La paranoia comunista de Donald Trump y el revolucionario Joe Biden, reencarnación de Lenin, Stalin, Mao y Fidel

El Bestiario

De niño me preocupaba sobrevivir al fin del mundo. Me inquietaba no estar preparado porque no sabía hacer fuego ni tirar con arco. Pero sobre todo me interesaba el asunto. ¿Cómo sería sufrir una pandemia o un error nuclear? ¿Qué refugios quedaban cerca de casa? La culpa era de la ficción posapocalíptica: un género que ha producido obras enormes. La premisa es simple. Una mañana soleada la civilización se derrumba y un puñado de personas sobrevive como náufragos. Estos supervivientes —que nunca son héroes— buscan refugio, temen a los extraños y cargan camiones con latas de conservas. Algunos pasan la primera noche en un gran hotel y al despuntar el sol saltan al vacío. Otros resisten. Deambulan entre rascacielos ruinosos o fortifican una granja. Viven de despojos. Habitan un mundo nuevo. Hay montones de novelas y películas sobre esos primeros días después del desastre nuclear, vírico o climático…

Santiago J. Santamaría Gurtubay

Muchas son malas. Eso lo concedo. Pero las mejores obras tienen dos grandes virtudes. La primera son sus protagonistas: ¡El fin del mundo les sucede a tus vecinos! No ocurre en otro país ni hace doscientos años. Podría pasar perfectamente en tu pueblo. Son historias de personas corrientes en circunstancias extraordinarias, que suelen ser las mejores. La otra virtud son las reflexiones que esconde el género. ¿Cuánta humanidad nos queda después del colapso? ¿Somos más egoístas, más crueles, más solidarios? Cuando nos desprendemos del Estado y de sus instituciones, ¿qué ganamos, qué perdemos y qué permanece? Es un género político. Estas y otras virtudes se ven mejor si no se explican. Las podéis encontrar en mis cinco obras favoritas del género: dos novelas, una película, una serie y un videojuego. Son coincidentes con las que cita el escritor español Kiko Llaneras, en una columna que publicó en Jot Down Cultural Magazine, bajo el título ‘Cuando el mundo se acaba’. Una novela mítica. El clásico de la literatura posapocalíptica es ‘El día de los trífidos’, de John Wyndham (1951). Un hombre se despierta una mañana demasiado silenciosa y descubre que mientras dormía la sociedad se ha desmadejado. Ahí arranca su aventura. Es una novela divertida y optimista: casi deseas que nos caiga un meteorito. Para compensar existe otro libro más crudo y mucho más triste: ‘La tierra permanece’, de George R. Stewart (1949). Las dos novelas parecen llenas de clichés, pero no están cayendo en tópicos sino inventándolos. Una serie de televisión. La ficción posapocalíptica más exitosa de los últimos años es una serie televisiva: ‘The Walking Dead’, de Robert Kirkman (2010). No me gustan las historias de zombis. Sesgan el relato hacía el terror y roban tiempo a los conflictos entre personas (dentro del grupo, con rivales o con extraños). Hacen las historias peores. Pero ‘The Walking Dead’ es buenísima. En especial desde su cuarta temporada, es una serie intensa y bellísima. Maltrata a los espectadores y por eso da miedo. Además, aborda los grandes temas. El dilema hobbesiano de la violencia preventiva. O la tensión entre mantenerse vivo y mantenerse humano. Es asombroso ver con el pasar de temporadas cómo los protagonistas reducen su círculo de empatía. La supervivencia fortalece los lazos entre unos pocos —la familia, el clan,  uno de nosotros — mientras debilita los vínculos con los extraños.

Una película. Hay decenas de películas posapocalípticas, pero la mayoría suceden demasiado tarde. Una virtud de ‘Hijos de los hombres’, de Alfonso Cuarón, es que sucede ya. Nos reconocemos en los protagonistas porque podríamos ser nosotros. Es una película sobre la esperanza en un mundo sin ella. Y un videojuego. En 2013, Naughty Dog produjo un videojuego que captura mucho de lo mejor del género posapocalíptico: ‘The Last of Us’. Es divertido jugarlo, pero puede disfrutarse solo mirando. El relato, los personajes, los escenarios, la fotografía, el doblaje… todo funciona. Es una magnífica ficción que disfrutará cualquiera que alguna vez haya disfrutado de un videojuego, y alguno más. La última virtud de la ficción posapocalíptica es que es un género juvenil. De niño las historias del fin del mundo siguen contigo al cerrar la página o apagar la consola. Te envuelven cuando sales a la calle. Te descubres localizando con ojo experto los mejores refugios del vecindario. Dibujas mapas con bibliotecas y farmacias cercanas. Ves el mundo con ojos nuevos. Quizás hasta pides que te apunten a clases de arco…

“Los republicanos piden el voto a Donald Trump para salvar a Estados Unidos del ‘socialismo’ de Joe Biden”, titula desde Washington el corresponsal del periódico El País. Por televisión y redes sociales sigo en directo las oscuras advertencias y una relectura de la crisis del coronavirus marcan la primera noche de la Convención Nacional del partido. Nueva York. Donald Trump es “lo único que está entre la libertad y el socialismo”  y quien está frenando la invasión inmigrante y recuperando la “grandeza” de este país, son los mensajes centrales de la Convención Nacional Republicana que arrancó este lunes, en la última semana de agosto. El espectáculo político podría haberse llamado mejor la Convención Nacional Trump, o aún mejor, la “Convención del Aprendiz” ya que parece más bien un “reality show” (de hecho, entre los encargados de este show político están algunos de sus productores del Aprendiz), ya que todo está exclusivamente dedicado no al partido, sino al mandatario. The Apprentice es un programa de televisión estadounidense de la cadena NBC. Es un programa concurso en el que participan de 16 a 18 empresarios que compiten por 250,000 dólares y un contrato para dirigir una de las empresas de Donald Trump. Trump y su familia ocupan casi la mitad del programa de oradores durante la hora pico en cada una de las cuatro noches -el presidente apareció esta noche, como lo hará a lo largo de la semana (a fin de cuentas, es su show).

Trump sorprendió al ofrecer un primer discurso en la convención poco después de ser ratificado como candidato republicano y no ofreció un proyecto de gobierno, sino cuestionó la legitimidad del proceso electoral, acusando que “los demócratas están usando el Covid para robarse la elección”. También advirtió que si gana la agenda de la “izquierda radical” de los demócratas, “tu sueño americano estará muerto”. El tema oficial de la convención es “Honrar la gran historia estadunidense” y a lo largo de la semana se enfatizará lo tan “grandioso” que se ha vuelto el país después de cuatro años de su gobierno, afirman. El programa se ha cumplido a rajatabla. El guión oficial de la convención presenta a Trump como “lo único” que puede defender “la libertad contra el socialismo” en este país. Se calificará a Joe Biden “como un recipiente vacío relleno por la izquierda radical” promovida por figuras como el senador Bernie Sanders, la diputada Alexandria Ocasio-Cortez y la candidata demócrata a la vicepresidencia Kamala Harris, según oficiales de la campaña.

