del 58 por ciento de los hombres blancos. Los demócratas tenían mucho a su favor en esta elección: un candidato considerado tranquilizador y elegible, oleadas de nuevos atropellos de Trump, frecuentes revelaciones de corrupción o impropiedades que lo involucraban, denuncias de él por parte de familiares y antiguos ayudantes y, sobre todo, una pandemia mal gestionada que mató a 230 mil estadounidenses y devastó la economía. Muchos votantes vieron todo esto y no se inmutaron. El Dr. Irwin Redlener, experto en la gestión de desastres sanitarios, dice que Trump ganó en nueve de los 10 estados con mayor prevalencia del coronavirus. Así que, mientras al The New York Times le preocupa el esfuerzo de Trump por hacer el trabajo de Rusia y deslegitimar esta elección, también sigue luchando con esta cuestión: ¿Cómo es que tantos millones de estadounidenses vieron a Trump durante cuatro años, sufrieron el dolor de su torpeza con el Covid-19, escucharon su corriente de mentiras, observaron sus ataques a las instituciones estadounidenses – y luego votaron por él en mayor número que antes? La respuesta, urgentemente, visiten Miami y piérdanse por su ‘Pequeña Habana’ y vean sus programas de radio y televisión, amén de sus periódicos Miami Herald y el Nuevo Herald. La ignorancia es atrevida. Muchos no son más idiotas porque no se entrenan. Se olvidan de las palabras de Donald Trump que dedicaba a los cubanos no hace muchos años atrás, totalmente despectivas y despreciativas. “Igual somos hijos del maltrato…” me decía mi amigo Gustavo Mesa, jubilado hoy del TuriTaxi, y residente en Centro Habana, en la calle San Francisco. Su amigo es Néstor Milí, director de la revista Tropicana Internacional, donde colaboré junto al escritor Leonardo Padura. Son los tres grandes historiadores de la Cuba, real, popular. En Wikipedia  las autoridades de Cuba se definen como un Estado socialista de derecho y justicia social; con un sistema político de partido único gobernado por el Partido Comunista de Cuba (PCC), cuyo papel se encuentra amparado por la constitución. Es una nación en vías de desarrollo que adopta para sí una economía planificada, con reconocimiento y control del mercado; cuyas principales actividades son las exportaciones de azúcar, tabaco, café, productos farmacéuticos y profesionales especializados, principalmente en la medicina, la informática, las ciencias agrícolas y la biotecnología. Ocupa el puesto 68 en el Índice de desarrollo humano elaborado por la Organización de las Naciones Unidas, y el 6 entre los latinoamericanos. En Florida siguen consultando a sus orihas y sus achés cuando se acabará con el ‘socialismo’ o ‘comunismo’… El silencio es la respuesta. No entienden como sus ahijados apoyan a Donald Trump y le instan a incrementar las medidas a favor del ‘embargo’, donde sus propios padres, hijos, esposas, tíos, primos… sufren las consecuencias.

Osogbo es un entorno negativo del pasado, presente o futuro de la persona consultada, o sea, un mal que tuvo, tiene o que va a tener

Historias del Osogbo. ¿Qué significa Osogbo en la Santería Cubana? Es un entorno negativo del pasado, presente o futuro de la persona, o sea, un mal que tuvo, tiene o que va a tener la persona que se consulta. Osogbo, es en sí, lo contrario a Iré (buena energía). Iré para los actuales cubanoamericanos trumpistas. En los años en los que editamos varias revistas en La Habana, merced a la primera Ley de Inversiones (Mar Caribe, Récord y Habanera) conocimos a muchos compañeros extremistas. Buena parte de ellos viven hoy en Miami. Se cumple el dicho que dice que detrás de un extremista hay un oportunista. Para ese tipo de personas los cubanos tienen varias denominaciones. Yo he quedado con tres: imperfecto, empachado y cuadrado. Imperfecto: este término puede ser atribuido tanto a tu jefe como al cabeza de familia. Se trata de personas que por lo general tienen autoridad y poder sobre otras y ejercen su papel a cabalidad. Por lo general no tiene buen carácter, tratan a los otros como si fueran menos que ellos, exigen y ellos mismos violan sus reglas. Suelen ser muy severos en los castigos y elevar la voz constantemente. Empachado: el empachado no es más que el extremista nato. Cuando se siente en posición de ventaja la aprovecha y pisotea a los demás, a veces sin razón alguna. Si siente que algo o alguien amenaza su puesto, trata de hundirlo para eliminar la competencia. Creo que el término surge de lo que los cubanos llaman empacho, una suerte de mal de estómago, sumamente incómodo. Quizás se hace la analogía con lo molestos que resultan este tipo de individuos.  Cuadrado: ya lo dice el nombre, una persona sin flexibilidad alguna, empecinado en su criterio y que no admite otro, aunque sea coherente. No hace caso de justificaciones ante incumplimientos ni tiene en cuenta los problemas ajenos. Para los cuadrados lo primordial es quedar bien ante los superiores sin importar como.

“Queremos creer que  Donald Trump no va a ganar”. Esta frase de un mexicano pudimos oírla en una entrevista realizada por las cadenas televisivas internacionales Euronews, CNN, Reuters y ABC en la sede del Partido Demócrata en Phoenix, Arizona. La movilización latina que lleva creciendo desde hace una década ha dado a los demócratas el poder local por primera vez. El condado de Maricopa, en el que el dominio republicano dejó un personaje tan siniestro como el sheriff Joe Arpaio, el que vestía a los presos de Migración con pijamas rosas, cambió este martes por la noche. Con él, cambió Arizona, que según las proyecciones votó por un candidato presidencial demócrata. “Nunca habíamos tenido una mayoría demócrata en el condado de Maricopa”, explicaba Maritza Saenz, directora ejecutiva de los demócratas del condado. Su estrategia desde hace más de una década: sacar a votar a mexicoamericanos desenganchados del sistema político. “Les hablamos a demócratas que no votaban porque nadie les hablaba”. “Nosotros no somos Florida”, decía Saenz sobre la generalización simplista del voto de los latinos. “Aquí, los latinos tenemos que luchar para ser vistos como iguales, habiendo nacido aquí tenemos que luchar por el derecho a existir en nuestra propia comunidad”. El entusiasmo del equipo de Saenz por haber dado un vuelco a Arizona se veía aguado por la complicada situación que las pantallas de televisión mostraban para Joe Biden en el resto del país. Arizona no es Florida. El milagro de los papas Francisco y Benedicto XVI estaba a ñpunto de lograrse este jueves: la victoria de Joe Biden y la destitución de Donald Trump. “Queremos creer que  Donald Trump no va a ganar”.  Parecía un ‘milagro imposible’…

En ‘Tierras de Libertad’ se primó ante todo la economía, descuidando la salud pública, mofándose del equipo de epidemiólogos

Los ciudadanos de La Habana soñaban con ser gordos en la Cuba del ‘Período Especial’, tras la desaparición de la Unión Soviética.  Donald Trump, durante su mandato de cuatro años, ha estado obsesionado con  La Habana, adoptando mil y una resoluciones para hacer cada día más difícil la vida en la Isla, basándose en la legislación de embargo o bloqueo contra el Gobierno socialista. Buscaba el apoyo en la comunidad anticastrista más extremista de Florida. A sus integrantes no les importaba que sus propios familiares pasaran serias dificultades. Se imponía la táctica y estrategia del sufrimiento para protagonizar insurrecciones en las calles de las principales calles de ciudades y pueblos. Todo ello coincidió con la pandemia de Covid-19. Mientras las autoridades cubanas priorizaron al máximo el mantener la vida de los ciudadanos,  con menos de dos centenares de fallecimientos, en ‘Tierras de Libertad’ primaron ante todo y sobre todo la economía, descuidando la salud pública, mofándose del equipo de epidemiólogos…  El presidente Donald Trump resultó contagiado, al igual que su esposa Melania… En un par de días ‘Donald Superman’ salió como nuevo del Hospital Militar. Otro cuarto de millón de norteamericanos no tuvo tanta suerte, muriendo en el intento. Trump con sus cientos y miles de ‘hechos alternativos’ y ‘fake news’ provocó el que su contagio formara parte de alguna estrategia política distópica.

