Signos
Por Salvador Montenegro
La democracia pluripartidista mexicana no es muy diferente de la democracia unipartidista china en lo que a las militancias ideológicas concierne (y salvando, desde luego, las diferencias, en lo que se refiere al sistema represivo comunista chino y al sistema mexicano de la impunidad y la tolerancia de la Justicia a la criminalidad.)
El chino es un solo partido de muy diversas corrientes, sectores e intereses que se alternan en el poder central y en los de las regiones y las demarcaciones de la vasta República Popular, y que convergen en un mismo modo de hacer política y de disputar y repartirse el poder del Estado nacional que está en la genética, la cultura, las tradiciones y las instituciones chinas.
El mexicano es un espectro de muchos partidos que convergen en un mismo modo de hacer política y de disputar y de repartirse el poder del Estado nacional que está en la genética, la cultura, las tradiciones y las instituciones mexicanas.
Infinidad de reformas constitucionales han tenido lugar desde los tiempos revolucionarios de Mao y, en esencia, el Partido Comunista Chino sigue siendo el mismo partido de siempre.
Infinidad de reformas constitucionales han tenido lugar desde los tiempos revolucionarios de Calles y, en esencia, los partidos que se han multiplicado desde entonces siguen siendo fieles a la herencia del primer partido de la Revolución Mexicana.
Claro que ha habido liderazgos muy reformadores, como el de Deng o el de Cárdenas. Pero China hoy día es una potencia educativa y económica mundial. Y México sigue siendo uno de los países más iletrados, corruptos y violentos del orbe.
Cierto: el chino es de los sistemas más represores de las libertades individuales y el mexicano uno de los más laxos e impunes, y donde menos justicia se hace en favor del ejercicio de esos derechos esenciales consagrados en la ley suprema.
De modo que ser un pueblo letrado, sin capacidad de ejercicio crítico, puede ser lo mismo que uno iletrado y libre, sometido por la injusticia de la ilegalidad, la impunidad, la corrupción y la violencia, porque tampoco se tiene capacidad para el ejercicio crítico.
¿Ha hecho algo mejor que el chino, el sistema de partidos mexicano?
Es obvio que -más allá del formalismo teórico, o idealista, o idílico- la democracia no es un sistema de elección de la voluntad popular en torno de su destino, sino una guerra entre grupos de poder que se libra en el nombre de la voluntad general, y donde con cargo a la simulación de la defensa representativa de los intereses de todos -el llamado interés público-, los ganadores determinan los beneficios de los demás desde el privilegio de las decisiones de Estado sobre la rentabilidad particular propia, y cuya causa se administra y se promueve como un proyecto histórico que adhiere militancias y se envuelve en la propaganda de una verdad unívoca, sectaria y falaz denominada ideología.
Y del mismo modo que las religiones secuestraron en absolutismos teológicos o paganos la interpretación -‘profética’- sobre el origen y el destino de la Humanidad, las ideologías políticas y sus propagandas doctrinarias parcializan y divulgan sus utilitarias nociones de la realidad desde la conveniencia de sus grupos cupulares y sus ocasionales liderazgos.
Pero el caso es que el pragmatismo y el inmediatismo integrador de las nociones masivas globales interconectadas de la era digital sobre la justicia y las injusticias del mundo, y que amplifican y transparentan el panorama desolador en torno de la abundancia creciente y colosal de víctimas inocentes del desarrollo civilizatorio inevitable y terminal, derriten la cobertura de la verdad más objetiva de la naturaleza y el servicio real de todas las ideologías, que ahora pierden consistencia, se degradan y terminarán por desaparecer.
“Opio del pueblo” o “falsa conciencia”, decía el viejo judío alemán desde cuyas nociones se partió y se polarizó el planeta entre los falsos justos de los extremos de la beligerancia política.
Y en la China represiva, el Partido Comunista sigue intacto y produciendo, a partir de sus reformas educativas y económicas, una prosperidad sin libertades.
Y en el México de la pluralidad partidista, la herencia del partido de la Revolución Mexicana sigue intacta y produciendo, a partir de sus reformas democráticas e institucionales, la mayor decadencia educativa, la mayor impunidad, la peor cultura del derecho, y un clima de libertades civiles y políticas sin regulación alguna de valor, donde las Legislaturas generan cada vez instituciones menos virtuosas, y en los partidos las militancias se conducen cual marabuntas y manadas oportunistas -mayores o menores, según el ‘canto de las sirenas’-, donde no se conocen ni se distinguen doctrinas ni principios, donde la propaganda y el discurso de unos y de otros es de proclamas e infundios circunstanciales e iletrados, donde los jefes de las bandas criminales pueden, así, considerarse de la misma catadura moral e intelectual que la de quienes las enfrentan desde las instituciones responsables de la seguridad pública, y donde, por eso mismo y a falta de autoridades civiles competentes y necesarias, debe ponerse en las calles a las Fuerzas Armadas del Estado para garantizar en alguna medida los derechos de los ciudadanos, exterminando o reprimiendo o acabando con las nubes de sicarios que imponen sus negocios e intereses por la vía de la corrupción y la violencia, porque la paz social es un propósito fuera del alcance de la democracia y de la voluntad popular que tantos partidarios de todos los partidos dicen creer que se manifiesta en las manipulables urnas donde los electores meten sus boletas.
SM