La política antimigrante sigue como otro eje del mensaje de la convención y la campaña de Trump, con imágenes y voces repitiendo que los demócratas favorecen “fronteras abiertas” donde “extranjeros ilegales” llegan a competir por empleos y por seguros de salud con estadunidenses. Esta convención, como la demócrata de la semana pasada, es en gran medida un evento virtual como consecuencia de la pandemia, aunque Trump y su vicepresidente Mike Pence se presentaron físicamente este lunes en la sede de la arena en Charlotte, Carolina del Norte, donde estaba programado este evento originalmente. Ahí se repitieron declaraciones extraordinarias, por su falsedad, elogiando la respuesta del gobierno de Trump a la pandemia. En esta primera noche de la convención, bajo el tema de “Tierra de promesa”, el desfile de oradores incluyó exclusivamente a los fieles aliados del presidente -familiares, asesores, legisladores y ciudadanos- que le rindieron tributo elogiando su liderazgo. Eso se repitió a lo largo de la semana, sin ningún espacio para otras corrientes críticas de Trump dentro del Partido Republicano.

George W. Bush, no se presentó, como tampoco el ex secretario de Estado Colin Powell, quien apoya al demócrata, “ausentes y traidores”

De hecho, entre lo más notable de la convención desde esta primera noche son los ausentes: el único ex presidente republicano vivo, George W. Bush, no se presentará, como tampoco figuras prominentes como el ex secretario de Estado Colin Powell (quien ha endosado al demócrata). Tampoco acudirán el pasado candidato presidencial republicano de 2012 y ahora senador Mitt Romney, ni el ex presidente de la cámara baja Paul Ryan. No están en el programa varios legisladores federales prominentes, ni varios ex gobernadores republicanos. Además hay cada vez más republicanos disidentes, como los más de 70 ex altos funcionarios republicanos de seguridad nacional que denunciaron el liderazgo de Trump y endosaron a su contrincante demócrata Joe Biden la semana pasada y hoy más de 24 ex legisladores republicanos lanzaron una campaña de “republicanos por Biden”. Tampoco están invitados algunas de las ex figuras prominentes del gobierno de Trump, entre ellos su ex asesor de Seguridad Nacional John Bolton, su ex jefe de gabinete John Kelly, su primer procurador general Jeff Sessions, o su ex abogado personal Michael Cohen, y varios colaboradores más que huyeron o fueron expulsados de la Casa Blanca.

Otros seis colaboradores de Trump no pueden llegar porque están encarcelados, en procesos judiciales o bajo investigación, el más reciente su estratega electoral Steve Bannon arrestado la semana pasada por desfalco de fondos destinados para el famoso muro fronterizo. También hay otros que han caído de la gracia, como el aliado evangélico más prominente del presidente, el reverendo Jerry Falwell Jr., clave en la convención hace cuatro años, quien tuvo que pedir licencia como rector de la Universidad Liberty, ultraconservadora cristiana, después de provocar un escándalo con un foto de él con una joven, y sus pantalones semi-abiertos. Y aunque gran parte de la familia Trump tomará la palabra, estarán ausentes la sobrina del presidente Mary Trump quien acaba de publicar un libro con revelaciones negativas sobre su tío, como la hermana del mandatario la ex juez Maryanne Trump Barry, cuyos comentarios privados sobre su hermano fueron filtrados y publicados por el Washington Post, en los cuales afirma que “él no tiene principios, ninguno” y lo calificó de “cruel”.

La presidenta del partido nacional Ronna McDaniel declaró que “los demócratas han optado irse por el camino del socialismo”

Entre los que sí llegaron para elogiar a su líder esta noche estaba la pareja que se hizo “viral” cuando ambos salieron de su casa en Missouri armados mientras pasaba una manifestación pacífica de Black Lives Matter, y donde según la campaña “ejercieron sus derecho constitucional a las armas para defenderse contra “una muchedumbre de izquierda que los amenazó”, encabezados por “marxistas”. Estaba el diputado ultraconservador Matt Goetz quien advirtió que los demócratas “te desarmarán, vaciarán las prisiones, te encerrarán en tu casa e invitarán al MS-13 a vivir en la casa junto a la tuya”. La presidenta del partido nacional Ronna McDaniel declaró que “los demócratas han optado irse por el camino del socialismo”. Kimberley Guilfoyle, una “latina orgullosa”, advirtió contra el “socialista Biden”, quien desea traer el modelo cubano y venezolano a Estados Unidos, como también permitir el ingreso de “violadores y criminales” por la frontera sur, y llamó a apoyar al “emancipador” Trump. Otros oradores incluyeron el único senador republicano afroestadunidense, una maestra anti sindical y un inmigrante cubano quien advirtió de los peligros de la izquierda -“he visto ideas como estas antes… ye estoy aquí para decirles que no podemos permitir que tomen control de nuestro país”, concluyendo que Trump está combatiendo a las fuerzas “del anarquismo y comunismo” en Estados Unidos. El programa culmino con la ex embajadora ante la ONU Nikki Haley y el hijo de Trump, Donald Trump Jr. quien directamente acusó al Partido Comunista Chino por el virus, mientras que el hijo y nieto de multimillonarios acusó a los demócratas de ser una “izquierda radical” que busca “aplastar” a los trabajadores. La semana fue larga.

La verdad es que estos pasados días oyendo a los republicanos, algunos de ellos me parecían salidos de los años 50 y del mundo estético, cultural, social y  político, cuando el mundo vivía los años más duros dela ‘Guerra Fría’, tras la Segunda Guerra Mundial, derrotado el nazismo y el fascismo en Europa de los dictadores Adolf Hitler y Benito Mussolini y la ideología nacionalista japonesa del emperador Hirohito. Las relaciones internacionales encontraron en la ex Unión Soviética de José Stalin y su sistema comunista el nuevo enemigo a derrotar por parte de Estados Unidos y la Unión Europea, salvo el régimen falangista de Francisco Franco, aliado de las Potencias del Eje, en la Contienda Mundial: Alemania, Italia y Japón.

Los oradores ‘trumpistas’ me evocaban a ‘Los Invasores’, marcianos con pintas mormónicas y con meñiques quebrados que los delataban

El lenguaje del peligro socialista ha sido una constante entre los oradores de peinados tupé, corbatas estrechas, chaquetas americanas de twiggy, pantalones de bajos estrechos, zapatos negros de chúpame la punta, y perfumes pasados de pachuli… Los biotipos cercanos a la anorexia mormónica. En algunos casos me hacían  recordar a la serie estadounidense ‘Los Invasores’, donde los marcianos eran reconocidos por tener un dedo meñique quebrado. No llegaban en un Ford sino que lo hacían en un platillo volante. En España, fuera de las discotecas donde te daban alcoholes no lejanos al mortal metílico, ya en la madrugada, uno salía de la sala de fiestas y la verdad que veía Ovnis, objetos voladores no identificados.  Eran terrícolas pues olían al perfume Varón Dandy. Tenía una línea de productos perturbadoramente masculina creada por la marca Parera, con sede en Badalona, Cataluña, España. “La fragancia contenía notas orientales, notas amaderadas, notas especiadas, bergamotas y musgo de roble…”, recalcaban en sus sueltos publicitarios. La verdad es que ese “bergamotas” no dejaba de llamar la atención en la histriónica masculinidad catalana.