La comunidad cubana de Miami asistió, meses atrás, de nuevo como convidada de piedra, a un cambio histórico en La Habana: el final de la presidencia de Raúl Castro, que cedió su puesto a otro compañero, Miguel Díaz-Canel. Con la fe en una caída súbita del régimen perdida hace décadas, en la capital de la diáspora cubana se ha consolidado un sentimiento de expectativas limitadas; pero la retirada del apellido Castro del primer plano, de fuerte calado simbólico, renueva su desgastada esperanza de transformaciones en la isla. Todos saben que ni los cientos de huracanes ni el ‘Período Especial’, desaparecida la Unión Soviética, fueron capaces de tumbar a la Revolución Cubana. La ‘paz’ ciclónica de los últimos años hacen sospechar de que Dios no es de derechas sino de izquierdas…, apuntaba un fiel antifidelistacastrista del Versailles de La Florida…

Javier Gurruchaga, el de la “Orquesta Mondragón”, se inspiró en ese deseo reprimido de los cubanos para loar a las gordas

Cuba logró convertirse en el primer país del mundo ‘libre de gordos’. Los habaneros y los santiagueros de entonces soñaban con ser gordos. Nadie quería ser flaco. Todos querían ser gordos. Parecía un mundo al revés. El cantante español Javier Gurruchaga, el de la “Orquesta Mondragón”, se inspiró en ese deseo reprimido de los cubanos para su canción donde loaba a las gordas. Esta canción, “Ellos las prefieren gordas” fue un éxito de ventas en España y en otros países europeos y latinoamericanos. Gurruchaga, donostiarra (nacido en San Sebastián, País Vasco), era visitador asiduo de las fiestas que se celebraban casi todos los días de la semana en la capital cubana. La más famosa, la que se conocía como ‘El Periquitón’. Era el lugar de encuentro de una auténtica ‘movida habanera’. El escenario, una amplia propiedad privada, ‘visitada’ más veces que menos veces por la Policía. No faltaba alguna que otra ‘bronca’ de gente pasada de tragos, donde algo tenían que ver los adulterados rones y los ‘terminators’ que se obtenían mediante alambiques y filtros caseros instalados ilegalmente en barrios como Marianao, La Lisa, Santa Fe, San Miguel del Padrón; Centro Habana, Diez de Octubre, Luyanó…, a partir de los alcoholes que se repartían en la ‘Bodega’, a la población para sus hornillos de cocina, muchos de ellos también ‘inventados’. Estos ‘tragos de la hostia’, como los bautizaban los gallegos borrachines,  y conocidos en Cuba como ‘chipetrenes’ y ‘azuquines’, aparte de ‘arrasar’ las gargantas, los esófagos y estómagos de lo flacos cubanos, ofrecían un súbito ‘colocón’ al consumidor.

Algunos, llevados por el empacho etílico y por sus fiebres nacionalistas y antiimperialistas no dudaban en afirmar… “Esto es lo mejor de Cuba… Un día si prueban estos ‘chipetrenes’ y ‘azuquines’ los yanquis, olvídate de la coca en ‘la yuma’ y en el mundo mundial. Te metes tan solo un par de tragos y comienzas a bailar bajo las estrellas como si estuvieras en ‘Tropicana’….”. La falta de ‘jama’ aceleraba, como no, los ‘colocones’ de ‘El Periquitón’. No faltaban también fármacos como ‘parquisonil, ‘atropinas’ o ‘mercas’ -éstas últimas no eran más que anfetaminas, tranquilizantes, relajantes, ‘meprobamatos’, ‘diazepanes’… machados-. Se ‘expendían’ sin recetas en las amplias ‘farmacias’ instaladas y abiertas las 24 horas en todos los cuartos de baño y cocinas de las viviendas de Cuba. Comida no había en las ‘fridges’, pero sí medicamentos. ¿Qué hubiera sido de los cubanos sin ellos? La medicina preventiva desarrollada por los dirigentes revolucionarios, ostigados por el bloqueo enemigo que impedía disponer de material para desarrollar una medicina hospitalaria, tenían un efecto ‘terciario’: La hipocondria generalizada. Había que educar a la población a prevenir y estar atento a cualquier brote de dengue u otra epidemia, alguna inducida desde el vecino exterior del Norte. “No estábamos paranoicos. Pudimos demostrar en más de una ocasión que llegaban a regar con productos químicos nuestras casas y nuestras cosechas para jodernos. Esta gente de los gobiernos de EE UU tiene un lado no amable, no democrático. No les importa bombardear Bagdag y matar a miles y miles de civiles… y pasarnos imágenes, sin una gota de sangre, de colorines verdes, casi siempre nocturnas, como si estuviéramos jugando al Nintendo o al Play Station…”, nos explican varios cubanos.

La ‘farándula’ sentada en El Malecón, frente a la Fiat o al Hotel Nacional, se solidarizó con el director manchego y su “Ley del deseo”

Con ellos compartíamos un descanso tras ‘Andar La Habana’, como dice el historiador Eusebio Leal, recientemente fallecido, sentados en los soportales del emblemático edificio ‘art deco’ de El Vedado, López Serrano… El agua era el producto VIP (el very important personality, el que más mea, el mocomgo achevere, el pincho…) de las estanterías de las destartaladas neveras, en su totalidad norteamericanas, usuales en Cuba antes del triunfo de la Revolución, y que habían aguantado firmes décadas de socialismo… “Si hubiéramos metido de repente un kilo de carne, de pollo o de pescado en esos frigoríficos -entenderá que hablar así era delirar en los noventa…-, estamos convencidos que se hubiesen quemado sus motores o hubiesen comenzado a reírse los ‘fridges’…”. Estos psicotrópico eran los ‘éxtasis’ y los ‘cracks’ del ‘Período Especial’ de la gente más ‘guapa’.

Pedro Almodóvar y sus chicas, entre ellas Bibi Andersen, hablando de ‘movidas’, protagonistas ellos una década atrás de la ‘Movida Madrileña’ en el barrio de Malasaña y en sus bares de copas como la “Vía láctea”, acudieron al encanto de ‘El Periquitón’. En una ocasión, hubo una redada y fueron trasladados a una estación policial. La popularidad de los ‘Almodóvar’ movilizó al personal de la Embajada de España. La detención se convirtió casi en secreto de Estado tanto en Cuba como en el país ibérico. La Isla, desafortudamente para Pedro y Bibi, disponía por entonces de unas ‘redes virtuales a lo cubano’, conocidas popularmente como ‘Radio Bemba’. Una historia verídica acaecida en una calle se convertía como por arte de magia en leyenda en apenas una cuadra. El personal de la noche habanera, que recibía el amanecer sentado en El Malecón, frente a la Fiat o al Hotel Nacional, se solidarizó con el director manchego y su “Ley del deseo”. Su detención era el ‘monotema’ esa madrugada. Hay quienes situaban a los españoles en prisión, cuando estaban ya en libertad, siguiendo su juerga en el corazón de El Vedado. Dicen que Bibi Andersen se enamoró ese día de un ‘jinetero’ tonto que vivía en plena Rampa, Asdrúbal, con quien convivió en Madrid durante años. Asdrúbal es hoy un cotizado modelo, ‘desfilador’ de la Cibeles. Bibi Andersen sigue trabajando en cine y en teatro. Y Almodóvar, estrenando. Todos ellos encontraron la marcha y libertad de antaño que se vivió en los primeros años de la transición en España, en las calles de la ‘dictadura castrista’, como gustan así calificarlas los dirigentes del Partido Popular de España, eufóricos al conocer por las encuestas que España quiere cambiar de Zapatero.

