El Bestiario
La pandemia ha demostrado que hay virus, como el SARS-CoV-2, más peligrosos para la seguridad mundial que los que rondaban por el ciberespacio. La conmoción creada por su irrupción en la rutina de la población, administraciones y empresas ha creado una ventana de oportunidad por la que se han colado nuevos riesgos y viejos actores entre las preocupaciones de los que velan por la ciberseguridad. Sus medidas de protección, diseñadas para un crecimiento progresivo, se han visto casi desbordadas por la exposición a nuevos fenómenos como el del teletrabajo, la educación o el ocio masivos, que han aumentado su superficie de exposición en muy pocos días u horas. Este ARI analiza las manifestaciones de cibercriminalidad y desinformación asociadas al Covid-19. La memoria de la ciberseguridad es corta, pero muy intensa, y conoce que los actores que generan inseguridad en el ciberespacio –las amenazas– aprovechan cualquier oportunidad para hacer daño o lucrarse con ella. Y, aunque la aparición de una pandemia era una posibilidad remota, a medida que se empezó a materializar saltaron las alarmas sobre sus implicaciones para el ciberespacio. Ya en marzo de 2020, el Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos de Madrid, se hizo eco de los avisos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que avisaban de que la pandemia vendría acompañada de acciones de desinformación y cibercriminalidad para las que acabó acuñando el término de infodemia.
Los hechos han dado la razón a la OMS y la covid-19 ha permitido desplegar a las amenazas (actores) que actúan en internet sus capacidades para desinformar sobre la crisis mundial de salud o aprovecharse de ella para ganar dinero o reputación. Junto a lo anterior, y debido a la multiplicación del uso de las redes y sistemas de información para teletrabajo, educación u ocio durante la pandemia, han aumentado los ciberataques sobre las infraestructuras críticas para la gestión de la crisis –hospitales incluidos–, así como sobre los medios improvisados de comunicación a distancia tales como Zoom que no contaban con sistemas de protección adecuados. El aumento de las conexiones y el tráfico ha puesto a prueba la resiliencia de las redes y sistemas de telecomunicaciones, con distintos resultados según la mayor o menor capacidad de las infraestructuras disponibles, por lo que se hace necesario pensar cómo se van a gestionar en el futuro las nuevas necesidades. La resiliencia es la capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas. Sin embargo, el concepto ha experimentado cambios importantes desde la década de los 65. En un principio se interpretó como una condición innata luego se enfocó en los factores no solo individuales, sino también familiares y comunitarios y actualmente en los culturales. Los investigadores del siglo XXI entienden la resiliencia como un proceso comunitario y cultural, que responde a tres modelos que la explican: un modelo “compensatorio”, otro de “protección” y por último uno de “desafío”. Asimismo, la resiliencia es la capacidad de tener éxito de modo aceptable para la sociedad a pesar de un estrés o de una adversidad que implica normalmente un grave riesgo de resultados negativos. También se define como un proceso de competitividad donde la persona debe adaptarse positivamente a las situaciones adversas.
El Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos es un centro de pensamiento y laboratorio de ideas creado en 2001 en España, cuyo objetivo, según sus estatutos, es “analizar la política internacional desde una perspectiva española, europea y global, además de servir como foro de diálogo y discusión”. Presidido por Emilio Lamo de Espinosa y dirigido por Charles Powell desde 2012, el trabajo del Instituto Elcano se organiza en ejes geográficos y temáticos. Los temáticos son: política exterior de España, energía y cambio climático, seguridad y defensa, economía europea e internacional, terrorismo internacional, imagen de España y opinión pública, lengua y cultura españolas, cooperación al desarrollo, demografía y migraciones internacionales. Los geográficos se centran en Europa, las relaciones transatlánticas, América Latina, Norte de África y Oriente Medio, Asia-Pacífico y África Subsahariana. La sede del Real Instituto Elcano está en el nº 51 de la Calle del Príncipe de Vergara de Madrid, en el distrito de Salamanca, de la capital española. Félix Arteaga es investigador principal de Seguridad y Defensa, Real Instituto Elcano. Considera que todavía es demasiado pronto para disponer de datos que evalúen el impacto de la covid-19 sobre la ciberseguridad. Se muestra optimista… “Internet, las infraestructuras y los sistemas de información han demostrado una notable capacidad de resiliencia, aunque con daños colaterales menores en algunos servicios y zonas geográficas. Los responsables de la seguridad de la información tendrán que aprender de la experiencia para subsanar las debilidades en el futuro…”.
Santiago J. Santamaría Gurtubay
Los operadores de telecomunicaciones conocen el comportamiento del tráfico en situaciones de crisis (atentados o desastres familiares), en eventos familiares o días festivos señalados (Nochevieja, Día de la Madre) o en horas de máxima audiencia (prime time), por lo que diseñan las redes para atender a los picos de demanda y evitar el colapso del sistema. Estas previsiones se desbordaron desde el principio y, según datos recogidos de diversas fuentes por el Observatorio Nacional 5G para los primeros días de la crisis, Nokia detectó crecimientos de hasta el 40% en las regiones más afectadas por la pandemia, WhatsApp duplicó su tráfico en las horas laborables y lo quintuplicó en la tarde del primer festivo y la demanda de Netflix se duplicó en las primeras mañanas y creció las primeras horas de la tarde (27-42%). El funcionamiento de internet no se ha interrumpido, pero se ha visto ralentizado en ocasiones por la alta demanda en determinadas franjas horarias, lo que ha producido inestabilidad o perturbación del tráfico en algunas ciudades y áreas geográficas que no estaban dotadas de la cobertura digital idónea. Las transmisiones en directo y la reproducción masiva de vídeos han puesto las redes y sistemas al límite de sus posibilidades para atender las demandas adicionales de la docencia, los negocios o el ocio, por lo que se han tenido que adoptar algunas medidas preventivas para preservar el funcionamiento de internet. El Reglamento UE 2015/2020 prohíbe a los operadores bloquear, ralentizar o priorizar el tráfico como norma general, pero les permite adoptar medidas técnicas de carácter excepcional para prevenir la congestión inminente de internet, siempre de acuerdo a los principios de no discriminación, trasparencia y limitación en el tiempo. En consecuencia, la Comisión Europea y el órgano de reguladores europeos de comunicaciones electrónicas (BEREC) apelaron a los operadores de telecomunicaciones y a los proveedores de servicios digitales en un comunicado conjunto a cooperar con las autoridades nacionales en la supervisión del tráfico para evitar la congestión. Dentro de las medidas preventivas adoptadas se encuentran, entre otras conocidas en la UE, la reducción de la calidad de la transmisión en directo (streaming) de Netflix y YouTube a petición del comisario Thierry Breton.
