Entre Varguitas y Prevost

Signos

En lo personal y desde la margen contraria de credos e ideologías, parece muy saludable, por lo menos a la luz del mundo menos proditorio, la elección cardenalicia del Papa Prevost, o León XIV, un matemático y filósofo de academia, entre sus especialidades, nacido en Chicago y descendiente de inmigrantes europeos de lenguas latinas, pero consumado misionero de más de cuatro décadas de recorrer los caminos y los entornos más humildes de Chiclayo, en el norte peruano (algunos de cuyos rumbos selváticos y sobre las casi sacras y ubicuas letras de Varguitas no pocos lectores suyos a veces también hemos andado, con un fervor casi apostólico y hasta acudiendo, asimismo, en algunos casos, a la ayuda geográfica del Google Maps, para situar referencias y documentar curiosidades entre las transformaciones de la realidad y la imaginación).

Habría que darse una vuelta por esos recorridos de Vargas Llosa y de Prevost Martínez -que tiene la peruana como segunda nacionalidad y es hijo de madre española- y liberar algunas conclusiones:

Es noble lo que se sabe del predicador en los ámbitos silvestres y pueblerinos del Perú, como se sabe de aquellos personajes que en la narrativa de Vargas Llosa (y como el narrador mismo, que los refiere y los retrata en justo homenaje literario y personal a los defensores reales de los seres más avasallados por los dueños del poder y la injusticia) tanta falta hacen siempre y, más que nunca, en los umbrales del derrumbe de un mundo agobiado por el hedonismo, el supremacismo, la insensibilidad y la mala fe.

Sí, sí: que si el nuevo Pontífice forma entre los conservadores o modernizadores de la Iglesia y si es o no más partidario de las tradiciones de la dominación doctrinaria o de la teología social y la causa pastoral por los pobres, suele ser el debate sobre el acontecer ideológico en cada nuevo pontificado. Y sí, de un lado y del otro de la prédica del dogma los ha habido, como en similar proporción, acaso, vastos sectores de la intolerancia contra los minoritarios de las buenas conciencias y el librepensamiento existen y han existido. Pero en la Iglesia y el credo católicos, como en todos los destinados a preservar el orden y la vigencia de la fe y sus mitos (cuando la evolución y el avance del conocimiento los niegan cada vez más, como el propio Papa Francisco explicase que la de Adán y Eva era sólo una de las metáforas de la Creación), la realidad histórica no se moverá gran cosa con las posturas papales más o menos progresistas o más o menos afines a la justicia social. El creyente va a misa y reza por lo que cree, más acá de si el Papa es favorable a las causas feministas y a incrementar la presencia de las mujeres en la Iglesia o si bendice o sataniza las preferencias sexuales y los activismos del caso. Y no va a cambiar ni el destino de la cristiandad ni el de la Humanidad por lo que piense o diga. Los horizontes de la fe y el volumen de las clientelas religiosas no dependen de las bondades de los liderazgos pastorales sino de la conciencia de los creyentes acerca de su suerte, de sus miedos y de las influencias nuevas del saber o de los embustes culturales y las creaciones digitales y robóticas de los nuevos y postreros tiempos.

De modo que lo que cuenta aquí no es el valor de las transformaciones promovidas desde la Santa Sede, sino el valor espiritual y simbólico del personaje en sí mismo que ahora la preside y la resonancia de su ejemplo posible en relación con las circunstancias, los conflictos y los enormes desequilibrios entre los buenos y los malos gobernantes y dirigentes del cada vez más agotado y envilecido planeta. Por mínimo que pueda ser y por imposible que la lógica indique que es toda esperanza en ello, no deja de aspirarse -por lo menos entre los espíritus de intenciones menos lucrativas y malsanas- a un crecimiento de alternativas entre la minoría virtuosa que enfrenta la entrópica ira de los multiplicados demonios del fin del mundo. Y en el perfil de Prevost, más misionero que político, no se asoman filiaciones con personajes o grupos poderosos y condenables que lo desprestigien.

(Porque el pasaje de su presunto encubrimiento de curas pederastas quedó más que esclarecido y saldado en favor suyo desde antes de que Bergoglio se lo llevara de Chiclayo a Roma. Fue resuelto mediante investigaciones periodísticas y otras oficiales ordenadas por el Vaticano que así lo probaron y donde el ahora Pontífice fue el primer interesado en las mismas y en participar en ellas. Se estableció con evidencias que el presunto pecado, de altas dimensiones delictivas, que se le imputaba, fue parte de una conspiración en su contra perpetrada por una organización ultraconservadora enemiga de lo que consideraba un liberalismo pastoral extremo del entonces Obispo, llamada Sodalicio de Vida Cristiana, la que fue disuelta por el Papa Francisco sobre abrumadoras y certificadas prácticas de corrupción.) 

SM

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