Espectros sucesorios

Signos

¿Que puede depender del presidente de la República la candidatura ganadora al Gobierno de Quintana Roo el año que viene -merced a que preserve su popularidad y su influencia electoral hasta entonces en favor de los nominados por su partido y por él mismo, como en otras entidades donde también podrían ganar sus elegidos en esa y otras posiciones de representación popular-?, pues sí…

Pese a las crecientes derogaciones padecidas por la causa -también llamada la ‘cuarta transformación’- del jefe máximo (derivadas de los conflictos cupulares en el Morena, la definición de liderazgos y grupos internos hacia la sucesión presidencial, las tensiones entre intereses y lealtades cada día más objetivas e irreversibles, las alianzas partidistas y legislativas tan frágiles como la virtud de los candidatos y los dirigentes de las asociaciones que los promovieron -en nombre de sus particulares conveniencias y con cargo a la imagen de López Obrador-, o las mayorías parlamentarias también más arduas y dudosas frente a las urgencias reformistas del jefe máximo -a su vez apremiado porque la obstrucción de sus reformas merma su fuerza política y su averiada paciencia, entre ellas la judicial y la electoral, que ahora se le complican tanto como la propia de la revocación del mandato, que él pretendía como la simple confirmación popular de su liderazgo y de su fuerza electoral en el último y decisivo tramo de su gestión); pese a esas y otras adversidades acumuladas y en curso de sumarse en su contra y en favor de sus opositores -beneficiados de esos decaimientos presidenciales pero incapaces de adherirlos, a su vez, a un liderazgo propio potente, alternativo y con un proyecto nacional que no apueste por la regresión y por lo que enseñan los perfiles del panismo y sus miserias similares y aliadas-, Andrés Manuel podrá, en efecto, ser el factor de decisión de la próxima candidatura ganadora de la sucesión gubernamental en Quintana Roo.

Por supuesto que eso no hace ninguna novedad en el frente de la opinión pública. Pero he aquí algunas variables.

Es cierto que el jefe máximo -en el tránsito de la debilidad a que lo ha conducido la alianza con el Partido Verde, y que le ha costado crédito electoral y moral- requiere de las cifras legislativas federales de la piltrafa ecologista, pero también es cierto que entre los desplantes triunfalistas de esa piltrafa y la amenaza presidencial de ajustarles las cuentas por la vía penal a algunos de sus más visibles y remisos ideólogos y voceros, ha quedado en saldo que a los representantes del Niño Verde con aspiraciones de ascenso bajo la bandera obradorista y en alianza con su partido para los comicios venideros, el jefe máximo no los quiere ver ahora mismo ni en pintura.

¿Toleraría entonces, Andrés Manuel, que apenas reelecta en el Ayuntamiento cancunense -perdiendo más de un centenar de miles de sufragios respecto de su primera elección; ganando la reelección por apenas un puñado de votos comprados a precios de oro y con dinero procedente de la rapacidad con que ha convertido el erario y la gestión municipal en un negocio privado; con la enorme carga de desprestigio que lleva a cuestas merced a su desaforada codicia y pese al mínimo tiempo en el quehacer político (al que llegó de la mano de un padrinazgo providencial y en el que no cuenta ni con iniciativa ni con proyecto de valor ningunos); y como emisaria que es en Cancún, y que sería en todo Quintana Roo, de la exitosa industria de la majadería democrática de la que es dueño el Niño Verde- Mara Lezama botara los trastos de la Presidencia Municipal alcanzada por la alianza del Morena y el Verde Ecologista para irse a buscar la gubernatura, y para lo cual habría de pronunciarse, abandonar el mandato y ser postulada, acaso, antes de que termine el presente año, para estar libre de investiduras y meterse al fuego de la campaña proselitista por el Gobierno estatal en el amanecer del 2022?

¿Estaría dispuesto Andrés Manuel a jugarse ese pellejo de la perversidad moral en el crítico momento de su circunstancia; cuando su movimiento, su partido y él mismo necesitan recuperarse de las pérdidas propinadas por el influjo mafioso de alianzas como la del Verde, y cuando el declive de Mara Lezama en los comicios pasados pudiera ser el anuncio de su derrota siguiente, con la entrega del Estado al patrimonio sin término del dueño del ecologismo depredador hecho partido?

¿Será que la cosa venga tan fácil y tan predecible? Pues ese sería también el anuncio de la debacle venidera del obradorismo, que más que ceder tutelajes de alto perjuicio social debiera reforzar su propio programa sucesorio con candidaturas y sociedades electorales más prestigiosas y competitivas por cuenta propia.