Medidas como la anterior han funcionado, aunque no hubieran sido tan necesarias si toda la UE dispusiera de la capacidad y calidad de infraestructuras de fibra óptica como España5, lo que confirma la necesidad de impulsar la estrategia y políticas de banda ancha como las de la UE y, en particular, el plan de acción para el despliegue de las redes 5G, que fijaba como objetivo incrementar la cobertura mínima (30 megabytes por segundo para toda la población y 100 megabytes para la mitad de los hogares en 2020). Lo que antes era un problema de desigualdad en el disfrute de los beneficios de la economía digital, tras la covid-19 es, además, un problema de seguridad.
Campañas negacionistas o conspirativas atribuyen virtudes curativas a la leche¸ el vodka o la medicina tradicional, niegan vacunas y fármacos
El Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), en un informe reciente, se ha hecho eco de las campañas de desinformación coincidentes con la COVID-196. Son campañas que ponen en riesgo a la población afectada y perjudican la imagen de los sistemas sanitarios y la gestión de la crisis en la UE. Entre otras señaladas en el informe, además de las clásicas negacionistas de la pandemia o las conspirativas, figuran las que atribuyen virtudes curativas a la leche¸ el vodka o la medicina tradicional y se las niegan a las vacunas y fármacos. Su circulación genera reacciones incontroladas; por ejemplo, las manifestaciones violentas en Reino Unido, Bélgica y Países Bajos contra las redes 5G en las que se quemaron torres. Mientras medios de comunicación públicos y privados afines al Kremlin continúan aprovechando la covid-19 para deteriorar la imagen europea, sus homólogos chinos hacen lo propio magnificando su respuesta en comparación con la europea. Y, si no lo hacen los Estados, lo hacen sus seguidores –voluntarios o subvencionados– para alimentar la tensión geopolítica, incluso en situaciones tan complicadas como una pandemia, mediante la movilización de troles que defienden sus causas patrióticas y desacreditan las de los rivales, con lo que generan confusión y ruido, aunque su impacto real esté aún por demostrar. No obstante, el mayor riesgo de la desinformación es poner en duda las recomendaciones de la OMS, la credibilidad de las medidas de protección o respuesta frente a la covid-19, mediante señuelos como los que revela Fortinet.
Las grandes plataformas vienen colaborando en la gobernanza de internet y de las redes sociales para anticiparse a las demandas de los reguladores y contrarrestar las críticas a las malas prácticas de su posición dominante. Comienzan a tomar conciencia de que los efectos masivos de la desinformación no serían posibles sin la difusión a través de ellas, lo que las obliga a multiplicar sus capacidades de contrastar los hechos y evitar su difusión. Además de la lucha contra la desinformación, los delitos de odio o la explotación infantil, entre muchas otras que han seguido llevando a cabo, lo novedoso de su actuación en la covid-19 es que han tenido que detectar anuncios que ofrecían productos sanitarios falsos o especulativos o que ponían en riesgo la salud de la población y cerrar las cuentas. También han tenido que afrontar problemas con la ingente verificación de contenidos, por ejemplo, en los vídeos con anuncios de publicidad, lo que ha ralentizado su autorización y dificultado su monetización. En todo caso, y con los datos conocidos hasta ahora, parece que las grandes plataformas han tomado medidas más agresivas que en ocasiones anteriores, más controvertidas por su relación con la libertad de expresión o las campañas electorales.
Ciberataques contra altos dirigentes de la OMS haciendo públicas sus contraseñas y direcciones de cuentas, intentando suplantar su identidad
Contra toda esperanza, las amenazas del ciberespacio han aprovechado la covid-19 para intensificar sus ataques deliberados contra infraestructuras críticas como las de los hospitales, contra quienes se han visto obligados al teletrabajo y contra quienes temen o están interesados en las noticias relacionadas con la pandemia. Los ciberataques se han dirigido contra altos dirigentes de la OMS haciendo públicas sus contraseñas y direcciones de cuentas –aunque es posible que se hayan obtenido anteriormente– o intentando suplantar su identidad. También contra los sistemas y equipos de la OMS implicados en la gestión de la crisis desplegados en algunos Estados, según informaron a la organización las autoridades de ciberseguridad de varios países de la UE, Israel, Suiza, Microsoft o Interpol.
El alto representante de la UE, Josep Borrell, emitió una declaración en la que denunciaba la multiplicación de los ataques contra operadores esenciales, incluidos los de salud, desde el inicio de la pandemia. En el mismo sentido, el Banco Central Europeo alertó al sistema financiero sobre los riesgos para la ciberseguridad y las medidas de contingencia que adoptar frente a la covid-19. Fuera de Europa, el Departamento de Defensa de los EE UU ha tenido que articular un grupo de trabajo (covid-19 Telework Readiness Task Force) para prevenir las vulnerabilidades creadas por el trabajo a distancia, pero también para preservar el mismo grado de eficacia en las infraestructuras de seguridad nacional con las que están interconectadas las fuerzas armadas.