Españoles y europeos arrastraban mil ‘historias’ sexuales, aderezadas de un auténtico cáncer, la soledad, venían a Cuba y no se sentían solos

“Muchos españoles que no hablaban  más que ‘mieda’ de nuestro sistema y dirigentes -eran un ‘faltaderespeto’- venían buscando una libertad en las relaciones personales que no la tenían en su país-. El sexo para nosotros es tan importante y necesario como comer y beber. Todos ellos arrastraban mil ‘historias’ sexuales, aderezadas de un auténtico cáncer: la soledad. Venían a Cuba y no se sentían solos. Compartían nuestras fiestas y nuestras amistades. Muchos se enamoraron. Como ocurre en la vida, algunos matrimonios se mantienen después de muchos años y otros se rompieron. Estos ‘pepés’ españoles era los más ‘sorros’. Su discurso inicial en torno a los cubanos y cubanas tuvieron que guardárselo para su regreso a sus aburridas y somníferas reuniones partidistas en Castilla y La Mancha, Valencia, Madrid… Aquí hay putas y putos como puede haber en España. Pero podemos decir bien claro y con el orgullo que nos caracteriza que no tenemos periódicos como ABC, La Razón, El Mundo…, todos ellos de extrema derecha, con miles de anuncios de prostitución permitida por las autoridades. Detrás de los ‘puticlubs’ que se anuncian hay toda una red de trata de mujeres y esos lugares son propiedad de muchos ‘peperos’ que se han hecho millonarios explotando comercialmente el sexo… El sexo es algo natural no lo aderecemos con falsas moralinas. Quisiéramos ser sinceros. La comida superaba por goleada al sexo y al beber en los noventa. Todos soñábamos con ser gordos… No queríamos ser flacos. Todos queríamos ser gordos. En el mundo occidental no creo que hubiera un país donde la gente deliraba con la gordura…”, nos recalcaban nuestros confidentes cubanos.

En aquellos años editábamos en Cuba la revista “Mar Caribe”, dedicada al mundo del mar. Sufrí en carne propia los avatares de ‘El Período Especial’.  El dinero no lograba atraer a la comida. No había comida. Y la que llegaba, el Estado la repartía disciplinadamente entre la población. Los residentes teníamos también nuestra ‘cartilla de racionamiento’. Nuestra empresa mixta contaba con un “Lada Combi”, de color rojo. Los viernes le metíamos una ‘mentira piadosa’ a nuestro director, Rolando Díaz Aztarain, quien fuera jefe de la Marina de Guerra de Cuba y ministro de Incautación de Bienes Malversados del primer gabinete revolucionario. “Vamos a hacer unas visitas para captar publicidad”. Tomábamos la dirección contraria, adentrándonos en la Habana campo hasta llegar al puerto de Batabanó, al sur de la Isla. En nuestra clandestina excursión lográbamos surtirnos de viandas, carne y pescado. Compartíamos parte del ‘botín’ con Rolando, diciéndoles que en la Habana Vieja, los camiones de la EJT (Ejército Juvenil del Trabajo) habían repartido entre la población algunos víveres. Antes de nuestro regreso a la oficina, limpiábamos de tierra roja al rojo ‘Lada Combi’, al que habíamos reconvertido en un ‘camión de abastos’ para no ser descubiertos por nuestro director, ya fallecido a quien recuerdo con mi amigo, el que fuera exembajador de Cuba en España, Gustavo Mazorra; Antonio Núñez Jiménez, quien protagonizara una expedición “ desde 1987 a 1988, en la que se recorrieron veinte países a través de los ríos Napo, Amazonas, Negro y Orinoco y luego por el mar de las Antillas. También escribía con nosotros el científico Jorge Ramón Cuevas, director del programa de la Televisión Cubana, “Entorno”.

El Ministerio de la Salud Pública repartió entre la población concentrados vitamínicos “Polivit” y “Multivit”, ante la ‘neuritis óptica’

Nosotros éramos unos privilegiados. Estos ‘suministros’ en la provincia de La Habana nos relajaba a la hora de ejercer de obligados ‘Granjeros, últimos modelos’ -nombre de una serie norteamericana de televisión, popular en aquellos años-. En la mayoría de las casas, los cubanos y sus mascotas compartían sus espacios vitales con media docena de pollitos. El Estado, ante la difícil situación alimentaria, repartió a las familias estos animalitos para que se criaran y sirvieran de aportación de proteínas. Por entonces hubo serios problemas entre la población, provocados por la falta de vitaminas. Los cubanos recuerdan la ‘neuritis óptica’. El Ministerio de la Salud Pública repartió entre la población concentrados vitamínicos bajo las denominaciones de “Polivit” y “Multivit”. Sus grageas eran de color amarillo. Nunca me pudiera explicar muy bien lo que les diferenciaba. Era una novedad que un casi idéntico producto se ‘comercializara’ bajo dos nombres, en el país de los medicamentos, refrescos, yogures, mermeladas…, todos ellos ‘genéricos’.

Mi amiga Rita Almaguer me aclaró hace unos días la diferencia entre el “Polivit” y el “Multivit”. “Polivit se compone solo de 3 vitaminas (B1, B6 y B12) y el Multivit se compone de esas 3 vitaminas en otras concentraciones, mas vitamina E, vitamina C, hierro, y muchas más de ahí su nombre de Multi (múltiples) vit (vitaminas). El color está dado por su composición en la vitamina B12 mientas mayor es su concentración su color tiende a rojo y el amarillo es la mezcla de ellas en igual concentraciones…”. El Estado se sobrepasó al repartir estas vitaminas. Los habaneros no sabían qué hacer con tanta vitamina. Enseguida encontraron otras aplicaciones para el “Polivit” y el “Multivit”. Su color amarillo sirvió para acompañar al arroz amarillo, ante la ausencia de azafrán y otros condimentos desaparecidos como eran los de “Gallina Blanca” o “Vitanova”. Hasta el arroz blanco que acompañaba a los frijoles dormidos se ‘achinó’.

No solo los pollitos fueron los nuevos miembros de la familia del ‘Período Especial’, el puerquito se alojaba en la bañadera de la casa

Los pollitos sobrevivían con las pocas sobras que restaban en los calderos. Los dueños de la casa ampliaron la utilización de los complejos vitamínicos, atiborrando a las aves con ellos. Lo que no calcularon bien los cubanos fueron las dosis adecuadas para los pollitos. Les despertó de tal manera su apetito que éstos arrasaron con todo lo comestible a su alrededor. Hasta los perros huían de ellos. Muchos abuelos siguen todavía buscando sus dentaduras postizas y prótesis que refrescaban en vaso de agua. San Lázaro y otros santos se quedaron sin frutas en sus altares. Las hojas del diario “Gramma”, sufrieron los picotazos, mejor destellos de los pollitos quienes no respetaban  ni al órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Los resultados: los pollitos, en apenas tres meses, parecían ‘avestruces’ del Caribe. La hora de la verdad no tardó: ¿Quién mataba al pollito?, era la pregunta. Muchos de los pollitos llegaron hasta su Tercera Edad como integrantes de pleno derecho de la unidad familiar, ante la negativa unánime de los niños a sacrificarlos. En otros casos, los cubanos más prácticos, intercambiaban los ‘avestruces’ con otros vecinos y cada uno se comía el pollito del otro. Los más jóvenes recuerdan el sufrimiento que la muerte obligada de sus ‘hermanos’ les acarreó. “Mi primera experiencia vital con la muerte de un ser querido la tuve aquellos días tan tristes del ‘Período Especial’…”, nos recordaba estos días una amiga cubana.