La verdad es que la paranoia por el socialismo y “no seremos nunca como el Che” de algún cubano residente en Miami me dejaron perplejos Me dio la sensación es que estaba viviendo otra declaración de pandemia, esta vez ideológica, como la que nos sorprendió el pasado marzo. Era un Cisne Negro de la historia, un acontecimiento imprevisto. Este 2020, la verdad es que el año de los Cisnes Negros, que nunca olvidaremos. Donald Trump y sus seguidores se han hecho dueños del Partido Republicano y sin rubor alguno comparan a Joe Biden con Lenin, Stalin, Mao o el propio Fidel Castro. Lo peor de todo es que el ‘cónclave’ demócrata de los Biden, Obamas, Clinton…, nos presentaban al actual presidente Donald Trump, como si estuviera en el Despacho Oval los mismísimos Hitler, Mussolini, Hiroito, Franco… A los que dirigieron los destinos del mundo y sus relaciones internacionales y guerras en el siglo XX es mejor que los dejemos en paz. Debemos aprender de aquellos sucesos el no repetirlos e intentar que el mundo del siglo XXI no cometa errores que costaron a la humanidad incontables millones de muertos.

“Bernie Sanders no es socialista”, defendía al antecesor de Joe Biden, como presidenciable demócrata, el Nobel de Economía, Paul Krugman

Socialismo milenial en los ‘Estados Desunidos’ de la América de Donald Trump, los jóvenes son críticos con la desigualdad y el ‘statu quo’. Los republicanos arrastran desde hace tiempo el deshonroso historial de mezclar cualquier intento de mejorar la vida de los ciudadanos con los males del “socialismo”. Cuando se propuso el Medicare [seguro médico para personas mayores y discapacitadas], Ronald Reagan lo llamó “medicina socializada” y declaró que destruiría nuestra libertad. En los tiempos que corren, a quien pida algo parecido a la atención sanitaria universal de la infancia, los conservadores lo acusarán de querer convertir Estados Unidos en la Unión Soviética. Se trata de una estrategia política deshonesta y cargante, pero resulta difícil negar que a veces ha resultado eficaz. Y ahora, quien encabeza la lista de aspirantes a la candidatura demócrata -no por mayoría abrumadora, pero claramente la persona que por el momento tiene más probabilidades de salir ganador- estaba facilitándoles esa estrategia, apenas unos meses atrás, al declararse de hecho socialista, amigo de Cuba y de la Revolución de Fidel Castro. “El caso es que Bernie Sanders no es en realidad socialista -escribía Paul Krugman en el New York Times- , en ningún sentido normal del término. No quiere nacionalizar las principales industrias ni sustituir los mercados por la planificación central; no ha expresado admiración por Venezuela, sino por Dinamarca. Es básicamente lo que los europeos denominarían un socialdemócrata, y las socialdemocracias como Dinamarca son, de hecho, lugares muy agradables para vivir, con sociedades que, por decir algo, son más libres que la nuestra.

Entonces, ¿por qué se declara Sanders socialista? Yo diría que principalmente como una marca personal, con un poco de placer por escandalizar a la burguesía. Y este capricho no le perjudicaba mientras fuese un simple senador de un estado muy progresista. Pero si Sanders se convierte en el candidato demócrata a la presidencia, el engañoso calificativo que se da a sí mismo será un regalo para la campaña de Trump. Lo mismo que sus propuestas políticas. El sistema sanitario de pagador único es: (a) buena idea en principio; y (b) muy improbable que se dé en la práctica; pero al convertir el Medicare Para Todos en elemento central de su campaña, Sanders apartaría el foco del empeño que pone el Gobierno de Trump en eliminar el colchón social que ya tenemos”.

“Todos los candidatos demócratas son al menos moderadamente progresistas, América es esencialmente un país de centro-izquierda”

Para que quede claro, si Sanders hubiera sido el candidato, el Partido Demócrata hubiera tenido que darle un apoyo incondicional. Probablemente no pueda convertir EE UU en Dinamarca, e incluso si pudiera, el presidente Trump está intentando convertirnos en una autocracia nacionalista blanca como Hungría. Pero ojalá que Sanders no estuviera tan empeñado en convertirse en un blanco fácil para las difamaciones de la derecha. Para vencer a Trump tienen que construir una coalición tan amplia como sea posible. O le regalarán las elecciones. Cada vez son más los economistas convencionales que piensan que la histeria que se desató hace siete u ocho años en torno al déficit se exageró en demasía. El año pasado, los que fueran principales economistas del Gobierno de Obama publicaron un artículo titulado ¿Quién teme los déficits presupuestarios? en el que concluían: “Es hora de que Washington abandone esa obsesión por el déficit y se centre en cosas más importantes”. Y si Sanders está poniéndoselo fácil a una estrategia política infame de los republicanos, otros candidatos demócratas insisten en la estrategia de lastrar la economía con austeridad fiscal cuando un demócrata ocupa la Casa Blanca y después endeudarse libremente en cuanto el Partido Republicano recupera el poder. Si los demócratas ganan, deberían seguir un programa progresista, no malgastar capital político limpiando el caos causado por los republicanos. Los demócratas estadounidenses no deben clonar lo que hacen los republicanos: utilizar el miedo a la deuda como excusa para recortar programas sociales.

“¿A quién nombrarán candidato los demócratas? No sé la respuesta. Lo importante, sin embargo, es que el partido se mantenga centrado en sus virtudes y en los defectos de Trump. Porque el hecho es que todos los demócratas que aspiran a ser presidentes, son al menos moderadamente progresistas; todos quieren mantener y ampliar la red de seguridad social, y al mismo tiempo subirles los impuestos a los ricos. Y todos los sondeos indican que EE UU es esencialmente un país de centro-izquierda, razón por la cual, durante la campaña electoral de 2016, Trump prometió subirles los impuestos a los ricos y proteger los principales programas sociales…”, recalca Paul Krugman. Pero mentía, y a estas alturas cualquiera con una mente abierta lo sabe. De modo que los demócratas tienen una oportunidad perfecta para presentarse, honestamente, como los defensores de la Seguridad Social, de Medicare, de Medicaid [seguro médico para personas pobres] y la ahora popular Ley de Atención Sanitaria Asequible, en contraste con los republicanos, que defienden de manera más o menos abierta los intereses de los plutócratas frente a los de las familias trabajadoras. Sin embargo, será una oportunidad perdida si el candidato o la candidata demócrata, sea quien sea, convierte la elección en un referéndum sobre la sanidad de pagador único o la reducción del déficit, ninguna de las cuales constituye una posición especialmente popular. Las cosas irán aún peor si los propios demócratas acaban peleándose por la pureza ideológica o la probidad presupuestaria. La cuestión que, sea quien sea el candidato, los demócratas deben construir una coalición tan amplia como sea posible. De lo contrario, estarán regalándole las elecciones a Trump, y eso sería una tragedia para el partido, para el país y para el mundo”.