El interés por donar o solicitar fondos de ayuda para los afectados ha sido otro de los incentivos explotados por los ciberdelincuentes. Los intentos de estafa para aprovechar el altruismo o la necesidad se han sucedido explotando el miedo y la desprotección o falta de pericia digital de los beneficiarios. Se han creado dominios ficticios para atraer las donaciones suplantado la identidad de organizaciones privadas de caridad y públicas de asistencia o simplemente se ha proporcionado información sobre la pandemia para infectar los ordenadores con malware. La multiplicación de lugares de trabajo domésticos sin las adecuadas medidas corporativas de protección ha sido otro blanco rentable para ciberataques y estafas. Las amenazas no han dudado en buscar los puntos débiles de las cadenas ampliadas de teletrabajo, que han aumentado la superficie de exposición de las Administraciones y empresas con multitud de aplicaciones, equipos y procedimientos de trabajo a distancia sin la debida supervisión de los responsables de la seguridad y la información de las actuaciones de las organizaciones para las que trabajan.
Google reconoció que había tenido que filtrar y bloquear una cantidad ingente de correos (18 millones diarios) y spam (240 millones diarios)
Algunas agencias, como el FBI, han identificado centenares de páginas web implicadas en el fraude que suplantan la identidad de organizaciones sanitarias (públicas y privadas) vinculadas a la gestión de la covid-19 para hacerse con las claves o el dinero de las ayudas. También han alertado de ello centros nacionales de ciberseguridad como el del Reino Unido y el de los EE UU. El fraude era fácil porque, según una encuesta de la IBM-X Force de abril, aproximadamente la mitad de los consultados esperaban recibir algún tipo de notificación relacionada con la covid-19 o estarían dispuestos a abrir alguna relacionada con los test o las ayudas disponibles. Dadas las expectativas, el tráfico de spam malicioso se incrementó en más del 6,000% en el mes de abril de 2020. En el mismo sentido, Google reconoció que había tenido que filtrar y bloquear una cantidad ingente de correos (18 millones diarios) y spam (240 millones diarios) de Gmail que trataban de suplantar la identidad de agencias, organizaciones y empresas de reparto (en 2019 Google bloqueó y suprimió 2,700 millones de anuncios y clausuró un millón de cuentas de anunciantes, lo que da una idea del incremento debido a la covid-19). Además del incremento cuantitativo, el vicepresidente de la compañía, Scott Spencer, resalta la capacidad de adaptación de la cibercriminalidad y el nivel de sofisticación de las tácticas con el que las amenazas han tratado de superar las medidas de control de su plataforma.
La proliferación del teletrabajo desencadenó una oleada de ciberataques sobre los protocolos de Microsoft para acceder al control remoto de los ordenadores de trabajo (RDP), según Kaspersky. Aprovechando la confusión creada por el teletrabajo masivo y las dificultades para parchear los terminales conectados remotamente, los ciberataques pasaron de algunos centenares de miles por día a rozar el millón y superarlo en países como España y Estados Unidos. No han faltado repuntes en actividades criminales como la explotación infantil. Los cibercriminales han aprovechado el incremento del tráfico para circunvenir los controles de las grandes plataformas empleando lenguaje cifrado para facilitar a los pedófilos enlaces encubiertos (“CP” para child pornography o “caldo de pollo”). El repunte ha obligado a las grandes plataformas a desarrollar nuevos mecanismos de detección y llevar a cabo esfuerzos adicionales, pero los cibercriminales continúan distribuyendo sus códigos de captación a través de plataformas con menor capacidad de detección, como WhatsApp, Mega o TamTam.
La proliferación de nueva amenazas también ha proporcionado una ventana de oportunidad a muchas compañías de ciberseguridad, como Thales o IBM, que han aprovechado para editar recomendaciones e incluso ofrecer servicios gratuitos a sus clientes de siempre o a los potenciales de los nuevos grupos en riesgo. Del lado público, en España instituciones oficiales como el CCN-CERT o el Incibe han alertado sobre las distintas modalidades maliciosas y publicado boletines informativos a medida que se conocían nuevas malas prácticas. Entre dichas informaciones, merecen atención algunas recomendaciones y buenas prácticas para el uso de aplicaciones en ámbitos emergentes de comunicación online como las videoconferencias, el ocio y la docencia, como Zoom. La pandemia ha provocado un uso intensivo de las infraestructuras y los servicios para facilitar la comunicación, el entretenimiento o la enseñanza no presencial, que probablemente aprovecharán el impulso para consolidarse en el ciberespacio.
Las pandemias han venido para quedarse, urge una reflexión colectiva para evaluar las medidas que tomar si aparece un nuevo brote
“Todavía es demasiado pronto para disponer de datos que evalúen el impacto de la covid-19 sobre la ciberseguridad. Los datos presentados son un anticipo de los que tienen que seguir y se refieren a datos disponibles en fuentes abiertas, por lo que se precisará tiempo y trasparencia antes de conocer el alcance real sobre el sector público, especialmente los datos sobre las organizaciones implicadas en la gestión de la pandemia. Las pandemias han venido para quedarse, por lo que urge llevar a cabo un amplio esfuerzo de reflexión colectiva para evaluar las medidas que tomar si aparece un nuevo brote. Pero, como no ha producido el temido fallo sistémico, es probable que los responsables de la ciberseguridad no aprendan todas las lecciones posibles de la covid-19 y consideren que las medidas de resiliencia actuales les volverán a servir en la siguiente pandemia, un error en el que no incurrirán los actores que han puesto a prueba la resiliencia de la sociedad digital, quienes han demostrado su capacidad de adaptación y volverán a intentarlo…”, son algunas de las conclusiones de Javier Arteaga del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, el ‘think tank’ de Madrid.