No solo los pollitos fueron los nuevos miembros de la familia impuestos por el ‘Período Especial’. Hubo otro más importante y de mayor tamaño, el puerquito, al que se alojaba en la bañadera de la casa. En principio nadie protestó, pero llegaron los malos olores, las infecciones… instándose a los vecinos a desprenderse de los gorrinos. La mayoría de los propietarios de esta ‘joya de la corona’ no siguieron  las ‘consignas’ -algo consustancial a los gallegos, gallegos, quienes disponen cada uno de ellos de códigos penales, códigos civiles, leyes de enjuiciamiento criminal y leyes de enjuiciamiento civil propios y adaptados a las necesidades reales de cada gallego-. Para no ser detectado el animal de las ‘bañaderas’ por sus habituales ‘chillidos’ una legión de veterinarios e incluso de cirujanos hospitalarios se prestaron a realizar ‘operaciones’ para dejar a mudos a los ‘porkys cubanos’.

Nos desplazamos hasta Holguín y visitamos una fábrica de muñecas, todas eran calvas, el  pelo tenía otro destino,  por el caro ‘desrís’

La crianza de los puercos requería de una mayor limpieza que los pollitos, así como una mayor aportación de piensos y alimentos. El mercado negro creó un servicio a domicilio para los nuevos comensales. Sus dueños tenían como meta el engordarlos lo más posible para asegurar el puerquito para Fin de Año. Su sacrificio o no conllevó hasta separaciones familiares. “El animalito con quien uno compartía uno de los lugares más sagrados e íntimos como es un cuarto de baño no podía desaparecer de nuestras vidas, así por así, aún a riesgo de desnutrición del resto de los humanos. El atracón de Fin de Año, al fin y al cabo, no iba a solucionar demasiado los problemas alimenticios derivados de la desaparición de los ‘bolos’ (soviéticos)…”. Una doctora amiga de Camaguey me confesó un secreto familiar relacionado con el puerquito que les restó el servicio del baño. “La familia compró a un guajiro cuatro puerquitos de una camada. Cada hijo se llevó su animalito a su ‘bañadera’. Todos recibían la misma cantidad de pienso para su crecimiento”. Desafortunadamente para mi amiga, el suyo no crecía. A simple vista no parecía padecer de ningún transtorno de hipófisis o enanismo. Esperaron unas semanas por si se emparejaba con sus hermanos. Le doblaron y triplicaron su ración de pienso. No hay puerquito que hay comido tanto pienso en Camaguey. La Naturaleza se resistió al abuso de comida. El puerquito siguió siendo puerquito hasta el fin de sus días. No obstante, su primitivo nombre de Goliath, más bien una metedura de pie del ‘padrino’, hubo de ser cambiado para no sufrir la familia las bromas de algunos visitantes vecinos, muchos de ellos llenos de ‘cochina envidia’. El cochinito fue rebautizado con un nombre más acorde a la realidad: Bonsai.

Las cubanas que tuvieron cargar sobre sus espaldas su habitual trabajo profesional, las mágicas recetas que se veían obligadas a inventar día a día ante la maldita escasez de materias primas, fueron las auténticas heroínas de lo que se conoce como ‘Período Especial’. Falta por escribir un libro con todos estos platos ‘especiales’. Las cubanas son merecedoras de un homenaje por la ‘batalla’ que protagonizaron en la ‘década menos prodigiosa’ de sus vidas. El tema de ‘El Período Especial’ da para muchas columnas periodísticas. En aquellos días nos desplazamos hasta Holguín, en el Oriente de Cuba, y visitamos una fábrica de muñecas. Todas eran calvas. El pelo tenía otro destino. Muchas mujeres de ‘pelo malo’ utilizaban ese pelo para hacerse ‘trenzas’ que es lo que se lleva’ y olvidarse del caro ‘desrís’. “No había para productos de alisar el pelo ni tintes. Una no se podía arriesgar. Los tintes se conseguían en ocasiones del interior de las pilas alcalinas ya usadas o de otros ‘inventos’. ..”. Si las muchachas se hubieran dejado llevar por su la normal ingenuidad juvenil y no ser advertidas por sus madres y abuelas, hoy estaríamos pensando en titular nuestro próximo trabajo de ‘El Período Especial’, “Cuba, el país de las muchachas calvas”. Afortunadamente las cubanas consiguieron reconducir la difícil realidad, no exenta de momentos de humor caribeño…

Solo una persona engordó en La Habana, el escultor y pintor español, José Miguel Utande, al ‘malcomer’ las galletas ‘Biomanán’

Los propios cubanos tienen un cuento para cada uno de sus momentos históricos. El ‘Período Especial’ tiene por ello, una ‘pila’. Hemos elegido uno. Nos contó un compañero del Comité Central. “Un joven llega a la casa partido del hambre y le pide a su madre que le prepare algo. Su madre le responde que el ‘fridge’ está vació. Sólo hay agua. Los mandados de la bodega no llegaban hasta la noche. El panecillo diario se retrasaba también, al irse la luz y no poder trabajar los panaderos. El joven miró al asustado loro, que dominaba desde su jaula la escena. Mami, fríeme al loro. No hay aceite. Mami, sancóchame, al loro. No hay gas. El joven desesperado se va de la casa, dando un portazo a la puerta. Me voy para la pinga de esta casa. Era un poco malcriado. Voy a ver si consigo un par de ‘Zas’ (hamburguesas de mucha soya y poca carne). En ese momento el loro respiró aliviado, superado el peligroso instante que solicitaban su sacrifico, y ya eufórico, comenzó a gritar como un loco, ‘¡Viva Ronald Reagan!’…”. La actitud del republicano Ronald Reagan, aumentando si cabía más el bloqueo contra Cuba, no fue tan mala, al menos para el loro. El loro, aunque pertenecía a una casa de patriotas cubanos y él era uno más, era ante todo un animalito agradecido y lo demostró con ese firme apoyo al presidente de los Estados Unidos de América.

En este ‘Período Especial’ solo una persona engordó en aquellos días en La Habana. El escultor y pintor español, José Miguel Utande, aprovechando unas vacaciones de más de dos meses en La Habana, donde se dedicó a pintar en una casa, en el barrio de Santa Fe, cerca de la Marina Hemingway, se trajo de Madrid una maleta con una escultura realizada por él, en bronce, de la que fuera presidenta del Partid Comunista de España, Dolores Ibarruri, “La Pasionaria”, donde además introdujo más de doscientas galletas dietéticas “Biomanán”. Este producto era el no va más por entonces. Todo el mundo estaba obsesionado, en la próspera Europa del bienestar de los Felipe González, Francois Miterrand, Olof Palme, Mario Soares, Willy Brand, por adelgazar y lo lograban mediante el ejercicio, menos comida y unas galletas innovadoras, “Biomanán”. La clave de estas era comerlas antes de cada comida, acompañadas de no menos de dos vasos de agua. “El ‘Biomanán’ se ‘hincha’ en el estómago y uno come ya menos pues desaparece el hambre…”, explicaban los fieles ‘creyentes’ del producto milagroso. José Miguel Utande, hombre de izquierdas, exiliado obligado en París, Francia, en la España de Franco, no prestó demasiada atención a los mensajes publicitarios de “Biomanán” y su uso correcto. La presbicia le impedía leer sin gafas las ‘indicaciones’ de los mil y un productos que invaden nuestras vidas. En lugar de comer las galletas antes de cada comida, las devoraba al final, como un postre de chocolate amigo. El resultado fue de escándalo. Regresó a su país con catorce kilos de más, algo inusual en el ‘Período Especial’. Iñaki Zuloaga y José Miguel Argintxona acompañaban a José Miguel Utande. Este era de Madrid, Iñaki y Joseba, vascos, de Eibar. Los acompañantes no cayeron en la trampa del “Biomanán”. Comieron las mismas cantidades de comida que el artista, pero sin galletas. Adelgazaron los dos. En aquellos años todo el mundo estaba o se transformaba en flaco en la Cuba de ‘El Período Especial’. La excepción, José Miguel Utande, confirmaba una vez más la regla. “Voy a presentar una demanda contra ‘Biomanán’, pues no sólo no he adelgazado sino que he engordado una barbaridad. No me sirve la ropa. Intento ponerme los pantalones y las camisas y necesito la ayuda obligada de alguien. Parezco un banderillero en su faena de ponerse el traje de luces, antes de salir al ruedo…”, se lamentaba José Miguel Utande. Puedo atestiguar que nadie engordaba en el Caimán Verde en el ‘Período Especial’. Cuba era el único país del mundo donde los ciudadanos soñaban con ser gordos.