El republicano de la Casa Blanca, de antepasados inmigrantes alemanes no entiende  de ‘Liberté, Égalité, Fraternité’, “consignas marxistas”

El incendio comenzó, coincidiendo con la fiesta de Francia por un nuevo aniversario de la Toma de la Bastilla en 1789, acontecimiento que simboliza el inicio de la Revolución Francesa. El 14 de Julio es la fiesta de la reconciliación y la unidad de todos los franceses. El republicano de la Casa Blanca no entiende  de ‘Liberté, Égalité, Fraternité’, “consignas marxistas”, escribió el siguiente mensaje en Twitter: “Qué interesante ver a las congresistas demócratas ‘progresistas’, que proceden de países cuyos Gobiernos son una completa y total catástrofe, y los peores, los más corruptos e ineptos del mundo (ni siquiera funcionan), decir en voz alta y con desprecio al pueblo de Estados Unidos, la nación más grande y poderosa sobre la Tierra, cómo llevar el Gobierno”, dijo. “¿Por qué no vuelven a sus países y ayudan a arreglar esos lugares, que están totalmente rotos e infectados de crímenes. Entonces que vuelvan aquí y nos digan cómo se hace”, añadió. El lunes, 15 de julio, no rectificó, pero llevó el foco de atención al terreno ideológico, en lugar del étnico, acusando a las mujeres de promover el “socialismo”. Ocasio-Cortez, Tlaib, Omar y Pressley, apodadas en Washington como ‘Squad’ (El Escuadrón) llegaron como nuevas congresistas en enero pasado, y forman parte del ala más progresista del partido. Ocasio-Cortez, la más mediática, respondió: “Uno no deja las cosas que ama y nosotras amamos este país”.

La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, es de ascendencia italiana tanto por parte de madre como de padre; el senador Bernie Sanders es hijo de inmigrante polaco y madre neoyorquina; el republicano Marco Rubio, hijo de cubanos; y el propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene una madre escocesa y un abuelo alemán que llegó a Estados Unidos a principios del siglo XX. Tras la segunda Guerra Mundial, su hijo, el padre de Trump, empezó a hacerse pasar por descendiente de un sueco para evitar ahuyentar a los clientes judíos. La política de Estados Unidos es una historia de descendientes de extranjeros que dejaron de serlo. El 13% de los actuales legisladores del Capitolio, según los datos de Pew Research, tiene algún progenitor inmigrante, pero si se ampliase el foco a dos o tres generaciones atrás, sería difícil no encontrar que una mayoría tiene antepasados que llegaron a este pedazo de América buscando una vida mejor. Es difícil imaginar a Trump, sin embargo, espetar a Pelosi, Rubio y Sanders que “vuelvan a su país”. El mandatario estadounidense se lo dijo en Twitter a cuatro congresistas estadounidenses -tres de las cuales son por nacimiento- de raza negra o latina: Alexandria Ocasio-Cortez, neoyorquina de cuna, de origen puertorriqueño; la afroamericana Ayanna Pressley, nacida en Cincinatti y criada en Chicago; Rashida Tlaib, natural de Detroit de padres palestinos; e Ihlan Omar, que llegó a EE UU de niña procedente de Somalia y se naturalizó estadounidense en la adolescencia. Que una refugiada somalí se convierta a los 37 años en representante en el Congreso por el Estado que la acogió, Minesota, es una de esas historias que forman la columna vertebral de Estados Unidos, un país hecho de inmigrantes, pero que no ha logrado entrar en una era posracial.

Donald Trump comenzó su carrera política agitando, entre otras cosas, un discurso nacionalista que entusiasmó al supremacismo blanco

Tras la oleada de críticas que desataron sus palabras, Trump ha vuelto a la carga. “Esta es una gente que, en mi opinión, odia a Estados Unidos, odian nuestro país con pasión”, dijo de las congresistas Ocasio-Cortez, Tlaib, Omar y Pressley, un grupo muy progresista conocido por su activismo y su frecuente disidencia del establishment del Partido Demócrata. Las calificó de “radicales” y “socialistas” e insistió: “Si esto no les gusta, si no hacen otra cosa que criticarnos todo el tiempo, que se vayan”. El presidente llegó a afirmar que “dicen lo bueno que es Al-Qaeda” y que “odian a Israel”, en referencia a Omar, que creó una polémica hace unas semanas al apuntar que el apoyo al país hebreo se debía al interés económico. También por vía Twitter, optó por acusarlas de racistas: “Si los demócratas quieren unirse en torno a las expresiones repugnantes y el odio racista que escupen las bocas y acciones de estas congresistas tan impopulares y que no representan al pueblo, será interesante ver cómo les salen las cosas”, escribió.

Trump comenzó su carrera política agitando, entre otras cosas, un discurso nacionalista que entusiasmó a los movimientos de supremacismo blanco. En 2011, promovió junto con sectores de la derecha más radical una teoría sin base según la cual Barack Obama, el primer presidente negro de la historia de EE UU, había nacido en Kenia, en lugar de Hawái. Aquella campaña llegó tan lejos que Obama se vio forzado a mostrar su certificado de nacimiento (Honolulu, 4 de agosto de 1961), como el magnate neoyorquino le demandaba, pero los creyentes de la conspiración dudaron del documento. Por aquel entonces, Trump se había planteado presentarse como candidato republicano a las elecciones presidenciales, aunque finalmente lo postergó hasta 2016. No fue hasta septiembre de ese año, es decir, hace menos de cuatro años, cuando admitió que, en efecto, el entonces presidente era estadounidense de cuna. Los demócratas de la Cámara de Representantes han elaborado  una resolución de condena de los ataques de tipo racial contra las congresistas. Las acusaciones de racismo han estado presentes a lo largo de la carrera presidencial de Trump.

En Estados Unidos el temido término ‘socialista’ ya no es tabú entre los jóvenes y han encontrado su voz en Alexandria Ocasio-Cortez

Fernando Vallespín Oña (3 de abril de 1954) es un profesor universitario y politólogo español. Vallespín es catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid, institución en la cual ha desarrollado la mayor parte de su labor académica. Es un experto en teoría política y en pensamiento político, ha publicado más de un centenar de artículos académicos y capítulos de libros de ciencia y teoría política de revistas españolas y extranjeras. ‘Socialismo milenial en EE UU’ es el título de una de sus columnas periodísticas… “Una de las mayores fracturas políticas actuales, junto con la de campo/ciudad, es la generacional. Y, más que en otros lugares, esto se hace visible en el mundo anglosajón. Si se hubiera escrutado únicamente el voto de los menores de 25 años en las últimas elecciones legislativas británicas, el Partido Conservador no hubiera obtenido ni un solo escaño en la Cámara de los Comunes. El voto de los jóvenes, que ya había sido mayoritariamente contrario al Brexit, fue en masa al Partido Laborista, que había emprendido un acercamiento a sus bases desde el siempre impredecible liderazgo de Jeremy Corbyn. En las elecciones de 2017 supo cortejar con acierto las ansias de movilidad ascendente frustradas por la crisis económica. A pesar de sus muchas diferencias, en Estados Unidos encontramos una tendencia parecida. Y aquí lo más relevante es observar cómo los mileniales, la generación nacida entre los años 1981-1996, han conseguido romper el tabú del calificativo de ‘socialista’ en dicho país. Un sondeo de Gallup muestra cómo el 51% de los jóvenes tiene una visión positiva del socialismo…”.