La traducción literal del inglés de think thank es ‘tanque de pensamiento’, laboratorio de ideas, instituto de investigación, gabinete estratégico, centro de pensamiento o centro de reflexión. Es una institución o grupo de expertos de naturaleza investigadora, cuya función es la reflexión intelectual sobre asuntos de política social, estrategia política, economía, militar, tecnología o cultura. Pueden estar vinculados o no a partidos políticos, grupos de presión o lobbies, pero se caracterizan por tener algún tipo de orientación ideológica marcada de forma más o menos evidente ante la opinión pública. De ellos resultan consejos o directrices que posteriormente los partidos políticos u otras organizaciones pueden o no utilizar para su actuación en sus propios ámbitos. Los think tanks suelen ser organizaciones sin ánimo de lucro, y a menudo están relacionados con laboratorios militares, empresas privadas, instituciones académicas o de otro tipo. Normalmente en ellos trabajan teóricos e intelectuales multidisciplinares, que elaboran análisis o recomendaciones políticas. Defienden diversas ideas, y sus trabajos tienen habitualmente un peso importante en la política y la opinión pública, particularmente en Estados Unidos. Además de promover la adopción de políticas, entre las funciones que cumplen los think tanks están las de crear y fortalecer espacios de diálogo y debate, desarrollar y capacitar a futuros paneles políticos en su toma de decisiones, legitimar las narrativas y políticas de los regímenes de turno o los movimientos de oposición, ofrecer un rol de auditor de los actores públicos y canalizar fondos a movimientos y otros actores políticos.
Corea del Sur y Taiwán demuestran que el conocimiento y análisis de los datos puede ser una herramienta útil para luchar contra el virus
En Corea del Sur y Taiwán ha quedado demostrado que el conocimiento y análisis de los datos puede ser una herramienta útil en el diseño de políticas públicas y privadas para luchar contra el virus, pero, dependiendo de la solución adoptada, puede plantear quebrantos en la protección de datos personales sensibles más allá de su uso para aliviar esta crisis. El trazado de contactos a través de individuos infectados, esencialmente mediante los móviles inteligentes, convertidos en “nuevas armas” contra el coronavirus, está demostrando ser una herramienta útil en la lucha contra la pandemia –siempre que se acompañe de test masivos sobre la infección y otras medidas– y también para medir el impacto de las políticas que se están siguiendo y ajustarlas. Por todo ello, los datos son necesarios. Desde hace tiempo, se sabe que el trazado de comunicaciones a través de los móviles puede servir para hacer un seguimiento de los contactos físicos y para la reconstrucción de la historia de los contagios, aunque existen otras herramientas disponibles para medir el éxito de las medidas de distanciamiento social, confinamiento o restricción de movimiento.
Dependiendo de qué tipos de datos se usen, de las arquitecturas tecnológicas y de los agentes que intervengan en su tratamiento –y hay diversas opciones–, pueden plantearse problemas de privacidad si la situación se mantiene más allá de la pandemia o si se utilizan estas herramientas para otras finalidades, por lo que requerirán respetar ciertos principios, como el consentimiento social, anonimidad relativa, cumplimiento de la ley y los derechos humanos, finalidad, minimización de datos y proporcionalidad, temporalidad y reversibilidad, voluntariedad, transparencia, proporcionalidad y quid pro quo de las empresas con los usuarios. Las Big Tech, como Apple, Google y Microsoft, disponen ya de trazados de movilidad de un gran número de ciudadanos.
Se corre el riesgo de un sistema de vigilancia masiva que se utilice para otros fines, como pasó en EE UU tras los atentados del 11-S
En el año 52 antes de Cristo, Cicerón ya consideraba en ‘De legibus’ que “salus populi suprema lex esto” (‘la salud del pueblo será la ley suprema’). Como recuerda Andrea Renda con esta cita, en situaciones de emergencia, el siempre delicado equilibrio entre la seguridad pública y la privacidad personal tiende a inclinarse algo más a favor de la primera, algo previsto incluso en el sistema más limitativo del mundo, que es el de la Unión Europea con el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD en sus más conocidas siglas en inglés). Los artículos 6 y 9 del RGPD permiten el tratamiento de datos para un interés público preponderante, tal como lo ratifica la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD). Las autoridades europeas de protección de datos han sido rotundas al afirmar que la lucha contra la actual situación pandémica es un claro interés público.
En determinados contextos, el interés público es preponderante y no sería necesario el consentimiento del sujeto; por ejemplo, para el tratamiento de datos de salud en el ámbito de la relación empleador-empleado en el contexto de la covid-19. Sin embargo, para el dato de la localización sería necesario el consentimiento o la anonimización de los datos. Incluso con la mejor de las intenciones, se corre el riesgo de poner en marcha un sistema de vigilancia masiva que permanezca después y se utilice para otros fines, como pasó en EE UU tras los atentados del 11-S. El estado de vigilancia no es algo que únicamente se dé en sistemas autoritarios, como China, sino también en democracias, como quedó de manifiesto con las revelaciones de Edward Snowden sobre la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EE UU.
Josep Borrell político español y dirigente de la Unión Europea escribe un artículo periodístico titulado ‘El mundo del mañana ya está aquí…”
El artículo periodístico, ‘El mundo del mañana ya está aquí…’, del político español del PSOE, partido socialdemócrata que gobierna la España del presidente Pedro Sánchez, Josep Borrell, Alto Representante de la UE (Unión Europea) para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y Vicepresidente de la Comisión Europea, reflexiona sobre cómo será la geopolítica después del coronavirus. Su principal tesis es que esta crisis reforzará tendencias preexistentes en vez de suponer un punto de inflexión en las relaciones internacionales. En particular, explora cómo será el futuro de la globalización y el neoliberalismo, subrayando el mayor papel del estado y el retraimiento de ciertas cadenas de producción globales; reflexiona sobre la evolución de la gobernanza mundial y el multilateralismo, que ya se encontraba en crisis antes de la pandemia por la rivalidad entre China y EE UU; y avanza propuestas para que tanto la UE como los sistemas políticos democráticos europeos puedan estar mejor preparados ante riesgos graves e imprevistos como las pandemias. “Viéndome con mascarilla en las calles desiertas de Bruselas o por los pasillos vacíos de la Comisión, me resulta difícil sustraerme a la sensación de estupor que me oprime. Tanto más cuanto que, vayas donde vayas o estés donde estés, el estupor te acompaña, es claramente visible. Es visible en la plaza de San Marcos en Venecia, huérfana de toda presencia humana mientras que los peces retornan a una laguna de recobrada transparencia. Es visible en Jerusalén, donde la iglesia del Santo Sepulcro cerró sus puertas un Viernes Santo por primera vez desde la peste negra de 1349. Es visible en EE UU, donde la cifra de desempleados ha aumentado en 20 millones en cuatro semanas. Es visible, por último, en España e Italia, donde habían muerto ya nada menos que 45,000 personas a finales de abril”.