En el país de la célebre bailarina Alicia Alonso, en busca de cuerpos perfectos, nació un grupo llamado “Danza Voluminosa”

Muy lejos de las siluetas esbeltas de la danza clásica, un grupo de cubanas repite los movimientos del Lago de los Cisnes. Tienen sobrepeso pero han logrado convertir su problema en una propuesta estética. En el país de la célebre bailarina Alicia Alonso, famosa por el rigor en busca de cuerpos perfectos, este grupo llamado “Danza Voluminosa” está sobre los escenarios desde 1996. Su creador Juan Miguel Mas, formado en danza contemporánea, también busca movimientos perfectos pero adaptados a personas obesas. Mas se fijó la idea de trasladar su experiencia artística a cuerpos “blandos y anchos” como el suyo, según explica a la AFP este hombre corpulento de 50 años que lleva una discreta coleta. “Se me ocurrió la idea de crear un espacio donde esas personas pudieran entrenarse, desarrollarse y crear danzas a partir de estos cuerpos”, señala. Desde hace 20 años, al menos dos veces por semana, este coreógrafo convoca a sus bailarinas a su pequeño apartamento, en el popular barrio de Marianao, en La Habana, para exigentes ensayos.

Después de una sesión de estiramientos, las bailarinas realizan movimientos simples y elegantes. Nada de saltos ni acrobacias, apenas flexiones y movimientos de brazo. Actualmente ningún hombre forma parte del ballet que dirige Mas. A estas bailarinas aficionadas les cuesta a veces mantener el equilibrio con la pierna estirada hacia atrás, incluso se quejan de dolor cuando por pedido del coreógrafo deben dejar en suspenso algún movimiento por algunos segundos. Nuestras danzas no “van a ser iguales que las danzas de las personas delgadas, porque tenemos otro peso, otro estado físico”, explica Mas. “Además -añade- durante estos 20 años hemos investigado sobre el cuerpo voluminoso para que se mueva estéticamente mejor, para hacerlo rendir a partir de estas características”.

“En las primeras funciones había un silencio sepulcral, algunos se levantaban y se iban y algunos se reían, al final aplaudían mucho”

“Danza Voluminosa” ha actuado varias veces frente al público, y enfrentado reacciones diversas. En las “primeras funciones había un silencio sepulcral. Algunos se levantaban y se iban y algunos se reían (…), pero cuando la gente vio el desarrollo de nuestro trabajo, lo fuerte que era y que había detrás todo un entrenamiento, un sentido estético, al final aplaudían mucho”, recuerda Mas. “Logramos ganar un público”, se felicita. Rubí Amaro, una bailarina de 34 años, corrobora con orgullo las palabras de su coreógrafo: “Ya nadie se burla, prestan atención”. En este grupo de danza no hay límites de peso. Cada bailarín puede estar entre los 100 y 120 kilos. “Siempre me gustó el ballet clásico, pero las gordas no bailan el baile clásico (…) La personas obesas siempre están muy estigmatizadas por la sociedad”, lamenta Maylin Daza, una ama de casa de 36 años. Lejos de amilanarse, Daza, de estatura imponente, buscó entonces a personas con apariencia similar que compartieran los mismos gustos. Hasta hace unos años la compañía de “Danza Voluminosa” llegó a tener hasta 20 bailarines, pero ahora son solo siete tras una serie de deserciones y dos muertes recientes. “No ha sido una trayectoria tan fácil, perdimos compañeras por la misma obesidad”, recuerda Daza.

En Cuba, un 44.3% de sus 11 millones de habitantes tiene sobrepeso o sufre de obesidad, según reciente estadísticas del Sistema de Vigilancia Alimentaria y Nutricional (Sisvan). Sin embargo, para el director de este inusual grupo de ballet las páginas tristes de esta historia no lo desalientan. Todo lo contrario. Esto “nos ayuda a sentirnos saludables, a no abrir la puerta a esas enfermedades que trae consigo la obesidad”, afirma. Sin embargo, aclara que su compañía no es una alternativa para reducir talla. “No es que tú vengas aquí a bajar de peso, sino que vienes aquí a sentirte bailarín; a expresar ese bichito artístico que uno lleva adentro a través de la danza”. Esta iniciativa de Juan Miguel Mas era una utopía en el ‘Período Especial’. Cuba era, sencillamente, un país libre de gordos.

Un ricachón neoyorquino estaba convencido de que podría disparar a alguien en la Quinta Avenida y la gente le seguiría votando

El mismo tipo que se había presentado a las elecciones convencido de que podría disparar a alguien en la Quinta Avenida y la gente le seguiría votando. Igual que entonces, durante los primeros años de su Gobierno mucha gente se preguntaba: ¿Cómo respondería Donald Trump ante la llegada de una gran crisis nacional? Y llegó la pandemia, el Covid-19. Cuando el coronavirus empezó a extenderse por el mundo, Trump se instaló en la negación. “Prácticamente lo hemos parado”, sostenía el 2 de febrero; “un día desaparecerá, como un milagro”, llegó a decir el 27 de ese mes; “nada se cierra por la gripe”, insistía aún el 9 de marzo. Día tras día, contradecía a los propios expertos de la Casa Blanca en vivo y en directo, daba información errónea sobre los tratamientos y rechazaba las recomendaciones de su propio Gobierno, como cuando animó a reabrir el país el Domingo de Pascua, azuzó las protestas contra el confinamiento y se empeñó en no usar mascarilla. Esta deriva alcanzó el paroxismo el 23 de abril, animando a los estadounidenses a inyectarse desinfectante.

En el verano de 2015, el ascenso del histriónico constructor Donald Trump a candidato republicano para la presidencia de Estados Unidos se antojaba tan absurdo que una teoría conspirativa consistía en que el magnate se había conchabado con los Clinton para torpedear la campaña de los conservadores y favorecer así la victoria de la ex secretaria de Estado. Pero Trump, también estrella de reality show, hijo de otro promotor millonario e ilustre residente de la Quinta Avenida de Nueva York, llegó a la Casa Blanca apelando ni más ni menos que a la insatisfacción de la clase trabajadora a lomos de un discurso contra la inmigración y el globalismo. Al arrancar la campaña presidencial, se mostraba exultante, ganador antes de ganar nada, provocador. “Tengo a la gente más leal, podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a alguien y no perdería votos”, llegó a decir aquel enero, cuando aún nadie creía de veras que algún día dormiría en la Casa Blanca. No andaba disparando a nadie, al menos en sentido literal, pero sí insultaba a los inmigrantes mexicanos, prometía suspender la entrada de musulmanes al país, había convertido el “A la cárcel” contra Hillary Clinton en el cántico de cabecera en sus mítines y atacaba a diestro y siniestro en su cuenta de Twitter. Mientras, el culto hacia su persona no dejaba de crecer.