Hay que pensar que Estados Unidos es el único país desarrollado donde no ha existido nunca una tradición socialista propiamente dicha, y donde el izquierdismo se aglutinaba en torno al difuso calificativo de “liberal”, más o menos equivalente a nuestro “progresista” mexicano o español. Quienes iban más allá y defendían una mayor ruptura con el statu quo eran tachados de “radicales”, sin mayor especificación. El que ahora se recurra a otro epíteto, “socialista” o “demócrata-socialista”, como les gusta calificarse a personajes como la joven congresista Alexandria Ocasio-Cortez, es, pues, algo más que una anécdota. Expresa un intento de explorar nuevos territorios de acción política, no adscribirse sin más al socialismo histórico de estirpe marxista. “Aquí es donde hay que ir a buscar su originalidad -destaca Fernando Vallespín-, el dar la espalda al izquierdismo estadounidense tradicional -o al europeo- y el tratar de abrirse camino por otros derroteros. Cuáles sean estos es la gran cuestión. Y no tiene una respuesta simple. Entre otras cosas, porque tampoco está construyendo un relato propiamente dicho al que poder enhebrar una praxis política. Construye desde las ruinas del frustrado proyecto de Barack Obama o el del mismo Bernie Sanders, que lo volverá a intentar en las primarias del Partido Demócrata. Pero tampoco se erige desde la nada. El movimiento Occupy Wall Street dejó tras de sí toda una plétora de nuevas publicaciones, sitios o comunidades de activistas en la Red, que siguen en funcionamiento y haciendo ruido y que aún ocupan una buena parte del espacio público.

La familia Trump hizo creer que sus orígenes eran suecos y no ahuyentar a la clientela judía de Nueva York tras la Segunda Guerra Mundial

Algo que Donald Trump aprendió muy joven es que, cuando uno llama a una puerta, no debe quedarse plantado enfrente, sino echarse a un lado. El primer trabajo que hizo para su padre, un constructor que hizo fortuna con la promoción de viviendas asequibles en los distritos neoyorquinos de Brooklyn y Queens, fue ir a cobrar los alquileres remolones, casa por casa, junto a un empleado especializado en la materia. Ser alto, imponer con la presencia física, era necesario. Pero, aun así, si uno daba con un apartamento desafortunado, podía llevarse un disparo, así que ante la puerta solo se exponía la mano. Donald John Trump, el presidente de Estados Unidos, nació ya rico el 14 de julio de 1946. Su padre, Fred, era hijo de un inmigrante alemán, pero durante décadas la familia hizo creer que sus orígenes eran suecos, como recoge la biografía de Michael d’Antonio, para no ahuyentar a la clientela judía de Nueva York tras la Segunda Guerra Mundial. El inesperado ascenso del hijo de un constructor a la presidencia del país más poderoso del mundo no se explica en las estructuras de los partidos, ni en el Senado de Washington o la política local, cantera tradicional de los presidentes americanos. Tampoco en los salones del ‘establishment’. Hay que buscarlo en los platós de televisión, en el Manhattan de la ‘Hoguera de las vanidades’ de Tom Wolfe y en las calles más difíciles del Brooklyn y el Queens de los años sesenta. El hombre que sacude el mundo comenzó su andadura llamando puertas y esquivando potenciales disparos en barrios humildes.

La más famosa ‘Hoguera de las vanidades’ aconteció el 7 de febrero de 1497, cuando seguidores del monje Girolamo Savonarola recogieron y quemaron en público miles de objetos en Florencia, Italia, durante la fiesta del Martes de Carnaval. Esta destrucción tenía como objetivo la eliminación de aquellos objetos que se consideraban pecaminosos, objetos de vanidad como espejos, maquillajes, vestidos refinados e incluso instrumentos musicales. También tenía como objetivo libros inmorales, manuscritos con canciones seculares y cuadros. Entre los objetos destruidos durante esta campaña había varias pinturas originales sobre temas mitológicos clásicos realizados por Sandro Botticelli, puestas por él mismo en la hoguera. Tales hogueras no fueron invento de Savonarola, sino que ya eran un acompañamiento usual a los sermones al aire libre de Bernardino de Siena en la primera mitad del siglo XV. La novela de Tom Wolfe, escrita en1987, se refiere al acontecimiento original, pero no es una versión de la historia. Posteriormente, fue estrenada la película ‘La hoguera de las vanidades’ (1990) basada en la propia novela, dirigida por Brian De Palma y protagonizada por Tom Hanks, Bruce Willis y Melanie Griffith.

Llegó al poder azuzando el nacionalismo blanco americano, habiéndose criado en el lugar más multiétnico de Nueva York, Queens

Cuando tanta gente se pregunta cómo un millonario de la Quinta Avenida -un hijo de papá que vive en mansiones versallescas- se ha metido en el bolsillo a tanto votante obrero enfadado con el sistema, ayuda mucho retroceder a esos años de recaudador, a la época en que su madre, pese a todo el dinero que tenían, iba personalmente a las lavanderías de los edificios de la familia a recoger las monedas de las máquinas. La calle en la que creció, en Jamaica Estates, una zona adinerada de Queens, está formada por residencias elegantes, jardines cuidados y coches buenos aparcados. La casa, porticada, de ladrillos marrones y columnas blancas, es una de las mayores del barrio. Pero bajando por la misma acera, a tan solo cinco minutos, llega uno a la avenida Hillside, otra dimensión. Las tiendas árabes de comida halal se multiplican en la calle, ocupada por comercios de todo a 99 céntimos, compraventa de oro y desprendiendo un olor mayúsculo ‘El Palacio de la Barbacoa’.

El hombre que llegó a la Casa Blanca azuzando los sentimientos del nacionalismo blanco americano procede del lugar más multiétnico de Nueva York, Queens, y de una zona concreta en la que las casas de los ricos estaban pegadas a las de aquellos de clase obrera. Kevin Russell, un vecino de 50 años de su misma calle, dice que Trump “era un tipo muy amable, que estuvo viniendo a ver a sus padres hasta el final, hablaba con todos”. “Esas cosas que dice ahora de la inmigración no pueden venir de él, esto es Queens, hemos vivido todos juntos en paz”, asegura. Pero la tensión racial siempre ha estado presente en la vida del próximo presidente de Estados Unidos. En 1973 fue denunciado junto a su padre por discriminar la entrada de las familias negras en sus propiedades de alquiler. Y nunca ha dado marcha atrás en el llamado caso de los cinco de Central Park, cuando en 1989 unos adolescentes -un hispano y cuatro afroamericanos- fueron condenados por una violación que, se supo en 2002, no habían cometido. Cuando aún no se había celebrado el juicio, Trump pagó anuncios a toda página pidiendo la pena de muerte. Fueron exonerados, pero el empresario ha mantenido que son culpables.

“Un anuncio a toda página en The New York Times cuesta 100,000 dólares, cuando publican una noticia de mis negocios es gratuito”

Miente a menudo. Entró en política también con el lanzallamas de la raza en la mano, abanderando en 2011 la campaña que cuestionaba el origen del presidente Barack Obama. Fue tal la presión que este tuvo que llegar a mostrar su certificado de nacimiento. Aquel año, en la tradicional cena de periodistas en la que el presidente pronuncia un discurso jocoso, la víctima fue Trump, sus aficiones televisivas y los concursos de belleza. “Sin duda, Donald traerá el cambio a la Casa Blanca”, se burló Obama. Hay quien dice que eso le espoleó. Muchos seguidores de Trump, a lo largo de la campaña, argumentaban que les inspiraba confianza porque su candidatura era desinteresada: ¿por qué querría un magnate multimillonario meterse en política, teniendo ya todo? Es tan difícil -o tan fácil- de explicar cómo su adicción a las cámaras. No se entiende el ascendente de Trump en la sociedad estadounidense sin su condición de showman: presentó 14 temporadas de ‘El Aprendiz’, un concurso de talentos en el que desempeñaba el papel de ogro, de tipo exigente que decía las cosas con crudeza. Cuanto más agresivo era, más audiencia lograba.