Si fue una crisis sanitaria en sus inicios, el covid-19 pronto se convirtió en una crisis económica y social totalmente inédita. Ningún economista habría podido imaginar este cese de la actividad que ha confinado en sus domicilios a varios miles de millones de personas. Sus consecuencias irán mucho más allá de lo que vimos en 2008. La primera pregunta que se hace Josep Borrell, aunque no sea muy útil para resolver el problema, es si esta pandemia era evitable o si se asemeja al famoso “cisne negro” del que habló Nassim Tale… Él atribuye tres características al “cisne negro”: el estupor, porque nada en el pasado hacía sospechar que pudiera ocurrir; la enorme convulsión que provoca; y, por último, la racionalización de lo que sucede. La naturaleza humana siempre necesita inventar explicaciones a posteriori para que el presente sea comprensible y predecible. Según Taleb, los “cisnes negros” son imprevisibles, tanto en su duración como en sus consecuencias. Por tanto, nos impiden confiar en un modelo para salir de la crisis. Dicho esto, Taleb considera que el covid-19 no es un cisne negro, precisamente porque era previsible.
“Bill Gates anunció en 2008 que la próxima catástrofe mundial adoptaría la forma de una pandemia causada por un virus altamente infeccioso”
No se equivoca. El informe de 2008 del Comité Nacional de Inteligencia hacía referencia al riesgo de “una enfermedad respiratoria virulenta, nueva y muy contagiosa, para la que no hay tratamiento”. El presidente Obama hizo mención a este riesgo. En la Conferencia de 2018 de la Sociedad Médica de Massachusetts, dedicada al centenario de la gripe española (aunque de española sólo tenía el nombre), que causó la muerte de 50 millones de personas, es decir, el 2% de la población mundial de entonces, Bill Gates afirmó que la próxima catástrofe mundial adoptaría la forma de una pandemia causada por un virus altamente infeccioso que se propagaría rápidamente por todo el planeta y que no estaríamos preparados para combatir. De hecho, hace años que los especialistas en enfermedades infecciosas nos alertan de la aceleración del ritmo de las epidemias. En los últimos 20 años, es este el tercer coronavirus beta que ha sido capaz de saltar la barrera de las especies. No es ocioso, por lo tanto, preguntarse por qué la comunidad internacional no estaba bien preparada y cómo puede prepararse para el futuro. Porque el virus causante del covid-19 no será el último.
Sin embargo, una vez superado el estupor que nos invade, debemos evaluar las consecuencias de este suceso evitando caer en dos trampas: extraer conclusiones demasiado precipitadas, en vista de la incertidumbre que rodea esta crisis; y dejarnos llevar por la estupefacción, concluyendo con excesiva ligereza que todo va a cambiar. En la historia de las sociedades humanas, las grandes fracturas siempre van precedidas de signos o acontecimientos que las anuncian. Y las grandes crisis suelen ser aceleradores de tendencias. Esta es la razón por la que la manera más prudente de pensar en las consecuencias del covid-19 consiste en determinar cómo esta crisis puede amplificar dinámicas ya existentes. ¿Qué dinámicas son estas? Josep Borrell distingue tres: “El futuro de la globalización y el neoliberalismo”; “La evolución de la gobernanza mundial”; y “La resiliencia de la UE y de los sistemas políticos democráticos europeos en la gestión de los riesgos graves e imprevistos”. Estas tres dinámicas configurarán el mundo del mañana, un mundo que de algún modo ya está aquí.
“La pandemia cuestionará la ideología de la globalización: apertura de los mercados, retroceso del Estado y privatizaciones”
“Esta pandemia no significará el fin de la globalización. Pero pondrá en cuestión algunas de sus modalidades y de sus presupuestos ideológicos, en particular, el famoso tríptico neoliberal: apertura de los mercados, retroceso del Estado y privatizaciones. Este cuestionamiento ya había empezado antes de que estallara la crisis. Se acentuará después de ella. En la última década, la globalización se ha multiplicado gracias a la creación de cadenas de valor cada vez más numerosas y extensas. Estas cadenas permiten dividir la producción de un bien entre distintos lugares para minimizar los costes de producción. Todo ello sin grandes dificultades, debido a la caída de los costes de transporte y al desarrollo de las telecomunicaciones. La digitalización de la economía ha amplificado esta tendencia, que ha beneficiado a muchos países emergentes, y en particular a China, que ha captado una gran parte de la producción textil y de electrónica de consumo; pero también a la India en otros sectores, como el farmacéutico. En Wuhan, donde nació la pandemia, se habían instalado más de 300 de las 500 empresas más grandes del mundo. Esta extensión de las cadenas de valor, y la extrema facilidad con que podían establecerse, alimentaron de forma natural la idea de que ya no existía un problema de oferta, tan abundante como era a escala mundial. Consiguientemente, los procesos de producción ‘justo a tiempo’ sustituyeron a las existencias. El almacenamiento se convirtió casi en una práctica antieconómica. Incluso aquellos países que se habían preparado mejor ante el riesgo de pandemia terminaron, al cabo de los años, por bajar la guardia. Después de la crisis, las cadenas de valor no desaparecerán, por supuesto, porque su interés económico sigue siendo considerable. Pero asistiremos a un replanteamiento parcial de esta dinámica de tres maneras”.