The Washington Post hace un recuento de todas las falsedades o tergiversaciones del republicano, 22,247 cosas inciertas

El historiador británico James Bryce emprendió a mediados de 1880 un largo viaje para estudiar aquel joven país. En su libro resultante, ‘The American Commonwealth’, advirtió del peligro de que la democracia estadounidense cayese víctima de “un tirano”, pero no “un tirano contra las masas”, matizó, “sino un tirano con las masas”. Donald John Trump (Nueva York, 1946) ganó las elecciones del 8 de noviembre de 2016. Muchos esperaban que, al llegar a la Casa Blanca, adoptase una actitud más presidencial. Lo que pasó después les sorprenderá. El día de la toma de posesión, el 20 de enero de 2017, llovía. Es fácil recordarlo. En medio del discurso del nuevo presidente, ante el imponente Capitolio de Washington, las gotas de agua empezaron a caer sobre las libretas de los periodistas que seguían el acto y emborronaban las notas. Por la noche, en el baile de gala, Donald Trump celebró con la prensa: “La cantidad de gente; ha sido increíble hoy. Ni siquiera hubo lluvia. Cuando terminamos el discurso, nos fuimos dentro, y entonces cayó”. Y así, al mismo tiempo que se inauguró la presidencia comenzó también la era de los “hechos alternativos” —tal y como los bautizó una asesora de Trump—, es decir, unos hechos diferentes de los reales.

Trump miente con frecuencia. The Washington Post, que hace un recuento de todas las falsedades o tergiversaciones del republicano, ha calculado que, hasta el pasado 27 de agosto, el presidente ha dicho hasta 22.247 cosas inciertas. De todo tipo y condición, desde atribuir declaraciones inexistentes a otras personas —como que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, estaba impresionado con su capacidad de acción y dijo que nadie había hecho tanto como él—, hasta acusar a Barack Obama de espiarle o asegurar que, en comparación con Europa, a Estados Unidos no le está yendo tan mal con la pandemia. En realidad, sufre más contagios y fallecidos per cápita que todos los grandes países europeos salvo España y Bélgica. Twitter es su vía de comunicación más inmediata. Tuitea sin parar, al amanecer, de madrugada, a cualquier hora del día y, en ocasiones, de forma frenética. El pasado 5 de junio, en plena ola de protestas contra el racismo tras la muerte de George Floyd, batió su récord de publicaciones en una sola jornada: 200. La cima anterior, en el fragor del impeachment, el 22 de enero, era de 142. Por Twitter hemos sabido de su contagio de coronavirus, en Twitter ha comunicado el despido de altos cargos, ha amenazado a Corea del Norte con “una furia y fuego que el mundo jamás ha visto” o ha roto en el último momento un acuerdo, tachando al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, de “débil” y “deshonesto”.

Si es tan tóxico Donald Trump, ¿por qué sus índices de popularidad entre los republicanos se mantienen más o menos inamovibles?

Porque insultar, y hacerlo de forma feroz, se ha convertido en la nueva normalidad de la presidencia más poderosa del mundo. A una de las asesoras a la que despidió, Omarosa Manigault, que le había criticado, la llamó “loca”, “escoria” y “adefesio”. Aunque el insulto más recurrente de su vocabulario, independientemente de la falta que quiera denunciar, es el de “perdedor”. Al principio de su mandato y durante meses, analistas y ciudadanos aguardaban el momento en el que Trump abandonaría el personaje de matón con el que había ganado las elecciones y asumiría al fin el porte presidencial que se esperaba, pero ese día nunca llegó. Trump seguía siendo el juez ogro del concurso de talentos ‘The Apprentice’; el magnate que se había iniciado en el mundo de los negocios reclamando, puerta a puerta, el pago a los inquilinos morosos de su padre; el tipo capaz de congraciarse con los supremacistas blancos y primar la credibilidad del presidente ruso Vladímir Putin frente a la de sus servicios de inteligencia. Pero si Donald Trump es tan malo como cuentan, ¿por qué le vota tanta gente? Si es tan tóxico, ¿por qué sus índices de popularidad entre los republicanos se mantienen más o menos inamovibles? Más allá del pragmático voto conservador, que traga con sus extravagancias, ¿por qué, contra viento y marea, hay una masa de irreductibles trumpistas que le apoya en cada incendio?

Cuando uno pregunta en sus mítines por qué les gusta o votan al republicano, lo primero que responden sus seguidores es: “No es un político”. Serlo, en el ecosistema trumpiano, equivale a ocultar la realidad, vivir del contribuyente y rendirse a los principios de la corrección política. Y los ataques del presidente, sus salidas de tono, les sugieren una autenticidad que añoran en la clase dirigente. En sus críticas públicas a países aliados, aunque sean tan descarnadas como las dirigidas aquella vez a Trudeau, ven una puerta abierta a las cocinas de la diplomacia que normalmente se les cierran. Un día, a Emmanuel Macron, le preguntaron por una discusión que supuestamente había mantenido con Trump. El presidente francés se negó a responder usando una cita del canciller Otto von Bismarck. “Nunca he explicado las bambalinas. Porque, como decía Bismack, si explicásemos a la gente la receta de las salchichas, no es seguro que siguiéramos comiéndolas”. Trump, por explicarlo con este símil, hace pensar a su público que, por primera vez, va a saber la cruda realidad de cómo se hacen esas salchichas. Si algo logra transmitir Trump es espontaneidad. “Dice las cosas como son”, “con él, lo que ves es lo que hay”, suelen decir sus votantes. Como escribió hace poco Lauren Collins en The New Yorker, durante la campaña de 2016, “si la promesa de Obama es que él era tú, la promesa de Trump es que tú eres él”.

“Mi contrato con los estadounidenses comienza con un plan anticorrupción, quiero que el establishment de Washington lo sepa”

Todo, en realidad, se reduce al show. A Trump le obsesiona la atención mediática, sigue y publicita los ratios de audiencia de sus intervenciones televisivas como si fueran logros políticos. Ataca a la prensa crítica con saña, pero es adicto a los focos. Contempla las ruedas de prensa como conciertos de rock que a veces se prolongan más de una hora. Una vez, en la ONU, pidió a los periodistas una buena pregunta como apoteosis final. “¿Recuerdan aquello que dijo Elton John? Cuando tocas la última y es buena, no vuelvas”, dijo. Y se han dado situaciones insólitas, como cuando en el Despacho Oval, en un saludo protocolario con el presidente surcoreano, Moon Jae-in, le presionó para responder a una pregunta sobre Corea del Norte. No es que sea transparente, porque miente con frecuencia, pero no se recuerdan presidentes tan accesibles y expuestos. Muchas veces, lo que estaba anunciado a la prensa como un simple posado ante las cámaras, al inicio de una reunión, se convertía en ruedas de prensa improvisadas en las que entraba a todos los trapos. Los mítines son largos monólogos, plagados de humor. En el del pasado junio, en Tulsa (Oklahoma), habló durante casi dos horas. Parodió conversaciones con Angela Merkel, con la primera dama, Melania, y, por supuesto, alentó el miedo: “Si ganan los demócratas en noviembre —advirtió—, los alborotadores tendrán el poder, nadie volverá a estar seguro”, dijo.

La última noche de campaña, en la víspera de las elecciones de 2016, varios de los periódicos más importates del mundo estuvieron en el último mitin de Trump en el Estado de New Hampshire. En su alegato final para llegar a la Casa Blanca prometió: “Mi contrato con los estadounidenses comienza con un plan para acabar con la corrupción, quiero que todo el establishment corrupto de Washington lo sepa: vamos a drenar el pantano”. Para entonces, en realidad, ya se había negado a hacer públicas sus declaraciones fiscales, tenía problemas en los tribunales por el desvío de fondos de su fundación benéfica y afrontaba una ristra de denuncias por negligencia contra la Universidad Trump, un proyecto educativo que acabó cerrando tras pagar una indemnización millonaria a los perjudicados. Pero el volumen de lo que iba a ser todo el entramado de irregularidades con el fisco, delitos de campaña, conflictos de intereses, intervencionismo en la justicia y amistades peligrosas de estos cuatro años aún estaba por descubrirse. En 2019, el fiscal especial Robert S. Mueller estaba culminando la investigación sobre la trama rusa, es decir, las pesquisas centradas en la injerencia del Kremlin en los comicios de 2016 y la posible conchabanza del entorno de Trump. Para entonces, el presidente de Estados Unidos estaba salpicado por hasta 17 investigaciones judiciales distintas, que abarcaban los ámbitos más diversos.