¿Y Marybel Villegas?…

Pues ella no ganó la postulación y el Ayuntamiento cancunense que le arrebató el verdemorenismo para Mara Lezama, y tendría que ganar la Mesa Directiva del Senado de la República, su objetivo más inmediato, para tener credenciales exitosas que acrediten su comparecencia como potencial sucesora de Carlos Joaquín González.

Pero sentarse a presidir la Mesa Directiva depende menos del jefe de la mayoría y presidente del Senado, Ricardo Monreal, que de quien habría de decidir la candidatura del Morena -en alianza o no- al próximo mandato quintanarroense, es decir el jefe máximo, cuyas relaciones con Monreal andan en el alambre del distanciamiento y la desconfianza, entre otras cosas porque el senador quiere ser el sucesor del jefe máximo y este da cada vez más señales de no tener sus mismos planes.

De modo que Marybel Villegas y su actual líder senatorial parecieran más perfilados a ser muy buenos candidatos a los Gobiernos estatal y federal venideros, pero no por el partido de su actual militancia (formal).

Marybel Villegas puede contar con las simpatías de Monreal, pero no con las del jefe máximo. Y si acaso alcanzara la Mesa Directiva del Senado, también, como Mara Lezama con los de la Comuna cancunense, tendría que botar a la basura la bolsa de las responsabilidades republicanas apenas haberla conseguido, para desbocarse por la postulación al Gobierno estatal, lo que difícilmente contaría, asimismo, quizá, con la aprobación del líder de la revolución moral.

Y en este ángulo habría espacio para la alternativa del Sur en los dos únicos perfiles identificables en las aceras opuestas de la calle de la sucesión en la entidad caribe.

En el morenismo arrancaría el senador José Luis Pech, y en el otro lado la exalcaldesa del Municipio de la capital quintanarroense, Chetumal, con Cora Amalia Castilla Madrid.

¿Que ambos tienen perfiles cuestionables?, pues habría que ver quién no, dentro de las relatividades y las máscaras inherentes al juego político.

¿Que ambos tienen expedientes personales y públicos más recomendables que los de Mara Lezama y Marybel Villegas, por ejemplo -porque difícilmente podría nombrarse a alguien más con alguna presencia política competitiva y de valor propio-?, pues habría que ver quién más.

¿Pueden contar algunas militancias pasadas y presentes como estigmas de los potenciales candidatos?, pues acaso sí, pero, ¿debieran?; ¿cuán censurables o depurativas del alma política y personal son en este tiempo las mudanzas partidistas, las proclamas ideológicas, las simulaciones estratégicas y las renuncias oportunistas?

El Estado de Quintana Roo reclama la emergencia del Sur; más que como imperativo de justicia representativa, como factor de equilibrio regional y alternativa única e integral de viabilidad.

El Norte tenía todo para crecer de manera armónica y sustentable, y fue aglomerado y consumido por la corrupción, la incompetencia y la ingobernabilidad.

El Sur no merece la misma dinámica del caos, la saturación y la inseguridad, pero tiene un ámbito colmado de oportunidades que no sólo requiere su promoción sino que se impone, desde la óptica de la racionalidad del desarrollo, como la opción más eficiente de salvación del Estado caribe mismo en general.

Claro que por su masividad humana, en el Norte están los sufragios mayoritarios. Pero, como ejemplificó la elección gubernamental pasada, en el Sur pueden volver a estar los votos decisivos.

Y si alguien tiene ideas claras y concretas sobre los proyectos necesarios, es el doctor José Luis Pech.

Y si alguien tiene dotes políticas y una trayectoria de experiencia y probidad en el servicio público, es Cora Amalia Castilla Madrid.

No cuenta el Sur con otros liderazgos del mismo modo conocidos, competitivos y sin expedientes nocivos.

Y el Sur -debe insistirse en ello- tiene que ser pensado mucho más allá de una justa, democrática y legítima aspiración de emergencia o resurrección gobernante.

Tiene que entenderse como la vía económica de salvación de la entidad, ante la anarquía a que se ha condenado al Norte.

Y ya es hora -o el futuro será el desastre- de ejercer políticas eficaces de ordenamiento fiscal, territorial, ambiental y urbano.

Es hora de pugnar por la verdadera sostenibilidad y la verdadera seguridad, más allá de la palabrería estéril y de las baratijas electoreras.