La primera consistirá en diversificar las fuentes de abastecimiento en el sector sanitario. Nuestra dependencia de China para la importación de una serie de productos, especialmente mascarillas y vestuario de protección es enorme (50%). Además, el 40% de los antibióticos importados por Alemania, Francia o Italia provienen de China, que produce el 90% de la penicilina que se consume en el mundo. Hoy en día no se produce en Europa un solo gramo de paracetamol. La creación de un inventario o una reserva estratégica de productos esenciales permitiría así precaverse contra las carencias a nivel europeo y garantizar su disponibilidad en todo el territorio europeo. La creación del programa RescUE, destinado a contrarrestar este riesgo en particular mediante la mutualización de los medios, constituye un primer paso. Para ello, es necesario limitar la dependencia de los países exportadores de cada producto esencial, para que ninguno de ellos pueda ser el origen de una proporción demasiado grande de las importaciones de dichos productos”.
“Hay segmentos estratégicos que debemos conservar hoy más que nunca y que hemos deslocalizado por motivos financieros o medioambientales”
“Debemos protegernos, pero esto no quiere decir sucumbir al proteccionismo. Protegerse es evitar que, ante crisis como la que estamos viviendo, nos hallemos en una situación de vulnerabilidad extrema frente a los proveedores extranjeros. Porque la globalización no es sólo una red fluida a la que todos tendríamos acceso, sino también una serie de nodos estratégicos dominados por algunos actores que pueden controlarlos o bloquearlos en beneficio propio en caso de crisis. La segunda manera será la reubicación de una serie de actividades lo más cerca posible de los lugares de consumo. Nos orientaremos, sin duda, hacia cadenas de valor más cortas, que pueden coincidir con los imperativos de la lucha contra el cambio climático. Es probable que esto redunde en un encarecimiento del coste de los productos. Pero habrá que aceptar un equilibrio entre la necesidad de seguridad y la búsqueda del menor coste para el consumidor. Aprovechando esta crisis, debemos adquirir conciencia de que los intereses del ciudadano deben prevalecer sobre los intereses del consumidor. Japón, que es un país muy abierto al comercio y no es sospechoso de proteccionismo, ha sido el primero que ha puesto en marcha un plan explícitamente destinado a financiar la retirada de las empresas japonesas implantadas en China, a fin de trasladarlas al archipiélago nipón o a otros países asiáticos. En Europa, es preciso reflexionar sobre esta cuestión rompiendo la lógica de compartimentos estancos que nos impide tener una visión estratégica global. No se trata de reconstituir en Europa sectores que han sido deslocalizados, pero sí hay segmentos estratégicos que debemos conservar hoy más que nunca y que hemos deslocalizado por motivos financieros o medioambientales. Más importante aún, debemos tener sentido de las prioridades. ¿No sería más sensato contar desde ahora con más actividades en el Magreb o en África en lugar de Asia? No se trata de oponer un continente a otro. Pero ahora la prioridad y el interés bien entendido de Europa son que su periferia inmediata se desarrolle rápida y sólidamente. En unos momentos en que estamos hablando de crear asociaciones estratégicas con África, debemos ver en qué ámbitos pueden tomar forma y ponerse en marcha. Los medicamentos son claramente uno de ellos. Hay estudios que lo demuestran. Nuestro interés político radica en no depender demasiado de potencias que, algún día, puedan hacernos pagar de un modo u otro el precio de nuestra dependencia”.
“Por último, es probable que la tercera manera consista en utilizar procesos tecnológicos alternativos, como la generalización de la producción 3D o el uso de robots, para contener los riesgos de deslocalización. En Italia se ha logrado fabricar válvulas para respiradores intensivos con una impresora 3D muy rápidamente y con un coste extremadamente bajo. Dicho esto, si bien es absolutamente indispensable que cada uno se procure una mayor seguridad sanitaria, no resulta menos necesario garantizar que este proceso no aboque a un proteccionismo que comenzaría con los productos sanitarios para extenderse paso a paso a todas las actividades consideradas esenciales por cada nación. Por lo tanto, será necesario encontrar un nuevo punto de equilibrio para prevenir un movimiento proteccionista generalizado que desemboque en una depresión mundial. Esto es muy importante para Europa, que es la región más dependiente del comercio mundial en todo el planeta y, hoy día, la más afectada por la ralentización económica. Sabemos muy bien que la frontera entre la crisis que padecemos y la depresión generalizada que nos acecha es sumamente tenue. Esto es aún más cierto en el caso de los países del Sur, donde la pandemia aún no se ha propagado en toda su extensión, pero es probable que los daños sean considerables. En definitiva, tendremos que inventar las modalidades de una nueva globalización capaz de encontrar un nuevo equilibrio entre las innegables ventajas de la apertura de los mercados y la interdependencia y los imperativos de la soberanía y de la seguridad de los Estados. Son pocos los momentos en la historia en que a las sociedades se les presenta la oportunidad de repensarse, puesto que a menudo se ven atrapadas en el torbellino de las urgencias cotidianas. Tenemos ahora la oportunidad de disfrutar de una pausa que debe ayudarnos a reflexionar sobre nosotros mismos”.