Durante toda su vida, ha utilizado a los medios para obtener publicidad gratuita, aunque fuera a golpe de polémica. “El precio de un anuncio a toda página en The New York Times puede ser de más de 100,000 dólares, pero cuando publican una noticia sobre alguno de mis negocios, no me cuesta un céntimo, y tengo una repercusión más importante”, confesaba en su último libro, América paralizada. En él admite que en ocasiones hace “comentarios indignantes” para darles a los medios “lo que buscan”.

Acusado muchas veces de abusos y él mismo, en un vídeo de 2005, se jactaba de poder manosear a las mujeres sin su consentimiento

Trump alimenta su imagen de matón. Cuando era un niño, le dejó un ojo morado a su profesor de música porque consideraba que el docente no sabía nada de la materia. Este y muchos de estos episodios han sido relatados en primera persona, en ‘El arte de la negociación’, una obra que publicó en los años ochenta, muy reveladora sobre la personalidad del polémico presidente, no tanto por la fiabilidad de lo que cuenta (mantiene la falsedad del origen sueco de su abuelo), sino porque muestra la imagen que Trump tiene de sí mismo o, más bien, la que quiere proyectar. Por ejemplo, dice que cuando llega a Manhattan, en los años setenta, unas de las primeras cosas que hace es intentar entrar en el selecto ‘Le Club’, un local elitista al que costaba incorporarse sin conocer a alguien, como era su caso. Al final, Donald sale un par de veces con el presidente y aun así le cuesta convencerle. Esta es la razón: “Yo era joven y guapo y, como algunos miembros mayores del club estaban casados con mujeres también jóvenes y bonitas, temía que yo se las robara. Me pidió que le prometiera que no lo haría”.

El empresario se ha casado tres veces. Con su primera esposa, Ivana, una maniquí de origen checo, pasó 15 años y tuvo a sus tres hijos mayores (Donald, Eric e Ivanka). Se separó en 1992, después de un ‘affair’ con la actriz Marla Maples, con la que también contrajo matrimonio después, del que nació Tiffany. La pareja se rompió a los siete años. Con Melania, la futura primera dama, de origen esloveno y 24 años más joven, empezó a salir al poco tiempo, pero no se casaron hasta 2005. Son padres de Barron, ese chico de 10 años rubio que la noche de la victoria electoral miraba al público muy serio. Trump ha sido acusado muchas veces de abusos y él mismo, en un vídeo de 2005, se jactaba de poder manosear a las mujeres sin su consentimiento. Su primera esposa, Ivana, llegó a acusarle en un libro de haberla violado, aunque luego ha matizado sus palabras.

Como escribió hace poco Lauren Collins, “si la promesa de Obama es que él era tú, la promesa de Trump es que tú eres él”

Nada le ha pasado factura electoral. En los mítines, sus votantes le quitaban hierro a cualquiera de sus insultos o provocaciones. “Me encanta la gente poco formada”, ha llegado a decir en referencia a sus propios votantes. Hay algo que fascina a parte de su electorado y es la exaltación de su éxito. Como escribió hace poco Lauren Collins, “si la promesa de Obama es que él era tú, la promesa de Trump es que tú eres él”. Trump quería convertirse en un rey del ladrillo en Manhattan. Hoy, unos 17 edificios de la ciudad llevan su marca, en letras enormes, aunque la mayoría no le pertenecen ya. Le gusta venderse como un hombre hecho a sí mismo, pero inició su propio negocio con un préstamo paterno de un millón de dólares de la época. Antes había pasado por la Academia Militar de Nueva York, la Universidad de Fordham del Bronx, de jesuitas, y la prestigiosa escuela de negocios Wharton, donde se graduó sin pena ni gloria. Su abogado y amigo, en el inicio de la andadura por libre, fue Roy Cohn, mano derecha de McCarthy durante la caza de brujas y defensor de conocidos gánsteres de la época. De los primeros edificios en Manhattan, pasó a abrir casinos en Atlantic City, Nueva Jersey, donde se acogió a varias bancarrotas para evitar pagos. El imperio de Trump está muy ramificado, aunque el grueso de los negocios conocidos sigue siendo en el sector inmobiliario, turístico, los campos del golf. Durante la campaña, entregó un documento obligatorio por ley que mostraba sus intereses financieros y, según Reuters, recogía más de 500 entidades en el mundo. También está bajo investigación la Trump University por presuntas irregularidades.

Donald Trump se refiere a la historia de su padre, Fred, como un cuento clásico de Horatio Alger, un autor del siglo XIX que solía escribir historias de chicos humildes que salen adelante con esfuerzo. Nacido en EE UU en 1905, Trump padre era nieto de un inmigrante alemán, el abuelo Friedrich, que se mudó de Nueva York a Seattle, al calor del boom minero en la zona, y allí regentó un burdel, según el autor Michael d’Antonio, que pasó tres años investigando la vida de Trump. Fred padre se hizo rico con la construcción de viviendas, con el desarrollo de los distritos de Queens y Brooklyn. Como su hijo, también los conflictos raciales marcaron su vida: fue denunciado por discriminación en las viviendas y documentos de 1927, publicados por The Washington Post, muestran que Fred Trump fue detenido en los disturbios del Ku Klux Klan. El magnate ha negado esta información. El presidente que quiere ser reelegido recuerda a su madre, Mary, fascinada con el lujo y el glamur. Escocesa de nacimiento, no se podía despegar de la tele el día de la coronación de la reina Isabel de Inglaterra. El futuro presidente tuvo cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones. Siempre recuerda con emoción a Fredy, que murió alcohólico a los 43 años. Trump no bebe. El magnate cifra su fortuna en 10.000 millones de dólares, un volumen que exhibe como aval de su capacidad de gestión: si era capaz de engordar así su negocio, lo sería también de enriquecer al país, pero en Bloomberg lo han rebajado a 3.000 millones. Lejos de disimularlo, a Trump le gusta presumir de dinero. Siente desdén por las costumbres de la alta sociedad. Cuando se hace con el lujoso resort Mar-a-lago en Palm Beach (Florida), pide al chef que incluya en la carta el pastel de carne y puré de patatas, su plato favorito, una antítesis del refinamiento gastronómico, y bromea: “La mitad de la gente lo pide, siempre que lo tenemos. Pero después, si les preguntas qué comieron, lo niegan”, le explicaba al escritor Mark Singer, un reportero de la revista New Yorker, en ‘El show de Trump’. En una entrevista, Singer, sostenía que “no existe Donald Trump, es un personaje”. Pero hay algo genuino en su extravagancia: es imprevisible. Cuando publicó su libro, el magnate reaccionó con furia. La publicidad que el percance le supuso al libro le llevó al escritor a enviar al empresario un cheque de 37,80 dólares, como sarcástico agradecimiento. Singer tiene el resguardo enmarcado en su casa: Trump había ido a cobrar el cheque.