Es hora de gobernar sobre proyectos concretos. Y de ponderar liderazgos verdaderos y no productos del arribismo y la improvisación.

¿Y dónde encaja Rafael Marín Mollinedo?…

Bueno, pues él es un gran amigo del jefe máximo y el designado por él para supervisar la ejecución de algunos de los proyectos de obra más importantes de su mandato, como el del corredor transístmico.

Eso quiere decir que bien puede ser el mejor candidato a gobernador de su amigo presidencial, pero ¿sería el mejor para la entidad?

La incógnita es atizada por el misterio.

Lo cierto es que hacer uso del nexo personal como mecanismo de designación, acaso no fuese la mejor de las promociones.

Pero el jefe máximo garantizaría a su amigo la mejor de las gratificaciones por su lealtad y sus servicios más allá de su salida de Palacio Nacional, y acaso y ya como tal, el gobernador tabasqueño de Quintana Roo haría el mejor de sus esfuerzos para defender el legado de su paisano y amigo.

Y, de no ser el designado candidato del Presidente, ¿quién sería entonces el candidato de las influyentes preferencias y recomendaciones de Marín?

La relación con Pech es bastante empática, refieren algunos cercanos a ella. Aunque no, dicen otros: Marín quiere también lo que el senador quiere. De modo que, si así fuera, sólo habría que saber si el gran elector decide, entre los aspirantes de su partido, si será una cuestión de amigos o de algo más.

¿Y por qué mejor no dar crédito a la certeza ya manifiesta públicamente por el propio Marín -desde hace tiempo, cuando empezaron las primeras especulaciones- de que él no será candidato, y a la noción muy difundida y muy lógica de que si Marybel Villegas perdió con Mara Lezama la nominación al Municipio cancunense en los pasados comicios donde la candidata morenista se reeligió -así fuera comprando los mínimos votos que hicieron la diferencia-, entonces tampoco tendría la posibilidad de disputarle la candidatura al Gobierno estatal (porque, además, y si de moral se tratara, ninguna de las dos cabría, desde nunca, en el partido de la regeneración nacional)?

La cuestión se plantearía en términos muy simples, muy pragmáticos y muy salomónicos dentro del Morena: Si la candidatura –más allá de los veredictos éticos- se decide desde un principio de género dispuesto por el mamarracho de la legislación electoral vigente -y donde más cuentan la politiquería y la demagogia del igualitarismo numérico que la cualidad verdadera y distintiva del liderazgo y la representación popular, hembra o macho que sea, con sus variables intermedias incluidas-, sería Mara Lezama o José Luis Pech la candidata o el candidato. 

Y, claro, esa sería la mayor evidencia del absurdo democrático que es la legalidad electoral cuantitativa: si toca hembra, podría ser el triunfo de la corrupción hecha Gobierno estatal. Ese volado, en sí mismo, sólo significa incivilidad y retroceso representativo. Pero es lo que hay, por ridículo y ofensivo que sea del verdadero espíritu de la equidad y la inclusiva generalidad. 

Faltaría por ver cuántas candidaturas gubernamentales femeninas se deciden en el Morena, y si a Mara Lezama le toca la de Quintana Roo. Si no, acaso se configure el duelo sureño entre Pech y Cora Amalia, quien ya se ha pronunciado para contender por el PRI, con aliados o sin ellos. Ambos harían la más positiva de las contiendas sucesorias por el poder gubernamental.

¿Y cuál sería la mejor y más conveniente opción sucesoria del gobernador?

Pues si asume lo que todo el mundo puede saber, por público y evidente que es, los intereses que defiende y defendería Mara Lezama de manera irrenunciable son los que dependen de los propios y superiores del invicto Niño Verde y en cuyo perímetro, queda más que claro, los de Carlos Joaquín no caben ni podrían caber nunca. 

Por más alianzas que pudieran ser pretendidas por el mandatario estatal, allá no hay lealtades de ninguna especie, sino meros y execrables intereses, y acaso podría ser el próximo objetivo justiciero de la verdemorenista redención moral en el Gobierno. 

Pech y Cora Amalia, también cualquiera lo sabe, no sólo no son de esa repudiable especie sino de su más antagónica adversaria política y humana. Habría la garantía del respeto y el mejor trato, lo que de sobra se sabe de los referidos personajes sureños. Son gente cordial y de bien, lo que no se conoce ni de lejos en el verdemorenismo controlado por el Niño Verde, cuya razón única de ser es la del poder junto al dinero.

SM

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