La causa de la pandemia no son los animales salvajes, la sobreexplotación de los recursos los contacta con poblaciones humanas muy densas
Desde este punto de vista, está claro que no podemos repetir el error de 2009, cuando, después de haber registrado una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, el crecimiento de estas emisiones ha vuelto a aumentar como si nada hubiera pasado. No nos podemos permitir tropezar otra vez en la misma piedra, porque esta pandemia no ha caído del cielo. La causa de la pandemia no son los animales salvajes. Su origen es la deforestación, la pérdida de hábitats naturales de la fauna, la reducción de la biodiversidad y la sobreexplotación de los recursos que pone a las especies salvajes en contacto con poblaciones humanas muy densas. Esta crisis lleva la marca indiscutible de la sobrecarga de los ecosistemas: es una crisis que vuelve a nosotros como un bumerán. Por lo tanto, es imprescindible que la lucha por la preservación de la biodiversidad se convierta hoy más que nunca en un componente fundamental de la lucha contra el cambio climático. En estas circunstancias, no resulta exagerado hablar de una nueva globalización, dado que los desequilibrios económicos, sociales y medioambientales, que se han multiplicado en las últimas décadas, se han vuelto insostenibles.
“La globalización va a cambiar de cara. También el Estado, ya que su retroceso es el núcleo de la ideología neoliberal. En esta crisis se aprecia claramente que la demanda espontánea de Estado crece y que los países con una alta protección social están mejor preparados para hacerle frente que los que dejan a sus ciudadanos solos ante el mercado. El hecho de que Europa recurra al desempleo parcial antes que a los despidos para hacer frente al descenso forzoso de la producción es revelador de la particularidad del modelo europeo. Pero el Estado no puede engordar hasta llegar a ocuparse de todo, incluida la producción de mascarillas. Lo que sí es necesario rehabilitar es la capacidad estratégica del Estado para anticipar y preparar a la sociedad para enfrentarse a estos desafíos. Los Estados que han gestionado mejor la crisis sanitaria durante estos últimos tres meses son aquellos donde el poder público está mejor organizado. Es la calidad del Estado lo que importa, no sólo su tamaño”.
El restablecimiento del papel estratégico del Estado será una prioridad después de la crisis. Pero no será fácil hacer este esfuerzo en Europa, que se basa en una combinación de Estados-nación y un mercado único. Los imperativos de la creación del mercado único han terminado por asimilar todas las protecciones contra obstáculos a la construcción del mercado. De suerte que, como los Estados europeos se han ido desprotegiendo progresivamente para permitir la construcción del mercado único, Europa ha olvidado su protección colectiva. De ahí nuestro interés bien tardío en los retos de la reciprocidad de acceso al mercado, en particular. Afortunadamente, las cosas han empezado a cambiar y esta crisis puede acelerar el cambio de rumbo. Cada vez se habla más en Europa de un mayor control de la inversión extranjera y de las distorsiones de la competencia provocadas por los Estados no europeos. También se están reconsiderando las ayudas estatales. La Comisión, por su parte, ha flexibilizado recientemente las normas en este ámbito. No podemos seguir preocupándonos por las distorsiones intraeuropeas e ignorar las de nuestros competidores fuera de Europa. Europa debe dejar de ofrecerse al resto del mundo. Pero el camino es todavía largo. La reciente concesión por China de licencias de 5G ha puesto de manifiesto la marginación de los operadores europeos. Por ejemplo, Nokia y Ericsson sólo obtuvieron recientemente el 11.5% del mercado chino, frente al 25% en 4G. Huawei ya tiene el 30% del mercado europeo de 5G. Al mismo tiempo, debemos precavernos contra la tentación de algunos grupos extranjeros de aprovecharse de la caída de activos para controlar empresas europeas.6 También en este caso es necesario extraer las enseñanzas de esta crisis, que demuestra el carácter asimétrico de nuestras relaciones con China, y poner en marcha los instrumentos de acción que den fin a esta situación. Sin embargo, la dificultad para Europa se deriva de que es necesario tener en cuenta al mismo tiempo los imperativos del mercado único y la existencia de Estados nación cuyos intereses y tradiciones no siempre coinciden forzosamente. Si hemos tardado en crear un mecanismo de control de la inversión extranjera, se debe a que algunos países consideraban que las oportunidades que ofrecían algunos mercados emergentes eran demasiado grandes como para sacrificarlas en aras de un control más estricto de las inversiones procedentes de esos mercados. Pero cuando esos mismos Estados se han percatado de que, a su vez, podían ser objeto de adquisiciones extranjeras en sectores estratégicos, han cambiado de opinión. Hoy en día, incluso una serie de países tradicionalmente liberales, como los Países Bajos, reclaman una evaluación más detenida de las inversiones extranjeras para asegurarse de que no se beneficien de subvenciones estatales. Esto significa, en suma, que Europa no puede ser la única región del mundo que cumpla las normas de competencia cuando las demás no lo hacen.