Incidente del mural ‘leninista’ del pintor mexicano Diego Rivera, en la historia del Rockefeller Center, en Nueva York

Es muy conocida en la ciudad donde nación Donald Trump la breve participación que tuvo el muralista mexicano Diego Rivera en la historia del Rockefeller Center, siendo él el protagonista de un curioso incidente que tuvo lugar por el radicalismo político del pintor. Esa actual fiebre ‘socialista’ de los jóvenes estadounidenses nos obligan a recordar la anécdota del mural ‘leninista’ del esposo de Frika Khalo. En 1931 el recién creado Museum of Modern Art organizó una exposición sobre el trabajo de Diego Rivera. En esa época la cabeza del movimiento muralista mexicano -en el momento en que el país comenzaba su reconstrucción política, económica y cultural tras los embates de la Revolución-, era uno de los artistas internacionales preferidos por el joven Nelson Rockefeller y su madre Abby.  Rockefeller, declarado admirador del trabajo de Rivera, lo contactó en mayo de 1932 y le propuso realizar un mural en la pared principal del vestíbulo principal del R.C.A. Building, en plena construcción. Rockefeller había invitado también a Pablo Picasso y Henri Matisse para plasmar sus lienzos en los muros del vestíbulo del nuevo rascacielos, pero ambos rechazaron la oferta, por lo que fueron contratados otros dos pintores, entre ellos, el español José María Sert.

Después de meses de insistencia y negociaciones con Nelson Rockefeller, finalmente, en octubre de 1932, Rivera aceptó el la comisión y firmó el contrato de trabajo. A finales de ese mismo año Rivera viajó a Nueva York acompañado por su esposa, Frida Kahlo, e inmediatamente comenzó a dibujar los primeros bocetos. Después de estudiar las dimensiones del vestíbulo del R.C.A. Building, Diego Rivera diseño el mural “Man on the Crossroad” (El Hombre en la Encrucijada), en donde el hombre del siglo XX, representado por un corpulento obrero, se encontraba en medio de la encrucijada entre los vicios del mundo capitalista y el incipiente avance del fascismo, así como la esperanza de la emancipación del proletariado, además de los avances en los campos de la ciencia, la medicina, la mecánica, la educación y el deporte.

La presencia de Vladimir Illich Lenin en el corazón del capitalismo estadounidense, provocó la ira de los grupos más conservadores

En marzo de 1933 Rivera recibió el primer pago de 21,000 dólares para la compra del material de trabajo entre andamios, pintura y otras herramientas, así como la contratación de un equipo de asistentes que le ayudarían a pintar el mural en el vestíbulo del R.C.A. Building (ya en la fase final de su construcción) porque el mural debería estar terminado justo antes de la inauguración del nuevo rascacielos, que estaba programada para mayo de 1933. Rápidamente comenzaron a revelarse los detalles principales del trabajo de Rivera: un corpulento obrero a punto de poner en marcha la máquina que controla el universo, el macrocosmos y el microcosmos, que se representan por dos elipses que se cruzan detrás de la figura del obrero y en cuyos extremos se representan por planetas, galaxias, protozoarios y otros microorganismos. Detrás de ambas alegorías aparecen engranes y un gigantesco telescopio conectado a un microscopio de la época, que hacen referencia a los avances de la ciencia y la tecnología aplicados a los campos de la astronomía, la biología, la medicina y, en general, al progreso de la ciencia en los Estados Unidos y la fe en el progreso de la humanidad.

En el extremo izquierdo del mural se muestra el mundo capitalista, con sus contrastes y vicios. Así tenemos los excesos de los poderosos que buscan placeres mundanos a costa del hambre de los obreros desempleados, los cuales son reprimidos por la policía, así como el incipiente fortalecimiento del fascismo, pero también sus elementos positivos: los progresos científicos, culturales y tecnológicos, la lucha por la integración racial y el mosaico interracial y multicultural de la cultura estadounidense, que recibe a lo mejor del pensamiento occidental, y en donde destaca la figura de Albert Einstein, así como Charles Darwin explicando la teoría de la evolución a través de un aparato de rayos X. Además, destaca una enorme figura de piedra simbolizando la religión. El extremo derecho del mural nos muestra el mundo socialista, también con sus progresos y sus excesos, los progresos en el campo de los deportes, la ciencia, la agricultura y el proceso de la emancipación proletaria, pero también nos muestra tanto la presencia del Ejército Rojo como de figuras políticas de la que una de ellas hará estallar el escándalo… El mural causó polémica desde el principio por las convicciones políticas de Rivera, pero el escándalo estalló debido a un simple detalle: la figura de Lenin en uno de los extremos del mural.

Rivera y Kahlo organizaron el exilio en México de León Trotsky y su esposa, perseguidos por el régimen totalitario de José Stalin

Diego Rivera era un acérrimo comunista y fue uno de los precursores del movimiento socialista en México de la que participó activamente en la actividad política como miembro del Partido Comunista Mexicano, promoviendo con su obra, la emancipación de la clase obrera. Además  fundó junto con su esposa el periódico de denuncia política y propaganda ‘El Machete’,  y admiraba a los padres de la Revolución Rusa: Vladímir Ilich Lenin y Leon Trotsky. En 1937, Rivera y Kahlo organizaron el exilio en México de León Trotsky y su esposa, perseguidos por el régimen totalitario de José Stalin, y quienes se instalaron en una casa en Coyoacán, en donde Trotsky acabaría siendo asesinado en 1940. Volviendo al tema del mural en el R.C.A. Building, el panel derecho del mural, destinado al socialismo, Rivera plasmó las figuras de Karl Marx, Leon Trostky, pero principalmente dibujó la figura prominente de Lenin, en una posición estratégica del mural, representando la lucha por la dignificación de la clase trabajadora. La presencia de Lenin en el corazón del capitalismo estadounidense, provocó inmediatamente la ira de los grupos más conservadores de la sociedad estadounidense.

La actitud de Rivera al plasmar la figura de Lenin fue principalmente provocadora: su objetivo sería que los Rockefeller, especialmente, el joven Nelson viera el rostro de Lenin en el muro principal del vestíbulo del R.C.A. Building cada vez que ingresara a éste en camino a su oficina. Inmediatamente, en abril de 1933, Nelson Rockefeller envió una carta a Rivera invitándolo cordialmente a modificar algunos puntos del mural, especialmente eliminar la figura de Lenin. La respuesta de Rivera fue tajante: no quitaría a Lenin de su mural, pero propuso a su patrón incluir la figura de Abraham Lincoln en el mural, pero su propuesta fue rechazada por Rockefeller. Durante las siguientes semanas el intercambio de misivas entre ambos personajes fue cada vez más frecuente y la actitud del muralista mexicano fue cada vez más provocativa hasta que Rivera retó a Rockefeller, argumentando preferir destruir su obra antes de cambiar algún elemento de ella.