Apenas pagó impuestos alegando pérdidas económicas, 750 dólares cada año de su mandato, según una investigación del The New York Times

Un posible delito de financiación ilegal de campaña para pagar a dos mujeres, la actriz de cine porno Stormy Daniels (nombre artístico) y la modelo de Playboy Karen McDougal, con el fin de silenciar sus supuestas relaciones extramatrimoniales. Otra investigación, originada en Nueva York, centrada en la sospecha de evasión fiscal. Una ristra derivada de la trama rusa. Se añadían las pesquisas sobre la financiación de la ceremonia de inauguración de su presidencia en 2017. Y, además, los pleitos por su hotel de lujo en Washington, que se convirtió en parada y fonda de líderes extranjeros, embajadas y actos republicanos que incitaron las denuncias por enriquecimiento indebido. Unas fueron desestimadas, otras salieron adelante. Porque el hombre que prometió arrebatar la Casa Blanca de “la clase política corrupta” para devolvérsela a “la gente” nunca se desvinculó de la propiedad de sus empresas, solo dejó la gestión en manos de sus hijos. Y la presidencia ha resultado ser un buen negocio: según los cálculos de The Washington Post, entre actos de carácter oficial y otros de partido, las propiedades de Trump han recibido hasta 8,1 millones de dólares de dinero público de donantes políticos desde 2017. Mientras, tal y como reveló una investigación periodística de The New York Times, apenas pagó impuestos alegando pérdidas económicas. En 2016, el año en que fue elegido, solo tuvo que desembolsar 750 dólares, la misma cantidad que en 2017, su primer año de mandato. Trump ha creado, como acuñó Martin Wolf en Financial Times, el “plutopopulismo”, un matrimonio perfecto entre la plutocracia y el populismo de derechas. La investigación de la trama rusa terminó sin consecuencias legales para Trump, aunque el caso podría reabrirse si pierde la presidencia. En 2019 el fiscal Mueller dio por probada la injerencia de Moscú, pero no halló evidencias suficientes de colusión alguna con el entorno del presidente. Respecto a la obstrucción a la justicia, otro delito por el que se investigó a Trump, justificó que un mandatario no es procesable, salvo por la vía del impeachment, es decir, el juicio político.

Este, el tercero en la historia de Estados Unidos, llegaría, meses después, de la mano de un escándalo distinto, el de Ucrania. El caso consistió en las presiones de Trump al Gobierno de Kiev para lograr que la justicia del país anunciase investigaciones que perjudicaban a sus rivales demócratas, recurriendo incluso a la congelación de 391 millones de dólares en ayudas militares ya comprometidas. Una de las pesquisas tenía por objetivo precisamente a Joe Biden, y al hijo de este, Hunter, por sus negocios en el país. Los republicanos, mayoría en el Senado, absolvieron a su presidente, pero el proceso dejó declaraciones para la historia, como cuando un embajador estadounidense, Gordon Sondland, admitió que había presionado a Ucrania siguiendo las órdenes del presidente. O cuando otra diplomática, Marie Yovanovitch, relató que le llegaron a advertir de que “cuidara sus espaldas” y se marchara de Kiev “en el siguiente avión”. Aquel invierno del impeachment, el que vio morir el año 2019 y comenzar el turbulento 2020, transcurrió en medio de una sensación de calma extraña. El recuerdo de escándalos presidenciales anteriores, como el juicio a Bill Clinton, en 1998, o el Watergate de Nixon, que dimitió antes de enfrentarse a la fase final del proceso, se recordaban como capítulos transcendentales de la historia del país, pero el Washington de Trump vivía instalado en la zozobra. Con un líder tan insólito como Trump, que parecía siempre subido a un toro mecánico, un impeachment parecía un día más en la oficina.

El prestigioso periodista Bob Woodward publicó ‘Miedo’, un libro en el que describía la vida en Casa Blanca como un vodevil de Halloween

Su Administración se convirtió, desde muy pronto, en un reguero de despidos, dimisiones y ceses, algunos de ellos, estruendosos. En diciembre de 2018, cuando no había llegado siquiera al ecuador de su mandato, llevaba ya más de 30 bajas en dos años, un volumen de adioses que no se recordaba de ningún otro Gobierno. El cese de John Bolton, su segundo jefe de Seguridad Nacional, lo comunicó en Twitter, sin advertir a miembros de su Gabinete y con trifulca mediante. El jefe del Pentágono, Jim Mattis, dimitió en una agria y pública polémica por la política de Trump en Siria. El consejero económico Gary Cohn hizo lo propio en desacuerdo con la guerra comercial y, también, atribulado por la comprensión que el mandatario había mostrado hacia los supremacistas blancos. Al fiscal general, Jeff Sessions, le enseñó la puerta disgustado porque se había recusado en la investigación de la trama rusa y favorecido la investigación independiente de un fiscal independiente. Así, una larga lista.

Altos cargos empezaron a relatar de forma anónima el frenopático en el que, a su juicio, se había convertido la Casa Blanca. Uno de ellos, cuya identidad se acaba de conocer (Miles Taylor, exjefe de personal del Departamento de Seguridad Nacional), publicó un artículo en The New York Times en septiembre de 2018 titulado “Yo soy parte de la resistencia interna de la Administración de Trump” y en él contaba que varios miembros del Ejecutivo se confabulaban para controlar los “impulsos” del republicano. “Trabajo para el presidente pero, como otros colegas, he prometido boicotear partes de su agenda y sus peores inclinaciones”, aseguraba, y subrayaba la “amoralidad” de Trump. “Cualquiera que haya trabajado con él”, añadía, “sabe que no está anclado a ningún principio discernible que guíe su toma de decisiones”. Poco después, el prestigioso periodista Bob Woodward, publicó ‘Miedo’, un libro en el que describía la vida en Casa Blanca como un vodevil de Halloween. Mediante fuentes anónimas relataba, por ejemplo, que Gary Cohn robó un documento del escritorio del presidente, que este tenía intención de firmar para romper un acuerdo comercial con Corea del Sur, y el mandatario republicano nunca se dio cuenta. También, que el general John Kelly, exjefe de gabinete, llegó a calificar a Trump de “desquiciado” y que “era un idiota”. “Esto es una casa de locos”, sostenía. Contar las interioridades del Gobierno se convirtió en un subgénero literario. Bolton puso su grano de arena con unas memorias explosivas. Aseguraba, por ejemplo, que Trump pidió ayuda a Pekín para ganar las elecciones, detallaba situaciones incriminatorias sobre el escándalo de Ucrania y exponía la incultura general del presidente, quien, dijo, cuando preguntó una vez si Finlandia pertenecía a Rusia y se sorprendió de que el Reino Unido fuera una potencia nuclear.