ONU consensuó una resolución sobre el covid-19, por el desacuerdo entre EE UU y China, situación inédita en la Guerra Fría
La crisis del covid-19 va a poner de manifiesto que la globalización acrecienta la vulnerabilidad de las naciones que no toman las precauciones suficientes para garantizar su seguridad en sentido lato. Todo ello debe inducir a Europa a dotar de contenido y fuerza a la idea de autonomía estratégica, que obviamente no debe limitarse al ámbito militar. Esta autonomía estratégica debe articularse en torno a seis principios fundamentales: Reducir nuestra dependencia no sólo en el ámbito sanitario, sino también en las tecnologías del mañana, como la inteligencia artificial; Impedir la adquisición de nuestras actividades estratégicas por agentes externos a Europa, lo que supone definir previamente estas actividades; Proteger nuestras infraestructuras sensibles contra los ciberataques; Evitar que el traslado de determinadas actividades económicas y la dependencia resultante menoscaben algún día nuestra autonomía de decisión; Ampliar el poder normativo europeo a las tecnologías del mañana para impedir que otros lo hagan a nuestras expensas; Asumir el liderazgo en todos los ámbitos donde la falta de gobernanza mundial conduce a la destrucción del sistema multilateral; Restablecer la gobernanza mundial…
“Todas estas reflexiones me llevan naturalmente a la gobernanza mundial, cuyas carencias observo día a día. En los últimos años se ha criticado a la OMC. Hoy es la OMS la que está en el punto de mira, cuando más falta hace. El Consejo de Seguridad no logró consensuar una resolución sobre el covid-19 por el desacuerdo entre EE UU y China. Se trata de una situación inédita, ya que, incluso durante la Guerra Fría, EE UU y la URSS convinieron en fomentar la búsqueda de una vacuna contra la polio. El G7 tampoco fue capaz de consensuar un texto porque un Estado quería calificar el covid-19 como “virus chino”. Así pues, asistimos a un cruce de acusaciones entre EE UU y China, que en realidad se traduce en un déficit de liderazgo mundial. Esta situación contrasta acusadamente con la que vivimos en la década de 2000 con la adopción del Plan Mundial contra el SIDA, con la movilización contra el virus del Ébola y, por supuesto, con la respuesta a la crisis financiera de 2008. Podría decirse que una pandemia no es en sí misma competencia del Consejo de Seguridad. Pero esta explicación no resulta convincente. En los dos casos citados (SIDA y Ébola) hubo unanimidad en el Consejo de Seguridad. Unanimidad a favor de la movilización. No se ha podido votar un proyecto de texto propuesto recientemente por Estonia porque algunos Estados no aceptan que se insista en la plena transparencia en la información sobre la crisis, un principio que entienden que atenta contra su soberanía. Que, por primera vez desde la creación de las Naciones Unidas, una pandemia no genere un consenso es un mal presagio. Esta situación se debe tanto a los desacuerdos entre los Estados como a la falta de interés de algunos de ellos en cualquier liderazgo internacional. Todo esto resulta sumamente preocupante, ya que es bien sabido que una sólida coordinación internacional puede marcar la diferencia. Puede permitir que se den a conocer las mejores prácticas, proponer estándares internacionales para el control de los pasajeros en los aeropuertos, poner en común recursos para los test y la investigación de vacunas, en lugar de tratar de apropiarse de resultados de investigación prometedores en beneficio de un único país, y crear asociaciones para la producción de todos los bienes y equipos esenciales indispensables para combatir la pandemia”.
Podemos derivar hacia un autoritarismo digital como en 2001, la lucha contra el terrorismo ocasionó una merma de libertades individuales
Esta necesidad de cooperación también será aguda en el momento del desconfinamiento. Porque si cada Estado miembro levanta el confinamiento por su cuenta, nos enfrentaremos a considerables dificultades. Por consiguiente, convendrá ponerse de acuerdo para evitar un caos global que volvería a afectar al comercio internacional. El único ámbito en el que la cooperación internacional ha funcionado muy bien desde el inicio de esta crisis es la cooperación entre los bancos centrales. Este éxito se explica probablemente porque su actuación es autónoma e independiente de las tradicionales rivalidades entre países. En una fase posterior será necesario evaluar, sin duda, lo que se hizo bien y mal al principio de la pandemia. Pero es la hora de la movilización y no de la polémica. Desde este punto de vista, es de lamentar el anuncio hecho por el presidente Donald Trump de la suspensión temporal de la financiación de EE UU a la OMS con el pretexto de que supuestamente trató de ocultar las deficiencias chinas.
Esta crisis ha exacerbado indiscutiblemente las relaciones chino-norteamericanas y ha revelado los peligros de un conflicto multidimensional entre estos dos países para la seguridad internacional. Como me ha señalado el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, la salida de la crisis requiere una estrecha coordinación entre EE UU, China y la UE. Pero si esta crisis extremara, más que intensificar, la tensión chino-norteamericana, el papel de Europa sería aún más crucial. En particular, debe evitar que los efectos de la rivalidad repercutan negativamente en una serie de regiones del mundo, principalmente en África, que necesitará un auténtico apoyo financiero para hacer frente a la pandemia. El anuncio del G20 y el FMI de una moratoria de la deuda de los países más pobres es una decisión que ciertamente aliviará a estos Estados. Pero es obvio que no es suficiente. Es la cancelación de esta deuda lo que debe negociarse entre todos los donantes, incluida China. Y los países de renta media también se verán afectados y necesitarán ayuda, como lo recuerdan muchos líderes y economistas latinoamericanos.
Esta crisis también representará una prueba política para las democracias europeas. Porque siempre son las crisis las que ponen de manifiesto los puntos fuertes y débiles de las sociedades. Ya se están preparando las narrativas políticas para lo que viene. Tres narrativas están en liza: la populista, la autoritaria –que coincide con la anterior en muchos puntos– y la democrática. Esta crisis debería tener a priori un fuerte impacto en la narrativa populista, ya que pone de relieve la importancia de la racionalidad, la competencia y los conocimientos. Todos ellos principios ridiculizados y rechazados por los populistas, que los identifican con las élites. Resulta difícil seguir hablando de la post-verdad cuando sabemos cómo se produce la infección, cuáles son los grupos de riesgo y qué medidas deben adoptarse preventivamente para combatir la pandemia. Pero los populistas pueden invocar, en primer lugar, la responsabilidad del extranjero en la propagación del virus. También pueden convertir a la globalización en el tradicional chivo expiatorio de todos los problemas. En esta misma línea, pueden abogar por un mayor control de las fronteras y aprovechar esta oportunidad para acentuar su hostilidad contra la inmigración. El populismo ofrece muestras de una gran plasticidad. Se adapta a todos los contextos y puede cambiar de rumbo fácilmente, ya que no se preocupa de distinguir la verdad de la mentira. Por otra parte, en un contexto de ansiedad donde impera el miedo, los populistas siempre se encuentran a gusto. Es grande la tentación de aprovechar esta situación excepcional para limitar los derechos y libertades. Podemos derivar hacia un autoritarismo digital, al que ya se encaminan claramente algunos Estados. Como ocurrió después del 11 de septiembre, cuando la lucha contra el terrorismo ocasionó una merma de las libertades individuales. George Orwell ya está superado. Estamos en el distópico 2020. La novela ‘1984’ del periodista y escritor británico ha quedado obsoleta.
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