García Márquez y los hijos de la apostasía

Signos

Ya estaba Gabo en el estado de demencia senil intermitente en que murió y desde antes sabía que su novela inédita, ‘En agosto nos vemos’, publicada ahora, no era de su agrado y no lo sería de sus mejores y más fieles lectores si llegaba a publicarse. No quiso que eso ocurriera. Y desde siempre insistió, así mismo, en que ‘Cien años de soledad’ no podía ser audiovisual y jamás debía llevarse al cine y a ningún tipo de pantalla. Alguna vez escribió que Anthony Quinn dijo querer comprarle los derechos y parodió diciendo que no sólo no se hubiera imaginado nunca al célebre actor como el Coronel Aureliano Buendía sino acaso más bien sólo a un peluquero de su pueblo, el único que, según él, se le parecería. Y si ni siquiera un tan laureado actor como el mexicano daría la talla del personaje esencial, ¿quién podría hacerlo con las generaciones descendientes de Úrsula y José Arcadio y con todos los cuantiosos y tan maravillosos habitantes de ese mágico universo incomparable e inconcebible más allá de la imaginación de su autor y de uno mismo como lector? Intentar la concreción interpretativa a espaldas y con la desaprobación de su autor ya muerto, rompería el hechizo del lenguaje y del onírico reino idealizado. Y ya se hizo. Se le ha traicionado impunemente, con una novela que jamás quiso terminar y publicar y otra que nunca quiso que se materializara más allá de la escritura original. Lo han hecho sus hijos, con el éxito económico que el nombre de su progenitor les aportaría. Y eso los identifica a años luz de los valores de su padre. De modo que no, no hay que leer ni ver esos productos engañosos de mercado contrarios al verdadero genio creador de un lenguaje y de un realismo fuera de este mundo.

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