¿Cómo respondería ante la llegada de una gran crisis nacional? Con el coronavirus  se instaló en la negación: “Prácticamente lo hemos parado”

De esos vacíos intelectuales, Trump ha hecho muchas veces virtud, acostumbrado como está a identificar las élites académicas o burocráticas como símbolos de un sistema viciado. “Me gusta la gente poco formada”, dijo en su primera campaña. A Woodward, hace escasos meses, le describió de este modo su primera cumbre con el dictador norcoreano Kim Jong-un, en 2018: “Conoces a una mujer. En un segundo, sabes si va a pasar o no. No te lleva 10 minutos, no te lleva seis semanas. Es como: ‘Guau’. Vale. ¿Sabes? Te cuesta menos de un segundo”. En la era Trump, los piropos a líderes autoritarios y viejos rivales de Estados Unidos como Vladímir Putin se han convertido en costumbre, aun cuando el Kremlin está acusado de atacar el sistema electoral estadounidense. Una de las figuras más influyentes en el presidente ha sido Jared Kushner, el marido de Ivanka Trump, la primogénita del presidente, y también nombrada asesora. El empresario, de 39 años, dijo a Woodward que para entender a Trump hay que fijarse, entre otras cosas, en el gato de Cheshire de Alicia en el país de las maravillas. “Si no sabes dónde vas, cualquier camino te llevará allí”. Más que la dirección, trataba de explicar Kushner, importaba la perseverancia. “La polémica eleva el mensaje”, dijo también.

Hablaba, al fin y al cabo, del mismo presidente que no tenía problemas en amenazar con una guerra termonuclear por Twitter. Era, en resumen, el mismo tipo que se había presentado a las elecciones convencido de que podría disparar a alguien en la Quinta Avenida y la gente le seguiría votando. Igual que entonces, durante los primeros años de su Gobierno mucha gente se preguntaba: ¿Cómo respondería Donald Trump ante la llegada de una gran crisis nacional? Cuando el coronavirus empezó a extenderse por el mundo, Trump se instaló en la negación. “Prácticamente lo hemos parado”, sostenía el 2 de febrero; “un día desaparecerá, como un milagro”, llegó a decir el 27 de ese mes; “nada se cierra por la gripe”, insistía aún el 9 de marzo. Luego, cuando la ferocidad del virus se hizo evidente y se declaró la pandemia, se impuso el instinto del animal televisivo y, durante semanas, ofreció ruedas de prensa diarias a cuál más errática. A menos de un año de las elecciones, y con una crisis insólita que daba al traste con su principal argumento de campaña —la economía iba rabiosamente bien—, decidió ponerse el traje de comandante en jefe ante una nación en peligro, pero lo hizo tan embebido de sí mismo que dio lugar a algunos de los episodios más estrambóticos de su presidencia. Día tras día, contradecía a los propios expertos de la Casa Blanca en vivo y en directo, daba información errónea sobre los tratamientos y rechazaba las recomendaciones de su propio Gobierno, como cuando animó a reabrir el país el Domingo de Pascua, azuzó las protestas contra el confinamiento y se empeñó en no usar mascarilla. Esta deriva alcanzó el paroxismo el 23 de abril, animando a los estadounidenses a inyectarse desinfectante. “Veo el desinfectante, que lo deja KO en un minuto, ¿hay alguna manera de que podamos hacer algo así mediante una inyección? Porque ves que entra en los pulmones y hace un daño tremendo en los pulmones, así que sería interesante probarlo”, dijo. Dos días después aseguró que bromeaba, pero suspendió las ruedas de prensa.

El show pudo prolongarse cuatro años, pero Estados Unidos ya ha descubierto con Trump una nueva normalidad que costará mucho olvidar

Pronto retomó, eso sí, los actos multitudinarios con sus seguidores, en los que no llevar mascarilla era una declaración de principios, y redobló su agenda de actos oficiales. Mientras, se burlaba porque su rival demócrata en las elecciones, Joe Biden, pasase la campaña prácticamente recluido en casa. La madrugada del 2 de octubre comunicó que tanto él como su esposa se habían contagiado. Con 74 años de edad, el presidente formaba parte del grupo vulnerable al virus y fue hospitalizado y tratado con fuertes medicaciones. Quien a estas alturas de su historia en la Casa Blanca pensase que el episodio sería un punto de inflexión en su relación con la crisis sanitaria, es que no ha sabido tomar aún las medidas del personaje. Cuando abandonó el hospital, grabó un vídeo haciendo de la necesidad virtud: “He aprendido mucho de la COVID-19, he aprendido yendo de veras a la escuela, esta es la verdadera escuela, y lo capto, lo entiendo, es una cosa muy interesante”, decía. “Esta es la verdadera escuela”, insistía, erigiéndose en experto. A las pocas semanas, volvió a los actos multitudinarios sin mascarillas.

¿Trump es natural o interpreta un papel? ¿Sus extravagancias son espontáneas u obedecen a una pensada estrategia? Preguntado por ello, John Bolton respondió en una entrevista al periódico español EL PAÍS, recuerda Amanda Mars, su corresponsal en Whashington: “Creo que es su forma de ser, pero no soy loquero, no voy a explicar por qué es así, qué le pasó en la infancia, ni nada de eso. No me importa; lo que importa es su forma de comportarse y ha sido así siempre, según la gente que le conoce desde hace décadas”. El show puede prolongarse cuatro años más o terminar el 3 de noviembre, pero Estados Unidos ya ha descubierto con Trump una nueva normalidad que costará mucho olvidar. En la convención republicana de este verano, la que le coronó como candidato presidencial, su hija, Ivanka, celebró ante el público: “Washington no ha cambiado a Donald Trump, Donald Trump ha cambiado Washington”. Y no pudo resumirlo mejor.

“Hoy puede ser un gran día…”. De acuerdo con el cantautor español,  el catalán Joan Manuel Serrat, cada mañana deberíamos despertar emocionados de realizar todas las actividades que ese día factura, lo que significa que antes de que llegue a su fin, cada persona tenga un titipuchal de responsabilidades que cumplir. Pero lo principal de esas actividades es elegir qué clase de día queremos tener. Sí, tal vez hoy me queje porque amaneció lluvioso, o bien le puedo agradecer al Creador o a la Naturaleza el favor de que nos está regando las plantas gratis. Hoy lo desnutrido de mi cartera produce cierta nostalgia melancólica por la quincena o la mensualidad, pero encuentro aprendizajes debido a que tal situación me obliga a planear mejor mis compras utilizando estrategias igual de inteligentes como cuando las amas de casa van al tianguis. Hoy, lo más seguro es que renegaré de mis achaques, pero sin olvidar agradecer que ello me hace sentir vivo, y reconocer el favor de que mi corazón late un día más; la flojera de madrugar cada mañana para ir a la chamba generara cierta incomodidad, pero el privilegio de contar con un empleo que da sustento a mi familia me motiva a hipotecar la pereza. Lo más probable es que conviva con individuos detestables, pero que son parte de esa diversidad social que me enseña el valor de la tolerancia y la humildad. En fin, Serrat tiene mucha razón, pues cada día es único e irrepetible, es diferente y de cada uno de nosotros, de nadie más, lo que significa que está en cada quien transformarlo en un gran día, recuerden que la vida es una fiesta a la que llegamos cuando ya empezó y nos vamos antes de que termine.

“Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así, aprovecharlo o que pase de largo, depende en parte de ti. Dale el día libre a la experiencia para comenzar, y recíbelo como si fuera fiesta de guardar. No consientas que se esfume, asómate y consume la vida a granel. Hoy puede ser un gran día, duro con él. Hoy puede ser un gran día donde todo está por descubrir, si lo empleas como el último que te toca vivir. Saca de paseo a tus instintos y ventílalos al sol y no dosifiques los placeres; si puedes, derróchalos. Si la rutina te aplasta, dile que ya basta de mediocridad. Hoy puede ser un gran día date una oportunidad. Hoy puede ser un gran día imposible de recuperar, un ejemplar único, no lo dejes escapar. Que todo cuanto te rodea lo han puesto para ti. No lo mires desde la ventana y siéntate al festín. Pelea por lo que quieres y no desesperes si algo no anda bien. Hoy puede ser un gran día y mañana también. Hoy puede ser un gran día, duro, duro, duro con él”.

@SantiGurtubay

@BestiarioCancun

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