Rockefeller encomendó al pintor español José María Sert, conservador, clasista, simpatizante de Francisco Franco

El 12 de mayo de 1933, la oficina del Rockefeller Center Inc., convocó a una conferencia de prensa donde se informó que momentáneamente la obra no sería destruida, pero sería cubierta por un velo por tiempo indefinido, hasta que se decidiera cuál sería su destino final. Ese mismo día, Rivera recibió un telegrama de los ejecutivos de la General Motors notificándole que se le retiraba el patrocinio para realizar el mural para el pabellón de la empresa automotriz en la Feria Mundial de Chicago. Durante los meses siguientes contingentes compuestos por seguidores de Diego Rivera y simpatizantes comunistas, así como algunos artistas, convocaron a manifestaciones en las afueras del R.C.A. Building en defensa del trabajo de Rivera y de su mural en el vestíbulo del edificio, apelando a la libertad de expresión. Los esfuerzos fueron en vano. En diciembre de ese mismo año, se realizaron negociaciones entre el Rockefeller Center y el Museum of Modern Art para ofrecer a Rivera quitar su mural del R.C.A. Building a cambio de trasladarla a un salón del museo y realizar una exposición especial. Finalmente, el 12 de febrero de 1934, a pesar de las protestas de la comunidad artística y ante una opinión pública muy divida, los ejecutivos del Rockefeller Center, Inc., decidieron remover el mural, significando su inminente destrucción. Finalmente, en 1937, Rockefeller encomendó al pintor español José María Sert (ideológicamente opuesto a Rivera: conservador, clasista, simpatizante de Francisco Franco y conocido por estar constantemente codeándose con la realeza), llenar la pared central del vestíbulo del R.C.A. Building que dejó la destrucción de la obra de Rivera (que dejó daños en la pared), con un mural donde se representa el progreso humano como pivote para la consecución de la paz y la armonía de la humanidad. En el nuevo mural, el pintor español plasmó la figura de Abraham Lincoln, ayudando en las obras de construcción de un mundo mejor y como fondo, aparecen los edificios del Rockefeller Center como símbolo de progreso material de la humanidad.

Con los recursos económicos agotados (poco antes realizó un pequeño mural en los pasillos de la New Workers School, en la calle 40 Oeste), y furioso, Diego Rivera, regresó a la Ciudad de México en diciembre de 1933. Poco tiempo después, al comenzar 1934 fue contratado por el gobierno mexicano para realizar un mural en uno de las galerías principales del Palacio de Bellas Artes, próximo a inaugurarse. El Palacio de Bellas Artes, originalmente  conocido como Teatro Nacional, fue concebido como un extravagante capricho personal del general Porfirio Díaz y fue diseñado por el arquitecto italiano Adamo Boari. Su construcción comenzó en 1904 con expectativas a concluirse a tiempo para el festejo las fiestas del Centenario del inicio de la guerra de Independencia de México, en septiembre de 1910. El edificio fue diseñado originalmente en estilo Art Noveau, a semejanza del Teatro de la Ópera de París. El Teatro Nacional no sólo no quedó listo a tiempo para el Centenario, sino que las obras de construcción se suspendieron en 1913 a causa de la Revolución Mexicana y durante muchos años el edificio se mantuvo como obra negra, además que el enorme peso de los materiales, principalmente el mármol, y la inestabilidad del subsuelo fangoso de la Ciudad de México, hicieron que el gigantesco edificio comenzara a hundirse. Las obras de construcción se retomaron en 1932, bajo la dirección del arquitecto Federico Mariscal, quien rediseñó los interiores en el estilo Art Decó vigente en la época, y en donde además incluyó elementos alegóricos de la cultura prehispánica como cabezas de serpiente y deidades como Tláloc y Quetzalcóatl.

En el nuevo ‘Man at the Crossroads’, aparece John D. Rockefeller, Jr., con una copa de champaña y prostitutas y jugadores de casino

En enero de 1934, cuando el teatro, ahora rebautizado como Palacio de Bellas Artes estaba en la fase final de su construcción, y faltando unos ocho meses antes de su inauguración, el gobierno de Abelardo L. Rodríguez contrató los servicios de Diego Rivera para realizar un mural en uno de los pasillos del vestíbulo principal del nuevo recinto. Rivera vio la oportunidad de volver a realizar el mural del R.C.A. Building en un recinto adecuado para ello. Así, de enero a noviembre de ese año, Rivera, basándose en los bocetos y fotografías rescatados del proyecto del Rockefeller Center, pintó ‘Man at the Crossroads’, rebautizado como ‘El hombre controlador del Universo, con dimensiones menores al original debido a que tuvo que adaptar la obra a las dimensiones del muro de Bellas Artes destinado para él.

En el nuevo ‘Man at the Crossroads’, que mide 4.46 metros de alto por 11.46 metros de ancho, Rivera conservó casi todos los elementos alegóricos de la obra original, y no sólo plasmó la figura de Lenin en el panel derecho dedicado al comunismo, respetando la obra original; también plasmó, en el panel izquierdo dedicado al capitalismo, la figura de John D. Rockefeller, Jr., padre de Nelson, sosteniendo una copa de champaña y rodeado de prostitutas y jugadores de casino, en una clara representación de los vicios del sistema capitalista americano. Era una clara venganza en contra quien fueron sus mecenas.

Nos encontramos con Susan Meiselas en Valencia, España, en el Hotel Conqueridor, en la calle  Cervantes, cerca del Casco Histórico, hace apenas un mes. Su vida sigue siendo la de la típica fotógrafa que vive de avión en avión. No solo fotografió conflictos, sino que es de esas periodistas que, con los años, vuelve al lugar donde se produjo la noticia una y otra vez. Como si hubiera adquirido un compromiso con el lugar donde ha ocurrido una tragedia, un drama humano o un enfrentamiento. Un vínculo para siempre que sirve para dar un relieve único a la información, una forma de no quedarse en la superficie de lo circunstancial. Había pasado por Barcelona para dar una conferencia en la Escola Universitària Elisava. Con largos cafés, no sentamos a repasar su trayectoria. En su primer viaje a Centroamérica cubrió la Revolución Sandinista en Nicaragua, una revolución fallida. Todo quedó en pura retórica… Acompañamos esta columna con el material de Susan Meiselas, fotógrafa documentalista estadounidense. Ha estado asociada con la Agencia Magnum desde 1976​ y ha sido miembro desde 1980. Mayormente conocida por sus fotografías de la década de 1970, de una Nicaragua devastada por la guerra comunista​ y nudistas de carnaval norteamericano. Faltan apenas dos meses para las nuevas elecciones presidenciales. La campaña será puro desmadre de fake news y de teorías conspiranoicas. Son tiempos de la frase “Ley Campoamor”, que se basa en el texto del famoso poema de Ramón de Campoamor que dice: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Supone una pesimista pero bella manera de expresar, y admitir, que nada vale, que ningún valor es inmutable, y que inevitablemente impera el subjetivismo, la arbitrariedad, y el relativismo, en todas las facetas de nuestro mundo (por ello, traidor a la verdad y justicia, según el poeta). Sin embargo, la afirmación de Campoamor no cae solamente en el relativismo y en el subjetivismo, sino en un desencanto del mundo, en donde la referencia al “mundo traidor” significa que el mundo en sí, la realidad, no es confiable, es sujeto de desconfianza debido a que cambia, se transforma, un día nos muestra un rostro y otro día otro. Ello supone que en el verso de Campoamor lo mismo impera el subjetivismo, con la referencia al color del cristal con que se mira; que la desconfianza en el mundo y su constante transformación.

@SantiGurtubay

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